En el centro de control aéreo de Omaha se descubre una pantalla electrónica que muestra el planisferio dese donde se vigila la posición de los aparatos soviéticos y lo movimientos que se producen en los silos de misiles rusos. Allí todos son conscientes de que existe un enfrentamiento silencioso entre dos ideologías que se oponen, a pesar de guardar aspectos comunes como el temor y la amenaza que se generan la una a la otra, y que han creado ese estado de permanente ansiedad y conflicto que se vive en la sala, repleta de aparatos electrónicos de alta precisión que indican que la ciencia ha evolucionado desde la Segunda Guerra Mundial, lo mismo sucede con las estrategias militares y con las armas que llenan los arsenales de ambos países, las cuales bastarían para destruir el planeta en un solo día. Hasta el instante en el que se inicia la ficción de Punto límite (Fail-Safe, 1964) la situación se ha mantenido equilibrada y controlada, salvo por alguna que otra anomalía o señal de alarma en la pantalla de seguimiento, la mayoría provocadas por aparatos no identificados que resultan ser vuelos comerciales fuera de ruta. Sin embargo, durante una de esas alertas se produce un error mecánico que provoca el avance de un escuadrón de seis bombarderos estadounidenses hacia Moscú. Incomunicados y entrenados para seguir las instrucciones hasta sus últimas consecuencias, los pilotos y sus tripulaciones continúan con una misión que solo concluirá cuando lancen varias bombas sobre la capital rusa. Un ataque similar, aunque premeditado por un oficial desequilibrado, también se produce en ¿Teléfono rojo? Volamos hacia Moscú, rodada ese mismo año por Stanley Kubrick, coincidencia nada extraña si se tiene en cuenta la realidad de aquella época, en la que aún era reciente la crisis internacional generada a raíz del descubrimiento de misiles soviéticos en suelo cubano allá por octubre de 1962. Ambas producciones desvelan preocupación y crítica hacia aquel enfrentamiento ideológico-militar, pero desde planteamientos opuestos, ya que Sidney Lumet se decantó por una perspectiva seria, más desgarradora y tensa, sin espacio para la acidez satírica que habita en la excelente propuesta de Kubrick. Lo que aquí se muestra es una reflexión sobria sobre una hipotética realidad que profundiza en los distintos comportamientos humanos que se producen durante los momentos previos a una posible guerra total. Siendo uno de los aciertos de Punto límite el no simplificar los hechos, presentando buenos y malos, puesto que en ambos bandos existirían posturas correctas e incorrectas como las que se descubren en cada uno de los frentes donde se desarrolla la trama. En el Pentágono se produce un choque dialéctico entre el general Black (Dan O'Herlihy), convencido de que cualquier conflicto nuclear sería un error irreparable, y el profesor Groeteschele (Walter Matthau), que aboga por aprovechar el fallo para que su la cultura occidental prevalezca. En la Casa Blanca se escucha la voz del primer ministro soviético a través del traductor (Larry Hagman), testigo de la situación límite que obliga al presidente de los Estados Unidos (Henry Fonda) a tomar decisiones que jamás desearía asumir, consciente de que el problema no reside en un fallo electrónico sino en el conflicto en sí mismo, algo que también se descubre en el centro de control aéreo donde dos generales, uno ruso y otro americano, mantienen una emotiva conversación mientras aguardan a que se confirme un desenlace que ninguno desea.
martes, 12 de febrero de 2013
Punto límite (1964)
En el centro de control aéreo de Omaha se descubre una pantalla electrónica que muestra el planisferio dese donde se vigila la posición de los aparatos soviéticos y lo movimientos que se producen en los silos de misiles rusos. Allí todos son conscientes de que existe un enfrentamiento silencioso entre dos ideologías que se oponen, a pesar de guardar aspectos comunes como el temor y la amenaza que se generan la una a la otra, y que han creado ese estado de permanente ansiedad y conflicto que se vive en la sala, repleta de aparatos electrónicos de alta precisión que indican que la ciencia ha evolucionado desde la Segunda Guerra Mundial, lo mismo sucede con las estrategias militares y con las armas que llenan los arsenales de ambos países, las cuales bastarían para destruir el planeta en un solo día. Hasta el instante en el que se inicia la ficción de Punto límite (Fail-Safe, 1964) la situación se ha mantenido equilibrada y controlada, salvo por alguna que otra anomalía o señal de alarma en la pantalla de seguimiento, la mayoría provocadas por aparatos no identificados que resultan ser vuelos comerciales fuera de ruta. Sin embargo, durante una de esas alertas se produce un error mecánico que provoca el avance de un escuadrón de seis bombarderos estadounidenses hacia Moscú. Incomunicados y entrenados para seguir las instrucciones hasta sus últimas consecuencias, los pilotos y sus tripulaciones continúan con una misión que solo concluirá cuando lancen varias bombas sobre la capital rusa. Un ataque similar, aunque premeditado por un oficial desequilibrado, también se produce en ¿Teléfono rojo? Volamos hacia Moscú, rodada ese mismo año por Stanley Kubrick, coincidencia nada extraña si se tiene en cuenta la realidad de aquella época, en la que aún era reciente la crisis internacional generada a raíz del descubrimiento de misiles soviéticos en suelo cubano allá por octubre de 1962. Ambas producciones desvelan preocupación y crítica hacia aquel enfrentamiento ideológico-militar, pero desde planteamientos opuestos, ya que Sidney Lumet se decantó por una perspectiva seria, más desgarradora y tensa, sin espacio para la acidez satírica que habita en la excelente propuesta de Kubrick. Lo que aquí se muestra es una reflexión sobria sobre una hipotética realidad que profundiza en los distintos comportamientos humanos que se producen durante los momentos previos a una posible guerra total. Siendo uno de los aciertos de Punto límite el no simplificar los hechos, presentando buenos y malos, puesto que en ambos bandos existirían posturas correctas e incorrectas como las que se descubren en cada uno de los frentes donde se desarrolla la trama. En el Pentágono se produce un choque dialéctico entre el general Black (Dan O'Herlihy), convencido de que cualquier conflicto nuclear sería un error irreparable, y el profesor Groeteschele (Walter Matthau), que aboga por aprovechar el fallo para que su la cultura occidental prevalezca. En la Casa Blanca se escucha la voz del primer ministro soviético a través del traductor (Larry Hagman), testigo de la situación límite que obliga al presidente de los Estados Unidos (Henry Fonda) a tomar decisiones que jamás desearía asumir, consciente de que el problema no reside en un fallo electrónico sino en el conflicto en sí mismo, algo que también se descubre en el centro de control aéreo donde dos generales, uno ruso y otro americano, mantienen una emotiva conversación mientras aguardan a que se confirme un desenlace que ninguno desea.
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