domingo, 31 de marzo de 2019

Grizzly Man (2005)


Se dice que en ocasiones la realidad supera a la ficción, también que cualquier ficción encuentra su inspiración en la realidad o que a veces se encuentra mayor veracidad en la ficción que en la propia realidad. Cualquiera de las opciones arriba apuntadas sirven para acercarse a lo expuesto por Werner Herzog en Grizzly Man (2005), un documental donde la realidad del personaje central se convierte en ficción y, desde esta, surge la nueva realidad del protagonista, en la que asume la identidad de héroe, de amante y protector de los osos pardos de Alaska. Las primeras palabras de Herzog nos presentan a Timothy Treadwell y nos informan de que los últimos trece veranos de su vida los pasó entre grizzlies, cinco de los cuales grabando sus experiencias en más de cien horas de metraje, que el cineasta alemán aprovecha e introduce en el montaje de su película. Combinando lo filmado por Treadwell y material original, Herzog, cineasta aventurero y viajero incansable, se adentra en un espacio salvaje para acceder a la naturaleza del protagonista de su historia, trágica en su desenlace, pues sabemos que tanto él como Annie Huguernard, su compañera durante ese último viaje, perecieron bajo las garras de un oso. Dicha interioridad sale a relucir a lo largo de este cuando menos curiosa y estimulante reflexión antropológica. ¿Héroe, ecologista u obsesionado? ¿Se trata de un enamorado de los osos o de alguien en quien su yo individual y su yo social se desequilibran? ¿En qué punto rompe con la realidad hiriente y acepta su ficción salvadora? ¿Qué precipita su rechazo hacia la civilización? ¿Los fracasos que intenta olvidar en su cruzada protectora? ¿Quién es este hombre? ¿Por qué crea su papel de señor de los osos? Acaso ¿quiere ser uno de ellos, porque en ellos y entre ellos no sufre rechazo? Las imágenes expuestas por Herzog no buscan respuestas concretas y únicas, buscan comprender los motivos y al hombre que nos habla a través de sus filmaciones, que nos descubre su relación con el espacio y con los animales a los que se acerca como si fueran sus iguales. En Alaska, Timothy asume estar entre amigos, que los osos le necesitan y le respetan, porque no muestra señales de temor ni debilidad, lo que no comprende es el origen salvaje de sus compañeros estivales, de un salvajismo distinto al entorno invernal del que escapa. Herzog no pretende juzgar a su personaje, de quien admira la coherencia y la metodología de sus grabaciones. Desde esta perspectiva documentalista, el cineasta siente simpatía hacia el personaje, pero, cuando se trata de mostrar su lado humano, se mantiene alejado, aunque no indiferente. Quizá herido, quizá superado por sus experiencias del pasado, Treadwell lleva al filo de lo imposible su búsqueda de un lugar, puede que también de la notoriedad que le compense de la indiferencia que ha sentido. A este respecto, su relación con los osos le proporciona el éxito del que no ha disfrutado en su vida social; le proporciona la atención, la certeza de que su peculiar cometido lo posiciona en el punto de mira, de ahí que busque el protagonista exclusivo de sus grabaciones, las cuales aprovecha para alabarse y expresar sus opiniones. Pero él no es el único individuo curioso que asoma por Grizzly Man, pues nos encontramos con entrevistados que también llaman nuestra atención, desde sus opiniones dispares y enfrentadas respecto al (anti)héroe de la película, de su propia película, porque, al fin y al cabo, Timothy Treadwell es el todo sobre el cual gira esta inteligente y entretenida propuesta documental, por momentos surrealista, que expresa mucho más de lo que expone a simple vista.

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