<<El papel de dirigir abarca la preparación de los actores, los cámaras, la grabación de sonido, la dirección artística, la música, el montaje, el doblaje y la mezcla de sonidos. Aunque se pueda pensar que son ocupaciones distintas, yo no las considero independientes. Veo que todas ellas se combinan bajo la dirección>>1
Akira Kurosawa
Hubo voces que señalaron a Akira Kurosawa como el más occidental de los cineastas de su país, aunque esto apunta tanta validez como ninguna. Lo cierto, en mi caso, es que su cine fue una de las inspiraciones que me animó a escribir Sakura (la flor del cerezo) y, agradecido por los grandes momentos que sus películas me habían regalado, decidí bautizar a uno de los personajes de la novela como Akirosawa. No considero necesario explicar la combinación que dio pie al antropónimo, como tampoco creo que a estas alturas alguien dude del talento del realizador, de la maestría que se percibe en sus películas, muchas de las cuales, no sin motivo, se consideran y son obras cumbre del cine. Pero antes de convertirse en maestro cinematográfico, Kurosawa fue alumno y, como tal, tuvo su periodo de aprendizaje, quizá más breve de lo habitual por entonces. No fue en una escuela, fue en el estudio P.C.L. (posteriormente renombrado Toho) donde entró a trabajar en el año 1936. Sus primeros pasos lo posicionaron como tercer ayudante de Kajiro Yamamoto, uno de los directores más afamados del Japón de la época. Un año después, debido al alistamiento de los otros dos ayudantes de Yamamoto, Senkichi Taniguchi e Ishiro Honda, el joven asistente promocionó a primer ayudante. Fue un salto inesperado en la cadena, que resultó determinante para su debut en la realización en 1943, tras haber colaborado en varios guiones que otros llevaron a la pantalla. Gracias a la excelente acogida de La leyenda del gran Judo, se ganó la confianza de los directivos del estudio y tuvo acceso a una segunda película, luego a una tercera y, aunque no sin problemas, sobre todo a partir de la década de 1960, fue rodando una tras otra hasta alcanzar los treinta y un títulos que conforman su brillante filmografía. Junto a Kenji Mizoguchi, Yasujiro Ozu o Mikio Naruse, a quienes no duda en nombrar entre sus maestros en sus memorias, se le considera uno de los grandes del cine nipón de todos los tiempos, siendo quizá el más internacional de todos ellos; entendido esto, por el que más ha influenciado fuera de su país. Directores como Sergio Leone, Martin Ritt, John Sturges, Francis Ford Coppola, Martin Scorsese o George Lucas, entre otros muchos cineastas de diversas nacionalidades, descubrieron en el cine del japonés aspectos que llamaron su atención; encontraron de un modo u otro inspiración en Kurosawa. Durante la primera mitad del siglo XX, el cine japonés apenas se conocía fuera de sus fronteras, aunque dicho desconocimiento empezó a remitir en 1950, cuando el nombre de Kurosawa se dio a conocer internacionalmente en Venecia, donde se premió con el León de Oro a Rashomon. La original historia de un juicio, visto desde las perspectivas de cuatro testigos, y considerada una de las primera producciones judiciales de la historia, también recibió el mediático Oscar a la mejor película de habla no inglesa; premio que el realizador volvería a lograr con Dersu Uzala (1975), emotiva historia de amistad entre el cazador que da título al film y el capitán e ingeniero del ejército ruso que descubre en Dersu un armonioso equilibrio entre su humanidad y la naturaleza donde ambos se encuentran. Pero la grandeza de su obra no reside en los premios recibidos, estos solo son parte del negocio del espectáculo, su grandeza reside en las imágenes que dan forma a Yojimbo, Los siete samuráis, Trono de sangre, La fortaleza escondida, El perro rabioso, El infierno del odio, Vivir, Kagemusha o Ran (por no citar toda su filmografía), títulos sobresalientes que lo posicionan en un lugar destacado dentro de la historia del cine mundial. Pero, antes de alcanzar su plenitud como cineasta, Kurosawa había dado muestras de su talento en La leyenda del gran Judo, Los hombres que pisan la cola del tigre o El ángel ebrio, en la que dirigió por primera vez a Toshiro Mifune. Con el famoso actor trabajó en dieciséis películas, siendo su último trabajo juntos Barbarroja (1965), magistral drama que marca un punto y aparte en la carrera del cineasta. El cine había cambiado, los gustos también, entre la televisión y la nuevas generaciones, tanto de público como de realizadores, la posición de los veteranos directores, Kurosawa incluido, se encontraba ante una encrucijada. Además, cualquier proyecto que emprendía parecía condenado a sufrir un revés. La cancelación de su primer proyecto internacional, Runaway train -años después sería realizado por Andrei Konchalovsky-, su salida de la superproducción Tora! Tora! Tora! o el fracaso de Dodes'ka-den, el film con el que se pretendía asentar la productora "Los cuatro caballeros", creada en compañía de los también imprescindibles Masaki Kobayashi, Kon Ichikawa y Keisuke Kinoshita, fueron algunas de las causas que le mermaron el ánimo y produjeron la depresión que le llevó a su intento de suicidio. Los años setenta no fueron fáciles. Había pasado de ser el director de mayor renombre y el más poderoso de la industria japonesa a ser relegado al olvido. No obstante, cual ave fénix, Kurosawa renació de sus ceniza y aceptó una propuesta soviética que lo llevó a rodar otra de sus obras maestras. Pero, a pesar de premios y, sobre todo, de la sensibilidad, humanidad y calidad que atesoran las imágenes de Dersu Uzala, el cineasta no lo tuvo fácil para conseguir financiación para su siguiente proyecto. Tuvo que esperar cinco años, y Kagemusha fue posible gracias al respaldo de los influyentes directores estadounidenses George Lucas y Francis Ford Coppola, que le ayudaron a financiar el film. Finalmente, la película se alzó con la Palma de Oro en Cannes y puso a Kurosawa en el lugar que le correspondía: en lo más alto del panorama cinematográfico internacional. Su energía estaba intacta, como confirmó en Ran, su excelente y espectacular fresco épico inspirado en El rey Lear. Fue su última gran superproducción, su despedida de la épica y del cine de samuráis que aún hoy se disfrutan sin que hayan perdido ni un ápice de su encanto. Y ya en sus últimos años detrás de las cámaras, sus films se descubren más reflexivos e intimistas. Tal es la sensación que producen Sueños, Rapsodia en agosto y Madadayo, que nos ofrecen a un Kurosawa distinto, quizá sosegado, quizá consciente de que el tiempo ni juega a favor ni en contra, sencillamente nos ignora y, en su ignorancia, continua caminando...
Akira Kurosawa
Hubo voces que señalaron a Akira Kurosawa como el más occidental de los cineastas de su país, aunque esto apunta tanta validez como ninguna. Lo cierto, en mi caso, es que su cine fue una de las inspiraciones que me animó a escribir Sakura (la flor del cerezo) y, agradecido por los grandes momentos que sus películas me habían regalado, decidí bautizar a uno de los personajes de la novela como Akirosawa. No considero necesario explicar la combinación que dio pie al antropónimo, como tampoco creo que a estas alturas alguien dude del talento del realizador, de la maestría que se percibe en sus películas, muchas de las cuales, no sin motivo, se consideran y son obras cumbre del cine. Pero antes de convertirse en maestro cinematográfico, Kurosawa fue alumno y, como tal, tuvo su periodo de aprendizaje, quizá más breve de lo habitual por entonces. No fue en una escuela, fue en el estudio P.C.L. (posteriormente renombrado Toho) donde entró a trabajar en el año 1936. Sus primeros pasos lo posicionaron como tercer ayudante de Kajiro Yamamoto, uno de los directores más afamados del Japón de la época. Un año después, debido al alistamiento de los otros dos ayudantes de Yamamoto, Senkichi Taniguchi e Ishiro Honda, el joven asistente promocionó a primer ayudante. Fue un salto inesperado en la cadena, que resultó determinante para su debut en la realización en 1943, tras haber colaborado en varios guiones que otros llevaron a la pantalla. Gracias a la excelente acogida de La leyenda del gran Judo, se ganó la confianza de los directivos del estudio y tuvo acceso a una segunda película, luego a una tercera y, aunque no sin problemas, sobre todo a partir de la década de 1960, fue rodando una tras otra hasta alcanzar los treinta y un títulos que conforman su brillante filmografía. Junto a Kenji Mizoguchi, Yasujiro Ozu o Mikio Naruse, a quienes no duda en nombrar entre sus maestros en sus memorias, se le considera uno de los grandes del cine nipón de todos los tiempos, siendo quizá el más internacional de todos ellos; entendido esto, por el que más ha influenciado fuera de su país. Directores como Sergio Leone, Martin Ritt, John Sturges, Francis Ford Coppola, Martin Scorsese o George Lucas, entre otros muchos cineastas de diversas nacionalidades, descubrieron en el cine del japonés aspectos que llamaron su atención; encontraron de un modo u otro inspiración en Kurosawa. Durante la primera mitad del siglo XX, el cine japonés apenas se conocía fuera de sus fronteras, aunque dicho desconocimiento empezó a remitir en 1950, cuando el nombre de Kurosawa se dio a conocer internacionalmente en Venecia, donde se premió con el León de Oro a Rashomon. La original historia de un juicio, visto desde las perspectivas de cuatro testigos, y considerada una de las