viernes, 30 de mayo de 2025
Inland Empire (2006)
lunes, 26 de mayo de 2025
Anthony Burguess y La naranja mecánica
El caso de La naranja mecánica es afortunado y curioso, aunque no tanto si se comprende que gracias a la novela existió la película y gracias a esta se perpetuó la novela cuyo joven narrador y amigo se presenta ante nosotros, los lectores, para explicarnos sus experiencias de victimario y víctima desde el desenfado y la jerga adolescente (nadsat) con la que marcan distancias con el mundo que queda fuera de las fronteras juveniles. Qué muchacho este que elige la violencia porque le gusta. Nadie se la impone y su mundo es tan ruin, hipócrita y criminal como cualquier otro… En él todos buscan su satisfacción y su beneficio. Así que no se puede culpar a un ente concreto ni a su época —que se ambienta en un futuro cercano al año de publicación del libro—, ni siquiera al propio individuo, puesto que, en caso de hacerlo, nadie saldría bien parado. En todo caso, a Alex no se le puede acusar de hipócrita, tampoco de emplear la jerga nadstaq que le diferencia de los comunes y que a Burguess le permite expresar situaciones e imágenes que dichas en lengua inglesa (o en sus respectivas tradiciones idiomáticas) correrían el riesgo de ser explicitas y, sobre todo, de ser censuradas tanto por un hipotético lector como por los editores, incluso por religiosos, políticos y por la buena gente en general, que verían en el texto provocación y lo tildaría de inmoral, cuando resulta todo lo contrario… Ese capítulo 21, suprimido en la edición estadounidense y en el film, lo cambia todo, pues resulta un paso hacia alguna parte, una evolución que no se da en la obra de Kubrick, que cierra su película dejando a Alex donde se encontraba en su adolescencia. Burgess lo deja claro en la introducción, cuando expresa lo que sigue:
<<El capítulo veintiuno concede a la novela una cualidad de ficción genuina, un arte asentado sobre el principio de que los seres humanos cambian. De hecho, no tiene demasiado sentido escribir una novela a menos que pueda mostrarse la posibilidad de una transformación moral o un aumento de sabiduría que opera en el personaje o personajes principales. Incluso los malos bestsellers muestran a la gente cambiando. Cuando una obra de ficción no consigue mostrar el cambio, cuando solo muestra el carácter humano como algo rígido, pétreo, impenitente, abandona el campo de la novela y entra en la fábula o la alegoría. La Naranja norteamericana o de Kubrick es una fábula; la británica o mundial es una novela.>>
Entrecomillado: Anthony Burguess, La naranja mecánica (traducción de Aníbal Leal y Ana Quijada). Booket (Editorial Planeta), Barcelona, 2012.
Enlace al comentario de la película:
https://vadevagos.blogspot.com/2012/10/la-naranja-mecanica-1971.html?m=1
sábado, 24 de mayo de 2025
Promesas del este (2007)
viernes, 23 de mayo de 2025
La cortina de humo (1997)
La relación entre medios, cine, política, propaganda y público, que se traga todo cuanto le echan y más, pues su imaginación hará más grotesca cualquier farsa que le cuenten, queda satirizada por Barry Levinson en La cortina de humo (Wag the Dog, 1997), en la que el artífice de Rainman (1988) se desmelena a partir del guion que Hilary Henrik y David Mamet adaptaron del libro de Larry Beinhart Parte de guerra (American Hero). En ambos casos, novela y película, la realidad inspira —era la época en la que estaba a punto de estallar el “Escándalo Lewinsky”, que acapara las portadas en enero de 1998—, aunque en la segunda la presencia de estrellas de la talla de Dustin Hoffman y Robert De Niro obliga a dejar vía libre a su lucimiento, el que dudo juegue a favor de la sátira; pero esto cae en mi terreno dubitativo. Por otra parte, la propaganda no es magia, pero casi, pues es capaz de hacer visible lo invisible y viceversa. Además, “tachán-tachán”, puede convertir