Mostrando entradas con la etiqueta james dean. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta james dean. Mostrar todas las entradas

sábado, 18 de noviembre de 2017

James Dean. El rebelde atormentado

No hay duda de que James Dean se convirtió en uno de los grandes iconos de siglo XX, pero, cuando escucho o leo que fue un gran actor, sí dudo, que no niego al respecto, porque, como consecuencia de su desgraciado accidente, su bagaje cinematográfico me resulta insuficiente para valorar sus capacidades artísticas. Sus rebeldes en Al este del Edén (East of Eden; Elia Kazan, 1955), Rebelde sin causa (Rebel without Cause; Nicholas Ray, 1955) y Gigante (Giant; George Stevens, 1956) fluyen entre naturales y los tics del actor, gestos que quizá el tiempo, el trabajo y la experiencia hubieran corregido. Por ello, solo puedo especular cómo habría sido su carrera, si esta no se hubiera visto truncada el 30 de septiembre de 1955. Sin apenas poder disfrutar del éxito que había alcanzado ese mismo año, James Dean fallecía en un accidente automovilístico, cuando solo contaba con veinticuatro años de edad. Su imagen del rebelde atormentado, por aquel entonces la del rebelde duro y viril estaba en posesión de Marlon Brando, gracias a su motero en ¡Salvaje! (The Wild One, Lázsló Benedek, 1953), le sobrevivió para convertirlo en uno de los mitos inmortales del cine. Pero, el James Byron Dean de carne y hueso, el nacido en Marion (en el estado de Indiana) en 1931, fue uno de tantos jóvenes aspirantes a actor que superó las pruebas de ingreso del Actor's Studio que Cheryl Crawford, Elia Kazan y Robert Lewis habían fundado en 1947. Allí estudió "el método" que buscaba <<el desarrollo de las sensaciones, de la imaginación, de la espontaneidad, de la fuerza del actor y, por encima de todo, la estimulación de sus posibilidades emocionales>> (Elia Kazan por Elia Kazan) y, sospecho, se convirtió en un actor mejor preparado para papeles dramáticos que para roles cómicos. Aquí hago un inciso que, aunque innecesario, considero interesante. Hubo alguna excepción como Marilyn Monroe, pero la comedia no es el género en el que mejor se han desenvuelto las alumnas y los alumnos del Studio, quienes en sus papeles cómicos tienden a la exageración, y no sería descabellado pensar que, de haber tenido su oportunidad, a Dean le sucediese lo mismo, de ahí mi sospecha anterior. Una fuerza dramática como lo era Brando se descubre irregular, puede que desinteresado, en sus intervenciones cómicas, y de Montgomery Clift no recuerdo ninguna comedia, quizá porque no participó en ninguna. Karl Malden, Rod Steiger, Shelley WintersGeraldine PageEllen BurstynLee J. Cobb, Jane Fonda o Al Pacino, al igual que a Robert De Niro o Jack Nicholson, propenso a un histrionismo excesivo, son otros ejemplos de grandes actores y actrices del método que no llegan a encajar en el género de la risa. Pero apartándome de esta coincidencia, puede que fallo del método o de su asimilación, regreso a Dean después de sus primeras oportunidades en televisión y, sin acreditar, de su participación en varias películas en las que pasa desapercibido para el público. Regreso a él cuando Kazan le da su papel protagonista en la adaptación cinematográfica de la novela de John Steinbeck. <<Pienso que él tenía una cara muy poética, un rostro bello y doloroso. En los primeros planos se percibía todo ese dolor>>. El dolor al que se refiere Kazan (en Elia Kazan por Elia Kazan) es el dolor que anida en Cal Trask, un adolescente desorientado, tanto en la relación con un padre intolerante como aquella que mantiene con una madre a quien descubre regentando un burdel. Este muchacho antecede a Jim Stark de Rebelde sin causa, la película que lo mitificó. Mientras que, a las órdenes de George Stevens, en Gigante encarnó a Jett Rink en varias etapas, en su juventud y en la madurez durante la cual se descubre como un exitoso hombre de negocios, aunque igual de martirizado que sus anteriores personajes. Si con Kazan se dio a conocer y con Ray se convirtió en mito del rebelde adolescente, con Stevens maduró como actor dramático, aunque no pudo continuar su progresión, quizá imparable, quizá inexistente, pues su amor por la velocidad y la mala fortuna no le permitieron desarrollar su vida ni al gran actor que apuntaba ser.



Filmografía

A bayoneta calada (Fixed Bayonets; Samuel Fuller, 1951)
¡Vaya par de marinos! (Sailor Beware; Hal Walker, 1952)
¿Alguien ha visto a mi chica? (Has Anybody Seen My Gal?; Douglas Sirk, 1952)
Un conflicto en cada esquina (Trouble Along the Way; Michael Curtiz, 1953)
Al este del Edén (East of Eden, Elia Kazan, 1955)
Rebelde sin causa (Rebel without Cause, Nicholas Ray, 1955)
Gigante (Giant, George Stevens, 1956)

martes, 23 de abril de 2013

Gigante (1956)

