viernes, 25 de junio de 2021
Seijun Suzuki. Diversión y serie B
miércoles, 23 de junio de 2021
Escenas en el mar (1991)
martes, 22 de junio de 2021
Los dinamiteros (1963)
lunes, 21 de junio de 2021
Sonatine (1993)
domingo, 20 de junio de 2021
Estallido (1995)
Ponemos todo nuestro empeño y le echamos mucha ciencia al asunto, pero ni con esas somos capaces de controlar la naturaleza en su totalidad; solo en parte, mínima, y esta parte tiende a recuperar su estado natural o evolucionar hacia su naturaleza. Una prueba de lo dicho, quizá la más simple —por su razonamiento simple—, la descubrimos en la propia incapacidad de controlar nuestras existencias, pues, lo aceptemos o no, muy poco depende de nosotros: no podemos detener el envejecimiento, ni borrar las huellas del tiempo, por mucha cirugía que se emplee para ocultar la arruga, ni desterrar la muerte de la vida, por citar ejemplos extremos. Formamos parte de un todo natural donde, como humanos, solo podemos sentir el espejismo de que controlamos el entorno, o la aspiración a controlarlo, pero esa imagen de control se esfuma cuando el descontrol, u orden natural que intentamos alterar con mayor o menor fortuna, se evidencia en la comunidad o en el individuo. Y esto es lo que sucede en Estallido (Outbreak, 1995) cuando el virus llega al pueblo donde se observa un despliegue militar que no obedece al bienestar de los dos mil seiscientos habitantes a quienes se pone en cuarentena, sino que responde a otro tipo de intereses e impone la censura y el bloqueo informativo con el que el general McClintock (Donald Sutherland), el villano de la función, pretende mantener su arma biológica (el virus que descubrió en 1967) en secreto; secretismo que mantuvo al ordenar soltar una bomba sobre el campamento donde se produjo el brote.
Han pasado tres décadas desde entonces, y McClintock peina canas y continúa ocultando su arma perfecta; y así pretende seguir actuando. Ya lo hizo antes, de modo que, para lograr su objetivo, es capaz de sacrificar a la población contagiada y a quien se ponga en medio; en ese aspecto es casi igual que el virus al que el coronel Daniels (Dustin Hoffman), Robby (Rene Russo) y el resto del equipo intentan frenar, salvo que el virus no posee pensamiento ni viste uniforme, ni tiene conciencia de su existencia e inexistencia. Cierto que el general no lo propaga, pero conoce su existencia antes de que estalle la crisis sanitaria y sabe que el virus (inicialmente idéntico al suyo) es el asesino perfecto: letal al cien por cien, el ojo humano no lo ve, tampoco el oído lo escucha venir, no tiene remordimientos y nunca deja de hacer lo único que puede hacer: buscar huéspedes que le permitan seguir alimentándose, a costa de sus vidas. El problema de este oficial es el maquiavelismo de siempre, además de presumir control de lo que ni puede controlar ni contener. Pues no hay fronteras, ni defensa, salvo el suero que los generales Billy Ford (Morgan Freeman) y McClintock desarrollaron y han mantenido en secreto, hasta que el primero intenta ayudar al pueblo californiano donde todos se han infectado; no obstante, ya es demasiado tarde. Daniels lo sabe y hace cuanto puede para dar la alarma, puesto que sospecha que, de confirmarse sus peores temores, apenas tendrán tiempo de frenar una epidemia. Y esa lucha contra el reloj hace que Estallido sea un thriller de acción, sobre todo, en su parte final. Y como tal, funciona sin alterar su rumbo, ni su ritmo; sin sorpresas que la alejen del entretenimiento que propone a partir de la situación límite que exige la presencia e intervención de héroes y heroínas, pues eso es lo que son los científicos del film. Y por eso mismo, el coronel Daniels desobedece las órdenes, puesto que antes que militar es médico, ex-marido, aunque no vería con malos ojos borrar el ex, y héroe.