lo bueno en malo, lo malo en mejor o el estiércol en oro y este en mierda. ¿Quién da más? Así que para tapar el escándalo sexual del presidente, que le puede costar la reelección presidencial, se llama a Conrad Brean (Robert De Niro), un “arréglalo todo” que toma las riendas para desviar la atención pública y reconducir la situación hacia aguas tranquilas, aunque para ello se invente un conflicto bélico. La guerra sucia de la política se recrudece ante la proximidad electoral. Las filtraciones, los trapos sucios, los ataques frontales y por la espalda, los tratos y las cortinas de humo son el pan nuestro de cada día de Conrad, a quien lo que menos le preocupa es si el escándalo parte de un hecho real o de una invención, de que sea un asunto privado o de interés público, de una hipocresía o de un asunto de Estado, ya que publicitada la noticia se convierte en la realidad mediática a combatir… Sabe que el daño está hecho, y que solo queda minimizarlo hasta que se olvide y, para ello, esta especie de “señor Lobo” de la política —que sabe que la propaganda no es un recurso de los políticos, sino los políticos, la proyección de su imagen, la exhibición de su espectáculo— acude a Stanley Moss, un prestigioso productor de Hollywood —interpretado por un Dustin Hoffman en plan Robert Evans, el productor estrella de Chinatown (Roman Polanski, 1972)—. Moss se queja de que nadie reconoce su labor, pero queda claro que los de su “clase” son los mandamases de la industria del cine, una industria que igual fabrica cortinas de humo, propaganda, escapismo, estrellas, basura, grandes películas, entretenimiento… Conrad le pide que cree una guerra, ya que <<la guerra es espectáculo>>, para desviar la atención. Así que escogen Albania, por ser un país desconocido para el electorado estadounidense —cuyo bajo conocimiento de geografía e historia estaría a la par que el de otras latitudes—, pero antes deben inventar un “casus belli”, como ya se había hecho en tantas ocasiones anteriores; por ejemplo: el asesinato real del archiduque Francisco Fernando, que disparó la Gran Guerra (1914-1918), o la presencia fantaseada de armas de destrucción masiva que dio luz verde a la segunda invasión de Irak, cuestión que Paul Greengrass expone en Green Zone (2010). Con todo, Conrad no quiere una guerra, solo la apariencia de una; o como le dice a Moss, quiere el trailer, no la película. Esto desata la maquinaria propagandística, la reacción del otro candidato, y la farsa producida por Moss, la que se observa en la pantalla…
jueves, 22 de mayo de 2025
La muerte de Stalin (2017)
La noticia alcanzó el Gulag donde Evgenia Ginzburg padecía las largas vacaciones a las que, como tantos millones de creyentes más, había sido condenada por nada o, tal vez, por no tener cabida en la realidad pretendida por el padre de la nación, el cual, desde que subió al poder, engrandeció (en cantidad) la política que Lenin ya había empezado años antes, una política (la leninista) que, en presumida búsqueda de modernizar e industrializar, había alcanzado uno de sus máximos mortales en la gran hambruna de 1921 y 1922, de la que se calculan unos cinco millones de fallecidos. Más se llevaría la criminal fantasía de Stalin (a quien se le atribuyen veinte millones de muertes), la de Hitler la igualó y la de Mao, en China, la superó, pero esas son otras historias, aunque guarden cierta relación con la soviética. En aquella prisión siberiana, la escritora <<Estaba segura de que la muerte del tirano significaba el final de la esclavitud, no solo para nosotros, sino también para los que habían sido sus más fieles colaboradores.>> (1)
