Su protagonismo en los musicales Madreselva (Luis César Amadori, 1938), La vida es un tango (Manuel Romero, 1939) o La vida de Carlos Gardel (Alberto de Zavalía, 1939) convirtieron a Hugo del Carril en uno de los rostros más populares de la pantalla argentina, aunque su mayor aporte a la cinematografía de su país se produjo en la dirección de largometrajes. Del Carril debutó en la realización con el musical Historia del 900 (1949), pero sus mejores títulos están ligados a su colaboración con el dramaturgo y periodista barcelonés Eduardo Borrás, quien sería su guionista en once de sus quince largometrajes tras las cámaras, lo cual no hace sino remarcar la complicidad existente entre ambos, una complicidad que se inició en Surcos de sangre (1950) y que alcanzó una de sus cimas cinematográficas un año después, en la adaptación de la famosa novela Río oscuro, de Alfredo Varela, quien también pudo participar en la escritura del guion gracias a la intercesión de del Carril ante Perón, pues, por aquel entonces, el escritor bonaerense estaba preso debido a su filiación política. Las aguas bajan turbias (1951) se abren al Paraná y a los barcos que lo navegan río arriba, pero, como apunta el narrador que introduce la historia, <<...hace unos años, unos pocos años, estás tierras eran tierras de maldición y de castigo. Las aguas bajaban turbias de sangre. El Paraná traía en su amplio regazo la terrible carga que vomitaba el infierno verde. Río abajo solían venir los cadáveres boyando, cadáveres sin rostro, sin nombre, sin familia...>>. Entre la poética de las imágenes y las palabras que anuncian la crueldad, la película se introduce en un espacio de miseria humana, de esclavitud y de vidas trágicas, que enlaza con el expuesto doce años atrás por Mario Soffici en Prisioneros de la tierra (1939). Del Carril reconoció la influencia directa de la película de Soffici en la suya, aunque tampoco hubiese hecho falta, pues los contactos entre ambas producciones son evidentes en su discurso social y de denuncia. En Las aguas bajan turbias se denuncian las precarias condiciones laborales y los abusos sufridos por los trabajadores que llegan a Posadas empujados por la necesidad de dinero, inconscientes de que lo único que encontrarán río arriba será sufrimiento, dolor e incluso la muerte.
miércoles, 29 de noviembre de 2017
Las aguas bajan turbias (1951)
lunes, 27 de noviembre de 2017
Zavattini. Conciencia de la realidad
En 1935 el camino de Zavattini se cruzó con el de Vittorio de Sica (y viceversa). Por aquel entonces, Za era un escritor reconocido por el estilo humorístico de sus artículos y de su novela Parliamo tanto di me (1931) y De Sica una prometedora estrella de la gran pantalla que iba a protagonizar Daré un millón (Darò a milione; Mario Camerini, 1936), el primer guión escrito por nuestro Cesare y un éxito rotundo en Italia. Como el resto de películas producidas en aquel país bajo dominio fascista, Daré un millón estaba condicionada por la censura, que imposibilitaba cualquier intención de mostrar en la pantalla las distintas realidades que afectaban a sus gentes, sin embargo, en el film de Camerini asoma una ironía que no esconde su crítica social. Zavattini había llegado al cine no para expresarse y ni siquiera la censura se lo iba a impedir, como tampoco pudo impedir la amistad entre el escritor y el actor, ni que dos años después empezasen a trabajar en un proyecto común, basado en un guión titulado Demos a todos un caballito de madera, que milagrosamente vería la luz doce años más tarde en Milagro en Milán (Miracolo a Milano, 1951). Antes de producirse este feliz alumbramiento, estalló la guerra, la más sangrienta y aberrante, Italia fue ocupada por los alemanes, los aliados desembarcaron en Sicilia con la intención de cruzar el estrecho de Mesina o navegar hasta Salerno y avanzar por la "bota", de sur a norte, liberando Nápoles, Roma, Florencia,.., y otras localidades