La comedia musical es el género en el que más se nota el artificio y a la vez al que se le permite mayor libertad para vivir de él; aunque solo es genial cuando su conjunto logra conferir a lo artificial carácter de ensoñación a la que se aferran de manera dispar Sombrero de copa (Top Hat, Mark Sandrich, 1935) o Cantando bajo la lluvia (Singin’ in the Rain, Stanley Donen y Gene Kelly, 1952). Son dos ejemplos de obras cinematográficas musicales de primer orden, totalmente diferentes entre sí, y quizás las más representativas de sus realizadores, a quienes se asocia de inmediato con el género. Esto no sucede con Howard Hawks, un cineasta que si bien se relaciona con la comedia (cine negro, aventuras, western u otros géneros), no suele referirse a él como un director de musical. Y no suele, porque no lo era, aunque en su filmografía aparezca un título tan reconocido como Los caballeros las prefieren rubias (Gentleman Prefer Blondes, 1953). Tampoco era su primer musical, con anterioridad había realizado Nace una canción (A Song Is Born, 1947), ni su primer film en color, ni la primera película en la que contaba con la presencia de Jane Russell —la había dirigido sin acreditar en El forajido (The Outlaw, Howard Hughes, 1948)— y Marilyn Monroe —en Me siento rejuvenecer (Monkey Business, 1952)—, pero sí fue la evasión colorista y musical que encumbró a la rubia actriz. Los caballeros las prefieren rubias parece una película en las antípodas de los intereses temáticos de Hawks, sin embargo no es así. El cineasta repite en el film aspectos que enlazan su filmografía convirtiéndola en una unidad coherente en la que la amistad es uno de los nudos, aunque en esta ocasión no se trata de una amistad masculina, sino femenina, entre dos mujeres opuestas en su personalidad y en su físico, pero esto no les impide la lealtad que ambas sienten y llevan hasta las últimas consecuencias.
La diferencia física que destaca a primera vista entre estas dos heroínas es que una es rubia y la otra morena, pero el rasgo que realmente las distingue es su interpretación de los hombres. Lorelei (Marilyn Monroe) ve en ellos o solo mira de ellos su dinero, mientras que Dorothy (Jane Russell) se decanta por el físico. Pero ninguna de sus diferencias, ni físicas ni psicológicas trastoca una unión que viene de lejos, posiblemente de sus orígenes artísticos en algún teatro de variedades. Ambas son bailarinas y cantantes, trabajan en el espectáculo y son el deseo de los hombres. Pero Lorelei tiene ambiciones ajenas a la profesión; quiere casarse con un millonario (Tommy Noonan). Hawks sabe sacar provecho de la presencia de sus dos actrices protagonistas, Jane Russell y Marilyn Monroe, y de la pícara aportación de Charles Coburn y la ironía del niño Henry Spofford III (George Winslow) para hacer ver que su enredo habla de dos motores sociales como el sexo y el dinero, pues ambos mueven a hombres y mujeres, como apunta la estancia en el barco de las dos amigas rumbo a Francia. Ese escenario atrapa a los personajes en un mundo de glamour, pero también de “postureo” y falsedad, esta se descubre en la presencia del detective (Elliott Reíd) que vigila a Lorelei al tiempo que babea por Dorothy, menos materialista que su amiga, pero quizá, tras sus imágenes dispares, igual de ingenuas.
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