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martes, 24 de mayo de 2022

Solo para tus ojos (1981)


El 007 de Sean Connery era al tiempo la fantasía del imperialismo británico perdido y la caricatura del agente secreto que acabó por transformarse en la burla de sí mismo avanzada la saga, sobre todo cuando Roger Moore asumió el testigo y confirió al personaje un tono autoparódico. El actor, que venía de protagonizar la exitosa serie El santo, confirió mayor irrealidad e ironía forzada. Con frecuencia se escucha o se observa al personaje parodiando o exagerando los rasgos que definen su personalidad, la de un agente que tocó fondo en Moonraker (Lewis Gilbert, 1979), posiblemente la peor película de una saga que parecía ir a la deriva a la conclusión de La espía que me amó (The Spy Who Loved Me, Lewis Gilbert, 1977). Al final de este film, se anuncia que James Bond regresará en Solo para tu ojos (For Your Eyes Only, 1981), sin embargo el agente regresó en la ya referida Moonraker, cuyas ideas o falta de ellas le lleva al plagiarse a sí misma, algo que tampoco sería novedad, copiando parte del argumento de su predecesora —megalómano desea destruir el mundo y crear uno nuevo a su imagen— y trasladando la acción del fondo marino al espacio, por entonces un espacio exitoso debido a La guerra de las galaxias (Star Wars, George Lucas, 1977), más que a la exploración científica. Ahí, en Moonraker se rozó el ridículo. Había que abandonar la parodia y retomar la senda del héroe con licencia para matar, misión que le correspondió dirigir a John Glen, quien era un asiduo de la saga. Antes de acceder a la dirección de la totalidad de los títulos de la saga 007 rodados en la década de 1980, Glen había trabajado como editor y ayudante de dirección en 007 Al servicio secreto de su majestad (Peter Hunt, 1969), La espía que me amó y Moonraker, lo cual le confería el perfil idóneo para asumir las riendas de la franquicia, ya que poseía el conocimiento suficiente para tomar el relevo de directores como Terence Young, Guy Hamilton o Lewis Gilbert, hasta ese momento los realizadores que habían repetido en la franquicia del famoso agente ideado por Ian Fleming. Incluidas Solo para sus ojos y Licencia para matar, Glen rodaría cinco títulos, lo que le convierte en el director que más películas de 007 ha realizado hasta la fecha, y quizá sean esas dos películas, las que abren y cierran su etapa en la saga, sus dos mejores aportaciones al universo Bond, aunque las películas que la componen funcionen de manera independiente, ya que entre ellas apenas existe más nexo que el personaje principal, sus colegas y su trabajo para el secreto británico. Para corroborar el cambio, Solo para sus ojos se inicia devolviendo al presente a un viejo conocido del pasado. Blofeld intenta vengarse de Bond, pero sin el éxito esperado, pues en vez de rematar a su enemigo, una vez más se regodea y permite que el héroe con licencia para matar use su licencia sin miramientos ni remordimientos. Así de contundente, el villano y su minino desaparecen de las aventuras del agente, lo que suponen un fin de ciclo y un comienzo tras los títulos de créditoque dan paso a la nueva misión: recuperar la tecnología hundida con el barco espía británico que se va a pique al inicio, antes de que se produzca el encuentro del héroe y la vengativa heroína interpretada por Carole Bouquet.


domingo, 13 de octubre de 2013

Licencia para matar (1989)


Desde el debut de John Glen al frente de la saga en Solo para sus ojos hasta su adiós en Licencia para matar (Licence to Kill) se produjo un cambio
 no solo en cuanto al físico del agente, sino en su modo de actuar. El Bond interpretado por Roger Moore a lo largo de los ochenta resultaba repetitivo, incluso insulso, en producciones que, salvo momentos puntuales, apenas poseían mayor interés que ser una película de 007. Dicho estancamiento se solucionó con la irrupción de Timothy Dalton, sobre todo en su segundo y último Bond, más crudo y oscuro que los anteriores al descubrirse como un individuo que no se plantea los medios que emplea para alcanzar sus fines. Esta nueva circunstancia le posiciona al margen del servicio secreto británico, pero le permite actuar con una dureza inusual que nace de su deseo de vengar la muerte de Delia Leiter (Priscilla Barnes) y la salvaje tortura sufrida por Felix Leiter (David Hedison) a manos de un narcotraficante que emplea la filosofía de plata o plomo. El impulso incontrolable de venganza que domina en 007 provoca que sus superiores le obliguen a entregar su arma, al tiempo que revocan su licencia para matar sin ser conscientes de que ésta no es un simple papel o una orden, pues forma parte de la naturaleza de un hombre que en su obsesión por dar caza a Santos (Robert Davi) solo predica la filosofía del plomo. Licencia para matar muestra a un Bond atípico que se aleja del mundo del espionaje para introducirse de pleno en el del narcotráfico, donde desarrolla sus aptitudes y muestra su sencilla y contundente manera de entender la palabra justicia. En su empeño se convierte en alguien que no piensa más allá de la frustración que le impulsa, y que entorpece las operaciones que se llevan a cabo para atrapar al traficante. De ese modo la obcecación que le domina resulta negativa para los intereses del orden que supuestamente defiende, aunque en realidad el 007 interpretado por Dalton no esconde que su único deber es para consigo mismo, y no con los equipos que pretenden la detención de Santos, a quien simplemente pretende matar. 007 impone su propia ley, incluso a aquellos que, a pesar de sus reticencias, colaboran con él, pero sometidos a las condiciones impuestas por un agente mucho más interesante que los interpretados por Moore. Sin embargo, Timothy Dalton no tuvo suerte en su paso por la serie, a pesar de no desentonar tanto como se dijo, como tampoco lo había hecho George Lanzeby en la ninguneada y contundente Al servicio secreto de su majestad (Peter Hunt, 1967), sin embargo, la sombra de otros James Bond, sobre todo la de Sean Connery, fue demasiado alargada para él, aunque no para su relevo, el irlandés Pierce Brosnan, que ofrecería una nueva imagen de 007 en Goldeneye (Martin Campbell, 1995).