viernes, 22 de febrero de 2013

El infierno del odio (1963)


El título original de El infierno del odio (Tengoku to jogoku, 1963) podría traducirse como arriba y abajo, los que depara da posiciones contrarias que señalan las dos perspectivas opuestas de un entorno social separado por las diferencias económicas, las mismas que han generado el odio en un criminal que pretende resarcirse de sus frustraciones haciendo sentir a un hombre de posición acomodada, a quien observa desde la parte baja de la ciudad, el significado de no poder acceder a aquello que se desea. Akira Kurosawa dividió este magnífico drama policial en dos partes diferenciadas por los espacios donde se desarrolla la acción, de manera que cada una de ellas funciona con autonomía propia, al presentar aspectos y planteamientos distintos, aunque en su conjunto son tan necesarias como complementarias a la hora de dar forma a la tensión narrativa que da forma a una película que plantea dilemas morales más allá de aquel al que expone al personaje interpretado por 
Toshiro Mifune. En la zona alta de la ciudad se ubica el complejo residencial de Gondo (Toshiro Mifune), el ejecutivo que se niega a participar en los planes de los miembros del consejo con quienes se encuentra reunido poco antes de que se produzca la llamada que cambia su vida. Esta presentación sirve para mostrar a un industrial que antepone el trabajo bien hecho al beneficio, y piensa seguir haciéndolo cuando obtenga el control del paquete de acciones que ha negociado por cincuenta millones. Sin embargo sus intenciones sufren un revés cuando recibe la exigencia telefónica que le informa de que debe pagar treinta millones de yenes si desea recuperar a su hijo con vida. Como cualquier otro padre en su situación, qué duda cabe respecto a que el millonario pagaría hasta su último yen por su vástago, pero resulta que el secuestrador se ha equivocado y ha raptado al hijo de Aoki (Yataka Sada), el chófer de la familia. A pesar del evidente alivio, el equívoco genera la disyuntiva moral en e dueño de la casa, pues es plenamente consciente de que si accede a pagar el rescate, él y su familia lo perderán todo, pero de no hacerlo, la muerte del pequeño le perseguirá mientras viva. Esta primera parte de El infierno del odio muestra como la diferencia socio-económica que separa al patrón del empleado implica la posibilidad de poder pagar (vivir) y no poder hacerlo (morir), ya que Aoki no posee la cantidad exigida para salvar a su hijo, de modo que solo le resta la opción de suplicar a su jefe. Gondo se muestra firme en su intención de no pagar, desoyendo a su esposa (Kyoko Kagawa) o haciendo caso omiso de los policías que se encuentran en la casa. Mientras, el tiempo pasa, la vida del niño continúa en peligro y las dudas se acumulan, como también lo hacen los remordimientos, las ambiciones, los miedos y el conflicto emocional que domina el pensamiento del empresario, quien a cada minuto que transcurre se enfrenta a nuevas reflexiones y mayores remordimientos. Además del trágico suceso y de sus implicaciones morales, Kurosawa desarrolló una intriga sólida, centrada en la investigación del secuestro, la cual es llevada a cabo por el detective jefe Tokura (Tatsuya Nakadai) y su equipo, cuya presencia no deja de ser puramente testimonial hasta la segunda parte del film, cuando inician las pesquisas y el seguimiento de un secuestrador que ha estudiado hasta el más mínimo detalle de su plan. La primera concluye cuando Gonzo zanja su disputa moral y la acción de El infierno del odio se traslada al interior de un tren desde el cual se enlaza con la segunda, en la que el protagonismo de la zona alta y el ejecutivo de la fábrica de calzado se diluye hasta que desaparece del film, salvo en momentos puntuales como los artículos periodísticos que ensalzan el noble gesto del industrial. Durante la estancia en la parte baja de la ciudad, la cámara aumenta el tono realista del film al observar a la policía recorriendo los bajos fondos, donde drogas, prostitución, sombras y miseria forman parte inherente del ambiente que ha marcado el comportamiento del secuestrador, consciente de su odio hacia aquellos que están arriba, porque en ellos ve a los culpables que le han condenado a permanecer abajo.


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