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martes, 30 de abril de 2024

Permanezca en sintonía (1992)

Partir de una idea atractiva no implica que se llegue a buen puerto. Por la travesía, entre el ideal y el mundo sensible, el abstracto se transforma y cobra la forma que percibimos y que quizá nos haga pensar que nada en la realidad física es su idea, aunque la forma la contenga. La idea existe en el pensamiento, que es el espacio donde la abstracción y la ensoñación son posibles. Fuera de ahí no podemos idearlas (que sería algo así como ver la idea). Permanezca en sintonía (Stay Tuned, Peter Hyams, 1992) no es un sueño, ni la idea de una pesadilla, la de vivir en la televisión tras ser engullido por ella, es física; en cuanto que se puede ver y oír. La idea propuesta en la película no es nueva, incluso hay antecedentes cinematográficos como La rosa púrpura de El Cairo (Purple Rose of Cairo, Woody Allen, 1985) en la que los personajes entran y salen de la película que la protagonista ve a diario para soñar con el amor y escapar de su realidad hiriente. Ella encuentra en la pantalla una vía de escape para su dolor y tedio, pues su pensamiento idealiza el espacio cinematográfico que observa, y se adentra en la ficción cinematográfica para huir de su vida cotidiana. La pareja protagonista de Permanezca en sintonía experimenta un viaje similar, aunque a los programas de televisión, pero no por deseo propio. Peter Hyams introduce a sus personajes en una realidad televisiva engañados por Spike (Jeffrey Jones), Mefistófeles catódico que, en lugar de ofrecer juventud a cambio del alma, ofrece una pantalla gigante y 666 canales de entretenimiento.

El humano amenazado y atrapado en su creación, sea un programa televisivo o una máquina, no es novedad en el cine. Mismamente, Chaplin se dejó engullir por otra máquina en Tiempos modernos (Modern Times, 1936), aunque no se trataba de un televisor ni de una antena parabólica, pues, por aquella época, la tele por satélite o por cable todavía era una posibilidad futura y no una amenaza para el individuo. ¿Qué película habría hecho sobre la realidad actual alguien como Chaplin? Sospecho que Ninguna, pues Chaplin era un mundo ideal y cinematográfico aparte ya en su propia época, pues era la sensibilidad artística del cómico frente a su época. Alguien como él no podría darse, ni tendría cabida, en el cine de Hollywood actual ni de finales del siglo XX. Por contra, sí habría espacio para cineastas como Hyams, que asume labores de director de fotografía en muchas de sus películas, a quien no le mueve una idea humanista ni crítica, sino evasiva. Había mostrado su mejor cara en Atmósfera cero (Outland, 1981), revisión en clave de ciencia-ficción del western Solo ante el peligro (High Noon, Fred Zinnemann, 1952), pero en Permanezca en sintonía no da con la tecla que le permita mantener el tipo durante todo el metraje. 

Lejos de cualquier posibilidad crítica hacia la televisión (y sus  productos de consumo) y de riesgo formal, pues su intención no es crítica ni sus formas pretende más que servir a la evasión propuesta, Permanezca en sintonía es la aventura catódica de Roy (John Ritter) y Helen Knable (Pam Dawber), un matrimonio de clase media que, distanciado en la realidad, vive su reconciliación amorosa en un infierno de programas televisivos y demoniacos creados a imagen y sátira de los emitidos en la programación que han hecho de Roy un adicto televisivo con lo que tal adicción supone: pérdida de contacto con la realidad de su entorno y aislamiento. Ya no muestra interés por lo que Helen tenga que decir, ni tampoco parece sentir atracción por ella; ni sus hijos parecen ser visibles. Solo le importa lo que asoma en la pequeña pantalla: anuncios, concursos, deportes, películas clásicas...

La originalidad del film concluye en su idea. En su puesta en escena, plantea una sucesión de escenas que son burlas y bromas, más bien se trata de guiños a la propia televisión y al cine. Repite patrones ya vistos y, aunque logre entretener en determinados momentos, sobre todo a quienes reconozcan en las emisiones diabólicas las televisivas mundanas, nada tiene del encanto que sí desprenden films como El moderno Sherlock Holmes (Sherlock, Jr., Buster Keaton, 1924), La rosa púrpura del Cairo o ¿Quién engañó a Roger Rabbit? (Who Framed Roger Rabbit, Robert Zemeckis, 1988), en las que los personajes salen a la realidad o entran en la ficción cinematográfica. Hay más películas con la tele como amenaza. En Poltergeist (Tobe Hopper, 1982) el televisor es una de las ventanas por donde asoma el peligro; algo similar sucede en las producciones de serie B o Z TerrorVision (Ted Nicolau, 1986) y La muerte viaja en video (The Video Dead, Robert Scott, 1987), pero también son productos de entretenimiento y evasión, tal como sucede en Permanezca en sintonía, cuya amenaza es esa oferta televisiva por satélite que se emite desde el infierno y que provoca que el matrimonio protagonice una serie de programas que remiten a los reales. El ser humano atrapado dentro y fuera de la emisión no es nuevo en el cine —ni el tema o la sospecha de vivir atrapado lo es en el pensamiento humano, el cual, ya se por sí, vive encerrado en sus limitaciones—. Con anterioridad, la televisión había atrapado cuerpos y mentes en la magistral Network (Sidney Lumet, 1977) y en La muerte en directo (La mort en direct, Bertrand Tavernier, 1980), pero estas ya son otra historia, más complejas y reflexivas, más cercanas a El show de Truman (The Truman Show, Peter Weir, 1998), que daba su paso en una dirección crítica, en cierto modo aunando la lúcida y descarnada mirada de Lumet y el intimismo de Tavernier, sobre la capacidad de manipulación de los medios, la cual no asoma en el film de Hyams. Con lo dicho, supongo que sobra preguntar ¿qué película rodaría un Chaplin de hoy sobre los tiempos modernos?…