donde intercambiaban saludos y costumbres con lugareñas y lugareños mientras recuperaban el aliento o curaban sus heridas. La campaña contra las fuerzas del eje, que se replegaban ofreciendo resistencia, proseguía, al tiempo, los partisanos italianos se enfrentaban en una lucha sin cuartel a los soldados germanos y a los fascistas, también italianos. Así, pues, durante la Segunda Guerra Mundial en Italia se combatía en las sombras, en el campo, en las ciudades, en Montecasino o en el valle del Po, hasta que un buen día la paz llegó y con ella se inicio el tiempo de posguerra, el momento de reconstruir, de modernizar, de soñar, de curar las heridas sufridas, de hablar con libertad, de aprovechar la promesa del cambio político-social y de salir a las calles. Este instante histórico trajo consigo la modernización de la cinematografía italiana, cuya industria y su Cinecittà habían sido destruidas durante el conflicto armado. De tal manera, de los escombros floreció un breve periodo de inusitada libertad ideológica y creativa, un periodo que fue aprovechado por cineastas o futuros cineastas, intelectuales o no, escritores o aspirantes a serlo, y otras gentes que habían tomado conciencia, personas que se lanzaron sin paracaídas a la realidad para dar testimonio del momento y de las personas que lo vivían. En esta situación, apurados por la necesidad humana de expresar inquietudes, de dar a conocer los hechos de su tiempo, por la inexistencia de una industria que marcase los límites a los cineastas, surgió, sin planteamiento teórico previo, lo que alguien solo supo calificar de neorrealismo. Y allí estaban, De Sica y Zavattini, Visconti, Rossellini, Sergio Amidei, Giuseppe De Santis, Federico Fellini, Michelangelo Antonioni, entre otros muchos protagonistas de un suspiro que es Historia e historia del cine. De todos ellos surgieron películas inolvidables y de la colaboración de los dos primeros inapreciables documentos humanos como El limpiabotas, Ladrón de bicicletas, Milagro en Milán o Umberto D., aunque también realizaron otros grandes títulos lejos del verismo que les dio fama internacional, cuando el segundo de los nombrados fue premiado con el Oscar a la mejor producción de habla no inglesa. Cesare y su amigo Vittorio, una de las parejas más homogéneas que ha dado el cine mundial, habían colaborado antes del nacimiento y continuarían haciéndolo después de la defunción de aquel paréntesis cinematográfico que, inconsciente en su origen, transformó y modernizó el modo de hacer películas, influyendo en la futura comedia a la italiana, en el free-cinema inglés, en la nouvelle vague francesa o en los nuevos cines del este de Europa, surgidos en los albores de la década de 1960. Pero el guionista no solo trabajó al lado de De Sica. Su ironía, su humorismo, su mirada a la realizad y su conciencia social, que no rehuye mostrar la crueldad y la miseria que también proliferan en los espacios humanos, ya hacen acto de presencia en Cuatro pasos por las nubes (Quattro passi fra le nuvole; Alessandro Blassetti, 1942), un filme que, junto a Obsesión (Obssessione; Luchino Visconti, 1942), anuncia el neorrealismo italiano de la posguerra. El escritor italiano también ideó la historia que daría como resultado Bellísima (Bellissima; Luchino Visconti, 1951), una lúcida e irónica mirada hacia la nueva industrialización del cine italiano, participó en el guión de las espléndidas Caza trágica (Caccia tragica, 1947) y Roma, a las once (Roma ore 11, 1951), ambas dirigidas por De Santis, en la adaptación de Golgol en El alcalde, el escribano y su abrigo (Il cappotte; Alberto Lattuada, 1952) y fue el responsable del noticiario Documento mensile y L'amore in città (1953), que contó con la participación de Antonioni, Fellini, Lattuada, Dino Risi, Tullio Pinelli o Marco Ferreri, entre otros participantes de aquel momento cinematográfico que sería teorizado, estudiado, imitado y admirado.
