Banderas de nuestros padres (2006)
Si hay algo que tienen en común las guerras del siglo XX, aparte de la destrucción y la muerte, es la propaganda, cuyo uso se realiza indistintamente a la ideología e intereses de cualquiera de los bandos litigantes. Así se explica que una fotografía puede cambiar el rumbo de la guerra y convertir en héroes a los modelos que la sufren y tienen la fortuna de sobrevivir al momento bélico. Pero ¿existen los héroes? ¿O los héroes se crean para vender su idea o ante la necesidad popular de que existan? Clint Eastwood parece querer ofrecer su respuesta en Banderas de nuestros padres (Flags of Our Fathers, 2006) a través de la gira triunfal de los tres supervivientes de los seis soldados que izaron las barras y estrellas en una de las cimas de Iwo Jima. Gracias a la instantánea (y al uso que se le da) se convierten en héroes de un país que precisa creer en algo excepcional que ofrezca una imagen positiva de los acontecimientos que se producen en el frente. John "Doc" Bradley (Ryan Philippe), padre del narrador de la historia, Rene Gagnon (Jesse Bradford) e Ira Hayes (Adam Beach) acaparan, sin pretenderlo, la atención de todo el país como consecuencia de la fotografía publicada en la primera página de varios periódicos de la nación, aunque ninguno de ellos parece capaz de reconocerse. En aquel momento se encontraban de espaldas al objetivo de la cámara, pero, además, sería indiferente para ellos, ya que se trataba de una acción conjunta, tal vez refleja o inculcada por la idea de patriotismo que en el frente pierde el sentido propagado por los medios y los políticos...
Tras este acto, que da la vuelta al mundo sacado de contexto, se esconde una historia más íntima, cruda y real que la expuesta por la prensa, desconocedora de los verdaderos sucesos, alterados para convertir en héroes a tres jóvenes que son conscientes de que la guerra no es la imagen heroica que se pretende ofrecer al público, sino un infierno donde compañeros y enemigos dejan sus vidas entre balas y explosiones. Tanto "Doc" como Ira Hayes, sobre todo este último, muestran su reticencia a su nueva condición de ídolos de masas, convencidos de que en ellos no existe la heroicidad que les atribuye la propaganda bélica, pues lo único que han hecho fue sobrevivir allí donde otros no pudieron. La estancia del trío de soldados en suelo americano permite comprobar como los hechos se manipulan con el fin de alcanzar intereses más tangibles y apremiantes, como sería la venta de bonos de guerra a una población que se aferra a la idea de heroicidad, ajena a las relaciones que se gestan en campaña o la profunda herida moral que sufren quienes luchan en el frente.
Partiendo del guion escrito por William Broyles, Jr. y Paul Haggis, y como si quisiera mostrar varias perspectivas para corroborar su discurso, Eastwood expone Banderas de nuestros padres desde tres perspectivas temporales, artificio que le sirve para intercalar el tiempo y el espacio del relato, fundiendo el presente del trío durante su gira por los Estados Unidos con su estancia en una isla donde sus amigos caen ante un enemigo que apenas se deja ver, y que tendría su protagonismo exclusivo en Cartas desde Iwo Jima (Letters from Iwo Jima, 2006), película que completa el brillante acercamiento de Eastwood a la Segunda Guerra Mundial. Ambas producciones encajan de manera precisa en la exposición de los hechos acontecidos en la isla, donde se muestran las emociones y el sufrimiento de los hombres que luchan en la roca japonesa; allí se descubre un sin sentido en el que no tienen cabida los héroes, porque solo hay lugar para individuos que luchan mientras intentan no sucumbir ante la amenaza de una muerte siempre presente. Pero esa realidad no interesa durante la gira, puesto que el verdadero interés reside en alterar los hechos con el fin de animar a toda la nación, y así lograr el objetivo material que permita sufragar los costes generados por la guerra. Durante ese tiempo de aclamaciones y gloria efímera los recuerdos nunca abandonan a "Doc" o Hayes, afectándoles en todo momento, y hundiendo a este último en un estado de frustración y culpabilidad que nace de su participación en una farsa cuyos fines acepta, pero no los medios para conseguirlos.
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