sábado, 28 de mayo de 2022

Marcello Mastroianni. Jugar a llenar vacíos


Un gran actor de cine y de teatro, también director escénico, llamado Vittorio Gassman, comentaba en sus memorias algo acerca de un compañero de profesión, a quien conocía y con quien había trabajado en varias ocasiones. Decía de él que <<había nacido para el cine, una deliciosa pereza romano oriental le confería la fascinación de la indiferencia, la mirada óptima por la misteriosa máquina radiográfica que es la cámara>>. (1) El colega a quien se refería era Marcello Mastroianni, reconocible para cualquiera que posea mínima cultura cinematográfica y, para quien esto apunta, uno de los actores de mayor talento y atractivo cinematográfico que ha dado el cine. Rodaba aquí, allí o allá, afirmación que puede sonar a desorientación por mi parte o por la suya; pero si se tiene en cuenta que Mastroianni fue, porque así lo quiso, un trotamundos cinematográfico, suena a lo que fue: un actor sin fronteras.

Si preguntan por las películas de Marcello Mastroianni, a cualquiera que posea ese mínimo cultural (y más), la respuesta habitual relacionaría al protagonista de Adiós al macho (Ciao maschio, Marco Ferreri, 1978), uno de su films favoritos, con Federico Fellini, al regresar a la memoria cinéfila sus colaboraciones en La dolce vita (1960) y Ocho y medio (8 1/2, 1963). Esto se debe a que el de Rimini fue el cineasta que llevó a Mastroianni a ser reconocido mundialmente, al hacer del actor la imagen masculina de su cine; la femenina, sin duda, es Giulietta Masina. Aunque dirigió a Mastroianni en La dolce vita, 8 1/2, La ciudad de las mujeres (La città delle donne, 1980) y Ginger y Fred (Ginger e Fred, 1986) —su presencia en Block-notes di un registra (1969), Roma (1972) Entrevista (Intervista, 1987) son un aparte—, Fellini no fue el cineasta que más veces contó con Mastroianni, ese fue Ettore Scola (en nueve ocasiones); ni fue el primer gran director que le dirigió. Marcello recordaba en la serie de entrevistas para el documental Sí, ya me acuerdo (Mi ricordo, si, io mi ricordo, Anna Maria Tatò, 1996), y publicadas con el mismo título, a dos cineastas que fueron fundamentales en sus inicios cinematográficos: <<Al comiendo de mi carrera cinematográfica, hubo dos directores que fueron de suma importancia para mí. Uno fue Luciano Emmer, con quien hice Domingo de agosto (Domenica d’agosto), una película que tuvo un gran éxito, incluso en el extranjero. El otro, Mario Monicelli, que trabajaba entonces al alimón con Steno. Con Monicelli hice Vida de perros (Vida da cani); y después un episodio hermosísimo de Padres e hijos (Padri e figli), una película en varias partes […] He rodado otras muchas películas con Monicelli. Por ejemplo, Rufufú (I soliti ignoti). Esta película nació para aprovechar las escenografías de Noches blancas (Notti bianche), que había hecho con Visconti y que le había costado mucho. […] Y luego, con Monicelli, hice la obra maestra Los camaradas (I compagni). Era la historia de los primeros intentos de huelga en el Piamonte: pobres obreros ignorantes incitados, guiados por un loco socialista idealista —el profesor Sinigallia—, un pillo peligroso que con sus fantasías arma una buena y hay hasta muertes. Esta película, cuando se estrenó, no tuvo ningún éxito. […] Una película hermosísima. Resulta tan creíble que parece un documento rodado en la época, en las postrimerías del siglo XIX. Mi agradecimiento a Mario Monicelli es muy grande.>> (2) (Marcello Mastroianni)


Cuando coincidieron profesionalmente por primera vez, el actor llevaba una década dedicada al teatro. También había asomado en el cine, pero todavía no había encontrado acomodo en el medio cinematográfico. Fue un encuentro afortunado, pues Vida de perros es una magnifica comedia dramática o un drama cómico, llámenla si lo prefieren “comedia a la italiana”. Pero el papel de Mastroianni, aunque importante en el devenir del film, carece del protagonismo que asumiría en otros films de Monicelli; siendo su triste, comprometido e idealista profesor Sinigallia en Los camaradas una de las mejores actuaciones de su carrera. El cineasta y el actor trabajaron juntos en ocho películas desde 1950 hasta los años ochenta. <<Mastroianni ya había realizado comedias antes de trabajar conmigo, nos conocíamos desde hacía tiempo, aunque es verdad que en Vita da cani, nuestra primera colaboración, tenía un papel dramático. Lo mismo con Tognazzi, éramos amigos desde hacía años. Trabajar con ellos fue sencillo. Cuando ruedas con gente de verdadera calidad, el proceso siempre es fácil porque son inteligentes, conocen el oficio, han leído el guion, comprenden el personaje. Al empezar el rodaje pocas cosas debes decirles. Como mucho detener una toma, comentar que lo están haciendo muy bien pero que quizás deberían poner un matiz un poco más melancólico, por ejemplo. Si el actor es discreto, entenderá que quieres un registro más melancólico pero no sabrá cómo hacerlo, y podrás realizar una toma, dos, tres, cinco, quince, veinte veces sin acabar de conseguir el resultado que buscas. Cuando ruedas con actores de tanta calidad como los citados, lo consigues enseguida. Trabajar con ellos es siempre mejor, pero no solo con los buenos intérpretes, también con los buenos técnicos. En cuanto a las aportaciones de estos actores, siempre completan los personajes. Mastroianni, por ejemplo, se citaba con el director y le decía que había comprendido perfectamente al personaje, pero no estaba de acuerdo en cómo el diseñador de vestuario lo había vestido y entonces aportaba sus propias ideas.>> (3)


