En el seno de la major fundada por Adolph Zukor y Jesse Lasky realizó la práctica totalidad de su obra, y su importancia dentro de la misma quedó recogida en El crepúsculo de los dioses (Sunset Boulevard; Billy Wilder, 1950), en la que se interpretó a sí mismo. A pesar de tratarse de una ficción, la película de Wilder muestra una realidad oculta del cine, la misma que Gloria Swanson, la actriz protagonista, experimentó en su propia persona con la entrada del sonoro. Esta actriz había alcanzado la fama al protagonizar seis películas dirigidas por DeMille, entre ellas A los hombres (Don't Change Your Husband, 1919) y Macho y hembra (Male and Female, 1919), títulos a día de hoy menos conocidos que Los diez mandamientos (The Ten Commandments, 1923), que encontró su inspiración en Intolerancia (Intolerance; David Wark Griffith, 1916), y Rey de reyes (King of Kings, 1927), superproducciones que delatan el gusto del cineasta por ubicar las tramas en tiempos pasados, cuestión que se reafirma en sus aportaciones sonoras, de las cuales solo El melodrama Dynamite, la comedia musical Madam Satan (1930), el drama bélico Por el valle de las sombras (The Story of Dr.Wessel, 1944) y el drama circense El mayor espectáculo del mundo (The Greatest Show on Earth, 1952) se desarrollan en un espacio contemporáneo.
Uno de los temas recurrentes en DeMille lo encontramos en los triángulos amorosos, una constante que alcanza sus máximos exponentes en Policía Montada del Canadá (North West Mounted Police, 1940), Unión Pacífico o Piratas del mar Caribe (Reap the Wild Wind,1942). También se observa en algunas de su películas su gusto por filmar escenas eróticas, las más famosas serían la orgía de El signo de la cruz (The Sign of the Cross, 1932) o el baño de la reina egipcia en Cleopatra (1933), que superaron la censura gracias a la sugerencia, al sobreentendido o a la condena moral de las mismas por parte de su autor. Otra característica común a sus producciones sonoras reside en la ya nombrada presencia de un narrador (su voz en la versión original) que introduce los hechos empleando una perspectiva partidista, conservadora y anglosajona a ultranza, y ajena a la rigurosidad histórica. Pero al cineasta poco le interesaba la veracidad y sí la las imágenes sobrecargadas en las que la tensión sentimental o la aventura, carente de épica, cobran protagonismo, de ahí sus numerosas incursiones en comedias, melodramas, aventuras o westerns, por lo que sorprende que haya pasado a la historia por sus producciones bíblicas, cuando solo suman un total de cuatro dentro de una extensa filmografía que se cerró en 1956 con la versión en technicolor de Los diez mandamientos.
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