miércoles, 17 de septiembre de 2025
¿Quién quiso ser Robert Redford?
lunes, 18 de agosto de 2025
Werner Herzog y el camino
miércoles, 23 de julio de 2025
Jacques Tati, héros Hulot
Me reconozco en Jacques Tati, tal vez porque su humor me sepa subversivo, al mandar a “tomar por ahí” al supuesto progreso, que el cómico comprende que solo es tecnológico, ni social ni humano (en un sentido humanitario y humanista). Me gusta su personaje Monsieur Hulot, que crea “involuntariamente” el caos para llamar la atención sobre la superficialidad y el esnobismo, sobre la modernidad y su velocidad de escape hacia no se sabe muy bien dónde; ese movimiento de huida constante que espanta la quietud y relega al olvido el tiempo para pensar e incluso el destinado a disfrutar de aquellas cosas en las que los sentidos ya no se detienen o lo hacen (hoy) con la finalidad de crear contenido audiovisual que compartir y con el que llamar la atención. La crítica a la vida a plena carrera, sin mirar atrás, ni a los lados, ni al frente, ni detenerse a saborear el instante, ni a quien te sale al encuentro, ya asoma en Día de fiesta (Jour de fête, 1949), en el pueblo donde la calma se ve interrumpida por el documental donde se muestra el reparto a la “americana” que afectará al cartero protagonista. Ese “más rápido, más rápido” con el que Tati no está de acuerdo, pero que su repartidor ciclista asume como máxima evolución y ejemplo a seguir…
En Las vacaciones del señor Hulot (Les vacances de M. Hulot, 1953) parece que regresa cierta quietud, pero solo es un espejismo que desaparece en Mi tío (Mon Oncle, 1958) y sobre todo en Playtime (1967) y Traffic (1971), que se lanza a la carretera y al salón del automóvil. El cómico francés hereda de Charles Chaplin el ir a contracorriente, pero deshecha la sensibilidad de aquel, tal vez por temor a caer en lo sensiblero o porque prefiera expresar otro tipo de rebeldía y de humanismo, el que representa alguien que no sabe que es uno de los últimos representantes de un modo de vida que se extingue. Hulot no busca ser marginal, ni es egoísta, todo lo contrario, de ahí que siempre se ofrezca y nunca pretenda transgredir las normas; solo vive según su idea del mundo, que el ve con ojos generosos y todavía a su altura, pues habita un espacio no vertical (en un barrio sin edificios que aspiren a rascacielos) ni tecnológico, esa moda de rodearse de tecnología, de ponerla al servicio doméstico y cotidiano, queda para la modernidad que abrazan su hermana y su cuñado en la casa de Mi tío. En cierto modo, él es la inocencia perdida. La tranquilidad de Hulot, que no pocos de quienes le rodean observan con extrañeza, tal vez salvo los niños y los perros, de la que otros se ríen o lo toman por idiota, define al defensor, inconsciente de serlo, de un tipo de estar y de vivir ya en desuso —el también defendido por Akira Kurosawa en Ikiru (1952), que queda reflejado en el parque y el columpio, lejos de la burocracia y ajeno a las prisas que habían dominado al inicio del film—, tal como irá asomando en siguientes comedias del personaje. En ellas, Tati enfrenta el vértigo y la idiotez de la sociedad tecnológica con la tranquila postura que representa su héroe, porque, para mí, Hulot es uno de los grandes héroes cinematográficos; no un antihéroe como pueda suponerse por su “patosismo”, el que da pie a que Tati desarrolle espléndidos e hilarantes gags, todos ellos estudiados hasta el más mínimo detalle para alcanzar el efecto pretendido por este gran cómico y creador de situaciones, cuyo héroe de celuloide supera cualquier obstáculo y cuya forma de ser perturba un entorno en vías de deshumanizarse, donde la serenidad, la generosidad, la amabilidad y la inocencia representadas en el protagonista de Mi tío, que parecen ya no tener cabida en el presente o que se encuentran en desuso, o solo usadas por él y por otros “Hulots” hombres y mujeres más…
miércoles, 18 de junio de 2025
Terence Malick, en unas pocas líneas
Las películas que más disfruto de Terrence Malick son sus tres primeras: Malas Tierras (Badlands, 1973), Días de cielo (Days of Heaven, 1978) y La delgada línea roja (The Red Thin Line, 1998). Tras esta, tal vez aún no tanto en El nuevo mundo (The New World, 2005) y en El árbol de la vida (The Tree of Live, 2011), su cine me invita a irme de sus no historias. Ya no se trata de que prescinde de tramas, lo cual me parece perfecto, sino de que no conecto con las existencias que esboza en sus personajes. Las dudas y las reflexiones que les escucho lo tomo como prolongaciones del pensamiento de Malick y de sus intenciones e intereses. Esto no deja de ser normal, incluso lógico y necesario, en alguien que quiere expresarse; y él lo desea, lo busca y, aventuraré, que lo consigue a su manera, aunque su modo de hacerlo ya no va conmigo. Me cansan sus planos, las reflexiones que atribuye a sus modelos, y me aleja de cuanto asoma en la pantalla, cuando no me provoca una sonrisa cínica que me lleva a la conclusión de que tengo mis propias preguntas, apenas respuestas, y mi propio camino desconocido por recorren