viernes, 13 de octubre de 2023

Capricornio Uno (1977)


La paranoia y la sospecha fueron compañeras de la guerra fría. Ambas condicionaron las políticas nacionales e internacionales durante la segunda mitad del siglo XX, pero quizá fuese la década de 1970 la más rica en teorías de conspiración. Esa “fiebre” de recelar de la versión oficial llegó al cine estadounidense para dejarse notar en largometrajes que partían de hechos reales o ficticios cuyo origen se encontraba en la realidad de la época. Exponían diferentes momentos de un país sumido en una crisis social que desvelaba descontento y desconfianza en películas como Acción ejecutiva (Executive Action, David Miller, 1973) o Todos los hombres del presidente (All the President’s Men, Alan J. Pakula, 1976), que son ejemplares a la hora de exponer y enfrentar realidad, posibilidad, verdad oculta y discurso oficial. La primera indaga en el asesinato de John Fitzgerald Kennedy; la segunda, detalla el trabajo de los dos periodistas que destapan el asunto del Watergate. Ambas remiten a la realidad del momento, lo mismo que Los tres días del cóndor (Three Days of the Condor, Sydney Pollack, 1975), que se aleja de los hechos reales para hablar de la realidad oculta o de cómo se pretende mantener oculta realidades molestas; las mismas que se supone que el periodismo busca desvelar en películas como la de Pakula o Capricornio Uno (Capricorn “One”, Peter Hyams, 1977). Nada parecía escapar a la fiebre del complot; tampoco la llegada del primer astronauta a la Luna, que sería otro hecho con el que especular en la calle. Cierto que era uno de tantos temas que generaban controversia o ya directamente negación entre algún sector de la población. ¿Qué estaba pasando? El tiempo, sí, y en su devenir el desencanto creciente, la desconfianza hacia el sistema, el hartazgo de saberse engañados, manipulados. Y ese engaño sistemático es el denominador común de los films nombrados.



Entre la ciencia-ficción y la especulación, Capricornio Uno juega la baza de la falsa llegada de tres astronautas a Marte para entretener al respetable, pero también le hace un guiño cómplice e “invita” a su público a comparar la ficción marciana que plantea con la realidad lunar de julio de 1969. Así, alguien podría sustituir Marte por la Luna y preguntarse si el viaje al satélite había sido un montaje similar al marciano expuesto por Hyams en su película. Con pruebas o sin ellas, todo valía (y vale) para dudar, opinar y especular; y en el caso del viaje espacial, lo de menos sería si es o no verdad que aquel día de julio del 69 se pisó la Luna. Hay quien todavía lo duda o niega, pero sin poder pasar de la opinión, de la especulación o de la “teoría de la conspiración” a la demostración. Como ya se ha dicho, el cine tampoco ha sido ajeno a este conflicto. Brevemente, Diamantes para la eternidad (Diamonds Are Forever, Guy Hamilton, 1971) lo apunta como quien no quiere la cosa en una escena donde Bond escapa de un plató donde se escenifica la superficie lunar y ya con mayor desarrollo de la conspiración en Capricornio Uno, en la que Peter Hyams no cuenta la llegada a la Luna, sino cómo se monta e intenta proteger la farsa de la llegada de la NASA a Marte que el periodista interpretado por Elliot Gould pretenden desvelar mientras los responsables del engaño intentan borrar los cabos sueltos.