<<El actor es como una caja vacía, y cuánto más vacía esté mejor que mejor; interpreta un personaje y la caja se llena, después termina el trabajo y la caja se vacía.>> (4) Con tanto llenar y vaciar es complicado saber qué tienes y quién eres, pero Mastroianni no cayó en el vacío, ni dudó ser uno en una profesión de mil rostros y emociones que, por oficio, le correspondía llenar dando vida a personajes con los que demostró que podía hacer creíblemente humanos a caricaturas y a tipos serios, a amantes, galanes y desheredados, a almas fellinescas, almas heridas y otras vivas y anodinas. Los hizo jugando; comentaba que <<Lo nuestro, lo de los actores, es sobre todo un juego […] En francés se dice jouer; en inglés, play, juego, jugar. Eso es el teatro, sea comedia o tragedia, o bien el cine: siempre juego>> (5), pues la actuación es jugar a ser otros o jugar a crear individuos que posiblemente nada tengan que ver con los actores y las actrices que les dan vida.



Retrocediendo a la juventud de Mastroianni, durante sus estudios universitarios, inició su carrera teatral bajo la exigente y disciplinada dirección de Luchino Visconti. Durante los siguientes diez años trabajó en los escenarios y fue formándose una idea de la actuación que ya no abandonaría: la de jugar a llenar vacíos. También fue Visconti quien le dirigió en su primer papel cinematográfico de prestigio, en Noches blancas (Le notti bianche, 1957), aunque, con anterioridad, había trabajado en decenas de películas y había protagonizado la exitosa La ladrona, su padre y el taxista (Peccato che sia una canaglia, Alessandro Blasseti, 1954), junto a Sophia Loren y Vittorio de Sica, con quienes volvería a trabajar de forma continuada, formando con la actriz una de las parejas más recordadas del cine. En Prêt-à-porter (1995), Robert Altman los reunió para rendir homenaje a una de las escenas más famosas de la pareja, la del strip-tease de la actriz en Ayer, hoy y mañana (Ieri, oggi, domani, 1963). No obstante, en la profesión, con quien se le relaciona de inmediato es con Federico Fellini. El cineasta orientó definitivamente la carrera del actor hacia el cine. Le convirtió en el rostro masculino de sus películas. En la mítica Ocho y medio (8 1/2, 1963), Mastroianni llenó su vacío dramático y ofreció un inolvidable reflejo profesional del de Rimini, ensoñación y distorsión cinematográfica felliniesca. Pero fue La doce vita (1960), en la que interpreta al periodista testigo del baño de Anita Ekberg en la Fontana de Trevi, la que le dio fama internacional. Decía Fellini que Mastroianni <<no se acordaba, pero nos habíamos conocido en 1948 en el Teatro de las Artes, donde él hacía Angélica de Leo Ferrero, con Giulietta. Ella me lo había presentado en su camerino cuando fui a felicitarla al final de la representación. Luego, él me mandó un telegrama por Los inútiles. Me decía que la película le había entusiasmado. Giulietta me hablaba enseguida de él y cuando empecé a preparar La dolce vita me sugirió su nombre para el papel de periodista. No recuerdo si había visto alguna de las películas que había interpretado hasta ese momento, pero para oponerme a Dino de Laurenttis que quería a toda costa a Paul Newman para el papel, lo invité a Fregase.>> (6)



La filmografía de Mastroianni está plagada de títulos magistrales y de directores fundamentales en la historia del cine: FelliniDe Sica, MonicelliScola, Marco Ferreri, Pietro Germi, Michelangelo Antonioni, Dino Risi, Roman Polanski, Theo Angelopoulos y tantos otros que se sirvieron del vacío del actor y de sus ganas de jugar para crear y llenar personajes inolvidables en películas igual de imborrables: Rufufu (Il soliti ignote, 1958), Una jornada particular (Una giornata participare, 1977), La gran comilona (La grande bouffe, 1973), Divorcio a la italiana (Divorzio all’italiana, 1961) o La noche (La notte, 1961), entre otros títulos referentes cinematográficos. Pero el actor no se contentó con permanecer anclado al cine italiano, sencillamente porque le entusiasmaba viajar y el cine le permitía hacerlo: <<con los años acabé por verme como si fuese un empleado que va todas las mañanas a la oficina. Así que desde hace muchos años elijo películas que me lleven aquí o allá>>. (7) Y así rodó en Argentina, Brasil, Rusia, Francia, Grecia, Portugal, Reino Unido y en tal y cual otro lugar que le permitiese continuar jugando, vaciando y llenando, en constante movimiento.



(1) Gassman, Vittorio: Un gran porvenir a la espalda (traducción de Fernando Gutiérrez). Editorial Planeta, Barcelona, 1983.

(2) (4) (5) (7) Mastroianni, Marcello: Sí, ya me acuerdo (traducción José Ramón Monreal). Ediciones B, Barcelona, 1997.

(3) Casas, Quim; Iriarte, Ana Cristina (Coord.): Mario Monicelli. Festival de Cine de San Sebastián y Filmoteca Española, San Sebastián, Madrid, 2008.

(6) Fellini, Federico: Fellini. Les cuento de mí. Conversaciones con Costanzo Costantini (traducción Fernando Macotela). Sexto Piso Editorial, Madrid, 2006.


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