y donde tropezar hasta que muera. En sus siguientes títulos, por ejemplo en To the Wonder (2012) y Knight of Cups (2015), radicaliza su búsqueda de crear un cuerpo cinematográfico para su filosofía existencial o de dar esencia filosófica a un cine de existencias en continúa búsqueda, pero ancladas en las preguntas a las que les obliga el ciénagas. Debido a la sensación de “falsedad” que me genera, en su forzar voces e imágenes para sus ideas, pierde mi atención. Las cuestiones vitales y la poética que presumen sus películas van siendo más y más forzadas, y no siento poesía ni logro tomarme en serio los pensamientos que se escuchan —se me antojan leídos de un texto escrito para la ocasión; que así es, claro, pero me suena artificial y no me invita a una reflexión sobre lo que expone en pantalla— lo que no juega a favor. Aparte, y esto es muy lícito, hace cine para él, en todo momento reconocible, y no para el público, aunque tenga su público y un prestigio no sé si merecido, porque todo prestigio es otorgado por los otros. No nace de la obra ni del obrero, sino de quienes la contemplan y/o de quiénes acatan los criterios que inician el prestigio, una ilusión que no tiene porque coincidir con la calidad…
lunes, 9 de diciembre de 2024
José Buchs, pionero del folclorismo cinematográfico español
Nacido prácticamente a la par del cinematógrafo, José Busch (Santander, 1893-Madrid, 1973) pasó de ser actor aficionado a responsable de las películas filmadas por Atlántida SACE, una productora que nacía con aspiraciones de grandeza, pero que, debido a las constantes disputas con el consejo administrativo, acabó por convencer al cineasta santanderino para que crease su propia empresa: Film Española, la cual tampoco tuvo mejor ventura financiera y concluyó su aventura en 1926… Pero Buchs no desesperó y volvió a intentarlo junto a José Forns, con quien fundó la Forns-Buchs, cuya primera producción fue La extraña aventura de Luis Candelas (1926). Buchs, que había participado como actor y asistido a Jacinto Benavente en Los intereses creados (Jacinto Benavente y Ricardo Puga, 1918), debutó en la dirección al lado de Julio Roesset, aunque más que al lado, concluyendo los rodajes de este y así se encontró de lleno en el que sería su oficio: dirigir películas. Durante los años que siguieron, Buchs fue sumando títulos a su currículum; parecía hacerlo de forma febril y algunos le depararon éxitos comerciales tan sonados como La verbena de la Paloma (1921), protagonizada por Elisa Ruiz Romero y Florián Rey, quien, cuatro años después, daría el salto a la dirección y se convertiría en uno de los cineastas más destacados del cine español gracias, sobre todo, a La aldea maldita (1930). Esta adaptación de la zarzuela homónima del compositor Tomás Bretón y del libretista Ricardo de la Vega, obra decimonónica, le indicaba el camino a seguir para conquistar las simpatías del público. Durante la década de 1920 se convirtió en uno de los cineastas fundamentales para el desarrollo del cine español; también él evolucionó de un cine influenciado por Hollywood y los dramas italianos hasta apostar por lo autóctono y, por tanto, reconocible y popular. De modo que, aparte de films históricos como El dos de mayo (1927) y Prim (1931) o de las películas inspiradas en zarzuelas, entre las que también se cuentan la versión muda de 1922 y la sonora de Carceleras (1932), que algunos historiadores consideran la primera película española totalmente hablada, encontró en escritores como Carlos Arniches, Pedro Antonio de Alarcón, José Echegaray, Pedro Muñoz de la Seca, Benito Pérez Galdós e incluso a Manuel Curros Enríquez, uno de los tres puntales do Rexurdimento da literatura galega, la base para algunas de sus obras cinematográficas…
viernes, 8 de noviembre de 2024
Lewis Milestone, por Iliá Ehrenburg
Un día me contó que cuando Estados Unidos decidió entrar en la guerra se preguntó a los soldados si querían ir a Europa o quedarse en Estados Unidos; se hicieron dos listas. Milestone estaba entre los que deseaban ir al frente, pero enviaron solo a los que querían quedarse en casa. Entre risas, añadió: “Por lo general, así suele pasar en la vida.” Era un pesimista alegre: “En Hollywood no se puede hacer lo que uno quiere. Y lo mismo puede decirse de otros lugares que no son Hollywood”
Decidió hacer una adaptación cinematográfica de mi vieja novela La vida y la muerte de Nikolái Kurbov. Traté de disuadirlo: el libro no me gustaba y, además, habría sido ridículo en 1933 mostrar a un comunista romántico horrorizado ante el ambiente de la NEP. (2) Milestone me urgía a que yo escribiera sin falta el guion y me propuso alterar la trama, describir las construcciones y el plan quinquenal: “Que los estadounidenses vean de lo que son capaces los rusos.”
Yo tenía serias dudas sobre mi capacidad para llevar a cabo la empresa: no soy guionista y no estaba seguro de si podría escribir un guion decente, pero hacer un batiburrillo de varios libros me parecía un disparate. Aún así, como Milestone me caía bien acepté escribir el guion con su colaboración.