La muerte del gran líder aconteció en marzo de 1953, cuando nadie esperaba que un inmortal pudiese morir, pero así es la vida incluso la de los dioses y los dictadores; también la de los colaboradores de estos últimos. Respecto a estos, expresaba Alexsandr Solzhenitsyn en su famoso Archipiélago Gulag (2) una idea que se repite a lo largo de la historia, y que él concreta para su experiencia, la suya y la de su país en purga de Stalin y de sus fieles acólitos: <<Y ya que hablamos de comunistas ortodoxos, digamos que para una purga como aquella era preciso un Stalin, pero que también se necesitaba un partido como aquel: la mayoría de los que estaban en el poder encarcelaban de manera implacable a otros hasta que ellos mismos eran arrestados, liquidaban obedientemente a sus semejantes siguiendo esas mismas normativas y llevaban al patíbulo a cualquier amigo o camarada de ayer.>> La purga aludida por el escritor ruso es anterior a la Segunda Guerra Mundial, pero no fue la única. En 1953, se sospecha que vendrá otra, pero la muerte de Stalin la deja en suspenso y genera la lucha interna desarrollada en esta sátira sobre cómo sus “allegados” actúan en pos de llenar el vacío de poder que supone que se confirme la mortalidad del gran líder…
En Testimonio de dos guerras (3), Manuel Tagüeña recordaba que <<Nadie había en la URSS con categoría suficiente para recoger la herencia de Stalin: destino final de todas las dictaduras. Malenkov, en la cúspide, como presidente del Consejo de Ministros; Molotov, ministro de Relaciones Exteriores, y Beria, ministro del Interior, formaron la “dirección colectiva”. Malenkov era un obscuro burócrata que el dictador había escogido para sucederle, pero carecía de talla y tenía perdida la partida de ante mano. Beria y Molotov volvían a ocupar los cargos perdidos en los últimos tiempos. Bulganin también recuperó su puesto de ministro de Defensa. En último lugar, casi en las sombras, pero ya con el nuevo poder en la mano, aparecía Kruschev, nuevo secretario general del Partido Comunista soviético.>> Y esa carrera por el poder se convierte en el centro sobre el que gira la sátira propuesta por Armando Iannucci en su segundo largometraje: La muerte de Stalin (The Death of Stalin, 2017).
El condicionamiento y el miedo —terror retratado por Andrei Konchalovski en El círculo del poder (The Inner Circle, 1991)—, también el absurdo, se dan en la dacha de Stalin, a las afueras de Moscú, la noche y el día de 1953 en el que Iósif Stalin sufre el ataque que acabará con su vida. El zar soviético acostumbraba a levantarse no antes del mediodía, por lo que sus escoltas, que hacían guardia a las puertas del dormitorio de su señor, no osaban molestarle antes de esa hora. Pero como aquella noche se había acostado más tarde de lo usual, no quisieron ni se atrevieron a molestarle, a pesar de que no se levantaba. Dudarían, los nervios harían acto de presencia. Intentarían disimularlos tras la marcialidad y el silencio. No osarían entrar, por miedo a la reacción del jefe. Y así, dicen que las horas fueron pasando, sin que nadie irrumpiese en la estancia y despertase al señor de todas las Repúblicas Soviéticas… En su ensayo Koba el temible (4) así relata Martin Amis aquel momento: <<El 1 de marzo, Stalin se despertó a mediodía, como de costumbre. En la cocina se encendió una luz de PREPARAR TÉ. Los criados esperaron en vano la orden de LLEVAR TÉ. Hasta las once de la noche no se atrevieron los oficiales de guardia a hacer averiguaciones. Koba, con el pijama manchado, yacía en el suelo del comedor, junto a una botella de agua mineral y un ejemplar de Pravda. Había mucho terror en sus ojos implorantes. Cuando quiso hablar, solo le salió “un zumbido”: la pulga gigante, la chinche, reducida a un zumbido de insecto. Es indudable que había tenido tiempo para meditar una incómoda circunstancia: a todos los médicos del Kremlin los estaban torturando en la cárcel, además (por insistencia del mismo Stalin), “con grilletes”.>>