Filmografía (parcial)
Daré un millón (Darò un milione; Mario Camerini, 1935)
La danza delle lancette (Mario Baffico, 1936)
I'll Give a Million (Walter Lang, 1938) (basado en su argumento)
Bionda sotto chiave (Camillo Mastrocinque, 1939)
Senza cielo (Alfredo Guarini, 1940)
Una familia imposible (Una famiglia impossibile; Carlo Ludovico Bragaglia, 1940)
San Giovanni decollato (Amleto Palermi, 1940)
Nacida en viernes (Teresa Venerdi; Vittorio de Sica, 1941)
È caduta una donna (Alfredo Guarini, 1941)
La scuola dei timidi (Carlo Ludovico Bragaglia, 1941)
Avanti c'è posto (Mario Bonnard, 1942)
I sette peccati (Ladislao Kish, 1942)
Don Cesare di Bazan (Riccardo Freda, 1942)
Quarta pagina (Nicola Manzari, 1942)
Cuatro pasos por las nubes (Quattro passi fra le nuvole; Alessandro Blasseti, 1942)
C'è sempre un ma! (Luigi Zampa, 1942)
Il birichino di papà (Raffaello Matarazzo, 1943)
Gian Burrasca (Sergio Toffano, 1943)
I nostri sogni (Vittorio Cottafavi, 1943)
Silenzo, si gira! (Carlo Campogalliani, 1943)
Piruetas juveniles (Giancarlo Capelli, Salvio Valenti, 1943)
Los niños nos miran (I bambini ci guardano; Vittorio de Sica, 1943)
L'ippocampo (Gian Paolo Rosmino, 1945)
La puerta del cielo (La porta del cielo; Vittorio de Sica, 1945)
La freccia nel fianco (Alberto Lattuada,1945)
Il testimone (Pietro Germi, 1946)
Un giorno nella vitta (Alessandro Blasetti, 1946)
El limpiabotas (Sciuscià; Vittorio de Sica, 1946)
Canto, ma sottovoce (Guido Brignone, 1946)
Il marito povero (Gaetano Amata, 1946)
L'angelo e il diavolo (Mario Camerini, 1946)
Roma città libera (Marcello Pagliero, 1946)
Biraghin (Carmine Gallone, 1946)
Sperduti nel buoi (Camillo Mastrocinque, 1947)
Cronaca nera (Giorgio Bianchi, 1947)
La grande aurora (Giuseppe Maria Scotese, 1947)
Il passatore (Duilio Coletti, 1947) (sin acreditar)
Caccia tragica (Giuseppe de Santis, 1947)
Lo sconosciuto di San Marino (Michal Waszynski, 1948)
Guerra alla guerra (Romolo Marcellini, 1948)
Ladrón de bicicletas (Ladri di bicilette; Vittorio de Sica, 1948)
Fabiola (Alessandro Blasetti, 1949)
Il mundo vuole così (Giorgio Bianchi, 1949)
Demasiado tarde (Le mura di Malapaga, René Clément, 1949)
La sposa non può attendere (Gianni Franciolini, 1949) (historia original)
Vent'anni (Giorgio Bianchi, 1949)
La roccia incantata (Giulio Morelli, 1949)
È primavera... (Renato Castellani, 1950)
Domenica d'agosto (Luciano Emmer, 1950)
Il cielo è rosso (Claudio Gora, 1950)
Una hora en su vida (Prima comunione; Alessandro Blasseti, 1950)
En el último segundo (È più facile che un cammello...; Luigi Zampa,1950) (historia)
Milagro en Milán (Miracolo a Milano; Vittorio de Sica, 1951)
Bellísima (Bellissima; Luchino Visconti, 1951) (argumento)
Mamma mia, che impressione! (Roberto Savarese, 1951)
Umberto D. (Vittorio de Sica; 1952)
Buenos días, señor elefante (Gianni Franciolini, 1952)
Roma ore 11 (Giuseppe de Santis, 1952)
El alcalde, el escribano y su abrigo (Il Cappotto; Alberto Lattuada, 1952)
5 poveri in automobile (Mario Mattoli, 1952)
Piovuto dal cielo (Leonardo de Mitri, 1953)
Estación Termini (Stazione Termini; Vittorio de Sica, 1952)
Un marito per Anna Zaccheo; Giuseppe de Santis, 1953)
