domingo, 3 de agosto de 2025

Leones por corderos (2007)


Durante una de las escenas de Leones por corderos (Lions for Lambs, 2007), el profesor de Ciencias Políticas Stephen Malley (Robert Redford) le viene a decir a su díscolo alumno Todd Hayes (Andrew Gardfield) que participar del supuesto proceso democrático —acudiendo a manifestaciones y desfiles o pegando sellos y carteles, supongo que en campañas electorales— es mucho mejor que su escepticismo crítico, casi nihilismo, con el que critica la política de su país. Pero, acaso ¿la crítica y la autocrítica no son indispensables para señalar aquello que no funciona? ¿Se equivoca el alumno o el profesor? ¿Sin una actitud crítica, que ciertamente implica algo de pesimismo y de escepticismo, cómo mejorar el sistema, hacer de él lo que presume ser? En realidad, quiere hacerle pensar, que salga de una actitud apática, pues la crítica implica que luche por un futuro, que demuestre su valía posicionándose, no a favor de los políticos, sino de la democracia; no a favor de la guerra, sino de la lucha pacífica por unos ideales perdidos u olvidados en los que Redford cree, pues cree en su país, en los valores que dice representar, en la prensa, aunque tal vez no recuerde que hay ocasiones en las que esta calla o se centra en noticias que desvían la atención —Ay, Redford, no siempre sucede como en Todos los hombres del presidente (All the President’s Men, Alan J. Pakula, 1976)—, y en el heroísmo que ve en la juventud, a la que se envía a la guerra o que decide ir sin comprender que hay mucho que arreglar en casa. Tal vez sea el caso de sus antiguos alumnos Rodríguez (Michael Peña) y Finch (Derek Luke), que se presentaron voluntarios para combatir el mal…


Por su fe en el sistema, Redford quizá ya dé la respuesta a las cuestiones que plantea y a la duda que siembra en el alumno de su personaje, aunque parezca que quiere abrir un debate sobre si se persigue alguna mejora, si esta es posible, o si todo (incluida la postura aparentemente rebelde del alumno) se sitúa dentro del orden establecido por un poder cuya meta es perpetuarse, pero no analizarse en busca de sus males, de sus contradicciones y de sus fantasmas internos. Este encuentro entre docente y universitario abre uno de los tres espacios desde el que Robert Redford, a partir del guion de Matthew Michael Carnahan, aborda la política internacional estadounidense, la que desde la Doctrina Monroe (1823) aplica una especie de intervencionismo amigable —en el que parece decir: “haz lo que te digo y así no tendré que enfadarme”— allí donde los intereses llamen. Mientras que el no amigable depararía presiones, bloqueos, actos en la sombra y, finalmente, si nada de lo anterior funciona, la intervención directa.


Las primeras actividades de este estilo datan del siglo XIX, cuando se desata la colonización del oeste y la expansión meridional en la que arrebatan Texas, Nuevo México y Alta California al vecino del sur. Años después, se precipita la guerra hispano-estadounidense, que implantaría su influencia sobre Puerto Rico y Cuba, que se revelaría décadas más tarde, deparando una situación de inestabilidad para las pretensiones de la potencia del norte, que decidió en época de Kennedy el bloqueo estratégico y asfixia económica de la isla caribeña. Pero aquel 1898 también fue el año de la anexión de las islas Hawaii, las cuales, junto a las Filipinas, abrían la puerta al dominio del Pacífico. Su política internacional empezaba a cobrar cuerpo en el continente americano y aumentaba su presencia en el Pacífico, donde la japonesa, otra potencia en auge, tenía sus planes de expansión. ¿Era presumible que los intereses de ambas chocasen?


Del “América para los americanos”, o dicho sin americanismos, “el continente para los estadounidenses”, se pasó a “el mundo libre para nosotros y el que no lo quiera así, lo liberaremos a la fuerza”. Esta política tuvo su periodo de pausa entre guerras, cuando la política que dominaba era el aislacionismo y el New Deal. Aun así, algunas de sus empresas abastecieron combustible a los rebeles franquistas durante la guerra civil española (1936-1939) o, tras el estallido de la Segunda Guerra Mundial (1939-1945), Roosvelt logró aprobar la “ley de préstamo y arriendo” con la que suministrar armas a Reino Unido y a la Unión Soviética, respectivamente su aliada de siempre y su enemiga natural. Tras la conclusión del conflicto y con la victoria aliada, la expansión estadounidense y la soviética cobraron nuevos bríos. La geopolítica había cambiado, se creaban dos grandes bloques.


Una demostración del nuevo poderío norteamericano fueron las bases en Alemania Occidental y Japón, que le permitían una mayor presencia sobre el terreno en Centroeuropa, al borde mismo de su rival, y en el Extremo Oriente (geográficamente, visto desde aquí). De paso, establecía una puerta de entrada para sus productos, que no tardarían en dominar los mercados nacionales de medio mundo y cambiar los usos de sus habitantes —la forma de vestir, jeans, camisetas, zapatillas deportivas, nuevos hábitos, refrescos de cola, chocolatinas, goma de mascar o el jazz y el rock, sirvan de ejemplos de su colonización mercantil y “cultural”—, se pretendía guiar la política y la economía de sus países “amigos” e intentaba por la fuerza o por medios cuestionables marcar las el del resto. Para ello siempre sirve la excusa de la seguridad del país y de sus ciudadanos, tal como sucedió con la intervención en Vietnam, un país al otro lado del Pacífico, adonde cientos de miles de soldados estadounidenses llegaron con la idea de estar defendiendo su modo de vida, pero en sus fronteras no había ningún enemigo ocupando su suelo soberano.