Suena a broma, pero, más o menos así fue, o así ha pasado a la historia y de esta a las bromas populares, a la literatura, al tebeo o al cine, medio este para el que Iannucci adaptaba el cómic de Fabien Nury y Thierry Robin a la gran pantalla. El resultado fue esta irregular sátira en la que la muerte del líder es el detonante para la lucha por ocupar la vacante en el trono soviético. Por lo que se observa, Beria y Kruschev se posicionan, buscan alianzas e intentan adelantarse el uno al otro, lo que depara situaciones grotescas y una intención de ruptura con el periodo anterior durante el cual el primero había sido mano ejecutora. La caricatura de Stalin y de su círculo de poder funciona a ratos. Siempre intenta reírse de la realidad para evidenciarla, pero solo apunta a la risa fácil. Queda claro que realizar una sátira es complicado, pues se corre el riesgo de caer la pretensión de hacer reír a costa de la parte crítica que conlleva toda intención satírica que se precie. Claro que Iannucci, por mucho que me gustase In the Loop (2009), pues logra mayor equilibrio que en esta —es decir, no se pierde en evidenciar todo el tiempo el ser chistoso—, no es Charles Chaplin, cuya lucidez crítica y caricaturesca se funden para dar pie a El gran dictador (The Great Dictator, 1940), en la que expuso la megalomanía de Hitler y Mussolini, ni Ernst Lubitsch cuya elegancia e ironía quedan brillantemente expresadas en Ser o no ser (To Be or Not to Be, 1942)…
(1) Evgenia Ginzburg: El vértigo (traducción de Fernando Gutiérrez y Enrique Sordo). Galaxia Gutenberg, Barcelona, 2012.
(2) Alexsandr Solzhenitsyn: Archipiélago Gulag (traducción de Josep Mª Güel y Enrique Fernández Vernet). MDS BOOK/MEDIASAT, 2002.
(3) Manuel Tagüeña: Testimonio de dos guerras. Editorial Renacimiento, Sevilla, 2021.
(4) Martín Amis: Koba el temible (traducción de Antonio-Prometeo Moya). Anagrama, Barcelona, 2006.
miércoles, 21 de mayo de 2025
In the Loop (2009)
Vista desde una perspectiva propagandística, Malcolm Tucker (Peter Capaldi), el jefe de prensa del Primer Ministro del Reino Unido, es el hombre más importante del país. Así lo apunta Armando Iannucci en su coral y satírica In the Loop (2009), su primer largometraje para la gran pantalla —con anterioridad, en cine, había participado en la episódica Tube Tales (1999)—, que venía a desarrollar en cine aquello que estaba haciendo en televisión con su sátira política The Thick of It (2005-2012). La presentación del personaje, ya conocido por quienes sabían de la serie televisiva, que imagino reflejo humorístico británico de El ala oeste de La Casa Blanca (The West Wing, 1999-2006), no puede ser más contundente; o tal vez sí, aunque ya entraría en una violencia física que traspasaría la simple amenaza o los insultos de los que hace uso de forma casi indiscriminada. Malcolm avanza alzando la voz allí donde va, incluso la eleva para censurar a un ministro del gobierno, uno un tanto peculiar, a quien el juego de la política le viene grande, por metepatas, infantil, indeciso, ingenuo. Se trata de Simon Foster (Tom Hollander), en cuyo equipo acaba de entrar a trabajar un joven asesor de imagen (Chris Addison) arribista y pelota, no más que Liza (Anna Chlomsky) o Chad (Zach Woods), que trabajan para la estadounidense Karen Clark (Mimi Kennedy), la política que se reúne primero en Londres y posteriormente en Estados Unidos para abordar una crítica posibilidad bélica que parece que se les escapa de las manos. El mundo de Malcolm se construye y destruye en la imagen, es decir, en su reino se puede hacer cualquier individuo, héroes, villanos, políticos, e incluso hacer desparecer de los medios o vapulear a través de ellos. Es la jungla y en ella no hay piedad, ni verdad. Allí la ética sobra y la manipulación resulta fundamental para alcanzar el éxito político y de la política perseguida; la cual, a menudo, se va haciendo, deshaciendo y rehaciendo, sobre la marcha…
martes, 20 de mayo de 2025
Flow (2024)