Nosotras las mujeres (Siamo donne; 1953) (idea y guión del episodio de Alfredo Guerini)
L'amore in città (1953)
La passeggiata (Renato Rascel, 1953)
La cavallina storna (Giulio Morelli, 1953)
Alí Babá y los cuarenta ladrones (Ali Baba et les 40 voleurs; Jacques Becker; 1954) (historia)
El oro de Nápoles (L'oro di Napoli; Vittorio de Sica, 1954)
El techo (Il Tetto; Vittorio de Sica, 1956)
Hombres y lobos (Uomini e lupi; Giuseppe de Santis, 1957)
Hablemos de amor (Amore e chiacchiere; Alesandro Blasetti; 1958)
En el cielo pintado de azul (Volare) (Nel blu dipinto di blu; Piero Tellini, 1959)
El rosseto (Il rossetto; Damiano Damiani, 1960)
Dos mujeres (La ciociara; Vittorio de Sica, 1960)
El joven rebelde (Julio García Espinosa; 1961)
El sicario (Il Sicario; Damiano Damiani, 1961)
El juicio universal (Il giudizio universale; Vittorio de Sica, 1961)
Los condenados de Altona (I sequestrati di Altona; Vittorio de Sica,1962)
El especulador (Il Boom; Vittorio de Sica; 1963)
Ayer, hoy y mañana (Ieri, oggi e domani; Vittorio de Sica, 1963)
Iremos a la ciudad (Andremo in città; Nelo Risi, 1966)
Tras la pista del zorro (After the Fox; Vittorio de Sica, 1966) (sin acreditar)
Siete veces mujer (Woman Times Seven; Vittorio de Sica, 1967)
Amantes (Amanti; Vittorio de Sica, 1968)
Los girasoles (Il girasoli; Vittorio de Sica, 1969)
El jardín de los Finzi Contini (Il giardino dei Finzi Contini; Vittorio de Sica, 1970) (sin acreditar)
El viaje (Il viaggio; Vittorio de Sica, 1974)
sábado, 25 de noviembre de 2017
Roma (1972)
viernes, 24 de noviembre de 2017
El último pistolero (1976)
Cincuenta años de profesión dedicados a protagonizar más de un centenar de películas, de las cuales cerca de la mitad fueron westerns, parecen años más que suficientes para convertir a cualquier actor o actriz en una leyenda cinematográfica, sin embargo, sin su participación en La diligencia (The Stagecoach; John Ford, 1939), la historia de John Wayne habría sido otra distinta. Ford, Howard Hawks, Henry Hathaway o Raoul Walsh encontraron en John Wayne al rostro perfecto para varios de sus westerns, los más, títulos imprescindibles del género y del cine, que convirtieron al actor en un icono del celuloide. Su colaboración cinematográfica con estos irrepetibles e inimitables cineastas benefició su carrera profesional, la cual concluyó con el homenaje que Don Siegel le rindió en El último pistolero (The Shootist; 1976). Wayne fallecía víctima de un cáncer de estómago tres años después de protagonizar esta película, la última en la que participó y su testamento interpretativo. Su personaje, el crepuscular J.B. Books, rinde homenaje a muchos otros que encarnó para la gran la pantalla —de ahí las imágenes iniciales extraídas de Río Rojo (Red River, 1948) o Río Bravo (1959). Pero no voy a escribir un panegírico sobre el actor; voy a resumir que la película de Siegel es un western mortuorio que nos traslada a una época, 1901, en la cual los caballos empiezan a ser sustituidos por vehículos motorizados, las diligencias o los carros brillan por su ausencia, y los tranvías, los postes telefónicos y el agua corriente en las casas se dejan notar.
