La memoria creativa es caprichosa y selectiva, también olvidadiza, vaga y desordenada. No busca nostalgia, confunde recuerdos, prescinde de fechas, difumina rostros e ilumina otros; incluso se apodera de imágenes ajenas, quizá vistas en la pantalla o en la complicidad de una charla o de una lectura que borra las distancias temporales y espaciales. Este tipo de memoria podría ser la desarrollada por Fellini en sus películas, iguales y distintas, sin plagio, con sus múltiples variantes y las constantes que se repiten y remiten a su imaginario. La memoria, la creativa, la de Fellini, la de cualquiera que no pretenda encontrar realidad sino verdad, acepta la sinceridad tramposa y mentirosa de su mezcla de vivencias, experiencias e inexistencias, de su confundir lo vivido con la fantasía de que se ha vivido, sin establecer límites entre realidad e irrealidad, entre vigilia y sueño. Comprenderlo resulta atrayente, mucho más que asumir que los recuerdos son réplicas exactas de instantes quizá reales o vividos. Viendo las películas de Fellini es innegable que uno se enfrenta o se deja conquistar por mundos inexistentes que sí existen en la suma de las realidades y fantasías de su creador. Esto lo corrobora Amarcord (1973), cuyas imágenes existen entre la mentira y la verdad que se combinan en la evocación e interpretación de lo que fue y lo que nunca llegó a ser. Esta mezcla podría definir el "cineimaginario" fellinesco, cuya puerta de entrada se encuentra en Los inútiles (I vitelloni,
1953), aunque ya en El jeque blanco (Lo sceicco bianco, 1952) abre una ventana a la fantarrealidad que seduce con su apenas pasa nada y pasa de todo, donde habitan vagos, caricaturas, clownes, otros personajes a cada cual más grotesco y los distintos rostros de su Roma y su Rímini, que poco o nada tienen que ver con la imágenes habituales de ambas ciudades.
1.Fellini. Les cuento de mí. Conversaciones con Constanzo Costantini (traducción Fernando Macotela). Editorial Sexto Piso, Madrid, 2006
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