sábado, 2 de marzo de 2019

Un rey para cuatro reinas (1956)



Presupongo que un actor o una actriz representa papeles o crea personajes distintos que, según las exigencias de cada recreación e historia, adquieren vida única en la pantalla. A priori, esta es su finalidad cinematográfica, la de crear individuos propios y con rasgos exclusivos, que los define y diferencia de otros ya interpretados o por interpretar, sin embargo, en el Hollywood de los estudios no lo vieron así y se puso en juego otro tipo de representación, que no fue ni es de su exclusividad (está generalizada, y en nuestro día a día podemos observarla), la de confundir ficción y realidad para crear y ofrecer la imagen de sus estrellas, reconocibles fuera y dentro de la pantalla no por interpretaciones puntuales en esta o en aquella película, sino por las características creadas, asumidas y potenciadas para atraer y arraigar en el imaginario popular. En el caso de estos actores y actrices los vemos a ellos (lo que nos han hecho ver de ellos), sus interpretaciones son ellos y asumen rasgos que se repiten a lo largo de su carrera, rasgos que a menudo imposibilitan que los descubramos fuera de contexto. Es decir, no los vemos creando o adaptándose al personaje, más allá de la imagen asumida y aceptada por todos, descubrimos al personaje asumiendo la personalidad de tal divo o cual diva, fomentada por el sistema de estudios e interpretada cara la galería por actores y actrices. Era la época de la
Metro, Paramount o Warner, dentro y fuera de la pantalla, y aquel Hollywood vendía (como el de hoy también la vende) la imagen ficticia que el público aceptaba y asociaba a sus estrellas favoritas, sin distinguir entre actuaciones y características que, llamemos tics, personalidad o señas de identidad, se repetían en cada rol interpretado, de ahí que surja la pregunta ¿a quiénes vemos en la pantalla? ¿Al personaje o al icono que lo representa? Individualizando, me pregunto a quién veo en Un rey para cuatro reinas (The King and Four Queens, 1956) ¿A Dan Kehoe o a Clark Gable? No tengo dudas al respecto. Contemplo a un personaje llamado Clark Gable, el chico (no tan chico en este film de Raoul Walsh) malo, pero bueno, aventurero, cínico, mujeriego, puede que peligroso y, como él mismo dice en un momento del film, que siempre apuesta por sí mismo. Kehoe surge y vive en la incontestable presencia de Gable y dicha presencia se impone a cualquiera de las personalidades de sus otros personajes de ficción, ya sea en su exitoso "castigo" en la Columbia para dar vida al periodista de Sucedió una noche (It Happened One Night; Frank Capra, 1934), en la colosalmente artificiosa Lo que el viento se llevó (Gone with the Wind; Victor Fleming, 1939), en la aventura romántica Mogambo (John Ford, 1953) o en Un rey para cuatro reinas, la primera y única película que produjo la compañía que había creado junto a Jane Russell.


Durante los primeros minutos del film observamos su huida a caballo por los exteriores maravillosamente filmados por
Raoul Walsh, con quien el actor ya había trabajado en Los implacables (The Tall Men, 1955) y volvería a repetir en La esclava libre (Band of Angels, 1957). En ese instante la presencia de Gable aún no se ha impuesto, aunque lo hará instantes después, en el "saloon" donde se afeita y, sobre todo, durante su encierro en el pueblo que podríamos calificar de fantasma, salvo por estar habitado por cinco mujeres que aguardan el regreso de un hombre, para cuatro de ellas de cualquier hombre que las libere y les permita volver sentir y desear. Birdie (Barbara Nichols), Oralie (Sara Shane), Ruby (Jean Willes) y Sabine (Eleanor Parker) son jóvenes, tres de ellas viudas, aunque ignoran quiénes, y muy diferentes entre sí. Lo único que saben sobre Kehoe es que está allí, que es un hombre, un medio y un fin, que puede liberarlas de la condena en la que viven desde dos años atrás, desde que esperan la llegada del único de los hermanos que ha sobrevivido. Eran sus maridos y los asaltantes que se apoderaron del botín de cien mil dólares del cual las viudas y la todavía casada esperan recibir su parte. Por este motivo no han huido o quizá no lo hayan hecho por Ma McDade (Jo van Fleet), que protege lo que considera posesión de sus retoños, mientras aguarda volver a ver al único que aún vive. Obviando la importancia de Kehoe-Gable, la presencia del espacio cerrado y la de las cuatro reinas aludidas por el título adquieren suma importancia en el devenir de las acciones-reacciones que Walsh desarrolla mezclando aspectos de western, comedia y drama. Aunque el realizador parece sentir especial interés por Ma, por su fortaleza y entereza, por su personalidad. Conforme a esto, la madre se convierte en la figura a quien el resto mira y, aunque no aparezca en el título, es el centro del film, la reina madre y quien domina el espacio matriarcal al que accede Kehoe después de que ella le dispare y le permita quedarse. La figura matriarcal es al tiempo carcelera, protectora, vigilante, triste y, fuera de toda duda, el personaje más complejo y contradictorio que asoma en la pantalla, quizá porque al retener a sus nueras intenta retener la idea de que sus hijos viven, aunque solo uno lo haga, pero es la ilusión de no saber cuál, la esperanza de una madre de que ese uno sea cualquiera de ellos y, por tanto, todos ellos.

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