Wolfgang Petersen abre Estallido con el prólogo en 1967, situándonos en el poblado africano donde el virus hace estragos entre los soldados, pero no quiere mostrar eso, sino a los dos oficiales estadounidenses que deciden arrojar la bomba que arrasa el lugar y las vidas humanas que se encuentran en su radio de acción. No lo hacen para contener, sino para obtener. De ese modo se aseguran el virus para su arsenal bélico. Las imágenes abandonan el pasado y se trasladan a un laboratorio donde el cineasta alemán, empleando un plano secuencia, muestra las distintas salas, de menor a mayor riesgo de contagio, para presentar al coronel Daniels, a la doctora Robby Keough y al mayor Casey (Kevin Spacey), el compañero y amigo de ambos. La información visual es precisa, lo mismo que la oral. Petersen nos introduce en situación. Sabemos que son virólogos experimentados y que Daniels y Robby acaban de divorciarse. De ese modo se establecen lazos afectivos para dar emotividad a la acción que se desarrollará avanzado el metraje, cuando el virus ninguneado por unos, ocultado por otros, llegue a Estados Unidos. Hasta entonces, nadie se preocupa porque no afecta sus vidas, su orden y control; hasta el momento de sufrirlo. Entonces, todo cambia; entonces, comprenden que la naturaleza no obedece a un conjunto de estadísticas, que las personas no son números, aunque así lo creen algunos como McClintock, —<<¡Mirénles bien! ¡No son estadísticas. Son de carne y hueso!>>, advierte el político (J. T. Walsh) antes de que el consejo tome la decisión de arrasar la población y las vidas de más de dos mil civiles estadounidenses—, obviando también que los virus no saben de fronteras, ni distinguen entre amigos y enemigos, entre ricos y pobres, aunque los primeros partan con cierta ventaja, sino que la naturaleza solo obedece a la propia naturaleza, a sus cambios y variables, a su evolución y a su ritmo natural, que a veces logramos variar.
viernes, 18 de junio de 2021
Edipo, el hijo de la fortuna (1967)
La conexión que establece el cine de Pasolini con su público radica en buena medida en que solo en Pasolini se pueden encontrar esas imágenes y esos significados que, únicos en su género, remiten al estilo y a la personalidad que las crea, al tiempo que desvelan su sentir respecto a sí mismo y su presente —aunque muchos de sus films se ambientan en lo que podría considerarse pasado, sus temas son del ahora en el que el poeta vive y siente—, su posicionamiento y parte de su pensamiento. Como en el de Fellini, Rossellini o Tarkovski, el cine de Pasolini remite al individuo que se erige en el todo de la película, pues todo gira alrededor de ellos. Pero, en su caso, su obra no habla de sí mismo, de sus interioridades, sueños o almas, como sí se aprecia en Fellini, Bergman o Tarkovski, ni pretende un realismo pedagógico, casi científico, que indague en el dolor y otras verdades interiores, como Rossellini. En Pasolini se dan ambos casos y ninguno. Se posiciona como uno más de los afligidos —lo vemos portavoz del pueblo tebano cuando pide a Edipo (Franco Citti) que haga algo para solucionar el mal que les aflige—, pero también es el maestro que muestra, quien desvela verdades y realidades, aunque nadie esté dispuesto a oírle. Pasolini, su cine, sus palabras y sus escritos, son un ejemplo de compromiso intelectual y humano; sin poses de divo, en sus películas no disimula quien es y por qué habla. En el caso de Edipo, el hijo de la fortuna (Edipo Re, 1967), también habla de sí mismo, de su relación parteno-filial. Se descubre sensible y reflexivo, pero no frío, todo lo contrario, podría decir que incluso desvela racionalidad irracional, pasional, visceral. No hay intelectualismo impostado en lo que muestra ni en como lo muestra en la pantalla, ni buscaba la aprobación general, algo tan imposible como estúpido. Y él no lo era. Dio sobradas muestras de su capacidad intelectual y analítica (muchas más que la mayoría de sus contemporáneos y de los nuestros). En cierto aspecto similar a Edipo, su liberación fue su condena y su condena fue su liberación. Sentía su tiempo histórico indisociable de sí mismo, o quizá que él formaba parte de un periodo del que no podía desentenderse, aunque no le gustase su fondo y le asustasen las consecuencias a corto y medio plazo (entre ellas la pérdida de la identidad y de diversidad cultural). Puede sonar a tontería, mas no lo es, ya que ser crítico implica serlo al tiempo con uno mismo y con su presente, asumiendo el compromiso de mirar el interior y el alrededor; y ver ambos en sus contradicciones. ¿Pero y si no vemos o no queremos ver? Edipo no ve cuando tiene ojos y ve cuando los pierde. Esto es contradictorio, al menos en apariencia, pero en realidad solo es una consecuencia de su maduración y de su caminar por un entorno desolado donde inicialmente se niega a ver más allá de lo que cree y quiere saber. Así decide dejarse llevar por un supuesto destino que no es culpable de sus giros, de trescientos sesenta grados, que lo sitúan en la misma posición de partida. Edipo tiene la fortuna de salvar su vida, cuando su auténtico padre quiere darle muerte por celos, pero el infortunio de ignorarse —el quién es— y de ver el mundo condicionado por ello.
