domingo, 4 de noviembre de 2018

Al otro lado del viento (2018)


Podría escribir un centenar de frases sobre Orson Welles que me sirviesen de introducción para este comentario y ciento una serían inexactas, algunas incluso similares a tantas otras ya escritas, pero me decanto por escribir la una que señala a Welles como un provocador, un inconformista y un innovador que, consecuencia del rechazo y la incomprensión de estas características que suelen ir unidas, no pudo llevar sus intenciones creativas a su máxima expresión. Desde su primer largometraje, Ciudadano Kane (Citizen Kane, 1941), hasta la última producción que estrenó en vida, Fraude (F for Fake, 1973), un falso documental que abría nuevas vías cinematográficas a su cine, Welles nunca dejó de provocar reacciones dispares en el público y en la industria cinematográfica (en la que nunca llegó a encajar y en la que se sintió traicionado), como tampoco dejó de reinventarse en sus películas, quizá por su deseo de rodar siempre algo más grande o puede que las circunstancias le obligasen a ello. Sin embargo, algunas de las vías transitadas por el cineasta fueron vías muertas o, en todo caso, inexploradas en su totalidad, ya que muchos de los proyectos que pretendía llevar a cabo o no se iniciaron o no pudieron concluirse por cuestiones presupuestarias. Esta fue una constante indeseada que marcó parte de su carrera cinematográfica, la parte que nunca llegó al público, al menos, no de forma concluyente, puesto que sí se han visto fragmentos de algunos proyectos que no logró sacar adelante.


En 1992, Jesús Franco supervisó el montaje del Don Quixote wellesiano, cuyo estreno nos acercaba las imágenes filmadas por el responsable de Sed de mal (Touch of Evil, 1958), film que significó su breve regreso a Hollywood y un nuevo desencanto personal. Pero más allá de la sucesión de imágenes supervisadas por Jess Franco no podemos saber con certeza cómo hubiera sido el montaje que Welles habría hecho de su personal visión de la novela cervantina. Seguramente otro muy distinto. ¿Lo mismo podría decirse de Al otro lado del viento (The Other Side of the Wind, 2018)? Estrenado treinta y tres años después del fallecimiento del realizador, el film se rodó entre 1969 y 1976, y Welles nunca llegó a concluir su montaje. Entonces, ¿qué vemos en la pantalla? Surge la duda de si estamos ante la película definitiva del cineasta o ante el montaje que se acerca al pretendido durante aquellos años de rodaje intermitente. Con el paso del tiempo, es más que probable que el realizador de Mister Arkadin (1954) estuviera abierto a cambios y a nuevas interpretaciones del film que tenía en mente en la década de 1970.


En una de sus conversaciones con el también realizador Harry Janglom, publicadas en el libro Mis desayunos con Orson Welles, el cineasta le habla de que ha recuperado los derechos de Al otro lado del viento y dice de ella que <<esa película ha envejecido de pronto. Tendría que convertirla en una película de ensayo sobre la época, la época en que todos los jóvenes querían ser auteurs en vez de Spielbergs, que es lo que quieren ser ahora. Eran otros tiempos>>. En 1985, cuando se produjo la entrevista, la fiebre de auteurs había disminuido, los gustos eran otros y la moda había cambiado, también la idea que 
Welles tenía de su film. De haber podido, ¿habría filmado nuevas escenas? ¿Su idea inicial de satirizar el cine de realizadores como Antonioni o su ajuste de cuentas con viejos enemigos habrían evolucionado en otra dirección? La duda quedará ahí, y lo que vemos es una aproximación a lo pretendido por Welles en los años que pudo trabajar en este proyecto que nos acerca al mundo del cine desde dos espacios opuestos, aunque conectados: el mundo real, caótico y decadente de Hannaford (John Huston) y su séquito de colaboradores-esclavos, y el ficticio que asoma a través de la película que se proyecta en cuatro momentos distintos del film. De esa forma el espectro de Welles nos adentra en el juego, quizá mejor llamarlo ilusión, que enfrenta al tiempo que conecta la película inacabada, visual, sonora, sin diálogos y provocadora (que ironiza sobre el llamado cine de autor) y la realidad cinematográfica que observamos el día del cumpleaños del director interpretado por Huston, el auteur de prestigio caído en desgracia. Dominante, destructivo y con tendencia al exceso, el cineasta no encuentra financiación para concluir su último largometraje, la película que descubrimos en la sala de proyección donde el ejecutivo (Geoffrey Land) de un gran estudio muestra su descontento ante las imágenes sin acción y sin diálogos, imágenes que no comprende, porque la interpretación de cuanto ve no encajan en su visión comercial y evasiva del medio cinematográfico.


El arranque de Al otro lado del viento nos informa que Hannaford ha fallecido, que su actor protagonista (Robert Random) abandonó el rodaje antes de tiempo y que su película solo se proyectó el día de su setenta cumpleaños, la misma jornada durante la cual se suceden vertiginosas las imágenes, en color y el blanco y negro, y los diálogos de la realidad que se intercalan con el simbolismo que domina la ficción que continúa su proyección en la mansión de Zara Valeska (Lilli Palmer) y en el autocine donde concluye. El espacio real no tarda en evidenciar la decadencia del autor, su caída y la desintegración del equipo (y de las amistades) que lleva tiempo trabajando para él, la abusiva y acosadora presencia de la prensa, rostros, cámaras y grabadoras que no dejan de captar cuanto sucede, de admiradores, amigos, detractores como Julie Rich (Susan Strasberg) o de directores de éxito como Brooksie (Peter Bogdanovich), el discípulo aventajado del prestigioso cineasta que no ofrece su ayuda a su amigo para financiar esa última película que deambula entre el ensayo, el sexo, el fin de la virilidad y la nada. Al otro lado del viento ha pasado de ser un film maldito, inacabado, a la realidad que nos descubre este montaje, una realidad cinematográfica que dará pie a nuevas reacciones, habrá quien la repudie y quien la alabe, generadas por el talento de 
Welles, el gran cineasta de los espejos (que deforman su imagen y la de sus personajes), de la mentira, de la muerte y de la traición, temas constantes en su filmografía y que reaparecen una última vez en esta película, que si bien puede ser autobiográfica, quizá solo sea la ilusión de serlo.

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