En una de las versiones en DVD de Gigante (Giant), George Stevens, Jr. presenta el film y, en determinado momento, afirma que la película rodada por su padre ha pasado con creces la prueba del paso del tiempo, y para ello aduce que cuarenta años después de su estreno continúa siendo vista por el público. Sus palabras no mienten, pero tampoco prueban que se trate de una obra maestra con mayúsculas, que es lo que se deduce al escuchar su comentario. En la actualidad también se ve La vuelta al mundo en ochenta días, inexplicable ganadora del Oscar a la mejor película de aquel año, y a nadie se le pasa por la cabeza decir que sea una obra cumbre del cine sino una cuestión de la popularidad alcanzada. En 1956, además de las dos citadas, se estrenaron en los Estados Unidos Escrito sobre el viento, Atraco perfecto, La invasión de los ladrones de cuerpos, Marcado por el odio, Umberto D, La Strada, Los siete samuráis, Más dura será la caída o Mientras Nueva York duerme (ahí es nada), todas ellas superiores al film de Stevens (y a años luz del realizado por Michael Anderson). Incluso en el seno de la Warner, productora que produjo esta superproducción, se estrenó Centauros del desierto, una obra maestra que sí ha pasado con nota la prueba del tiempo, al descubrirse como un western intimista y moderno que indaga en las sensaciones y emociones de su protagonista desde la sinceridad de la cámara de John Ford, que supo captar aquello que George Stevens forzó en su megaproducción sobre la transformación de Texas. Como ocurre con cualquier otra película que se conserve, Gigante puede verse tiempo después, ya sea en sus pases televisivos o en formatos caseros, pero lo que queda claro al verla desde la distancia de los años, son algunas de sus carencias. Su narrativa, a ratos pesada, quizá por culpa de la novela, de la adaptación o de su puesta en escena, su enfoque, con frecuencia reitera de manera innecesaria en los temas expuestos, o la transformación de los actores principales, que realizaron con corrección su cometido, aunque nada pudieron hacer ante el increíble envejecimiento que sufren sus personajes, incapaces de disimular su juventud (Rock Hudson tenía 30 años, 23 Elizabeth Taylor y 24 James Dean, quien por desgracia falleció en un accidente automovilístico poco antes de la conclusión del rodaje) podrían llevar a la conclusión de que, tras más de medio siglo desde que Gigante saliese a la luz, su grandeza no alcanza a la de su título, a no ser por su excesivo metraje de casi cuatro horas en el que se observa a una familia ganadera anclada en la tradición, cuyos cimientos se tambalean como consecuencia de los cambios que se producen al convertirse el petroleo en la principal fuente de riqueza del estado de la estrella solitaria. El eje narrativo se encuentra en el enfrentamiento entre la tradición, a la que representa "Bick" Benedict (Rock Hudson), y la modernidad, encarnada por Jett Rink (James Dean). Entre ambos polos se ubica Leslie (Elizabeth Taylor), la joven del Este que se casa con Benedict, y que durante largo tiempo no encuentra su lugar en las tierras texanas, donde descubre un mundo anclado en el pasado, racista, machista y con grandes diferencias sociales, más cercano al medievo europeo que a una joven nación que promulga la igualdad y la libertad de sus habitantes. Este personaje femenino pierde parte de su importancia a medida que avanza Gigante, quedando relegado a un plano más o menos decorativo hacia el final de este largometraje que se divide en dos partes diferenciadas por el paso del tiempo. La primera se inicia después de una especie de prólogo (la pareja se conoce y se casa), cuando los recién casados llegan a Renata (el imperio de los Benedict desde los tiempos del abuelo), y concluye con Rink alcanzando su sueño de enriquecerse con el petroleo. La segunda transcurre años después, cuando los hijos del matrimonio se hacen mayores, y Jordan Benedict (Dennis Hopper). heredero al trono de su padre, opta por la medicina y por casarse con Juana (Elsa Cárdenas), rechazada en la alta sociedad por su origen mexicano; mientras, Luz Benedict (Carroll Baker), una de las dos hijas, se enamora de Rink, convertido en el hombre más poderoso de Texas, posiblemente también en el más huraño y atormentado (la transformación del Jett pobre y joven al Jett maduro y multimillonario se omite, hecho que repercute en la comprensión de la evolución del personaje). En esta segunda mitad se descubre al patriarca Benedict más flexible en su comportamiento machista, despótico y conservador, y a un magnate del petroleo dominado por su afán de competir con aquel que fue su jefe y que lo tiene todo, incluso a Leslie. Quizá la ausencia del amor y su obsesión por Benedcit fueron las culpables del cambio que se produjo en aquel joven introvertido, convertido en la madurez en una especie de ególatra con tendencias racistas, que ya se anunciaban en su juventud. Con sus taras y con sus aciertos Gigante fue considerada una de las mejores producciones de aquel año, pues contar con tres jóvenes estrellas contribuyó a su enorme éxito en taquilla (que sí fue gigante, como también lo fue su producción y por infortunio la pérdida de Dean); sin embargo, su gran acogida no justifica que películas mejores obtuviesen peores críticas o que un director como George Stevens ganase (merecidamente o no) su segundo premio al mejor director (había logrado el primero cinco años atrás por Un lugar en el sol) y que realizadores de mayor talento nunca fuesen reconocidos por la academia hollywoodiense; aunque esta es otra historia, y Stevens nada tiene que ver en ella. Esta realidad, no exclusiva del ámbito cinematográfico, confirma que premios y menciones, a parte de crear en muchos casos injusticias y polémicas, poco tiene que ver con la calidad del producto, pues cineastas con un estilo propio y filmografías superiores, realizadas por entero o en parte en Hollywood, como Charles Chaplin, Ernst LubitschAlfred Hitchcock, Fritz Lang, Samuel Fuller, Nicholas Ray, Anthony Mann, Raoul Walsh, Sam Peckinpah, Stanley Kubrick o Howard Hawks, jamás recibieron un Oscar a la mejor dirección.