Me invitó a una pequeña ciudad-balneario donde realizaba una ardua tarea. Pesaba cien kilos y cada año pasaba tres semanas sin comer nada, hasta perder alrededor de veinte; luego, como es natural, se abalanzaba sobre la comida y pronto recobraba el aspecto de siempre. Para su periodo de ayuno, elegía un hotel cómodo en el que la comida era tan mala que no había modo de envidiar a los que comían y cenaba allí.
Permanecía tumbado y adelgazaba; mientras, sentado a su lado, yo tomaba una comida insípida y escribía. Milestone, que tenía un magnífico sentido del ritmo de las secuencias, decía: “Aquí hay que hacer una pausa... ¿Empezó a llover, quizá? ¿O debería salir de la casa una viejecita con un cesto para la compra?”
No conservo en texto del guion; lo recuerdo de un modo vago; creo que combinaba Hollywood y la revolución, con algunos hallazgos aislados de Milestone y rutina cinematográfica, sazonada con la ironía de dos personas maduras.
Llegamos a escribir un grueso cuaderno hasta el final. Milestone adelgazó —el traje le colgaba por todas partes— y por fin fuimos a París. En Montparnasse, Milestone conoció al pintor Nathan Altman y le propuso que hiciera los dibujos para los decorados y el vestuario.
El pesimismo de Milestone resultó justificado. El propietario de Columbia, Harry Cohn, tras leer el guion dijo: “Hay mucho tema social y poco sexo. No están los tiempos para tirar el dinero por la ventana”.
Como es natural, Milestone se llevó un disgusto: había perdido cerca de un año en ese proyecto, pero consiguió que Columbia nos pagara los honorarios tanto a Altman como a mí.
(Poco antes de la Segunda Guerra Mundial vi a Milestone en París… No había adelgazado, pero estaba más lúgubre. Durante la guerra había rodado en Hollywood una película sobre los soviéticos (3): quería, en la medida de sus posibilidades, echarnos una mano. Cuando fui a los Estados Unidos, hablé con él por teléfono y me invitó a Hollywood; pero yo decidí irme al sur. No sé qué hizo en los años de posguerra ni cuántas veces le obligaron a hacer lo que no quería).>> (4)
Habrían de ser muchas las veces en las que un cineasta, incluso del talento demostrado por Milestone en películas como Sin novedad en el frente (All Quiet in the Westerfront, 1930) o La fuerza bruta (Of Mice and Men, 1939), se vería obligado a aceptar (y acatar) que en Hollywood solo era un empleado y, como tal, un profesional destinado a hacer un trabajo (muy) bien remunerado en el que la decisión final no era suya. Milestone, como tantos otros, aceptaba que solo era el encargado de ejecutar el plan aprobado por los ejecutivos. Sus proyectos no solían nacer de él y, cuando lo hacían, necesitaba la aprobación de quienes ponían el dinero (los estudios cinematográficos) y, más adelante, de las estrellas caprichosas como Frank Sinatra en La cuadrilla de los once (Ocean’ Eleven, 1961) o Marlon Brando en Rebelión a bordo (Mutiny on the Bounty, 1962) —sus dos últimos largometrajes y, probablemente, las dos peores experiencias profesionales de Milestone—, que es como suelen ser los divos y divas tras el brillo cegador que deslumbra a sus fanáticos y al público en general, que también posee su buena dosis de fanatismo. Al contrario de lo que solía suceder en Europa, los cineastas hollywoodienses (del llamado Hollywood clásico o dorado) apenas intervenían en la elección del reparto —cada estudio contaba con sus grandes estrellas y con sus fieles escuderos—, ni en el montaje —pocos tenían derecho al “corte final”—, ni en el guion, ni en cualquier otro aspecto que no estuviese relacionado con el rodaje en sí. Su situación, a menudo no les convencía, pero rodaban con la profesionalidad que se esperaba de ellos o intentaban liberarse y buscar su independencia. Hay casos de rebeldía, de tipos que fueron forjando su propia leyenda y estableciendo distancias. Existen leyendas como la de Orson Welles, que vivió el rechazo, pero que prefirió ser un errante antes de ser un mandando, la de Charles Chaplin, que siempre quiso ser su propio jefe, o la de John Ford, que no solo hacía westerns o se corría sus juergas con su grupo afín —¡qué buenos tiempos, Jack!—, sino que era capaz de subirse a una plataforma para filmar un ataque aéreo o para arrancar hojas y hojas del libreto de turno, para aligerar el tiempo de rodaje. Hay numerosos ejemplos de trucos que los realizadores realizaban para saltarse el programa establecido por la empresa, pero, por lo general, se acataba el orden y la jerarquía establecidas. Se le entregaba un material y se les encargaba convertirlo en imágenes que diesen dinero. Esa era la finalidad, el director, salvo excepciones puntuales, solo un medio humano que tipos como Harry Cohn (Columbia Pictures), Louis B. Mayer (MGM), los hermanos Warner (Warner Bros.), Adolph Zuckor (Paramount) o Samuel Goldwyn (The Goldwyn Company), usaban para aumentar sus fortunas y su poder dentro de la industria cinematográfica que habían creado no para regalar arte ni espectáculo, sino para llenar sus bolsillos. Para los magnates, lo artístico y lo creativo eran aspectos secundarios, aunque esto no niega que buscasen hacer un producto atractivo para el público, y que a ellos les gustase, ni que a veces se obtuvieran resultados tan espléndidos como los dos films de Milestone nombrados arriba u otros suyos como La horda (The Racket, 1928), Un gran reportaje (The Front Page, 1931), Al filo de la oscuridad (Edge of Darkness, 1943), Un paseo bajo el sol (A Walk in the Sun, 1945) o El extraño amor de Martha Ivers (The Strange Love of Martha Ivers, 1946)… Todos ellos, títulos que el cineasta rodó previo a la amenaza de la caza de brujas que le convenció para salir del país y rodar en Europa alrededor de la década de 1950; entonces ya pocos recordaban que había sido el primer cineasta en recibir el Oscar al mejor director, por Hermanos de armas (Two Arabian Knights, 1927) —volvería a recibirlo por Sin novedad en el frente—, en la primera entrega de unos premios que se ajustaban perfectamente a la finalidad perseguida por sus creadores: vender su producto…
(1) Actual capital de Moldavia; entonces parte del Imperio Ruso.