jueves, 17 de junio de 2021
Querelle (1982)
<<Pero la homosexualidad no es un tema en QUERELLE. El tema es la identidad de un individuo y como la consigue. Eso tiene que ver con que, como dice Genet, para estar completo uno se necesita otra vez a sí mismo>>.1 Querelle (Brad Davis) siente curiosidad y necesidad, que son el principio de toda búsqueda. Las siente por el placer y la violencia, por el asesinato y por conocer a otro asesino —Gil (Hanno Pöschi), a quien manipula y en quien ve un reflejo de sí mismo, tal vez también de su hermano Robert (Hanno Pöschi)—, por descubrir la diferencia entre el placer que recibe y el amor que desconoce, entre dar y tomar. Querelle es un hombre de varios rostros, ángel y demonio, o son varios rostros de la masculinidad que se reconoce en otros, posibilidad esta ultima que permite a Fassbinder retratar la masculinidad enamorada de sí misma. Busca quién es, más allá de si acepta su homosexualidad, en la violencia, en la relación que mantiene consigo mismo y en la que no mantiene con su hermano. Su drama encuentra su raíz en su soledad, en la ausencia de un hogar y de vínculos familiares, en la imposibilidad de corresponder el amor que siente por su hermano Robert, y que este corresponde sin poder corresponder, —su pelea callejera también resulta una especie de declaración de ese amor prohibido, quizá porque ambos sean uno. Eso le conduce a la ambigüedad, a la violencia, al asesinato, a su impotencia y a la irrealidad en la que vive, la que el cineasta recrea en los personajes, en los decorados y en la iluminación, de tonos amarillos, naranjas y azules, de la fotografía de Xavier Schwarzenberger, colaborador de Fassbinder desde Berlín Alexanderplatz (1980).
<<En mi opinión, no se trata de homicidio y homosexualidad, sino de que alguien intenta encontrar su identidad con todos los medios que son posibles en esta sociedad. Ese es en el fondo el tema de la novela Querelle, en mi opinión. Y para volverse idéntico consigo mismo, Querelle tiene que mirar todo lo que hace desde dos lados. Desde el lado criminal, formulado por la sociedad, es decir desde la bajeza, y como eso no le sirve, tiene que mistificarlo. Solo así Querelle logra avanzar un paso>>2
Rainer Warner Fassbinder
Su estética onírica, su teatralidad fálica, su homoerotismo, no esconden que la última película de Fassbinder es una búsqueda que, de manera consciente, se disfraza de “subconsciente” para sacar a la luz temas más allá de los aparentes, algo que el cineasta alemán hizo desde sus inicios hasta su muerte, que se produjo poco antes del estreno de este film inimitable que, en su recreación en decorado y fantasía, establece conexión con el Casanova (Il Casanova di Federico Fellini, 1976) de Fellini, pero guarda mayor contacto temático con La caída de los dioses (La cadutta degli dei, 1966), de Luchino Visconti, uno de los títulos de referencia para el director alemán. La película transita por el sueño, el deseo, la represión, la búsqueda, los reflejos masculinos,… y por el propio realizador alemán, pues, ante todo, Querelle es parte del legado del artista y del hombre, del sentir de ambos, de un Fassbinder comprometido con su pensamiento y transgresor en su obra, el que asume riesgos que lo sitúan al margen de cualquier zona cómoda; de ahí que sus films tampoco resulten cómodos para el público acomodado en espacios cinematográficos más convencionales, ajenos a la mirada, las palabras, el aislamiento y el deseo del teniente (Franco Nero), eterno voyeur y enamorado del protagonista o quizá uno de los rostros que lo inventa o fantasea; distantes de la ciudad portuaria de Brest, tan irreal como la Venecia felliniesca, y del local de Madame Lysiane (Jeanne Moreau), la mujer entre reflejos masculinos que minimizan su presencia, o de ese hermano que forma parte de la irrealidad que transita en busca de una nueva realidad para Querelle, quizá para Robert, y de una nueva fantasía de sí mismo.
