jueves, 22 de noviembre de 2018

Sayat Nova. El color de la granada (1968)


La multiculturalidad que existía en la Unión Soviética, coexistencia de múltiples etnias y nacionalidades dentro de sus fronteras, explica parte del por qué resulta tan distinto el cine de realizadores contemporáneos entre sí como Eisenstein y Dovjenko o, más adelante en el tiempo, como Tarkovski, Shepitko o Paradjanov. Si el primero plantea un cine espiritual, pero comprensible, la segunda áspero y más terrenal e igualmente interpretable, el de Sergei Paradjanov me descoloca por su complejidad única. Esta dificultad se hace más fuerte en El color de la granada (Sayat Nova, 1968), una de las propuestas más radicales que he visto en pantalla. ¿Me gusta? No sabría decirlo o no podría, porque sus alegorías y sus simbolismos escapan a mi comprensión, limitada por mi desconocimiento de la cultura armenia y, previo al visionado de la película, por mi total ignorancia de la vida y obra del poeta y músico Sayat Nova. Pero, sobre todo, no podría porque es un film que me genera ideas enfrentadas, atracción por su osadía con las formas, de hecho ni siquiera Los corceles de fuego/Sombras de los antepasados olvidados (Tini zabutykh predkiv, 1965) resulta tan rupturista, y por su osadía visual, rechazo porque mi interpretación de la poética de Paradjanov me resulta insuficiente para conectar plenamente con las pinturas vivientes que se suceden en la pantalla. Por este motivo no voy a caer en la imprudencia de hablar de aquello que ignoro, o no conozco lo suficiente para opinar, y me limitaré a escribir que, más que una cuestión de comprensión o de cualquier otra circunstancia que corra a cargo del espectador (en este caso, quien comenta), la película es una sucesión de cuadros vivos que nacen de la individualidad de un artista personal, si se prefiere original en grado sumo, que refleja varios momentos en la vida del trovador armenio, de su martirio y de su espiritualidad. Cuanto se ve es una cuestión que nace de la personalidad del realizador, no hay medias tintas, y como consecuencia quien recibe las imágenes, le atraigan o no, debe decodificarlas, y ahí puede residir el problema, que el espectador no comprenda la intención del cineasta georgiano de origen armenio, que aspira a la belleza y a lo trascendente a través de planos pictóricos, de la iconografía religiosa y del folclore armenio que dan forma a su película. La ruptura de El color de las granadas es total y rompe con cualquier convencionalismo cinematográfico, con cualquier intento de narrativa y se decanta por adentrarse en la interioridad del poeta, ¿o nos adentra en la tortuosa interioridad del propio Paradjanov?, concediendo importancia a los encuadres, a los colores y a los elementos (objetos, personas, animales, construcciones) que enmarca en cada plano. <<Yo soy aquel, cuya vida y alma son tortura>>, leemos mientras contemplamos un libro al inicio del film. Ese alma torturada es la que se pretende retratar, nunca narrar, de ahí la importancia de comprender el significado de aquello que contemplamos, algo que por momentos escapa a mi entendimiento (y en otros interpreto como la propia tortura de un realizador en lucha contra un entorno marcado por la intolerancia y la incomprensión), aunque no escapa a la conclusión de que estoy ante una obra cinematográfica única, diferente. Y encontrar algo diferente puede resultar molesto, no fue mi caso, aunque sí lo fue de la censura soviética, incapaz de aceptar una película que o bien no entendía o bien no era la esperada, quizá porque atentaba contra la mediocre intención de controlar lo incontrolable. Entre otras circunstancias, la intolerancia administrativa precipitó que Sayat Nova fuese cortada, montada de nuevo sin el consentimiento de Paradjanov y finalmente prohibida, y todo porque el cineasta no se plegaba al tipo de cine oficial y aceptado como válido, sino que buscaba en sus películas la belleza, lo sublime, la voz de los pueblos minoritarios (como el armenio) y, muy posiblemente, buscaba revelarse contra cualquier imposición que le impidiese su arte o, dicho de otra manera, su expresión.

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