El viejo oeste ha muerto, así se intuye en ese Carson City moderno donde se desarrollan los siete días que avanzan a lo largo del filme. Sin embargo, aún quedan restos del pasado, restos en forma humana como J. B. Books, el doctor Hostetler, interpretado por James Stewart —también historia del cine y, por descontado del western, sobre todo gracias a los dirigidos por Anthony Mann y John Ford, quien había reunido a ambos actores en una de las cumbres del cine: El hombre que mató a Liberty Valance (The Man Who Shoot Liberty Valance, 1962)—, o los tres hombres a quien el primero busca para ajustar viejas cuentas y poner fin a un recorrido vital durante el cual su arma de fuego acabó con la vida de más de una treintena de hombres. A pesar de esto, él tiene la conciencia tranquila: <<yo solo pienso en hacer justicia. No creo haber matado a un hombre que no lo merecía>>, al menos eso dice, sin poder evitar la posterior réplica de Bond Rogers (Lauren Bacall): <<eso solo la ley puede decirlo>>. Lo que esta mujer no comprende todavía es que Books nació, se crió y ha vivido toda su vida bajo la ley del viejo oeste, la ley de la fuerza y del revólver, una ley aceptada como única en los territorios del far west, previo a su transformación en Estados. Ahora todo aquello es historia, compuesta de pequeñas historias como la de Books, pues el ahora es un tiempo supuestamente más civilizado, donde nada de aquello tiene cabida. No obstante, el hoy presenta aspectos que generan la nostalgia del tiempo pretérito que agoniza en la entereza y en la ética del último de su especie. Un adolescente (Ron Howard) que ve en Books la leyenda que ha mitificado en su mente, un periodista (Rick Lenz) que quiere medrar a costa de contar las historias del pistolero, sean o no ciertas, un comisario (Harry Morgan) que prefiere que los tiempos pasados se maten entre ellos, en lugar de ser él quien resuelva los problemas locales, o el enterrador (John Carradine) que no ha olvidado que, independientemente del momento histórico, su negocio es la muerte. Estos son algunos personajes que provocan la añoranza de un tiempo salvaje, al menos en apariencia, aunque quizá más humanizado, como también resulta más humano el pistolero vencido por el cáncer, consciente de la inmediatez de su muerte y, con ella, del fin de cuanto él representa.
jueves, 23 de noviembre de 2017
El seductor (1970)
La película tiene material suficiente para un ensayo sobre la liberación y las mentiras que la impiden, pues, más allá del deseo carnal de sus protagonistas, la mentira es el centro de la trama de El seductor. La mentira social en forma de guerra abre la película en una sucesión de instantáneas del campo de batalla (de destrucción, muerte y crueldad) que no aporta soluciones. Le sigue aquella simbolizada en el letrero y en los hierros de la entrada a la escuela de señoritas a donde Amy (Pamelyn Ferdin), una de las alumnas, lleva al cabo John McBurney (Clint Eastwood), herido en su pierna. Después de comprender que en esa institución se inculcan modelos de conducta, social y moral, aceptadas por la sociedad que fomenta las cadenas y el autoengaño de los personajes, salvo en Hallie (Mae Mercer), cobra importancia la mentira individual. Allí, John tergiversa su actuación en el frente para ganarse la simpatía y la confianza de las mujeres sureñas que, si bien lo cuidan, lo encierran bajo llave porque en sus mentes él es un prisionero y un enemigo, pero ¿qué es un enemigo? ¿Alguien con rabo como dice una de las alumnas, alguien que somete o alguien que no se presta al juego de otro alguien? Lo que sí tienen claro es que se trata de un hombre y