1,2.Rainer Werner Fassbinder: Fassbinder por Fassbinder. Las entrevistas completas (traducción de Ariel Magnus). Editorial Hueders, Santiago de Chile, 2018.
miércoles, 16 de junio de 2021
Labios sellados (1957)
martes, 15 de junio de 2021
Biotaxia (1967)
lunes, 14 de junio de 2021
Deuda de honor (2014)
El itinerario físico propuesto por Tommy Lee Jones en Deuda de honor (The Hoseman, 2014) no es el único que vemos en la pantalla, pues las imágenes hacen evidente el viaje a almas y mentes rotas que transitan el dolor, el desarraigo, la desesperación. Primero fue el trayecto que recorrieron en busca de un lugar y un hogar, sin saber que ese recorrido les depararía la negación de la existencia que se descubre en el arranque del film, cuando se comprende que Mary Bee Cuddy (Hilary Swank), al igual que las tres mujeres que han perdido el juicio, debido a la dureza del entorno, también es un alma herida, condenada. Aunque lo haga en silencio, quizá en ese instante es la que más sufre, puesto que aún mantiene su lucidez y el contacto con la realidad hiriente, un contacto que las mujeres que asume trasladar a Ohio han perdido. Ella todavía sufre la realidad y en la realidad. Es consciente de que cada día que pasa se encuentra más lejos de hacer real su necesidad, su deseo, posiblemente la razón por la que se trasladó allí: fundar el hogar donde sentir el calor de un cuerpo junto al suyo, donde, además, pueda sentir que es un ser humano y no un objeto. Los hombres la rechazan, dicen que es fea y mandona, pero posiblemente le teman porque no se muestra sumisa ni evidencia la debilidad se atribuye a su sexo. Ella no destaca por ser mejor o peor, fea o guapa, independiente o dependiente, destaca porque es decente y valiente, como afirmará George Briggs (Tommy Lee Jones) avanzado el metraje, cuando responde a Altha Carter (Meryl Streep) —la mujer civilizada que acoge a las viajeras, pero que, en su negación a la realidad vivida y padecida por las condenadas, no quiere oír hablar de su sufrimiento ni de sus actos. Quizá por esos mismos atributos no encuentre sosiego, ni su lugar en un mundo que descubre contrario a ella: mujer sensible, refinada, trabajadora, generosa, entregada. El mundo que la acoge resulta en comparación indecente, cruel y cobarde, e hipócrita cuanto más se acercan al “este civilizado”. Ese enfrentamiento la convierte en un ser marginal, pero, al contrario que Briggs, a la fuerza. <<Eres igual de hombre que cualquier hombre de por aquí y lo que vas a hacer es una muy buen acción>> le dice Buster Shavers (Barry Corbin) a Mary Bee cuando le entrega la carreta donde transportará a las mujeres desde la dura Nebraska, donde ella misma sufre la soledad en su rancho, que trabaja con esmero y esfuerzo. Pero sus dominios no son su hogar, son su aislamiento hiriente, la enfermedad enraizada en un territorio yermo e inhóspito que cala, aísla, agudiza egoísmos y apenas permite lazos humanos.
Tommy Lee Jones: entrevistado por David Matos. Diario ABC, 8 de octubre de 2015