El título original, The Searchers, apunta con claridad el eje central de Centauros del desierto (The Searchers, 1956), aquel que expone a los dos personajes principales a una búsqueda, no sólo la de las jóvenes secuestradas por los indios, sino la de su propia existencia. Para un buen número de aficionados al género, se trata de uno de los mejores western jamás filmados, pero, por encima de gustos y clasificaciones, estamos ante una espléndida película que profundiza en los comportamientos de los personajes y las ideas que rigen su mundo, un lugar lleno de racismo, odio, miedo y esperanza, que se muestra desde un western (género que permite una amplia gama de posibilidades) repleto de momentos de gran intensidad dramática que se entremezclan con el humor que Ford impregnó en casi todas sus producciones. Después de muchos años de ausencia, Ethan Edwards (John Wayne) regresa al hogar en el que nunca se ha encontrado a gusto (en algún momento de su pasado podría haber sido el suyo), quizá por ese profundo vacío que le imposibilita una existencia normal. Este hombre participó en una guerra que perdió, y tras la derrota deambuló sin rumbo durante largo tiempo, sin dar la menor señal de vida a sus familiares, hasta que un buen día se presenta ante ellos porque puede que su herida del pasado haya cicatrizado. ¿Cuál es esa herida que ha obligado a Ethan a actuar cómo lo ha hecho? A pesar de no decirlo con palabras, John Ford lo expresa con un par de maravillosos detalles que aclaran que Ethan está enamorado de Martha (Dorothy Jordan), la mujer de su hermano, del mismo modo que ella lo está de él. Ese amor les obligó a separarse, pero aún perdura en sus corazones, como también perdura en sus cerebros la imposibilidad de verlo consumado. Ford mostró este hecho mediante una secuencia en la que, a través de una puerta, el capitán-predicador (Ward Bond) observa a Martha cuando acaricia el capote de Ethan —con una ternura que indica sus sentimientos hacia el dueño de la prenda. De un modo más dramático el personaje interpretado por John Wayne desvela sus emociones cuando regresa de perseguir a un grupo de indios, y se encuentra con la casa consumida por las llamas. Ethan grita el nombre de la mujer que siempre ha querido, y con la que nunca ha podido mantener la relación que ambos deseaban. Este es el comienzo de uno de los mejores western de la historia y de una búsqueda que nunca termina, porque se trata de una quimera que Edwards desvía hacia la búsqueda y persecución del puñado de indios que han asesinado a su familia y secuestrado a la pequeña Debbie. Tanto Ethan como Martin (Jeffrey Hunter), el joven mestizo criado por Martha y su marido, abandonan sus vidas (ya no las tienen) y se enfrascan en un devenir por amplios parajes en busca de algo que no llega, sin embargo, no desesperan, tienen todo el tiempo del mundo, pero es un tiempo que les aleja de aquello que conocen y de las personas que han dejado atrás.
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