viernes, 8 de marzo de 2019

American History X (1998)


Idea o término abstracto, la palabra igualdad forma parte de la ilusión de quien la expresa y anhela, de un sueño perseguido o de promesas cumplidas a medias, o quizá, menos que a medias, incumplidas, pues, a veces, despertamos a la realidad en la que el puede ser corre el riesgo de no ser real. Un ejemplo puntual de lo que pudo ser y acabó no siendo, lo encontramos a la conclusión de la Guerra de la Secesión, en la que se disputaban y se priorizaban más intereses que la abolición de la esclavitud. Al menos, aquel abuso cotidiano y aceptado en los estados confederados como parte de su economía se abolió legalmente, aunque no por ello desapareció de la sociedad estadounidense, ni fue sustituido por la aceptación de las diferencias como parte propia y necesaria de la identidad del país. Han pasado muchos años desde aquel momento histórico y el cine continúa preguntándose cuánto se ha avanzado. Hay muchas respuestas válidas, y encontré una como cualquier otra en
Samuel Fuller, cuya reflexión le lleva a concluir que <<con los métodos actuales llevamos 150 años de enfrentamiento entre blancos y negros y supongo que aún quedan otros tantos. Y lo peor es que no se ha solucionado nada y por el camino del enfrentamiento jamás se solucionará nada>>*. Fuller nunca dejó de señalar el racismo como lacra de la sociedad, y a este respecto quizá sea Perro blanco (White Dog, 1982) la cima de su discurso antirracista, al menos la más directa y radical en su exposición. ¿A qué viene todo esto? Lo primero es una reflexión subjetiva y, como tal, puede ser acertada o errónea, aceptada, discutida o ignorada. Lo segundo es una apreciación objetiva, porque, más allá del antirracismo, encuentro similitudes entre el film de Fuller y American History X (1998).


El adiestrador interpretado por
Paul Winfield en Perro blanco asegura que el can ataca de forma sistemática y selectiva porque lo han adiestrado en el odio hacia cualquier humano que tenga la piel negra. También dice que será complejo reeducarlo y eliminar con éxito su condicionamiento extremo, de modo que no puede asegurar que el animal se cure totalmente de la enfermedad del racismo y del odio, inoculada por la intolerancia, el sinsentido y la violencia de su primer dueño. Está claro que Fuller emplea al perro como símbolo del racismo que, como lacra social, se perpetúa y contagia a través del odio, de la intolerancia, de la irreflexión o de la ausencia de pluralidad en cualquier ámbito social. Perro blanco recoge esa realidad del pasado, que habita en su presente, y se prolonga en el tiempo hasta alcanzar el ayer y el hoy de American History X, el pasado y el presente de Derek (Edward Norton), el joven neonazi que, similar al perro blanco, fue condicionado, aunque no mediante adiestramientos violentos, pero sí en la violencia de las falsedades predicadas por Cameron (Stacey Keach), e inconscientemente también las asumidas por su padre (William Russ), las cuales el muchacho acepta sin pensar, porque las siente como vía de escape para el dolor y el enfado que siente tras el asesinato paterno.


Derek hace suyas las palabras de odio de los adultos, figuras paternas que presentan un discurso racista y una postura que, sin querer ver ni comprender, es la del sinsentido que señala el origen de sus males en las minorías (judía, afroestadounidense, hispana, asiática,...), que convierten en el blanco de sus discursos de incoherencia y odio. Son palabras que reflejan ideas destructivas que Derek lleva al límite cuando mata a los dos negros que intentaban robar su automóvil en la brutal secuencia filmada en blanco y negro. Se trata de un tiempo pretérito que nace de los recuerdos de Derek y Danny (
Edward Furlong), los dos protagonistas del debut de Tony Kaye en la dirección de largometrajes, a quien le disgustaron los cambios introducidos por la productora hasta el extremo de querer que su nombre desapareciese de los créditos. El bicromatismo nos muestra hechos ya ocurridos, mientras que el presente adquiere color en la escuela donde Danny recibe la reprimenda del doctor Sweeney (Avery Brooks) por realizar un trabajo sobre "Mi lucha". Poco después sabemos que Derek ha salido esa misma mañana de la cárcel y comprendemos que ha cambiado, no solo porque se ha dejado crecer el pelo, ha cambiado su pensamiento. El ex-convicto y ex-racista ha abierto los ojos y, de nuevo la fotografía en blanco y negro nos devuelve al pasado, para que comprendamos por qué y cómo. Aunque de menor entidad que el educador de Winfield en Perro blanco, en American History X hay dos personajes que asumen el rol de aquel, en su importancia a la hora de eliminar el condicionamiento destructivo e intolerante con el que Derek entra en presidio. Por un lado, Lamont (Guy Torry), su compañero de colada, y por el otro Sweeney. Ambos resultan fundamentales en la recuperación del "cabeza rapada" y desde la de este para la de Danny, quien en el presente parece decidido a emular a su hermano mayor, la imagen que recuerda de la noche que lo cambió todo. Aparte de entretener y transmitir las sensaciones que dominan a sus protagonistas, American History X es un film que no rehuye el conflicto y apunta las mentiras, el enfado, la ignorancia, la desorientación como peligros puntuales que perpetúan la irracionalidad y el racismo, que Derek asume y justifica en discursos de sinrazón. Existen películas que tienen un mensaje evidente, rotundo, y alrededor del mismo se desarrollan hasta alcanzar la conclusión que reafirma dicho mensaje, que, en el caso de Kaye, se remarca en el trabajo que Danny no puede entregar a Sweeny: <<mi conclusión es que el odio es un lastre. La vida es demasiado corta para estar siempre cabreado>>.


*Samuel Fuller. Entrevistado por Antonio Castro. Dirigido por... nº 176. Enero 1990

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