Su inicio apunta cuestiones interesantes en la figura de Ed Hoffman (Russell Crowe), el jefe de operaciones de la CIA para Oriente Próximo. Trabaja desde su despacho de Langley, pocas veces lo hace sobre el terreno y, cuando sí, se mantiene en la sombra. No es un agente de campo; más bien podría decirse que se trata de un gestor analítico, calculador, frio, eficiente, amoral. En su toma de decisiones diarias no hay lugar para la moral ni la ética. Sus sentimientos están de más, de hecho parecen brillar por su ausencia, y la verdad no es más que una ilusión que manejar a su antojo. Dice que no importa si la guerra que mantienen es una justa o injusta, tampoco se detiene en los orígenes del conflicto, ni el porqué de sus dos ocupaciones de Irak, ni las causas de que la zona sea un polvorín. No es su trabajo, menos aún abordar la responsabilidad que en todo ello pueda tener su país, cuya política exterior ha condicionado, para beneficio propio, la de muchos otros lugares que, tal vez o sin tal vez, no salieron tan beneficiados. Pero Red de mentiras (Body of Lies, 2008) deriva hacia un thriller nervioso —a veces pienso que resulta más un montaje visual de Pietro Scala que una película de Ridley Scott— que quiere entretener mediante la acción y el suspense, pero que no deja de ser más de lo mismo, con un héroe (y sus villanos) mil veces visto que campa por un escenario que carece de ambigüedad, por mucho que se introduzca la figura de Hani (Mark Strong), el jefe de la inteligencia jordana, o se meta con calzador la concienciación del héroe, como si fuese un ingenuo que desconocía los usos y abusos de los que forma parte y que a esas alturas de su oficio descubre “sucios”.
El discurso de Ridley Scott nunca se ha caracterizado por profundo ni poético —salvo en momentos de Blade Runner (1982), pero la poética existencial que pueda contener este film se me antoja tanto o más de sus guionistas, David Webb Peoples y Hampton Fancher— ni por ser crítico, más allá de la apariencia permitida y aplaudida. Desde sus primeras películas, que presagiaban un buen cineasta, le basta con una capa de supuesto decir y con darle apariencia rítmica a través del montaje. Así sucede en Gladiator (2000), en Black Hawk derribado (Black Hawk Down, 2001) o en Red de mentiras, cuya “ambigüedad” es de libro y, como tal, se diluye, apenas se inicia, cuando da paso a la figura del héroe, el único de los personajes de peso que, junto a Aisha (Golshifteh Farahani), guarda los valores morales y quien, tras superar las duras pruebas que se le presenta durante el camino, ya sabrá escoger correctamente. Ese tipo es Roger Ferris (Leonardo DiCaprio) cuya imagen antagónica se encuentra en los dos jefes de inteligencia, el estadounidense y el jordano, que no trabajan juntos o, al menos, no lo hacen poniendo sus cartas sobre la mesa. Eso sería de novatos, de tipos que no podrían sobrevivir en un entorno donde las mentiras son uso habitual. El inicio de Red de mentiras expone el atentado en una ciudad europea, uno de los muchos prometidos por los integristas liderados por Al-Saleem (Alon Aboutboul), un tipo que dice que ahora les toca a ellos golpear en los territorios de quienes atacaron los suyos. Este personaje carece de mayor importancia, salvo como excusa que pone en marcha la misión de Ferris y la consiguiente acción para darle caza; todo lo demás se centra en este agente de campo y su relación con sus colaboradores, con la chica de la que se enamora y con los dos maestros de marionetas: Hoffman y Hani. Uno de ellos, el estadounidense, queda definido al instante —también en una breve pincelada queda establecida la personalidad del jordano—. Su tarea consiste en defender el mundo capitalista controlado por Estados Unidos. Es un gestor, un teórico, un tipo que, aunque su trabajo implique que las vidas humanas no valgan ni un centavo, puede dormir a pierna suelta por las noches. Asume que cuida del mundo occidental, igual que hace con sus hijas, sin el menor problema. Es el personaje más logrado, el que evalúa las posibilidades y los resultados, quien envía a sus agentes al campo de “batalla”, el que justifica y racionaliza, por algo es el jefe para los asuntos en Oriente Próximo; aunque, en lugar de “asuntos”, que suena civilizado y elegante, incluso a cuestión de damas y caballeros, bien podría decirse “manejo” y “tejemanejes”, pero el uso de eufemismos lleva tiempo de moda…
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