Rapsodia en Agosto (1991)
En su última etapa como cineasta, la que abarca Sueños (Yume, 1990), Rapsodia en Agosto (Hachigatsu no Rapusodi, 1991) y Madadayo (1993), Akira Kurosawa se mostró más introspectivo, más calmado en cuanto a su exposición de inquietudes propias y aquellas que se agudizan con el paso de los años. En la primavera-verano de 1990, el realizador japonés filmaba Rapsodia en Agosto e iban a cumplirse cuarenta y cinco años desde los lanzamientos de las bombas atómicas sobre Hiroshima (el 6 de agosto) y sobre Nagasaki (el 9 de agosto) y del final de una guerra que había devastado la mayoría de los países que se vieron envuelta en ella. En aquel remoto pasado para quienes no lo vivieron, o eran demasiado jóvenes para recordarlo, la irá de los primeros artefactos atómicos, sus secuelas físicas y psicológicas, solo formaban parte de la realidad histórica del país. Para Kurosawa, como para cualquier japonés que vivió aquella época, las explosiones se grabaron en su memoria, también el peligro que implicaba el desarrollo del armamento atómico y nuclear que se produjo a continuación, como evidencia en su magistral, aunque desconocida, Notas de un ser vivo (Ikimono no Kiroku, 1955), en la que un hombre teme un ataque en el que ninguno de sus familiares cree. Dicho individuo vive hacia el futuro, un tiempo a todas luces terrible para él, pues está convencido de que el fin del mundo se aproxima, aunque lo que se confirma es su inevitable distanciamiento familiar. La protagonista de Rapsodia en agosto no mira hacia el porvenir, sino hacia el presente (agosto de 1990) que comparte con sus cuatro nietos y, en su compañía, revive parte de su pasado, aquel que conocemos a través de sus silencios, de sus vivencias y de las historias que comparte con sus nietos, inicialmente respetuosos y joviales, pero distantes respecto a las costumbres de la anciana. Como consecuencia del acercamiento entre las dos edades opuestas en la relación, los fantasmas de los seres queridos y ausentes regresan tras recibir una carta de su hermano mayor, a quien no recuerda y quien le pide que acuda a verla a Hawaii. Y regresan porque los niños le insisten en emprender el viaje y esto implica el esfuerzo de Kane (Sachiko Murase) por recuperar la imagen de aquel hermano que abandonó Japón en 1920, cuando ella era solo una niña. Su memoria no tiene la finalidad de retratar el horror que ella experimentó en 1945, sino el recordar a sus hermanos (al menos once) a esa nueva generación que desconoce el pasado, o que apenas puede comprenderlo hasta que se produce el contacto con la abuela. Pero inevitablemente entre las historias que cuenta a sus impresionables nietos, también se cuela la de aquella terrible explosión que ella recuerda en forma de ojo luminoso, un ojo que acabó con la vida de su marido. No obstante, aunque hubo quien así lo creyó, Rapsodia en agosto ni pretende moralizar ni buscar culpables en las nacionalidades, pues solo <<la guerra tiene la culpa>>, como dice la protagonista. La intención del cineasta es la de humanizar relaciones, las cuales nos llegan creíbles y cargadas de emoción contenida. De hecho, el film es un acercamiento familiar entre los nietos, la anciana y posteriormente Clark (Richard Gere), su sobrino medio estadounidense, un acercamiento en el que los padres de los niños no tienen cabida debido a su pensamiento materialista, aquel que solo contempla la fortuna de la rama familiar estadounidense. Y si algo señala, es eso, el materialismo y la mezquindad, pero lo que se imponen a lo largo del metraje son el humanismo y la sensibilidad de Kurosawa, presentes desde siempre en su cine, en obras magnas como Vivir (Ikiru, 1952), Barbarroja (Akahige, 1965) o Dersu Uzala (1975), y también en esta pequeña gran historia de ritmo pausado sobre la familia (tema que le acerca más que nunca a Ozu), sus nexos y sus diferencias, sobre la predilección del realizador por sus personajes desinteresados y sinceros (los niños, la abuela o el sobrino americano) y su rechazo a la mezquindad que caracteriza a los mayores cuando solo ven en la anciana la excusa que les permitiría acercarse a la riqueza de sus parientes hawaiianos.
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