domingo, 15 de mayo de 2011

Buñuel. Inicios


A estas alturas la genialidad de Luis Buñuel no es un tema que se discuta en ámbitos cinematográficos, aunque si se debate sobre sus películas allí donde se proyectan. Buñuel, nacido en 1900, en la localidad aragonesa de Calanda, pasó su infancia en Zaragoza. En sus memorias, Mi último suspiro, el cineasta recordaba aquellos años como una extensión de la Edad Media, sin cambios en una sociedad conservadora marcada por las costumbres heredadas. Este hombre de origen acomodado, culto, bromista y comprometido con su pensamiento, sintió la necesidad de conocer algo más que aquella Zaragoza tradicional donde vivió sus primeros años. En 1917, tras su paso por los jesuitas en la capital maña, viajó a Madrid para cursar la carrera de Ingeniería, aunque finalmente se licenció en Filosofía y Letras. Pero más que sus estudios, que poco le importaban, lo que marcó aquellos años de mocedad fue su contacto con jóvenes que, al igual que él, se alojaban en la residencia de estudiantes. Allí trabó amistad con Salvador Dalí, Rafael Alberti y Federico García Lorca. En su compañía frecuentaba cines —<<íbamos mucho al cine, para reírnos de Keaton, Ben Turpin, Ambrosio>>(1)—, cafés y bares donde se reunía lo más selecto del Madrid cultural de la época, para charlar y debatir sobre cuestiones literarias y artísticas. Por aquel entonces también conoció a autores de renombre como Ramón Gómez de la Serna, Eugenio d'Ors o Valle-Inclán. Pero las inquietudes de Buñuel generaron su deseo de conocer otras perspectivas y otros lugares, así que en 1925 aprovechó la primera oportunidad que se le presentó y se trasladó a París, la capital cultural europea de la época.


En sus memorias, recordaba que se divertía leyendo el humor poético del surrealista Benjamin Péret, quien también le llamó la atención a través de una fotografía, publicada en la revista La Révolution surréaliste, en la que se le veía insultando a un cura. Por entonces, ya estaba en la capital francesa, y allí se produjo su contacto con los surrealistas. Entre otros, coincidió con los escritores André Breton, Paul ÉluardLouis Aragon y con los pintores Max Ernst, MagritteTanguy y Dalí, a quien el propio Buñuel introdujo en el grupo. Estos inconformistas pretendían un cambio radical en el entorno, rompiendo (simbólica y literalmente) con lo establecido, por ello, una de sus características consistía en realizar actos fuera de lo considerado normal o correcto. Era una forma de sentir y de disentir, y Buñuel encajaba al tiempo que iba por libre. En París, también acudió a las salas de proyección, colaboraba como crítico cinematográfico en varios medios, y fue entonces cuando, viendo Las tres luces (Der mude Töd, Fritz Lang, 1921), supo que quería dedicarse al cine, no por la calidad de la película, sino por la aparición de la muerte en la pantalla y las posibilidades que se presentaban ante él. Observando el film vivió lo que llamó <<una revelación>>, es decir, descubrió que el cine le ofrecía un medio para dar forma y expresión a sus gustos y fobias, a la ensoñación, a su humor y al misterio sin respuesta. De modo que intentó iniciarse en el mundillo, y lo hizo participando como ayudante y figurante en un par de películas de Jean Epstein. No fue hasta 1928 cuando, gracias al dinero aportado por su madre, dirigió su primera película. Según palabras del propio cineasta, Un perro andaluz (Un chien andalou, 1929), cortometraje que escribió con Dalí, surgió del cruce de dos sueños, el suyo y el del pintor: <<Dalí me dijo: “Yo anoche soñé con hormigas que pululaban en mi mano.” Y yo: “Hombre, pues yo he soñado que le cortaba el ojo a alguien.” En seis días escribimos el guion.>>(2) Tras su estreno, la película, que ofrecía nuevas concepciones de ver el cine, se convirtió en estandarte del surrealismo cinematográfico. La buena acogida de su ópera prima posibilitó su siguiente rodaje, La edad de oro (1930), largometraje transgresor, surrealista y crítico con la sociedad burguesa y sus pilares sociales, lo que deparó el consiguiente escándalo y la prohibición del film; pero en ese momento el director se encontraba al otro lado del Atlántico. 


En 1930 el realizador aragonés aceptó una invitación de la MGM y partió hacia Hollywood, donde coincidió con los españoles Edgar Neville, Tono o Ugarte, y conoció a cineastas consagrados como Charles Chaplin, Jacques FeyderSergei Eisenstein. Su primera estancia en suelo americano fue breve y regresó a España, donde, gracias al dinero que le tocó a su amigo anarquista Ramón Acín en la lotería —suena un tanto surrealista, ¿no?—, rodó el documental Las Hurdes, tierra sin pan (1932). En esta producción, que algunos acusaron de manipuladora, el responsable de Viridiana filmó la miseria de la comarca extremeña y, tras su estreno, fue prohibido por el gobierno de la República (al parecer el motivo fue la mala imagen que mostraba del país). Durante los años que precedieron a la Guerra Civil, Buñuel vivió en Madrid, dedicándose a producir varios largometrajes en los que, por petición expresa, su intervención no fue acreditada. Pero, al igual que sucedió con otros millones de españoles y españolas, un mal día de 1936 el director se despertó en medio de un conflicto civil que enfrentó y desangró al país. Hacia el final de la contienda fue enviado a París como responsable del departamento de propaganda de la República, posición que le llevó a cruzar el charco una vez más. Tras unos meses de estancia en Hollywood se trasladó a Nueva York, donde por fin encontró trabajo, como responsable del Comité para Asuntos Interamericanos en el museo de Arte Moderno, pero, como consecuencia de las presiones generadas por su supuesto ateísmo, el cineasta tuvo que dimitir y de nuevo se encontró sin opciones y sin más rumbo que dirigirse a Los Ángeles, donde residió hasta que el destino llamó a su puerta y lo condujo a México.



Retrato de Luis Buñuel, pintado por Salvador Dalí.

(1)(2) Tomás Pérez Turrent y José de la Colina: Buñuel por Buñuel. Entrevistas y Conversaciones. Plot Ediciones, Madrid, 1993.

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