domingo, 28 de septiembre de 2025

Charulata. La esposa solitaria (1964)


Cada semana, las plataformas estrenan cientos de películas que se igualan en el desinterés que generan en un público mínimamente exigente, aquel que busque algo más que imagen, ruido, repetición, estereotipo. Hoy vende un cine carente de humanismo y de emociones veraces. No se engañen, antes también. Esto no quiere decir que no exista o no existiera, ni que no se haga ni se hiciera, solo que ahora hay que buscarlo en los márgenes, o en sitios especializados, cuando antes, aunque a cuenta gotas, se colaban dentro del sistema industrial: Victor Sjöström, Charles Chaplin, Frank Borzage, King Vidor, John Ford, Jean Renoir, Akira Kurosawa y tantos otros exhibían sus películas y campaban a sus anchas en las mejores salas de cine. Tal vez siempre fuese así, aunque ahora a cualquier cosa comercial que parezca salirse de la norma se la considere una obra maestra, que son las menos y muchas de las consideradas como tal, lo son por su popularidad y no por su calidad. En todo caso, el tipo de cine, veraz, emocional y humano que me llama, sucede en la obra cinematográfica de realizadores como los arriba nombrados y otros como Max Ophüls, Yasujiro Ozu, Preston Sturges, Roberto Rossellini, Vittorio De Sica y Cesare Zavattini, Jacques Tati, Marco Ferreri, Berlanga o Satyajit Ray, en cuyas películas se equilibra cine, sentimiento, humanidad, sensibilidad, poesía, contemplación, musicalidad al tiempo que nos acerca a una cultura lejana para nosotros (para él, cercana), a menudo ignorada y desconocida fuera de la India. Puede sonar presuntuoso decir esto acerca de Ray, pero basta ver sus películas para encontrar en ellas algo más que cultura india o un estilo cinematográfico reconocible en el que la música juega un papel principal. Se encuentran en ella sus influencias, las autóctonas (Tagore) y las foráneas (Beethoven, Chejov, Renoir u Ozu), su talento y, sobre todo, su visión, interpretación y sentir su mundo, aquel que conoce y desvela en la pantalla en la que se proyecten, por ejemplo, La canción del camino (Pather Panchali, 1955), El salón de música (Jalsaghar, 1958), La diosa (Devi, 1960) o Charulata (1964). Basada en el relato Nastaneer de Rabindranath Tagore, una de las grandes influencias de Ray, Charulata apenas habla, contempla, aunque exprese magistralmente el sentir y el ambiente de su protagonista: la mujer invisible —esto queda claro al inicio, en su relación marital—, la heroína ninguneada por la sociedad india, la solo vista y atendida cuando son de otros las necesidades a atender o las ideas a desarrollar. ¿Qué vida es la suya, si es que le pertenece? ¿Qué significa ser mujer y esposa en un mundo todavía anclado en la tradición? ¿Y sus necesidades y sus deseos? Acaso ¿sus sueños y sus sentimientos no cuentan? Ray lo muestra en este exquisito y sensible drama en el que ella se encuentra atrapada entre su marido y Amal, a quien el primero encarga que la guíe hacia la literatura, porque cree ver en ella posibilidades, mas le dice que ella no se dé cuenta, lo que ya apunta la situación femenina dentro de la sociedad india, una sociedad basada ya no en la desigualdad de la mujer y el hombre, sino también en la de castas. Si no el primero, Ray fue de los primeros cineasta indios en expresar en la pantalla la situación de la mujer y de apostar por su emancipación. Ya lo había hecho en La gran ciudad (Mahanagar, 1963) y volvía a hacerlo en este drama en el que su protagonista se enamora del joven con quien comparte su arte y su tiempo…



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