jueves, 4 de septiembre de 2025

El informe Pelícano (1993)

Una de las premisas que posibilitaba el thriller de Hollywood era (y todavía es dominante) que los buenos fuesen interpretados por estrellas y que venciesen a los malos, que solían ser actores y actrices de menor renombre, tal vez porque así no costase aceptar su derrota. Para el público, las estrellas brillaban más, aunque no por tal motivo fuesen mejores en su trabajo actoral, solo que atraían más, lucían mejor en las portadas, vendían más entradas y llenaban las salas. Por ejemplo, dudo que un excelente actor como Cary Grant fuese mejor que James Mason, pero sí era mucho más popular, caía mejor y lucía un porte que no daba para malo. Al contrario, Mason no daría el pego siendo el héroe de Con la muerte en los talones (North by Northwest, Alfred Hitchcock, 1959), ni Grant sería capaz de hacernos creíble que era el malo de la función y, además, su estatus estelar podría verse cuestionado por un público que siempre pretendía de él (y le exigía) un galán cómico o el héroe de turno, aunque en Sospecha (Suspicion, 1941) y en Charada (Charade, 1963), Alfred Hitchcock y Stanley Donen, respectivamente, intentasen conferirle un toque ambigüo que nadie se toma en serio, sobre todo en esta última, pues se ríe descaradamente de la idea que descarta para Grant y encaja a la perfección en Walter Matthau, un magnífico actor que sí daba para ambigüedades. Aparte, en el cine sí es posible esa victoria del bien sobre el mal, sobre todo en un cine ajeno a ambigüedades y a las zonas grises como suele ser el comercial. En la mayoría de las producciones hechas en Hollywood (y en otras industrias cinematográficas) queda perfectamente señalado quienes son unos y quienes otros. El informe Pelícano (The Pelican Brief, 1993) la cumple. Presenta un reparto plagado de nombres conocidos —desde Sam Shepard hasta John Lithgow, pasando por John Howard, Robert Culp, Stanley Tucci o Hume Cronyn— y dos estrellas que lo encabezan y asoman en los roles de heroína y héroe, Julia Roberts y Denzel Washington, y así, desde el inicio, se establece hacia quienes sentir simpatías y de quienes recelar.

Pakula hace que su heroína, Darby Shaw, una estudiante de Derecho que inicialmente es la víctima potencial de una conspiración que ella ha descubierto por casualidad, y su héroe, Gray Grantham, un periodista que cubre la información política en Washington, no puedan ser derrotados por los gigantes, cuyos recursos para vencerles parecen ilimitados. En la intriga propuesta, que se inicia a raíz del asesinato de dos jueces del Supremo, están implicados un multimillonario amigo del presidente, sus abogados y los profesionales que estos contratan. Incluso la teoría apunta que alcanza hasta la mismísima Casa Blanca donde el presidente y su asesor se ponen nerviosos cuando reciben el informe escrito por Darby, la joven que, aún en su estado inicial de shock, les lleva ventaja a todos. Queda claro que Alan J. Pakula pisaba terreno conocido: el thriller, un género al que regresó una y otra vez desde Klute (1971), su segundo largometraje, hasta La sombra del diablo (Devil’s Own, 1997), el último. Y en todos ellos jugaba la baza de contar siempre con estrellas de primer orden dando vida a personajes al límite, pero heroicos, por ejemplo: Jane Fonda en Klute y en Una mujer de negocios (Rollover, 1981), Warren Beatty en El último testigo (The Parallax View, 1974) o con Dustin Hoffman y Robert Redford en Todos los hombres del presidente (All the President’s Men, 1976), el que quizá sea el más popular de los suyos. Años después de aquel popular film que entremezcla investigación periodística y thriller político, Pakula volvió a mezclar ambas y, para darle mayor brillo, reunió a Julia Roberts y a Denzel Washington. Pero, tras los destellos, queda otra intriga político-periodística más de lo mismo, aunque esta ocasión no se basaba en un caso real (el Watergate) sino en una de las novelas de John Grisham y, como la mayoría de sus intrigas y de las películas que originaron, las pautas se repiten. Me pregunto ¿para qué tanto suspense, por ejemplo, en la escena del automóvil, cuando en todo momento se sabe que al héroe y a la heroína no les va a pasar nada, que saldrán indemnes y acabarán victoriosos? Y me digo que el cine es un lugar bonito, tal vez el único posible, junto a la novela de autores como Grisham, Brown o Follet y a los seriales televisivos, donde los buenos triunfan y los malos pierden; y que por el camino caen algunos personajes de reparto para crear el espejismo de que el camino hacia la victoria de los héroes es más difícil y menos aburrida que nuestra cotidianidad. En esto, El informe pelícano mantiene el tipo hasta la parte final, que cae en la inevitable resolución: la victoria de la pareja heroica que lucha en desigualdad de condiciones, pero con la certeza de ser los buenos; y esta cualidad cuenta mucho a la hora de decantar la balanza. Y este punto, el penúltimo film de Pakula no deja de ser igual de previsible que tantas otras películas basadas y no basadas en novelas de Grisham, cuyo máximo esplendor cinematográfico fue durante aquellos años noventa en los que cineastas como Sydney Pollack, en La tapadera (The Firm, 1993), Joel Schumacher, en El cliente (The Client, 1994) y Tiempo de morir (Time to Kill, 1995) o Francis Ford Coppola, en Legítima defensa (The Rainmaker, 1997), las llevaron a la gran pantalla…



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