Lo mejor de Fleischer lo encontramos en sus producciones donde la violencia verbal y física forman parte del entorno y sobre todo de los personajes, sea por cuestiones psicológicas o por cuestiones inherentes a la situación que les afecta. Una excelente muestra de lo escrito es The Narrow Margin (1952), una de sus mejores películas anteriores a su adaptación de la novela de Julio Verne para los estudios Walt Disney. Tendría que remontarme al Alfred Hitchcock de Alarma en el expreso (The Lady Vanishes, 1938) para encontrar una intriga tan entretenida desarrollada en el interior de un tren, aunque posea tres momentos fuera del transporte: al inicio, hacia la mitad del film y al final. Todo lo demás sucede en el interior de los vagones que viajan de Chicago a Los Ángeles, por los pasillos, compartimentos, aseos o el coche restaurante. El desarrollo en espacio cerrado de The Narrow Margin no resta agilidad ni elimina la constante sensación de movimiento del film, al contrario, es una de sus grandes y mejores bazas, y esto se debe a la pericia de Fleischer tras la cámara, a como maneja con brillantez las limitaciones espaciales del decorado, los encuadres de la cámara, las confusas identidades de los personajes y la acotación temporal de la acción (que se desarrolla en unas pocas horas), intensificando la amenaza adquirida por el tiempo desde el inicio nocturno de la película, un tiempo que se echa encima de perseguidores y perseguidos. Salvo en los breves momentos que el detective Brown (Charles McGraw) comparte con Anne Sinclair (Jacqueline White) y con el hijo de esta en el vagón restaurante o en la parada intermedia, los personajes viven en constante tensión y, ya desde su inicio en la nocturnidad de Chicago en la que se descubre a Brown y a su compañero Gus Forbes (Don Beddoe) hasta la conclusión del metraje, cuanto muestra la cámara denota la situación límite en la que viven sus protagonistas. Esta sensación aumenta la del peligro que se cierne sobre Brown y la testigo (Marie Windsor) que solo uno de los policías podrá trasladar hasta el tribunal californiano donde se espera que declare y entregue la lista de los miembros de la organización a la que pertenecía su marido. Para completar su misión con éxito, Brown comprende que debe mantenerla oculta, pues los matones no tienen su descripción, de modo que decide jugar al escondite con sus perseguidores. Oculta a la mujer, a quien protege aunque en todo momento la rechaza, porque nada de lo que observa en ella le genera simpatía. En su compañía o en sus encuentros con los matones, el policía se muestra violento, siempre en guardia, sin embargo su comportamiento se relaja en presencia de Ann Sinclair. Durante esos instantes baja la guardia y no se platea el peligro que supone que la vean con él, pues dicha posibilidad no entra dentro del pensamiento del agente, incapaz asociar la imagen idealizada de Ann con la amenaza que los acecha.
jueves, 1 de noviembre de 2018
The Narrow Margin (1952)
Lo mejor de Fleischer lo encontramos en sus producciones donde la violencia verbal y física forman parte del entorno y sobre todo de los personajes, sea por cuestiones psicológicas o por cuestiones inherentes a la situación que les afecta. Una excelente muestra de lo escrito es The Narrow Margin (1952), una de sus mejores películas anteriores a su adaptación de la novela de Julio Verne para los estudios Walt Disney. Tendría que remontarme al Alfred Hitchcock de Alarma en el expreso (The Lady Vanishes, 1938) para encontrar una intriga tan entretenida desarrollada en el interior de un tren, aunque posea tres momentos fuera del transporte: al inicio, hacia la mitad del film y al final. Todo lo demás sucede en el interior de los vagones que viajan de Chicago a Los Ángeles, por los pasillos, compartimentos, aseos o el coche restaurante. El desarrollo en espacio cerrado de The Narrow Margin no resta agilidad ni elimina la constante sensación de movimiento del film, al contrario, es una de sus grandes y mejores bazas, y esto se debe a la pericia de Fleischer tras la cámara, a como maneja con brillantez las limitaciones espaciales del decorado, los encuadres de la cámara, las confusas identidades de los personajes y la acotación temporal de la acción (que se desarrolla en unas pocas horas), intensificando la amenaza adquirida por el tiempo desde el inicio nocturno de la película, un tiempo que se echa encima de perseguidores y perseguidos. Salvo en los breves momentos que el detective Brown (Charles McGraw) comparte con Anne Sinclair (Jacqueline White) y con el hijo de esta en el vagón restaurante o en la parada intermedia, los personajes viven en constante tensión y, ya desde su inicio en la nocturnidad de Chicago en la que se descubre a Brown y a su compañero Gus Forbes (Don Beddoe) hasta la conclusión del metraje, cuanto muestra la cámara denota la situación límite en la que viven sus protagonistas. Esta sensación aumenta la del peligro que se cierne sobre Brown y la testigo (Marie Windsor) que solo uno de los policías podrá trasladar hasta el tribunal californiano donde se espera que declare y entregue la lista de los miembros de la organización a la que pertenecía su marido. Para completar su misión con éxito, Brown comprende que debe mantenerla oculta, pues los matones no tienen su descripción, de modo que decide jugar al escondite con sus perseguidores. Oculta a la mujer, a quien protege aunque en todo momento la rechaza, porque nada de lo que observa en ella le genera simpatía. En su compañía o en sus encuentros con los matones, el policía se muestra violento, siempre en guardia, sin embargo su comportamiento se relaja en presencia de Ann Sinclair. Durante esos instantes baja la guardia y no se platea el peligro que supone que la vean con él, pues dicha posibilidad no entra dentro del pensamiento del agente, incapaz asociar la imagen idealizada de Ann con la amenaza que los acecha.
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