Gozada visual, protagonizada por animales que no hablan con palabras, pero que se expresan en toda su animalidad, Flow (2024) es una entretenida aventura de supervivencia y amistad. Siendo la superación de obstáculos y la capacidad de adaptación a lo imprevisto dos condiciones fundamentales para sobrevivir a los sucesos que trastocan las cotidianidades de los protagonistas. Aquello que muchos llaman normalidad, y que no pocos dan por sentada e inamovible, toca a su fin en el mundo expuesto por Gints Zilbalodis en su segundo largometraje, que bebe directamente de su cortometraje Aqua (2012). Como en aquella película de apenas siete minutos de duración, el argumento de esta exitosa animación gira en torno a un gato sin nombre, aunque le hayan querido llamar como el titulo del film —supongo que debido a la “necesidad” humana de nombrar y etiquetar cuanto llame su atención—, y a otros animales que comprenderán que la vida cambia sin aviso —cualquier realidad vive en un constante cambiar, aunque no percibamos los cambios hasta que nos caen encima— y que esto puede asustar, seguro que sorprender y obligar a buscar los recursos que permitan superarse y seguir. Sea un sueño, una pesadilla o su nueva realidad, la rutina del gato sufre un vuelco cuando las aguas anegan su hogar y su mundo. Así comprendemos su miedo ante lo inesperado, esa subida que lo trastoca todo y que le obliga a adaptarse a un entorno acuático y a colaborar con otros animales que acabarán convirtiéndose en en sus amigos, en su familia. El nuevo mundo hace extraños compañeros de viaje, para esa gato cuyos ojos observan con sorpresa, temor o asombro, la naturaleza por donde ya fluye su vida, su aventura, su aprendizaje, su colaboración con un perro que se despreocupa y quiere jugar, un lémur que necesita acumular objetos inútiles como cualquier consumista que se precie, una capibara maternal que hace grupo y un ave secretaría majestuosa y orgullosa que se erige en la figura a imitar, navegando sin rumbo, en una embarcación de madera, aunque siguiendo el flujo del agua…
lunes, 19 de mayo de 2025
Rincones sin esquinas: Belvís
domingo, 18 de mayo de 2025
Doña Herlinda y su hijo (1985)
Producida por Manuel Barbechano Ponce —entre otras, productor de Carlos Velo en Raices (Benito Alazraki, 1954), Torero! (1956) y Pedro Páramo (1967), y de Luis Buñuel en Nazarín (1959)—, Doña Herlinda y su hijo (1985) es una de las películas más populares de Jaime Humberto Hermosillo, que aborda la homosexualidad en la pantalla sin prejuicios ni miedos, como ya había hecho en ocasiones anteriores —El cumpleaños del perro (1974) o Matinée (1977)— para desvelar la imagen social aceptada y la clandestina que hay detrás de ella, oculta por miedo y para adaptarse a la moral de entornos burgueses que reprimen y establecen qué pensar, qué gustar, qué escoger... La expone irónico, tal vez más jocoso, pues no esconde sino que saca a relucir la relación entre dos hombres con madre de por medio, la de Rodolfo (Marco Treviño), uno de los amantes. La señora Herlinda (Guadalupe del Toro) es quien propone a Moncho (Arturo Meza) que vaya a vivir con ellos, propuesta que su hijo ve con buenos ojos y que Mocho acepta no poco sorprendido. Escenas atrás se le ha visto molesto, porque Rodolfo mantiene oculta su relación y se deja acompañar por Olga (Leticia Lupercio), pero en el instante de la propuesta su reacción es la de incredulidad e indecisión; todo lo contrario que Rodolfo, que le empuja a aceptar la posibilidad de ser compañeros de piso y cama, lo que ellos esperaban y que doña Herlinda hace posible, tal vez porque en todo momento tiene la situación controlada. Es manipuladora y logra el equilibrio de puertas afuera (el matrimonio de su hijo con Olga) con lo que se oculta en la habitación (la homosexualidad que en ella es posible); consiguen que en su hijo no haya conflicto, que sea “ambidiestro”, como ella misma afirma... Doña Herlinda y su hijo parte de la historia de Jorge Luis Páez y del guion de Hermosillo, además es una de las primeras incursiones en el cine del hoy popular Guillermo del Toro, que asumía labores de producción ejecutiva en este largometraje en el que el rol femenino protagonista recae en su propia madre, quien solo había actuado hasta entonces en el cortometraje Matilde (1984), dirigido por su hijo…