que, independientemente de la edad o de la etnia, ellas son mujeres que ocultan deseos e insatisfacciones, lo cual no hace más que recalcar la represión que silencian tras la máscara de decoro exaltada por la institución de la señorita Martha —interpretada por una excelente Geraldine Page—. Sin embargo, ni el protocolo ni las costumbres aceptadas como correctas impiden la contradicción de palabras, pensamientos y actos de esas mujeres que se arreglan ante la presencia del desconocido. Quieren llamar su atención, pues, es su objeto de deseo, aquel que florece tras el puritanismo de Edwina (Elizabeth Hartman), de la autoridad matriarcal y moral de Martha, cuyas fantasías sexuales reviven cobrando el rostro y cuerpo del herido (y también los de Edwina) para fundirse con La piedad pictórica de Botticelli, o de la aparente inocencia de adolescentes como Carol (John Ann Harris), e incluso la pequeña Amy, en su despertar a la sexualidad, muchachas a quienes se pretende condicionar para que acaten las normas y encajen dentro del orden establecido que no tardará en controlar sus instintos, sus pensamientos y sus conductas. De tal manera, el colegio se convierte en prisión de anhelos y frustraciones, en un espacio proclive para el terror que implica el vivir atrapados en medio de la guerra, de una posición social que les niega y en medio de silencios que ocultan necesidades e impiden la liberación de mujeres moralizadas que ven en el soldado, desposeído de condicionamientos morales, a un agente liberador, pero también perturbador de su cotidianidad. El filme de Siegel es a un tiempo carnal y psicológico, de modo que funciona hacia fuera, mostrando una imagen, aquella aceptada —en la que no tiene cabida Hallie debido a su condición de esclava, la cual la esclaviza físicamente pero le permite expresarse sin las ataduras de las demás—, y hacia dentro, interiorizando aquella que los personajes ocultan, su lado oscuro, pero también su lado más humano, sea el caso de John en su rol de seductor-seducido, la aparente fragilidad (impasibilidad aceptada) de Edwina o el por qué Martha amputa la pierna del cabo, sin plantearse ninguna otra opción. Quizá no la tenga o quizá se deje arrastrar por su deseo de venganza o por el anhelo de retenerlo, dominarlo y poseerlo, siendo una especie de reverso femenino de don Lope en Tristana (Luis Buñuel, 1970).
miércoles, 22 de noviembre de 2017
La pasajera (1961)
martes, 21 de noviembre de 2017
Dillinger ha muerto (1969)
lunes, 20 de noviembre de 2017
Excelentísimos cadáveres (1975)
sábado, 18 de noviembre de 2017
James Dean. El rebelde atormentado
No hay duda de que James Dean se convirtió en uno de los grandes iconos de siglo XX, pero, cuando escucho o leo que fue un gran actor, sí dudo, que no niego al respecto, porque, como consecuencia de su desgraciado accidente, su bagaje cinematográfico me resulta insuficiente para valorar sus capacidades artísticas. Sus rebeldes en Al este del Edén (East of Eden; Elia Kazan, 1955), Rebelde sin causa (Rebel without Cause; Nicholas Ray, 1955) y Gigante (Giant; George Stevens, 1956) fluyen entre naturales y los tics del actor, gestos que quizá el tiempo, el trabajo y la experiencia hubieran corregido. Por ello, solo puedo especular cómo habría sido su carrera, si esta no se hubiera visto truncada el 30 de septiembre de 1955. Sin apenas poder disfrutar del éxito que había alcanzado ese mismo año, James Dean fallecía en un accidente automovilístico, cuando solo contaba con veinticuatro años de edad. Su imagen del rebelde atormentado, por aquel entonces la del rebelde duro y viril estaba en posesión de Marlon Brando, gracias a