(2) NEP, son las siglas que corresponden a la Nueva Política Económica propuesta e impuesta por Lenin para recuperar la economía tras la Gran Guerra y la Revolución.
(3) La película a la que se refiere Ehrenburg es el cortometraje documental Our Russian Front, rodado junto a Joris Ivens en 1942, durante la Segunda Guerra Mundial.
(4) IIiá Ehrenburg: Gente, años, vida (Memorias 1891-1967) (traducción Marta Rebón). Editorial Acantilado, Barcelona, 2014.
miércoles, 26 de junio de 2024
Rafael Gil, el literario que quiso dirigir
<<Fiel a sus principios y creencias, no es justo negar al director Rafael Gil su anchura de miras y la comprensión de toda forma de enjuiciar la visión de la vida, de la existencia en todos los aspectos que abarca>>, (1) pues se trataba de un hombre de buen trato, abierto al diálogo, que no pretendía imponer sus carácter conservador, ni su fe religiosa, que sentía pasión por el cine y la literatura, y que logró fusionar ambas a lo largo de su carrera profesional, la cual cobra su mayor esplendor en la década de 1940, en una serie de espléndidas comedias o en dramas tan logrados como El clavo (1944) o La calle sin sol (1948). Durante este periodo se convierte en uno de los directores cinematográficos de mayor éxito y prestigio del cine español. Nacido en 1913, en el seno de una familia burguesa, Gil se forma en un ambiente cultural que fomenta sus inquietudes artísticas. Tiene acceso al arte, a la literatura, a los clásicos en la biblioteca de su padre, que <<era abogado, licenciado en Filosofía y Letras y catedrático de Latín, y en el Teatro Real tenía un cargo administrativo>>, (2) lo que supone para el joven Rafael la cercanía de un ámbito cultural y artístico. Recordaba que de muy pequeño se aficionó a la lectura, que los libros constituyeron el legado de su padre, que falleció cuando él contaba con ocho años. Su precoz contacto con la literatura le hace culturalmente inquieto, curioso y ávido de conocimiento, como corrobora que, desde muy joven, frecuente los ambientes culturales de Madrid. No tarda en sentir interés por el cine, sobre el que escribe en periódicos como La Voz o ABC y en las revistas Film Popular o Nuestro Cinema. De esa época viene su predilección por cineastas como King Vidor, Frank Capra y Ernst Lubitsch, predilección que se deja notar en sus primeros largometrajes. <<La primera vez que me di cuenta de que el cine valía la pena, fue precisamente cuando vi El mundo marcha, de King Vidor. Recuerdo que una de las mayores emociones de mi vida, fue conocer a King Vidor en San Sebastián y estrecharle la mano>>. (3)
Hacia mitad de la década de 1935, siente curiosidad por el cine experimental e incluso teoriza sobre el medio ya audiovisual. Pero la guerra estalla cuando se está desarrollando su aprendizaje, su paso de la teoría a la práctica, en Cinco minutos de españolada. Después de su primer cortometraje y, antes de que el golpe militar precipite la guerra, Gil colabora con Benito Perojo en Nuestra Natacha (1936). Pero el conflicto estalla y a él le coge en Madrid, por entonces un lugar un tanto inseguro para los burgueses conservadores. E ideológica y socialmente, Gil lo era. Sin embargo, se encuentra a gusto en la capital española, su ciudad natal, y, aunque habría preferido no participar en la lucha armada —<<yo ganas de pelear no tenía ninguna>>—, no tardó en ser movilizado por el ejército republicano. Debido a sus conocimientos cinematográficos, lo destinan a la unidad de propaganda de la 46 División, “El Campesino”, en la que también se encuentra Antonio del Amo, quien le salva la vida cuando el origen de clase de Gil le hace sospechoso a ojos de milicianos. De este periodo son sus cinco documéntales de propaganda y también su contacto con Eusebio Fernández Ardavin en la película En busca de una canción (1937). El futuro realizador de La gran mentira (1956) no duda en señalar Fernández Ardavin como su maestro, quien le enseña a hacer cine. Concluida la contienda civil, continúa filmando cortometrajes hasta que, en 1941, debuta en la dirección de largometrajes con su primera adaptación de Wenceslao Fernández Flórez. A la espléndida El hombre que se quiso matar (1941), en 1970 filmaría su segunda versión del relato, le siguen otras no menos logradas, también protagonizadas por el actor compostelano Antonio Casal. Viaje sin destino (1942), Huella de luz (1942) y El fantasma y doña Juanita (1944) son tres ejemplos del buen hacer de Gil, a quien a menudo se le etiquetaba de literario, es decir, alguien que adaptaba literatura, que pretendía plasmarla en imágenes, sin ser cinematográficamente original. <<En ocasiones me han echado en cara, esa influencia literaria, diciendo que soy poco creador. Pues a lo mejor es verdad, pero no lo puedo evitar, tengo un peso literario, producto de mi formación, y no puedo prescindir de él>>. (4) Sus películas, al menos las mejores de las suyas, desmiente que no fuese un creador cinematográfico. Lo fue, aparte de ser un apasionado literario, cuyos conocimientos en literatura superaban y superan la media; por lo que tampoco resulta extraño su gusto, predilección, por adaptar al cine obras que conoce y admiraba, por ejemplo de Cervantes, Palacio Valdés, Wenceslao Fernández Flórez, Pérez Galdós, Unamuno, o de Enrique Jardiel Poncela, de quien en 1944 adapta la pieza cómica Eloísa está debajo de un almendro…
(2) (3) (4) Rafael Gil, en Antonio Castro: El cine español en el banquillo. Fernando Torres Editor, Valencia, 1974.