primera producciones judiciales de la historia, también recibió el mediático Oscar a la mejor película de habla no inglesa; premio que el realizador volvería a lograr con Dersu Uzala (1975), emotiva historia de amistad entre el cazador que da título al film y el capitán e ingeniero del ejército ruso que descubre en Dersu un armonioso equilibrio entre su humanidad y la naturaleza donde ambos se encuentran. Pero la grandeza de su obra no reside en los premios recibidos, estos solo son parte del negocio del espectáculo, su grandeza reside en las imágenes que dan forma a Yojimbo, Los siete samuráis, Trono de sangre, La fortaleza escondida, El perro rabioso, El infierno del odio, Vivir, Kagemusha o Ran (por no citar toda su filmografía), títulos sobresalientes que lo posicionan en un lugar destacado dentro de la historia del cine mundial. Pero, antes de alcanzar su plenitud como cineasta, Kurosawa había dado muestras de su talento en La leyenda del gran Judo, Los hombres que pisan la cola del tigre o El ángel ebrio, en la que dirigió por primera vez a Toshiro Mifune. Con el famoso actor trabajó en dieciséis películas, siendo su último trabajo juntos Barbarroja (1965), magistral drama que marca un punto y aparte en la carrera del cineasta. El cine había cambiado, los gustos también, entre la televisión y la nuevas generaciones, tanto de público como de realizadores, la posición de los veteranos directores, Kurosawa incluido, se encontraba ante una encrucijada. Además, cualquier proyecto que emprendía parecía condenado a sufrir un revés. La cancelación de su primer proyecto internacional, Runaway train -años después sería realizado por Andrei Konchalovsky-, su salida de la superproducción Tora! Tora! Tora! o el fracaso de Dodes'ka-den, el film con el que se pretendía asentar la productora "Los cuatro caballeros", creada en compañía de los también imprescindibles Masaki Kobayashi, Kon Ichikawa y Keisuke Kinoshita, fueron algunas de las causas que le mermaron el ánimo y produjeron la depresión que le llevó a su intento de suicidio. Los años setenta no fueron fáciles. Había pasado de ser el director de mayor renombre y el más poderoso de la industria japonesa a ser relegado al olvido. No obstante, cual ave fénix, Kurosawa renació de sus ceniza y aceptó una propuesta soviética que lo llevó a rodar otra de sus obras maestras. Pero, a pesar de premios y, sobre todo, de la sensibilidad, humanidad y calidad que atesoran las imágenes de Dersu Uzala, el cineasta no lo tuvo fácil para conseguir financiación para su siguiente proyecto. Tuvo que esperar cinco años, y Kagemusha fue posible gracias al respaldo de los influyentes directores estadounidenses George Lucas y Francis Ford Coppola, que le ayudaron a financiar el film. Finalmente, la película se alzó con la Palma de Oro en Cannes y puso a Kurosawa en el lugar que le correspondía: en lo más alto del panorama cinematográfico internacional. Su energía estaba intacta, como confirmó en Ran, su excelente y espectacular fresco épico inspirado en El rey Lear. Fue su última gran superproducción, su despedida de la épica y del cine de samuráis que aún hoy se disfrutan sin que hayan perdido ni un ápice de su encanto. Y ya en sus últimos años detrás de las cámaras, sus films se descubren más reflexivos e intimistas. Tal es la sensación que producen Sueños, Rapsodia en agosto y Madadayo, que nos ofrecen a un Kurosawa distinto, quizá sosegado, quizá consciente de que el tiempo ni juega a favor ni en contra, sencillamente nos ignora y, en su ignorancia, continua caminando...
Filmografía como director
La leyenda del gran judo (1943)
Lo más hermoso (1944)
La nueva leyenda del gran judo (1945)
Lo más hermoso (1944)
La nueva leyenda del gran judo (1945)
Los hombres que caminan sobre la cola del tigre (1945)
Los constructores del mañana (1946)
Los constructores del mañana (1946)
No añoro mi juventud (1946)
Un domingo maravilloso (1947)
Un domingo maravilloso (1947)
El ángel ebrio (1948)
El duelo silencioso (1949)
El duelo silencioso (1949)
Perro rabioso (1949)
Escándalo (1950)
Escándalo (1950)
Vivir (1952)
Los siete samuráis (1954)
Notas de un ser vivo (1955)
Notas de un ser vivo (1955)
Trono de sangre (1957)
Los bajos fondos (1957)
Los bajos fondos (1957)
La fortaleza escondida (1958)
Los canallas duermen en paz (1960)
Yojimbo (1961)
Sanjuro (1962)
El infierno del odio (1963)
Barbarroja (1965)
Dodeskaden (1970)
Dersu Uzala (1975)
Kagemusha (1980)
Ran (1985)
Sueños (Los sueños de Akira Kurosawa) (1990)
Rapsodia en agosto (1991)
Madadayo (1993)
Rapsodia en agosto (1991)
Madadayo (1993)
1.Kurosawa, A: Autobiografía (o algo parecido) (traducción Raquel Moya). Fundamentos, Madrid, 1990
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