Mirando de pasada la historia del siglo XIX y XX, Estados Unidos es la única potencia moderna que no ha sufrido una ocupación extranjera —al contrario que China, India, dominada por la corona británica, la Unión Soviética, Alemania, Japón o Francia— ni una serie continuada de ataques militares a su territorio —tal como Reino Unido durante la Segunda Guerra Mundial o mismamente Francia antes y durante el desembarco de Normandía—. Su único ataque militar lo sufrió el 7 de enero de 1941, en Pearl Harbor, el que deparó su entrada en La Segunda Guerra Mundial, de la cual salió reforzada como la nueva gran potencia capitalista, sustituyendo a la británica. Desde entonces parece que Estados Unidos quiere llevar su ideología y sus marcas al resto del mundo, obtener recursos y controlarlos, escudándose tras el abstracto “libertad” —en palabras del senador Irving: <<como impulsor de la justicia y la rectitud>>—, pero sin contar con las ideas de aquellos a los que impone su política, incluso apoyando, aupando o deponiendo a sus gobernantes. La historia aún recuerda muchos de esos manejos, solo basta buscarlos, pero la postura del senador republicano Jesper Irving (Tom Cruise) apela al presente, rechaza mirar ese pasado del que le habla la periodista Jannine Roth (Meryl Streep), a quien, por su ideología liberal de izquierdas, quiere convencer porque tenerla de su parte eliminaría cualquier duda, respecto a su política, por parte de la opinión pública. En todo esto, la meta no difiere de la perseguida por anteriores imperios que se expandían y ocupaban territorios en busca de aumentar su poder y su economía…


Durante el siglo XX, ese movimiento imperialista estadounidense tuvo su reflejo antagónico en el practicado por la Unión Soviética en sus países satélites. Pero desaparecido el imperio soviético en 1991, el enemigo a señalar se había difuminado, ya podía ser cualquiera o ninguno, pero era inevitable encontrar alguno. Uno de ellos fue un aliado cuyo comportamiento disgustó cuando invadió Kuwait en 1990; estaba claro que eso no se podía permitir, no por la invasión de un estado soberano, sino por la situación estratégica y su principal materia prima: el petróleo. Esta invasión por parte del líder iraquí era injustificable, pero también los crímenes cometidos por su régimen cuando todavía era amigo, cuando se dedicaba a acabar con parte de la población de su país, el que gobernaba dictatorialmente porque la política estadounidense lo quiso ahí, y nadie de fuera decía nada —obviamente, en un régimen totalitario como aquel iraquí, dentro, tampoco—. Era su aliado, hasta que se le fue de las manos y desafió a quien no debía.


Tras la guerra del golfo, Saddam continuó en el poder, puesto que todavía podía ser útil; mas no resultó así y hubo que deponerlo de una vez por todas. Así que en 2003, apenas una década después de la guerra liderada por George Bush, padre, el hijo, W., tuvo la suya en el mismo lugar que su progenitor y, para ello, necesitaba una justificación, su propia casus belli. La suya fue la supuesta tenencia iraquí de armas de destrucción masiva. Para tales justificaciones, la prensa resultaría determinante, puesto que la opinión pública —manejada por los medios— era la testigo de los hechos que había que legitimar de algún modo. De ahí que en el presente de Leones por corderos, con la guerra de Afganistán llamando a las puertas, el senador Irving conceda una entrevista a Janine Roth, a quien quiere venderle una realidad que justifique el intervencionismo bélico estadounidense en Oriente Medio, apelando a la guerra contra el terrorismo que se desata tras el 11 de septiembre de 2001. Esta fecha, clave en el devenir mundial, suena en el film en boca de varios personajes. Aquel trágico día, el mundo estaba del lado estadounidense, tal como Jannine le recuerda al senador, las naciones le ofrecían su pesar y las simpatías internacionales que se fueron dilapidando tras los hechos y las decisiones que fueron saliendo a la luz, algunas de las cuales han sido expuestas en el cine posterior, que se ha hecho eco de situaciones como la caza de terroristas, las instalaciones de Guantánamo o las intervenciones como la que cuánta Redford en el tercer espacio de su film: sobre el terreno, los soldados derribados y sitiados en algún punto de Afganistán, cuando en su despacho, el senador Irving habla de la guerra contra el terrorismo, la que afirma deben ganar a cualquier precio, una guerra en la que sus armas y su tecnología, también sus fuerzas especiales, se enfrentan, según afirma, a un enemigo que considera medieval y fácil de derrotar; algo similar debieron suponer aquellos que ocupaban cargos similares al suyo respecto a Vietnam…

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