viernes, 17 de mayo de 2024
Leopoldo Torre Nilsson, por un cine de autor
Hubo un antes y un después de la irrupción de Leopoldo Torre Nilsson en la cinematografía argentina, de eso no cabe duda. Empleando un término un tanto impreciso en cine, fue el primero que quiso hacer un cine de “autor” o, dicho de otro modo, quiso realizar un cine personal en el que se encargaba de controlar todos los aspectos de la obra desde la elección y escritura del guion hasta el montaje, pasando, claro está, por la filmación. Había encontrado en el cine su medio de expresión artística y resultó ser un cineasta ambicioso: quiso renovar la cinematografía argentina y dotarla de calidad y auparla a un nivel internacional que la situase entre las más prestigiosas. Tampoco se discute que sea uno de los nombres imprescindibles del cine argentino, de los más destacados de las décadas de 1950, 1960 y 1970. Aunque había hecho su primera película diez años antes, fue La casa del ángel (1957) la que le dio a conocer internacionalmente. Con ella, situó al cine argentino en un contexto mundial del que no había gozado hasta entonces. Esta posición la refrendó en La mano en la trampa (1961), que la crítica internacional reconoció en Cannes con el premio FIPRESI. Su padre, Leopoldo Torres Ríos, era director de cine, y su tío Carlos, operador, lo que le supuso un temprano encuentro con el medio al que dedicó su vida profesional y creativa; aunque reconociese que en su adolescencia acudir a los rodajes le resultaba aburrido; incluso aborrecible. Hombre culto y de formación literaria, le gustaban escritores como James Joyce y Marcel Proust, este director y escritor bonaerense trabajó de asistente en varias películas paternas antes de debutar en la dirección de largometrajes en El crimen de Oribe (1950), el cual codirigió con su padre. Durante aquel contacto directo, se había familiarizado con la técnica cinematográfica, con el interés humano que evidenciaba su padre, y con los entresijos de la industria a la que daría un nuevo aire; tímidamente, a partir de Graciela (1956), su adaptación de Nada, la novela de Carmen Laforet, y ya definitivo cuando inicia su colaboración con otra escritora: Beatriz Guido, con quien mantuvo una relación sentimental desde 1951 hasta 1978, año del fallecimiento del director. Con ella colaboró en veintiuna películas, desde La casa del ángel (1957) hasta Piedra libre (1976), la última película de Torre Nilsson, siendo la más reconocida La mano en la trampa (1961), coproducción hispano argentina basada en la novela de Guido, de quien también adaptaría La casa del ángel, La caída, Fin de fiesta. Su cine, influenciado por su cinefilia y sus conocimientos literarios, resulta de los más personales de entonces. En su vertiente más personal, pues también tuvo que hacer concesiones a la industria —en las por él llamadas “películas crisis”—, es reconocible en su deambular entre el drama psicológico y el social. El carácter introspectivo de su cine, su tendencia al barroquismo, y no en pocas ocasiones de cierto gusto por lo onírico, su gusto por la literatura, la psicología de sus personajes, admiraba la capacidad psicológica de la novela y la quería desarrollar en la pantalla, abrían un nuevo periodo de la cinematografía argentina, influyendo en futuros directores como Leonardo Favio, entre otros grandes que le siguieron cronológicamente…
domingo, 21 de abril de 2024
Robert Bresson y el cinematógrafo
En 1934 realizó su primera película, el cortometraje titulado Les affaires publiques, pero no sería hasta 1941, con Francia ocupada, cuando dirigió su primer largometraje. Los ángeles del pecado (Les anges du péché) fue un éxito de crítica y de público. Todo lo contrario sucedió con Las damas del bosque de Bolonia (Les dames du Bois de Boulogne, 1945), su segundo largo, en el que ya confirmaba que lo suyo iba de psicologías atrapadas y de establecer un distanciamiento emocional entre la pantalla y el público para acercarse a las cosas y a las personas. Decía Bresson que se situaba <<a la distancia en la que me coloco en la vida. Por eso, el fondo es a veces borroso en mis películas. Pero no tiene importancia, porque, una vez más, es el sonido lo que proporciona distancia y perspectiva>>. (1) Buscaba desprenderse de cualquier teatralidad, de lo anecdótico e innecesario. Estaba convencido de que el cine era arte con lenguaje propio, en