Banda aparte (1964)
Para lo bueno y para lo malo, Godard es Godard. Dicho así, esta afirmación parece una simpleza, pero no por ello deja de ser una de las realidades del cine de un cineasta que se erige en dios-creador de sus películas, consciente y consecuente con su necesidad-intención de realizar algo distinto a lo ya hecho. Pero esta intención creadora precipita su lado menos vistoso, aquel que nos recuerda constantemente que su cine es primero para él, después para él y por último para el resto de los mortales, un cine que nos remite a la búsqueda de su verdad cinematográfica, a su compromiso, el cual se agudizaría con el paso de los títulos (sobre todo a partir de 1968), y quizá a su convencimiento de ser indispensable en la evolución y supervivencia del cine. Las películas de Jean-Luc Godard son rupturistas incluso entre sí, y esto provoca que algunas resulten forzadas en su radicalidad. No es el caso de Banda aparte (Bande à part, 1964), una propuesta cinematográfica indispensable para comprender la evolución del cine del realizador y, ¿por qué no decirlo?, también del cine francés de la época. Lo que sí parece quedar claro a lo largo de su carrera es que, otra vez para bien y para mal, Godard ha sido sincero consigo mismo, con su manera de entender tanto su posición dentro del medio cinematográfico como su necesidad de ir a contracorriente, no por capricho, sino para liberar su cine de etiquetas genéricas y de cualquier convencionalismo que lo aleje de su constante por distanciarse del lenguaje narrativo común. Esto ha provocado en su obra aciertos y también desaciertos, al menos para quien redacta, y Banda aparte estaría incluida entre los primeros. Será por el humor que encierra, por su descaro, por su mayor accesibilidad o por la forma de narrar la no relación entre los tres personajes principales, un trío que remite al triángulo amoroso de Jules y Jim (Jules et Jim; François Truffaut, 1961), que Banda aparte es mucho más fácil de digerir que películas futuras en las que Godard iría evolucionando hacia el cineasta comprometido políticamente en ensayos fílmicos radicales de finales de la década de 1960, y hacia el cineasta que ya se lanzaría de lleno a su particular renovación del medio visual. Como en sus anteriores films, dicha constante de renovación, parte de la misma, ya se encuentra en la historia de Otile (Anna Karina), Arthur (Claude Brasseaur) y Franz (Sami Frey), tres jóvenes que comparten clases de inglés, pero también comparten momentos íntimos que anuncian la imposibilidad de la relación a tres bandas que el narrador, siempre irónico, quizá burlón, se niega a confirmar en los paréntesis que anuncia, como también la niegan las imágenes de un film que toma como excusa la supuesta atracción sexual-amorosa y el cine de atracos que Godard satiriza en las escenas finales. Pero el mayor acierto de Banda aparte lo encuentro en su falta de prejuicios a la hora de desarrollar su propuesta, que no busca el aplauso popular, aunque sea uno de sus films más comerciales, sino el enfrentamiento de las imágenes y de estas con aquello que escuchamos, e incluso con las omisiones y los silencios que nos exigen ponernos en el lugar de los protagonistas. A su manera, los tres se revelan (corren por el Louvre o asaltan la casa donde trabaja la ingenua Otile) como también lo hace el narrador, que no disimula su rechazo a los convencionalismos, al mal cine de atracos de serie B y a los finales felices de las novelas baratas, quizá porque ese narrador es el propio Godard rechazando la mediocridad, un Godard que en un momento determinado pone en boca del personaje de Anna Karina, la imagen femenina de su primera etapa, una frase que define uno de los porqués de su cruzada cinematográfica: <<todo lo que es nuevo se convierte irremediablemente en tradicional>>, y, definitivamente para bien o para mal, si de algo no se puede acusar al cine del realizador francés, es de ser tradicional ni convencional.
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