su motero en ¡Salvaje! (The Wild One, Lázsló Benedek, 1953), le sobrevivió para convertirlo en uno de los mitos inmortales del cine. Pero, el James Byron Dean de carne y hueso, el nacido en Marion (en el estado de Indiana) en 1931, fue uno de tantos jóvenes aspirantes a actor que superó las pruebas de ingreso del Actor's Studio que Cheryl Crawford, Elia Kazan y Robert Lewis habían fundado en 1947. Allí estudió "el método" que buscaba <<el desarrollo de las sensaciones, de la imaginación, de la espontaneidad, de la fuerza del actor y, por encima de todo, la estimulación de sus posibilidades emocionales>> (Elia Kazan por Elia Kazan) y, sospecho, se convirtió en un actor mejor preparado para papeles dramáticos que para roles cómicos. Aquí hago un inciso que, aunque innecesario, considero interesante. Hubo alguna excepción como Marilyn Monroe, pero la comedia no es el género en el que mejor se han desenvuelto las alumnas y los alumnos del Studio, quienes en sus papeles cómicos tienden a la exageración, y no sería descabellado pensar que, de haber tenido su oportunidad, a Dean le sucediese lo mismo, de ahí mi sospecha anterior. Una fuerza dramática como lo era Brando se descubre irregular, puede que desinteresado, en sus intervenciones cómicas, y de Montgomery Clift no recuerdo ninguna comedia, quizá porque no participó en ninguna. Karl Malden, Rod Steiger, Shelley Winters, Geraldine Page, Ellen Burstyn, Lee J. Cobb, Jane Fonda o Al Pacino, al igual que a Robert De Niro o Jack Nicholson, propenso a un histrionismo excesivo, son otros ejemplos de grandes actores y actrices del método que no llegan a encajar en el género de la risa. Pero apartándome de esta coincidencia, puede que fallo del método o de su asimilación, regreso a Dean después de sus primeras oportunidades en televisión y, sin acreditar, de su participación en varias películas en las que pasa desapercibido para el público. Regreso a él cuando Kazan le da su papel protagonista en la adaptación cinematográfica de la novela de John Steinbeck. <<Pienso que él tenía una cara muy poética, un rostro bello y doloroso. En los primeros planos se percibía todo ese dolor>>. El dolor al que se refiere Kazan (en Elia Kazan por Elia Kazan) es el dolor que anida en Cal Trask, un adolescente desorientado, tanto en la relación con un padre intolerante como aquella que mantiene con una madre a quien descubre regentando un burdel. Este muchacho antecede a Jim Stark de Rebelde sin causa, la película que lo mitificó. Mientras que, a las órdenes de George Stevens, en Gigante encarnó a Jett Rink en varias etapas, en su juventud y en la madurez durante la cual se descubre como un exitoso hombre de negocios, aunque igual de martirizado que sus anteriores personajes. Si con Kazan se dio a conocer y con Ray se convirtió en mito del rebelde adolescente, con Stevens maduró como actor dramático, aunque no pudo continuar su progresión, quizá imparable, quizá inexistente, pues su amor por la velocidad y la mala fortuna no le permitieron desarrollar su vida ni al gran actor que apuntaba ser.
Filmografía
A bayoneta calada (Fixed Bayonets; Samuel Fuller, 1951)
¡Vaya par de marinos! (Sailor Beware; Hal Walker, 1952)
¿Alguien ha visto a mi chica? (Has Anybody Seen My Gal?; Douglas Sirk, 1952)
Un conflicto en cada esquina (Trouble Along the Way; Michael Curtiz, 1953)
Al este del Edén (East of Eden, Elia Kazan, 1955)
Rebelde sin causa (Rebel without Cause, Nicholas Ray, 1955)
Gigante (Giant, George Stevens, 1956)
Rebelde sin causa (Rebel without Cause, Nicholas Ray, 1955)
Gigante (Giant, George Stevens, 1956)
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