el que las transiciones de una imagen a otra serían como las notas de una escala musical y el plano sería la “palabra” sobre la que componer su narración. Sus Notas sobre el cinematógrafo lo apuntan. Aspiraba a hacer arte cinematográfico, que nada tendría que ver con el teatral y el decorativo; quizá por ello fuese ignorado por el público general. En todo caso, su cine se reconoce al instante, aspira a la pureza, rehuye de la interpretación y del suspense, es lineal, reflexivo, contenido, distante y antiteatral, en apariencia sencillo, casi minimalista, aspira a la pureza cinematográfica; quizá la que él suponía; pues ¿quién podría explicar la pureza del arte, más si cabe tratándose de cine? Según él, cada plano es una palabra, lo que vendría a decir que la suma de planos dan las frases cinematográficas: el lenguaje del cine, su narrativa. Esto se ve mas claro a partir de Diario de un cura rural (Journal d’un curé de campagne, 1951), un film que apunta lo que vendría después. Solo sus dos primeras películas se distancian en la forma, que no en la intención, de lo que vemos en films como Diario de un cura rural o Un condenado a muerte se ha escapado (Un condamné à mort s’est échappé, 1956), probablemente la cota máxima de su arte cinematográfico, o Pickpocket (1959). Con acierto, en uno de sus ensayos, Susan Sontag escribió que <<el verdadero drama de los temas de Bresson es el conflicto interior: la lucha contra uno mismo. Y todas las calidades estéticas y formales de sus películas tienden a ese fin.>> (2) Las imágenes los atrapa, todos los “modelos” y “psicologías” bressonianas viven encerradas, ya sea dentro de un espacio físico, como el protagonista de Un condenado a muerte se ha escapado o la Juana de Arco, o psíquico, tal cual el cura rural de su adaptación de la novela de Georges Bernanos…
Filmografía
Affaires publiques (1934)
Los Ángeles del pecado (Les anges du péché, 1941)
Las damas del bosque de Bolonia (Les dames du Bois de Boulogne, 1945)
Diario de un cura rural (Journal d’un curé de campagne, 1951)
Un condenado a muerte se ha escapado (Un condamné à mort s’est échappé, 1956)
Pickpocket (1959)
El proceso de Juana de Arco (Procès de Jeanne d’Arc, 1962)
Al azar, Baltasar (Au hasard Balthazar, 1966)
Mouchette (1967)
Una mujer dulce (Une femme douce, 1969)
Cuatro noches de un soñador (Quatre nuits d’un rêveur, 1971)
Lancelot du Lac (1974)
El diablo, probablemente (Le diable probablement, 1977)
El dinero (L’argent, 1983)
(1) Robert Bresson, en Michel Ciment: Pequeño planeta cinematográfico. Akal, Madrid, 2007.
(2) Susan Sontag: Estilo espiritual en las películas de Robert Bresson. Contra la interpretación y otros ensayos. DeBolsillo, Barcelona, 2007.
sábado, 9 de marzo de 2024
Tomás Gutiérrez Alea, por un cine cubano
Cineastas de distintos países de Latinoamérica de finales de los cincuenta y de los años sesenta tenían algo que decir y crearon un cine combativo, en ocasiones revolucionario, que se alejaba del comercial Hollywoodiense y de autoral europeo. El nuevo cine latinoamericano, desde la “Estética del hambre” de Glauber Rocha hasta el “Tercer cine” de Fernando Solanas y Octavio Getino, nacía con la intención de transformar y avivar las conciencias. Buscaba expresar su identidad, al tiempo que denunciaba el neocolonialismo. Uno de los grandes destacados de ese momento que se sitúa tras la revolución cubana (1959) fue Tomás Gutiérrez Alea, quien, junto a Julio García Espinosa (y ya andado el decenio: Humberto Solás, Fausto Canel y Sara Gomez, entre otros), se erigió en la figura clave de la renovación y desarrollo del cine cubano que siguió a la victoria castrista. Gutiérrez Alea, también conocido como Titón, inició su carrera realizando una serie de cortometrajes aficionados que tienen su punto de inflexión en Il sogno de Giovanni Bassain (1953), rodada en Italia, en el Centro Sperimentale de Cinematografia, donde pudo estudiar cine antes de regresar a su país y rodar los cortometrajes documentales El mégano (1955), en el que colaboró con Julio García Espinosa, y Esta tierra es nuestra (1959), ya bajo la producción del Instituto Cubano del Arte e Industria Cinematográficos. La década de 1950 le había servido de aprendizaje y en la siguiente desarrolló lo aprendido y se convirtió en la punta de lanza de un cine social y político, pero también con aspiraciones artísticas y no exento de crítica. Los