domingo, 28 de octubre de 2012

Al servicio secreto de su majestad (1969)


Cinco películas eran más que suficientes para hacer que 007 fuese asociado a la imagen de
Sean Connery, pero el actor, aunque no había sido el único que había interpretado al agente británico, no pretendía que también fuese a la inversa y solo viesen en él a Bond. En Casino Royale (John Huston, Joseph McGrath, Ken Hughes, Val Guest y Robert Parrish, 1967) no se notaba su falta porque el film asumió un tono paródico que repartió el protagonismo entre diferentes 007, pero en Al servicio secreto de su majestad (On Her Majesty's Secret Service, 1969) se demostró que la sombra del actor escocés era demasiado alargada para ser superada por George Lazenby, que heredaba el papel de 007 en la sexta película de la saga; y sin contar con Casino Royale, la primera que no contaba con la presencia del protagonista de Goldfinger (Guy Hamilton, 1964). La misión de hacer olvidar a Connery era como mínimo complicada, y Lazenby encarnó a un agente secreto más humano y vulnerable. Esta nueva dimensión emotiva fue una de las causas de la fría acogida del film. La humanización de 007 corrió a cargo del estadounidense Richard Maibaum, el guionista que regresaba a la saga después de su ausencia en Solo se vive dos veces (You Only Live Twice, Lewis Gilbert, 1967), y de Peter Hunt, hasta entonces el montador habitual de la saga, quien enfocó la acción hacia ese cambio externo e interno que se produce en James Bond, menos elegante y más inseguro, emotivo y frágil, pero lo suficientemente duro para realizar su trabajo.


Desde el inicio de
Al servicio secreto de su majestad, Bond siente atracción por Tracy (Diane Rigg), a quien salva de un intento de suicidio en la playa donde se presenta el personaje asumiendo que al otro no le sucedía que la chica se le escapase. Aparte de estar interpretada por una de las actrices más carismáticas de la saga, Tracey cobra relevancia porque acaba convirtiéndose en la señora Bond y en la mujer que provoca la dimisión de 007 del servicio secreto. Le historia de amor se inicia antes de que el asiente se haga pasar por sir Hilary, el experto en genealogía que acude a una clínica de los Alpes para atender las necesidades de algunas pacientes y de paso desenmascarar a Blofeld (Telly Savalas), el villano que amenaza con un ataque bacteriológico, si la ONU no acepta sus exigencias de concederle el perdón por sus crímenes y el título de conde. Bond mantiene aspectos reconocibles de agente anterior, pero se muestra diferente, sobre todo en los momentos íntimos que pasa con Tracy, aunque también deja ver su nuevo rostro en los instantes en los que domina la acción, más física que en anteriores producciones de la saga, ya que en esta no cuenta con la ayuda tecnológica proporcionada por los inventos de Q, otra muestra del cambio que no llega a consumarse, porque Bond pierde su humanidad en el arcén de una carretera que le obliga a volver a ser el agente arrogante, insensible y distante de Diamantes para la eternidad (Diamonds Are Forever, Guy Hamilton, 1971), la siguiente aventura de la franquicia, la que momentáneamente recuperó a Connery, porque el experimento llevado a cabo por Peter Hunt se saldó con el rechazo al cambio en la personalidad de un espía que se había convertido en un icono de virilidad y cinismo, dos características ausentes en el personaje interpretado por Lazenby, un Bond que sufrió la incomprensión del nuevo enfoque, valiente en cuanto a ofrecer una variante más emocional de 007, una que quizá no volvería a intentarse hasta Casino Royale (Martin Campbell, 2006), cuando James Bond dejó de ser él mismo para convertirse en un nuevo Bond, adaptado a las modas y las exigencias de su momento.

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