Algo rutinario no implica necesariamente que sea aburrido, pero no aporta nada nuevo, por lo que tampoco depara sorpresa alguna. Por tanto, de esto podría deducir que la rutina es la ausencia de la novedad y, en la mayoría de los casos, el afianzamiento de la repetición, quizá no una similar a la vivida por el presentador de Atrapado en el tiempo (Groundhog Dog; Harold Ramis, 1993), pero, al fin y al cabo, repetición de aquello que aceptamos como parte de nuestra cotidianidad o monotonía. Sin embargo, en ocasiones, sí me siento como Bill Murray atrapado en su eterno retorno al día de la marmota, pero sin posibilidad de alcanzar la perfección aprendiendo de mis errores, porque mi realidad (suma de “entorno” más “yo”) es imperfecta y nada tiene que ver con una película, en la que sus responsables planifican al detalle y saben qué va a suceder en las sucesivas escenas. Aparte de esos momentos, otro bucle me atrapa cuando veo una película como Bohemian Rhapsody (Bryan Singer, 2018), que siento que ya la he visto, no una, sino diez mil veces, lo cual me genera el desinterés, porque sé que me deparan los minutos.
viernes, 8 de marzo de 2019
Bohemian Rhapsody (2018)
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