Lo que determina la validez del primer alunizaje no es el hecho en sí, es que la Historia lo afirme en sus páginas. Lo mismo piensan los artífices de la mentira sobre la que gira Capricornio Uno. Ahí, en la Historia, lo que entra en su seno queda aceptado y escrito para la posteridad; a menos que se reescriba y la nueva versión se convierta en la oficial. De modo que, si se llegará a la Luna por primera vez mañana, nunca sería la primera vez en nuestra Historia porque esta ya está escrita, lo que vendría a decir que ya sucedió para nuestra humanidad histórica (incluso diría que para quienes la niegan, pues es su punto de arranque). Los artífices del engaño de Capricornio Uno son conscientes de que el montaje es la realidad deseada, pues la imagen televisiva legítima la mentira de la que solo el periodista, y quien le da la información, sospechan, y en ese punto donde convergen la investigación periodística y la persecución, el film deriva en acción y ausencia de emociones auténticas, pues toda la segunda parte se desarrolla en la apariencia, ya no plantea interrogantes ni se preocupa por otra cosa que no sea el desarrollo de un thriller de tránsito previsible. Con toda su irregularidad a cuestas, la propuesta de Hyams entretiene durante buena parte de su metraje y resulta interesante uno de los temas expuestos: la relación entre imagen cinematográfica y representación, entre apariencia y verdad. ¿Qué es falso y que no en nuestra cotidianidad? ¿Cuáles son las verdades ocultas y las falsedades que pasan por verdad? Ante preguntas así, queda encogerse de hombros o dar respuestas de dudosa validez. Al menos en mi particular, pues carezco de respuestas y no poseo la capacidad para distinguir más verdades que las que doy por hecho, que son las mismas que podrían no serlo, pues, en un mundo dominado por la apariencia, dónde estar seguro de hallarlas, salvo, quizá, en los lugares cercanos, los íntimos y emocionales. Más allá, en nuestra realidad, lejos o cerca de la pantalla, en casa, en la calle o en el bar de la esquina, que cada uno interprete y opine lo que guste sobre este o cualquier otro tema; a ser posible, sin olvidar que el respeto, la tolerancia y la diversidad de posturas amplían horizontes y, en cuestión de entendimiento, posibilitan grandes saltos.




jueves, 12 de abril de 2012

Atmósfera Cero (1981)

Cada trabajador contratado debe cumplir un ciclo de un año en Io (una de las lunas de Júpiter), lo cual significa permanecer, durante 365 días, en un lugar donde las condiciones de vida se reducen a trabajar y a permanecer dentro del complejo de seguridad, donde los disturbios o crímenes apenas exceden de alguna que otra trifulca durante el tiempo de ocio; no obstante, existe un cuerpo de policía bajo el mando un marshall federal que también rota cada año. O'Niel (Sean Conney) es un agente que ha deambulado por muchos puestos similares, antes de aterrizar en Io, siempre acompañado por Carol (Kika Markham), su esposa, quien le descubre, a través de un mensaje de despedida, el cansancio provocado por una vida nómada alejada de la Tierra. El marshall vuelve a visionar el video grabado por su esposa; un instante en el que ya siente la soledad que será la tónica general de los próximos días, pero no tiene tiempo para lamentos, los cuales aparca cuando requieren su presencia en un sector del recinto donde uno de los trabajadores amenaza con matar a una prostituta; este crimen, por sí sólo, podría pasar por un arrebato de locura, pero tras las dos extrañas muertes ocurridas desde su llegada, provocan que el Marshall sospeche de que no se trata de un hecho aislado. La única opción que O'Niel encuentra para confirmar sus sospechas consiste en introducirse clandestinamente en la sala donde guardan los cuerpos para evitar sus autopsias; allí, en la oscuridad, saca sangre del cadáver del fallecido, antes de obligar a la doctora Lazarus (Frances Sterhagen) a que la analice. O'Niel busca algo anómalo, algo como la droga sintética que descubren y que Lazarus afirma que ataca al sistema nervioso, provocando una locura que tarda en desarrollarse, pero que resulta inevitable para quien la consume. La primera hora de Atmósfera Cero (Outland) permite familiarizarse con el espacio reducido por el que se mueve un hombre desencantado tras el abandono de su esposa, pero también por las dudas que surgen tras escuchar las palabras de ésta, y por la corrupción que empieza a descubrir durante sus pesquisas. O'Niel investiga sin descanso, aparcando sus problemas personales, y descubre que Sheppard (Peter Boyle), responsable de la mina, también lo es del tráfico de una droga que utiliza para aumentar el rendimiento de sus trabajadores. Atmósfera Cero (Outland) reúne intriga y suspense en un ambiente claustrofóbico donde la tensión y el desencanto se descubren en el rostro de un marshall que comprende que se encuentra solo, pero que no puede abandonar aquello que ha empezado. La última media hora del film abandona la intriga policial dominante hasta ese momento, para convertirse en una lucha por sobrevivir a la amenaza de los dos asesinos profesionales contratados por Sheppard, quienes desembarcan de una nave cuya llegada se anuncia mediante un reloj digital que desgrana las horas, una clara referencia a Solo ante el peligro (High Noon)Peter Hyams, director y guionista, no cayó en una repetición de lo expuesto en el film de Fred Zinnemann, porque Atmósfera Cero (Outland) posee personalidad propia, a pesar de las evidentes similitudes en su parte final, donde el antihéroe se enfrenta a sí mismo, mientras lo hace con un enemigo que pretende eliminarle. Sin ayuda, abandonado por su esposa, por sus hombres y retenido en el interior del complejo de Io por su necesidad de demostrarse que es algo más que una marioneta, O'Niel desvela su desencanto, pero también su determinación de quedarse hasta el final, aunque eso le cueste la vida.