jueves, 29 de noviembre de 2018

Memorias del subdesarrollo (1968)


Similar a lo acontecido con el cine soviético de los primeros años, el cine cubano de la década de 1960 se encuentra estrechamente ligado a la necesidad de realizar un cine comprometido con la revolución y con revolucionar el propio cine, aunque la originalidad se hizo esperar, influenciado en un primer momento por el neorrealismo que se observa en los inicios de cineastas como 
Tomás Gutiérrez Alea; sin duda uno de los realizadores cubanos de mayor prestigio internacional y uno de los fundadores del ICAIC. Creado durante el año del triunfo revolucionario, el Instituto Cubano de Arte e Industria Cinematográficas asumía el control de la práctica totalidad de la producción cinematográfica de la isla caribeña, una producción que mayoritariamente se decantaba por unir el documental y la propaganda. Pero que esto no lleve a engaño, pues iría evolucionando y alcanzaría cotas elevadas en películas <<de superior interés y que revelan una prodigiosa madurez técnica>>.1 Entre estas últimas encontramos varias de Alea, cuyo doble compromiso (cinematográfico y revolucionario) se fusionan en sus mejores películas de los sesenta para dar testimonio crítico de los hechos vividos durante aquel periodo de desorientación, cambios e ilusiones, algunas de las cuales ya se habrían roto cuando realizó la kafkiana Muerte de un burócrata (1966), en la que satiriza la burocracia desde los títulos de crédito iniciales hasta su conclusión, y sobre todo en Memorias del subdesarrollo (1968), mezcla de documentos de archivo y de ficción, donde el realizador reflexiona sobre los primeros años de la revolución desde una postura partidista que no oculta ni pretende ocultar. <<Revindico para Memorias del subdesarrollo la condición de un cine partidista y militante dentro de la revolución, porque complejiza la apreciación sobre nuestra realidad en la medida que provoca en el espectador una necesidad de pensarla y cuestionarla, al mismo tiempo que se piensa y se cuestiona a uno mismo>>.2 Su "Revindico" nos confirma que, al menos, existen tres niveles significativos en Memorias del subdesarrollo (1968): el retrato de la época (desde el documento de un momento histórico concreto y de un lugar concreto), las reflexiones de Sergio (Sergio Corrieri) y aquellas que se producen en quienes escuchan los pensamientos del protagonista que deambula por un espacio-tiempo (pasado-presente cubano) que despierta su curiosidad y, finalmente, le confirma el subdesarrollo que observa allí donde mira y del cual nos habla. Dichos niveles se desarrollan con tal grado de uniformidad que equilibran la complejidad, reflexiva y crítica, propuesta por el cineasta cubano a través de su personaje principal, de sus relaciones con las mujeres, de sus análisis de los hechos de los que se mantiene al margen, mientras se evalúa a sí mismo, y de su imposibilidad de encontrar su lugar, como tampoco lo habría encontrado durante el pasado burgués que recuerda a lo largo del film, que encontró su inspiración literaria en el libro homónimo de Edmundo Desnoes. Comprendemos que se trata de un hombre lúcido, culto e introspectivo, pero también que es un vestigio del ayer que camina desorientado (y poco a poco decepcionado con aquello que descubre a su alrededor) por el presente de cambio e ilusiones que no han alejado al país del subdesarrollo del que no puede huir.


<<No entiendo nada. ¿Cómo se sale del subdesarrollo?>>, su incapacidad para darse una explicación define su postura dentro de un espacio que reconoce y desconoce a partes iguales, y donde permanece por curiosidad, él mismo así lo dice, y asume su función de testigo de la historia de un país que, al igual que él, busca reinventarse y empezar de cero. Nuestro encuentro con Sergio nos ubica en el periodo que comprende entre 1961 (cuando la revolución abraza públicamente el socialismo, quizá mejor decir el castrismo) y octubre de 1962 (cuando se produce la crisis de los misiles de octubre). Son dos momentos cruciales para la isla, porque entremedias se produce la salida masiva de cubanas y cubanos hacia Estados Unidos, el acercamiento del gobierno castrista a los soviéticos y el distanciamiento definitivo con sus vecinos del norte, momento este que cierra la reflexión de Sergio, cuya curiosidad azuza la del espectador, a quien convierte en testigo y en analista de los hechos que su mirada (la de
Gutiérrez Alea) vuelve hacia el pasado (la situación cubana previa, las vistas contra militantes del antiguo régimen, la relación del protagonista con su mujer y sus amigos o la visita a la casa de Hemingway), hacia el presente (la mesa redonda donde se evalúa la situación cubana, su relación Elena (Daisy Granados) y, a través de ella, con un mundo que desconoce y con el propio cine cubano) y por su situación respecto a sí mismo. Su doble mirada: retrospectiva e introspectiva nos permite contemplar su conformismo, que le ha llevado hacia el vacío que se acentúa en su comprensión de que es un paria, que lo fue y lo será, porque mientras perviva el subdesarrollo y la inconstancia tanto él como Cuba continuarán anclados, sin posibilidad de (r)evolución.


1.Román Gubern: Historia del Cine. Editorial Anagrama, Madrid, 2014.

2.Tomás Gutiérrez Alea. Citado en Garcia Borrero, J. A: Cine cubano de los sesenta: mito y realidad. Ocho y Medio, Libros de Cine y Festival Iberoamericano de Huelva, Madrid, 2007.

1 comentario:

  1. Tengo esta película en DVD que compré en Barcelona en la calle Tallers, para verla. Y más ahora después de tu crítica

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