martes, 5 de marzo de 2019

Spotlight (2015)

Hasta cierto punto resulta cómico que se hable de las "falsas noticias" como si fueran exclusividad del hoy y el enemigo público número uno del mañana. Pero solo hace falta un instante de reflexión para comprender que un buen o mal periodismo no depende de la época, depende de quien lo practique, véase El gran carnaval (The Ace in the Hole; Billy Wilder, 1951) o cualquier versión de la obra teatral The Front Page, de la pluralidad, de la postura y de la ética, de los intereses y de la transparencia de los responsables de los medios y del entorno donde se realice, a este respecto encontramos dos ejemplos clásicos y cinematográficos en Ciudadano Kane (Citizen Kane, Orson Welles, 1941) y El cuarto poder (Deadline USA; Richard Brooks, 1952) u otros más modernos en la segunda leyenda de Historias de la edad de oro (Amintiri din epoca de aur; Cristian Mungiu, 2009) y la serie Press (Tom Vaughan, 2018), y finalmente, ¿cómo no?, depende de nosotros, los consumidores, del buen o mal uso de los medios de difusión a nuestro alcance, de aceptar o no la responsabilidad de cuestionar, juzgar, validar o dudar de aquello que se pública (sea periodístico o pseudoperiodístico), aunque no siempre contamos con las ganas ni con los recursos que nos permitan asumir una actitud crítica respecto a lo que se nos dice. En tanto al periodismo, salvo por la vertiginosa velocidad de difusión, nuestros días no difieren demasiado de los de William Randolph Hearst y Joseph Pulitzer, del sensacionalismo amarillo del primero y del populismo del segundo, de la fabricación de noticias o de los escándalos de intimidades que se airean para aumentar las ventas y las audiencias. Salvo que, del ayer al hoy, existe una gran diferencia: la evolución lógica de los tiempos, y con ella los avances tecnológicos que los medios tienen a su disposición. Dicha evolución también incluye la ventaja que supone que la mayoría de la población sepa leer e implica el aumento de opciones divulgativas, aumento que debería despertar y no adormecer nuestra capacidad crítico-analítica. Es necesario escoger, podemos ser como los espectadores de El show de Truman (The Truman Show; Peter Weir, 1998) o exigir mayor calidad a los medios, pero a menudo nos olvidamos que primero debemos ser exigentes con nuestras inquietudes, sobre todo si no queremos sucumbir al encanto de la imagen artificial o del titular llamativo, del menor número de palabras posible, si es una, mejor que dos, y si puede ser una instantánea con toque kistch incorporado, doblemente mejor. Quizá no interese o no esté de moda (nunca lo ha estado) profundizar y reflexionar, exigirse una actitud activa, contrastar hechos y perspectivas, buscar información, complementar lo que se nos dice y así aproximarnos a un juicio analítico y, aunque inexacto, de mayor amplitud que el quedarnos en la repetición de lo dicho y que nada dice. Algo similar, se puede aplicar a parte de los medios, aquella que prefiere y se decanta por la rapidez y el impacto, por un titular, una imagen, una frase sacada de contexto, un chiste fácil, un a ver quien grita más alto para escuchar lo menos posible o cualquier otra circunstancia que no impliquen un gasto de recursos y tiempo. No obstante, solo es una parte, que gusta y tiene su público, pero existe el periodismo que asume riesgos, investiga, pretende conocer y da a conocer. Samuel Fuller, que trabajó de mensajero en uno de los periódicos de Hearst, comentaba a Antonio Castro, en la entrevista que el crítico cinematográfico le realizó para la revista Dirigido por..., que <<antes de dedicarme al cine fui reportero, y me encargaba de todo tipo de artículos. Pero los que más me gustaban y los que a la postre me dieron fama son aquellos en que uno tenía que indagar en historias que suponían un peligro para uno mismo>>*. Este tipo de artículos, que leemos (escuchamos o vemos, según el medio escogido) en apenas unos minutos, implican días, semanas o meses de investigación, de trabas y de vías muertas, de búsqueda de fuentes, cuya veracidad debe ser contrastada, de riesgo profesional e incluso personal, de recopilar documentación que no siempre resulta de fácil acceso. Este tipo de investigación no tiene la finalidad de causar sensación, tampoco busca el me gusta del dedo que presiona el ratón mientras los ojos vislumbran un contenido que aceptan sin más, porque a primera vista resulta atractivo o quizá sea por la atrayente comodidad de lo insustancial. Este tipo de artículo desvela hechos puntuales que nos abren a realidades puede que hirientes, puede que decepcionantes, pero que deben salir a la luz, porque son realidades que nos despiertan, que nos advierten y nos señalan corrupciones, delitos, abusos de poder o errores conscientes que pueden repetirse. Este tipo de artículo protagoniza Todos los hombres del presidente (All the President's Men; Alan J. Pakula, 1976), Spotlight (Tom McCarthy, 2015) o Los archivos del Pentágono (The Post; Steven Spielberg, 2017), detalladas crónicas de reportajes de interés humano, político y social, pues las tres detallan la cronología de las labores periodísticas que destapan tres verdades ocultas, e incómodas para quienes necesitan taparlas. En los films de Pakula y de Spielberg, los reporteros desentierran irregularidades políticas que apuntan al centro mismo de la democracia estadounidense, mientras que McCarthy se decanta por cubrir las pesquisas del equipo del "Boston Globe" encargado de indagar en los abusos sufridos por niños del área metropolitana de la capital de Massachusetts, agresiones y violaciones que se remontan a la década de 1960 y se prolongan durante años. Este mismo tema fue tratado con anterioridad por Dan Curtis en la televisiva Secretos de confesión (Our Fathers, 2005), aunque la perspectiva de Curtis concede el protagonismo a Ted Danson en su rol del abogado Mitchell Garabedian, a las víctimas, a los abusos y a la responsabilidad del cardenal Law, por omisión y ocultación de los continuos abusos cometidos por varios de los sacerdotes de su archidiócesis. Por contra, aunque Garabedian (Stanley Tucci) mantiene su relevancia, McCarthy otorga la exclusividad de Spotlight a "Robby" Robinson (Michael Keaton) y a los tres miembros de su equipo, que profundizan en los hechos que conmocionarán a la opinión pública. Esta circunstancia hermana la espléndida y minuciosa propuesta cinematográfica de McCarthy con las no menos excelentes de Pakula y Spielberg, siguiendo pautas similares y basándose en casos reales, experimentando situaciones que desbordan a quienes se hacen cargo de la investigación, pero haciendo hincapié en la necesidad social de ese periodismo que saldrá a la calle después de su lucha titánica contra los intereses de instituciones que, en este caso, por mantener su imagen a salvo, no ha sabido o no ha querido asumir responsabilidades en los delitos que el "Globe" y el abogado de las víctimas desvelan a la opinión pública.

*Samuel Fuller a Antonio Castro. Dirigido por... nº 176, enero de 1990

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