sábado, 17 de noviembre de 2018

Desnudo entre lobos (1963)



El mapa político europeo cambió de forma radical tras la Segunda Guerra Mundial y un ejemplo claro lo encontramos en la división de Alemania. Sin entrar en detalles, diremos que la parte que estaba bajo control británico, estadounidense y francés fue devuelta a los alemanes, dando pie a la República Federal Alemana, y los territorios germanos controlados por los soviéticos fue entregado a los alemanes, a otros bajo la controladora sombra del gobierno de Stalin, que crearon la República Democrática Alemana. Entre alemanes andaba el juego geopolítico, aunque más que jugadores ellos eran piezas de dos ideologías opuestas que no dudaron a la hora de separar familias y conocidos, creando dos espacios físicos y humanos de prácticamente imposible (hasta la caída del muro) reconciliación político y social. En la Alemania Occidental se impuso el capitalismo y en la Oriental el comunismo, y por supuesto, tanto el uno como el otro afectaron a las cinematografías locales. Si bien es cierto que en un primer momento, los vecinos del este tomaron la delantera a los del oeste, al sorprender con la seminal y autocrítica Los asesinos están entre nosotros (Die mörder sind unter uns; Wolfgang Staudte, 1946), pronto se produjo un estancamiento en la producción cinematográfica oriental.


La imposición del realismo social por parte del gobierno provocó que los cineastas no gozasen de la libertad temática y de planteamientos que sí disfrutaron sus colegas del país vecino. Pero en 1953 falleció Stalin y el vacío de poder aventuraba cambios, aunque pocos podrían señalar cuáles y cuándo. Solo fue un breve instante, un deshielo ligero pero suficiente para precipitar una tímida apertura que los cineastas de las distintas cinematográficas de los países de influencia soviética aprovecharon para modernizar sus cines, salvo el alemán oriental, que no vivió un momento de "libertad" creativa como el de la extinta Checoslovaquia o Polonia. Las películas que se desmarcaban de la política oficial no tenían lugar, pues cualquier intento era retirado de las salas, si es que llegaba a estrenarse, o simplemente no se realizaban. Esto también ocurrió en otros lugares alejados del telón de acero, pero el cine de la República Democrática fue el único en el que no existió un movimiento cinematográfico renovador como consecuencia de la rígida y vigilante intervención estatal. Dicha intervención implicó la reducción de temas a tratar (la segunda guerra mundial y el héroe comunista) y eliminó cualquier intento de crear un tipo de película crítica con el presente nacional y, aunque esta realidad mermaba la capacidad de sus creadores, no por ello dejó de hacerse películas y, en ocasiones puntuales, películas exportables como Desnudo entre lobos (Nackt unter wölfen, 1963).


Este film de Frank Beyer no atentaba contra lo establecido, ya que cumplía los requisitos de atacar el pasado nazi y loar la lucha de los comunistas contra el fascismo. Sin embargo, no estamos ante un film de propaganda carente de interés, sino ante un drama de sacrificio y de dudas, las que presentan los prisioneros políticos a raíz de la aparición de un niño judío de cuatro años en el campo de concentración. Los hechos que se exponen en Desnudo entre lobos nacen de la experiencia real de Bruno Apitz en el Lager de Buchenwald, donde estuvo encerrado desde 1937 hasta 1945. Inicialmente, Apitz pretendía escribir un guion a partir de su vivencia, pero la DEFA (la productora estatal) no estaba por la labor, y el escritor decidió novelar parte de sus recuerdos en un volumen que tituló Nackt unter wölfen (1958). El éxito del libro fue tal que dio pie a una primera adaptación televisiva en 1960, y tres años después, al film de Beyer, una de las producciones más exitosas de la RDA de la década de los sesenta. El propio Apitz se encargó de colaborar con Beyer —a quien prohibirían su película Spur der Steine (1966) y condenarían al ostracismo cinematográfico—, en la escritura del guion y el resultado fue este intenso drama ambientado en el campo de concentración donde el prisionero recién llegado Zacharias Jankowski (Boleslaw Plotnicki) porta una maleta que no quiere perder de vista, porque en su interior se esconde el niño de cuatro años que se convierte en un problema para los kapos que lo descubren, pero también se convierte en su posibilidad de recuperar la humanidad y la esperanza perdidas en un recinto donde el hombre ha dejado de serlo. Esa necesidad despertada por el niño, la de volver a sentirse seres humanos, impulsa a Walter (Erwin Geschonneck), jefe de los kapos, a Höfel (Armin Mueller-Stahl), Pippig (Fred Delmere) y al polaco Marian (Krystyn Wójcik) a poner en peligro sus vidas y las de sus compañeros, como ellos prisioneros políticos comunistas, que preparan en las sombras del campo la revuelta que ansían. La historia de Desnudo entre lobos se desarrolla poco antes de la liberación y, por ende, se pueden observar como esto afecta en los comportamientos de los personajes, tanto en los presos como en los carceleros. En ambos bandos no hay consenso en cómo llevar los últimos días del campamento: los presos se vuelcan con el niño, a quien esconde, incluso de ellos mismos debido a las posibles torturas y delaciones; los nazis lo buscan, más que nada como excusa que les permitiría descubrir a los líderes de la resistencia de la que tienen constancia, e incluso hay un oficial que ayuda a los reos a cambio de una intercesión futura ante las tropas aliadas que avanzan. Todos lo saben, es cuestión de tiempo, más bien poco, pero el fin del infierno se aproxima, aunque antes toca vivir el sacrificio final, un alto precio para todos los prisioneros y definitivo para muchos.

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