lunes, 6 de junio de 2011

El hombre que mató a Liberty Valance (1962)


La simbiosis entre forma y contenido encontró en John Ford una perfección que, a simple vista, podría pasar por sencilla, pero se trata de una sencillez que solo estaría al alcance de unos pocos privilegiados que, como él, serían capaces de crear, visualizar y narrar momentos y reflexiones inolvidables, sensibles, emotivos, ya legendarios, como los que forman la totalidad de El hombre que mató a Liberty Valance (The Man Who Shot Liberty Valance, 1962), otra de las grandes genialidades de un director irrepetible que alcanzó un máximo cinematográfico en este western, sobresaliente, desmitificador, pesimista, por momentos triste, pero no por ello deja de ser entretenido, a ratos divertido y siempre una lección magistral de cine. Ford “llora” el final de una época y el fin de unos hombres que, como Tom Doniphon (John Wayne) o Liberty Valance (Lee Marvin), desaparecen con ella, sustituidos por personajes como Ransom Stoddard (James Stewart), cuyas armas serían el código de legislación, la ley moral, la palabra, la prensa, las urnas, el supuesto progreso. La historia de estos individuos —antihéroes olvidados, forajidos y héroes de papel— se expone desde el recuerdo y la nostalgia de la juventud perdida, cuando Ransom, recién licenciado en Derecho, llega del Este y se asienta en un territorio donde la única ley es la del más fuerte, y en dicho entorno Liberty Valance impone la suya. La esperanza de instaurar un sistema que considera justo, democrático, que ponga fin al salvajismo tradicional que domina la zona, impulsa a Ransom Stoddard a enfrentarse a Valance, aunque no con las armas de aquel, sino desde la perspectiva “civilizada” que no tiene cabida dentro del entorno donde nunca sobreviviría sin la ayuda de Doniphon. La soberbia narración de Ford habla del final de una época sin leyes y con bandidos, una época dominada por hombres físicos que serán los desubicados o, sencillamente, no tendrán cabida en la era de los políticos y del modelo de individuo moral que Stoddard representa. El iluso abogado no ceja en su intención, por muchas trabas que se le presenten, cree firmemente que la fuerza bruta y el salvajismo desaparecerán en cuanto la ley y el orden se asienten definitivamente; sin embargo, Ford, no lo creía posible, al menos, no sin la sangre derramada que sin duda corrió para lograr otro tipo de orden, de violencia más sutil, “moral” y “civilizada”. Así pues, con maestría inigualable, el gran cineasta mostró a su verdadero héroe, en este caso antihéroe: Tom, pues sin hombres como él habría sido imposible alcanzar la democracia y el progreso representados en Ransom, cimentados ambos sobre un asesinato; definido por su autor como <<un asesinato a sangre fría>>. Los hechos que suceden tras la muerte del forajido no se muestran, pero quedan patentes al inicio del film, cuando se comprueba (desde el presente) la llegada de un Stoddard anciano, convertido en político y acompañado por su esposa: Hallie (Vera Miles). Él representa el éxito de una idea y el ostracismo de un hombre que permanece hasta el momento de su muerte en el anonimato, condenado a una existencia desdichada y silenciosa, sin la mujer que ama, la propia Hallie, quien posiblemente en esos años que van desde la muerte de Valance hasta la de Tom haya comprendido su equivocación al decantarse por el progresó con el que se casó —el amor de Tom y Hallie es un sentimiento silencioso e imposible, tratado por Ford con “amarga” ternura, en cierto aspecto, similar al de Martha y Ethan en Centauros del desierto (The Searchers, 1956).


Las simpatías de Ford, resulta evidente, recaen sobre el damnificado de la historia: ese hombre anónimo, aunque responda al nombre de Tom, cuya muerte ha obligado al viejo senador Stoddard a regresar a la tierra que le convirtió en leyenda a costa del representante del viejo Oeste, a quien se descubre, gracias a los recuerdos, como un tipo duro que rige su conducta mediante un código de honor superior al de quienes le rodean, incluido el del Stoddard joven, pues éste acepta formar parte de un mentira que posteriormente le permitirá ocupar un puesto en el senado. La lealtad de Tom hacia sus principios y hacia sus amigos es inquebrantable, hasta el extremo de sacrificar parte de sí mismo. En apariencia, Ransom parece ser un pusilánime, sin embargo resulta ser un luchador, además de representar al hombre moderno que inevitablemente sustituirá a personajes como Valance o Doniphon. Así pues, existe cierta afinidad entre el abogado y Tom, la misma que podría existir entre dos mundos tan distantes como los que ellos mismos representan, dicha similitud se traduce en un respeto mutuo que acerca sus posturas y les muestra que, a pesar de vivir en dos universos opuestos, no son tan diferentes, pero no pueden habitar en el mismo espacio, porque a la vez resultan incompatibles. Tom representa el pesimismo de saberse fuera de tiempo, sacrificable ante esa nueva imagen del Oeste que aparece con Stoddard, y que se confirma con la muerte
 de Valance, que al fin y al cabo también sería la suya propia, aunque no física sí lo es espiritual, pues en ese instante de sombras Tom renuncia a su mundo y a la mujer que ama. El sacrificio de Doniphon no se descubre en la leyenda posterior, a él ni se le nombra, pues, como en toda historia, la leyenda del hombre que mató a Liberty Valance se sustenta sobre la alteración de los hechos u omitiendo aspectos relacionados con aquellos seres anónimos que, con sus vidas hicieron posible el desarrollo de una nación. Ellos son los verdaderos héroes de John Ford, capaz de enfrentar la Historia oficial, de la que nadie duda, con la historia ajena al reconocimiento popular, aquella que nadie recuerda, pero que fue la verdadera, aquella que a nadie le interesa recordar, pues resulta más atractivo glorificar desde la mentira que desmitificar con la verdad que se desvela en los recuerdos de El hombre que mató a Liberty Valance, una obra maestra tan rica en contenido que su visionado siempre emociona, al tiempo que nos permite reencontrarnos con la sensibilidad y grandeza de un genio incuestionable.

2 comentarios:

  1. Por Dios qué película... Es que ahí el arte se funde con nuestra identidad, nuestra infancia, el infinito se hace finito. La ley se confunde con la venganza, el amor con la resignación, la épica con el humor, y todo con esa puesta en escena celestial y transparente de John Ford. La historia, Dios mío, está todo ahí: lo que fuimos, lo que no seremos, la nostalgia, la crítica, la melancolía de un mundo que se fue...

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    1. ¡Totalmente, como dices! Me emociona de principio a fin, toca la fibra y profundiza en la condición humana y en su efímero paso por el anonimato de la historia y del tiempo, que sigue su paso indiferente a nosotros, que soñamos controlarlo. Es la obra de un director curtido en mil batallas, en muchas derrotas, en la contradicción, que es uno de los rasgos que define la propia historia de su país (de cualquier país y de cualquier persona). Es innegable su poso de amargura, su pesimismo existencial, y la irónica mirada de quien está de vuelta y media, de quien comprende que luz y sombra no existen la una sin la otra…

      Saludos y muchas gracias por tu magnífico comentario.

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