años inmediatos que siguieron al triunfo de Fidel Castro fueron tiempos para expresar las ideas de la revolución en la pantalla; era el momento que exigía rodar Historias de la Revolución (1960), su primer largometraje, aunque él consideraba Las doce sillas (1962) como su primera película, menos politizada y más liberada, y toda ella satírica. Fue la primera comedia producida por el ICAIC, pero lo mejor de este gran cineasta, <<hombre que simboliza la independencia de espíritu, la exigencia artística y el humanismo del cine cubano>>, (1) influenciado por neorrealistas como Roberto Rossellini y Cesare Zavattini, estaba por llegar. Hoy, sus películas más reconocidas son la sátira kafkiana Muerte de un burócrata (1966), la analítica, intelectual e introspectiva Memorias del subdesarrollo (1968) y Fresa y chocolate (1993), su penúltimo trabajo para la pantalla; el último fue la comedia Guantanamera (1995), codirigidas ambas junto con Juan Carlos Tabío. Pero su aportación en los más de treinta años dedicados al cine y a expresar su compromiso y su crítica dio para más. Películas como La última cena (1976) o Los supervivientes (1978) son desconocidas para muchos, pero también son ejemplos de su mirada crítica, o mismamente Hasta cierto punto (1983), en la que intentó un cambio de estilo en su lucha por desvelar realidades sociales en la pantalla…
martes, 20 de febrero de 2024
Mel Brooks, ganas de (hacer) reír
Filmografía como director
1. Los productores (The Producers, 1967)
3. Sillas de montar calientes (Blazing Saddles, 1974)
4. El jovencito Frankenstein (Young Frankenstein, 1974)
5. La última locura (Silent Movie, 1976)
6. Máxima ansiedad (High Anxiety, 1977)
7. La loca historia del mundo (History of the World: Part I, 1981)
8. La loca historia de las galaxias (Spaceballs, 1987)
9. ¡Qué asco de vida! (Life Stinks, 1991)
10. Las locas, locas aventuras de Robin Hood (Robin Hood: Men in Tighs, 1993)
11. Drácula, un muerto muy contento y feliz (Dracula: Dead and Loving It, 1995)
(1) Mel Brooks: ¡Todo sobre mí! Mis memoriales gestas en el universo mundo del espectáculo (traducción de Ana Julia Sarmiento). Libros del Kultrum, Barcelona, 2023.
martes, 23 de enero de 2024
Thomas Harper Ince, producción en cadena
<<A cinco millas al norte de Santa Mónica, siguiendo la línea costera californiana, existía un fabuloso lugar llamado Inceville. Se llamaba así en honor de su propietario y creador, Thomas H. Ince. Consistía en una sucesión de escenarios al aire libre y falsos decorados de westerns, tan usuales en los films de aquellos días…>>, en los que no paraban de salir películas del horno. Eran como el pan fresco, salían prácticamente cada jornada, eran de consumo rápido y sabroso. El buen sabor de boca que dejaban en el consumidor implicó mayor demanda y, <<como el volumen de operaciones que se desarrollaba en Inceville crecía de la noche a la mañana, Thomas H. Ince compró y construyó una serie impresionante de platós en un terreno situado en el nuevo pueblo de Culver City…>> (1) Por entonces todo era novedad y cada jornada, en el estudio de Ince, se aprendía el oficio a la par que se trabajaba para afianzar el lucrativo negocio de producir películas. ¿Quien se lo iba a decir a los Lumière, cuando filmaron la salida de las trabajadoras de la fábrica sin pensar en las posibilidades económicas de su invento? Pero aquella imagen icónica, primigenia y documental quedaba atrás. Ahora se llevaba la ficción y la fantasía. La acción todavía era primitiva, de planos estáticos y de un montaje rudimentario. Pero la década de 1910 supuso un torrente desbordante de ingenio cinematográfico. Se descubrían posibilidades técnicas y narrativas —Segundo de Chomón había desarrollado un amago de travelling en Cabiria (Giovanni Pastrone, 1913), Griffith atendía la profundidad de campo y practicaba el montaje en paralelo, mientras que los suecos como Sjöström y Stiller establecían la relación psicología entre el espacio, los elementos de la naturaleza y los personajes, o, ya hacia el final del decenio, Stroheim tomaba del naturalismo para dar forma a Corazón olvidado (Blind Husband, 1919)— y se descartaban otras. Como los Sennett, Griffith, DeMille, Lasky, Laemmle, Zukor y el resto de pioneros, aquel había llegado del Este. Lo hizo acompañado de William S. Hart, hasta entonces actor shakespeariano y, poco después, gran estrella del western.
