A finales de la década de 1970, el éxito de Superman (Richard Donner, 1978) significó un antes y un después en panorama cinematográfico relacionado con los superhéroes de tebeo. Desde aquel instante, se empezó a hablar de una adaptación cinematográfica de otro famoso héroe de cómic, pero Batman (1989) todavía habría de esperar diez años para ver la luz, ya que se trataba de un proyecto de enormes costes que pretendía un paso más en la evolución del héroe de viñeta al héroe de celuloide. Para llevar a cabo esta complicada misión se barajaron varios nombres, aunque finalmente se optó por un joven director que venía de cosechar dos grandes éxitos económicos con sus primeros largometrajes —La gran aventura de Pee-Wee (Pee-Wee’s Big Adventure, 1985) y Bitelchús (Beetlejuice, 1988)—, el mejor aval posible para convencer a los ejecutivos de la Warner Bros. de que él era el idóneo para adentrase en el universo del hombre murciélago. Desde el primer momento, Tim Burton se decantó por una perspectiva oscura, reflejada en la dualidad de los dos personajes principales y en la nocturnidad que domina en la ciudad de Gotham, que permitía recuperar parte de la esencia original del personaje, la cual se había perdido a raíz de la colorista y caricaturesca imagen ofrecida por la serie de televisión emitida por la ABC entre 1966 y 1968. Llevar a cabo una empresa como Batman no resultó una tarea sencilla, y antes de que se iniciase el rodaje en Inglaterra, surgieron las primeras complicaciones, sobre todo a la hora de elegir al actor que habría de encarnar a Bruce Wayne. Entre los muchos candidatos, Michael Keaton fue el elegido, sin embargo para un buen número de seguidores del personaje creado por Bob Kane se trataba de una elección inaceptable, lo que derivó en quejas y cartas de rechazo que provocaron una crisis en el seno de la Warner. No obstante, tras el estreno del film, Keaton demostró a sus detractores que sí podía ser Batman, algo que Burton —ya había dirigido al actor en Bitelchús— supo desde que se propuso su nombre, pues vio en él a un hombre normal que tendría que ocultarse detrás de una máscara para poder combatir las frustraciones que le obligan a convertirse en ese vengador nocturno condicionado por el trauma del pasado que no puede olvidar, como atestigua su visita anual a la esquina donde sus padres fueron asesinados. Aquel crimen del que fue testigo afectaría a Bruce Wayne hasta el punto de desdoblar su personalidad, creando dos imágenes que se anteponen, pero que se necesitan para poder llevar una vida que le permita soportar el dolor de la pérdida familiar a manos de un asesino que logró escapar. Como consecuencia de su tragedia, en su mente surgió el sentimiento de culpabilidad y la necesidad de enfrentarse a delincuentes, lo que derivó en el hombre de negro que deambula por la siniestra metrópolis haciendo frente a criminales como el Joker, personaje en el que recae mayor protagonismo, quizá por el gusto del realizador de Ed Wood (1994) por los seres complejos y por la presencia de Jack Nicholson, un actor que no planteó la menor duda en su elección y que se embolsó una sustanciosa cantidad fija por su participación, además del quince por ciento de los beneficios en taquilla, casi nada si se tiene en cuenta que Batman fue la película de mayor recaudación en la historia de la compañía fundada por los cuatro hermanos Warner hacia finales de la década de 1910 (aunque no tomaría su nombre actual hasta la siguiente).
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