La simbiosis entre forma y contenido encontró en John Ford una perfección que, a simple vista, podría pasar por sencilla, pero se trata de una sencillez que solo estaría al alcance de unos pocos privilegiados que, como él, serían capaces de crear, visualizar y narrar momentos y reflexiones inolvidables, sensibles, emotivos, ya legendarios, como los que forman la totalidad de El hombre que mató a Liberty Valance (The Man Who Shot Liberty Valance, 1962), otra de las grandes genialidades de un director irrepetible que alcanzó un máximo cinematográfico en este western, sobresaliente, desmitificador, pesimista, por momentos triste, pero no por ello deja de ser entretenido, a ratos divertido y siempre una lección magistral de cine. Ford “llora” el final de una época y el fin de unos hombres que, como Tom Doniphon (John Wayne) o Liberty Valance (Lee Marvin), desaparecen con ella, sustituidos por personajes como Ransom Stoddard (James Stewart), cuyas armas serían el código de legislación, la ley moral, la palabra, la prensa, las urnas, el supuesto progreso. La historia de estos individuos —antihéroes olvidados, forajidos y héroes de papel— se expone desde el recuerdo y la nostalgia de la juventud perdida, cuando Ransom, recién licenciado en Derecho, llega del Este y se asienta en un territorio donde la única ley es la del más fuerte, y en dicho entorno Liberty Valance impone la suya. La esperanza de instaurar un sistema que considera justo, democrático, que ponga fin al salvajismo tradicional que domina la zona, impulsa a Ransom Stoddard a enfrentarse a Valance, aunque no con las armas de aquel, sino desde la perspectiva “civilizada” que no tiene cabida dentro del entorno donde nunca sobreviviría sin la ayuda de Doniphon. La soberbia narración de Ford habla del final de una época sin leyes y con bandidos, una época dominada por hombres físicos que serán los desubicados o, sencillamente, no tendrán cabida en la era de los políticos y del modelo de individuo moral que Stoddard representa. El iluso abogado no ceja en su intención, por muchas trabas que se le presenten, cree firmemente que la fuerza bruta y el salvajismo desaparecerán en cuanto la ley y el orden se asienten definitivamente; sin embargo, Ford, no lo creía posible, al menos, no sin la sangre derramada que sin duda corrió para lograr otro tipo de orden, de violencia más sutil, “moral” y “civilizada”. Así pues, con maestría inigualable, el gran cineasta mostró a su verdadero héroe, en este caso antihéroe: Tom, pues sin hombres como él habría sido imposible alcanzar la democracia y el progreso representados en Ransom, cimentados ambos sobre un asesinato; definido por su autor como <<un asesinato a sangre fría>>. Los hechos que suceden tras la muerte del forajido no se muestran, pero quedan patentes al inicio del film, cuando se comprueba (desde el presente) la llegada de un Stoddard anciano, convertido en político y acompañado por su esposa: Hallie (Vera Miles). Él representa el éxito de una idea y el ostracismo de un hombre que permanece hasta el momento de su muerte en el anonimato, condenado a una existencia desdichada y silenciosa, sin la mujer que ama, la propia Hallie, quien posiblemente en esos años que van desde la muerte de Valance hasta la de Tom haya comprendido su equivocación al decantarse por el progresó con el que se casó —el amor de Tom y Hallie es un sentimiento silencioso e imposible, tratado por Ford con “amarga” ternura, en cierto aspecto, similar al de Martha y Ethan en Centauros del desierto (The Searchers, 1956).
Por Dios qué película... Es que ahí el arte se funde con nuestra identidad, nuestra infancia, el infinito se hace finito. La ley se confunde con la venganza, el amor con la resignación, la épica con el humor, y todo con esa puesta en escena celestial y transparente de John Ford. La historia, Dios mío, está todo ahí: lo que fuimos, lo que no seremos, la nostalgia, la crítica, la melancolía de un mundo que se fue...
ResponderEliminar¡Totalmente, como dices! Me emociona de principio a fin, toca la fibra y profundiza en la condición humana y en su efímero paso por el anonimato de la historia y del tiempo, que sigue su paso indiferente a nosotros, que soñamos controlarlo. Es la obra de un director curtido en mil batallas, en muchas derrotas, en la contradicción, que es uno de los rasgos que define la propia historia de su país (de cualquier país y de cualquier persona). Es innegable su poso de amargura, su pesimismo existencial, y la irónica mirada de quien está de vuelta y media, de quien comprende que luz y sombra no existen la una sin la otra…
EliminarSaludos y muchas gracias por tu magnífico comentario.