Antes de sentar algunas de las bases de la epopeya, la épica y el oeste de celuloide, Ince se había dejado convencer por el antiguo corredor de apuestas Adam Kessel y su socio Charles Baumann, la misma pareja que financió a Mack Sennett sus primeros pasos en la aventura Keystone. Le habían ofrecido rodar westerns en California, y el futuro responsable de Civilization (1915) aceptó el reto. Ince dejaba atrás su carrera de actor. No se arrepentiría, pues se había convencido de que su futuro no estaba en la escena, sino detrás, produciendo y dirigiendo bajo el sol californiano. Empezó a producir y dirigir en 1911, y ya desde aquel primer momento vio el cine como una fábrica de churros, quizá condicionado por alguna imagen de Henry Ford en una valla publicitaria a las afueras. Lo cierto es que se lanzó de cabeza a la producción en cadena. Así, en los cinco platós de su nuevo estudio de Culver City, que posteriormente pasarían a otras manos, se rodaban simultáneamente el mismo número de películas. <<Rueden lo que está escrito>>, era una de sus máximas favoritas, máxima que productores posteriores, como Thalberg y Mayer en la MGM, pondrían en práctica con sus directores. La factoría Ince marcaba el camino a seguir para el todavía inexistente sistema hollywoodiense. Ya llegaría y se impondría, pero mientras, aquella tierra de los Ince, Griffith, Sennett, DeMille, Pickford, Dwan, Gish, Hart, Walsh y compañía, era un territorio virgen, salvaje, en construcción, tal cual el oeste que asomaba en la pantalla. Ince se encargaba de la preproducción y la posproducción, también de los guiones y de algunas filmaciones, pero delegaba las restantes entre sus directores, de modo que allí siempre se estuviesen cociendo varias películas a la vez. La voracidad popular demandaba más producto y la fábrica aceleraba su ritmo de producción. Rendía en plenitud; como parece confirmar los más de 600 títulos que Ince produjo entre 1911 y 1924, año de su fallecimiento. Su muerte pasó a la leyenda o la realidad encubierta. Según los rumores, William Randolph Hearst le había disparado por celos o por error; nada quedó claro. Quizá simplemente fue debida a algo más corriente y natural: un fallo cardíaco, como dictaminó el informe médico. En todo caso, parece que Ince llevaba tiempo con problemas de salud, y que se guardaba de hacerlos públicos por miedo a que su dolencia afectase su puesto de trabajo.
<<"Los vaqueros montaron cuesta arriba el martes y cuesta abajo el jueves". Así fue como Ince describió la producción de westerns en 1911. En 1913, con el alquiler de una enorme extensión de tierra en Santa Ynez Canyon en Santa Mónica, California, […], el pionero había creado una nueva forma de arte.>> (Anthony Slide). Los terrenos de Ince en Santa Mónica eran, tal como recuerda King Vidor en sus memorias, un lugar vivo y llamativo, donde igual te cruzabas con guerreros indios que con la caballería o veías una locomotora que se acercaba en la distancia. De aquella fábrica de cine salían westerns y más westerns. El género había encontrado su lugar y su primer maestro. Ince no inventó el Oeste de celuloide, ya existían films ambientados en el lejano oeste: Asalto y robo de un tren (The Great Train Robert, Edwin S. Porter, 1903), algunas de las películas de Griffith o el ciclo de Tom Mix; pero sí supo dotarlo de una forma atractiva y espectacular que, como lo expuesto en The Struggle (1913), película de dos rollos, llamaba la atención del público y de sus colegas de profesión. Tampoco inventó la épica —por ejemplo, en la italiana La toma de Roma (La presa di Roma, Filoteo Alberini, 1905) asoma un final que la apunta—, pero el asedio al fuerte y la llegada “in extremis” de la caballería en Los invasores (The Invaders, Francis Ford y Thomas H. Ince, 1912) o las batallas de su film The Battle of Gettysburg (1913), su primer largometraje, la evolucionan y se convierten en referentes para posteriores films, sin ir más lejos, El nacimiento de una nación (The Birth of a Nation, D. W. Griffith, 1914). En 1915, ya considerado uno de los grandes de aquel Hollywood, se asoció con Mack Sennett y David Wark Griffith. Eran los tres directores más grandes del momento: suyos eran los reinos del western, la comedia y el melodrama. Se consideraban pares iguales, de modo que fundaron Triangle Film siguiendo el improbable de “tanto monta, monta tanto”. La vida del estudio no pasó de los tres años, pero dio su mejor fruto en Intolerancia (Intolerance, 1916). Aparte de negocio, la empresa era una declaración de intenciones de sus tres ilustres vértices: plantar cara a las exigencias de los grandes distribuidores; en concreto a Adolph Zukor, señor de la distribuidora Famous Players-Lasky Corporation, apoyado económicamente por la Banca Morgan. La existencia de Triangle concluía en 1918, pero dos años después del fracaso de aquel triangulo, Ince y Sennett volvieron a asociarse; en esta ocasión en la Associated Producers, que presidiría el primero. En ella también participaban otros grandes del momento: Maurice Tourneur, Allan Dwan, King Vidor, Marshall Neilman, J. Parker Reid y George Loan Tucker. Fue otra aventura que no duró, pero ¿qué podía dura en un periodo de constante evolución y revolución cinematográfica? Ince continuó batallando y produciendo, supervisando a los suyos hasta el momento de su muerte (tenía cuarenta y cuatro años) e influenciando al cine hasta que su nombre y su obra cayeron en el olvido, aun así pervivía en la obra de otros y en la base del sistema de estudios que no tardaría en imponerse, pues se inspiraba en su método de producción, en el que el productor supervisaba a los cineastas y era quien tenía la última palabra.
(1) King Vidor: Una árbol es un árbol. Paidós, Barcelona.