sábado, 17 de mayo de 2025
O pan e o pimpampum de Carral
Entre Santiago e A Coruña úbicase Carral, unha poboación duns seis mil cincocentos habitantes que, sen data fixa, no mes de maio, celebran a súa tradicional festa do pan —este ano caeu o 10 e 11—, producto polo que é famosa en Galicia e fora dela. Pois ese pan seu é sinónimo de artesanía e de bo facer panadeiro, mais tamén é coñecida, aínda que non por moitos, polos fusilamentos acontecidos na cuarta década do século XIX. Nos precursores (Los precursores), Manuel Murguía adica o primeiro capítulo ao periodista betanceiro Antolín Faraldo, a quen considera <<el verdadero iniciador del movimiento provincial>> que derivou no galeguismo e tamén nunha loita romántica, porque era unha loita perdida ao tempo que soñadora e, por esa ilusión, emancipadora e nunca derrotada na súa idea, aínda que na realidade estivese condeada a non ser. Como lembra Murguía nese mesmo capítulo, <<Todo se había perdido en la funesta tarde del 23 de abril de 1846, cuyo ocaso se iluminó con los más vivos resplandores. Un solo combate fue suficiente para poner entre los sueños de la víspera y la realidad del día siguiente, todo un mundo de dificultades y de olvidos.>> Mais non por saberse na derrota —confirmada ese día 23 en Cacheiras—, o feito será inútil; xa que, probablemente, sen ese intre rebelde non existiría o Rexurdimento literario tal como se coñece; é dicir, Rosalía, Curros, Pondal, o propio Murguía ou, mesmamente, Aurelio Aguirre, serían outros… Dez anos despois, Aguirre e Pondal serían protagonistas no Banquete de Conxo, onde renderon homenaxe aos “mártires de Carral”.
Respecto aos fusilamentos, na popular wikipedia, na entrada adicada a Carral, nada comentan deste feito histórico, tampouco noutras páxinas na rede ou fora delan que abordan a Galicia decimonónica, quizais porque xa a propia derrota dúns e a victoria doutros fixo algo así como maxia. E a ninguén escapa que a maxia é a ilusión capaz de facer desaparecer (e reaparecer) o existente, ou facer como se non existise. Así que todos somos un pouco magos con aquilo que non é do noso interese ou resulta molesto. E dándolle voltas o tema de “agora vesme, agora non”, díxenme que non era o primeiro nin sería o último dos feitos que parecen omitirse por sistema, sobre todo cando a historia contase dende unha perspectiva que olvida outra. Pero os feitos históricos son os que son, aínda que quen os conte os omita por esquecemento, desinterese ou interese; e dese xeito, se un busca, acaba por atópalos, incluso na mesma wikipedia, onde os fusilamentos de Carral asoman nunha entrada que leva por título Levantamiento de Solís. O apelido corresponde ao do coronel gaditano Miguel Solís y Cuetos, que foi quen iniciou a revolta militar nun movemento liberal que levántabase contra o moderado Narváez, por aquel entón ao fronte do goberno central. Pero non só tratábase dun movemento progresista español fronte ao conservadurismo no Poder, senón un que, na súa vertente civil e galega, proclamou o 15 de maio en Santiago de Compostela a Xunta Superior do Reino de Galicia e rearmou, para a loita, o mítico Batallón Literario, creado no seo da Universidade compostelana, un Batallón que xa tomara as armas décadas atrás; entón, contra as tropas napoleónicas. Para historia española, na súa interpretación castelán, é un levantamento máis, que moitos autores pasan de largo, en troques, non o é para a galega porque significa, máis cunha revolución, un grito no tempo, o facerse ouvir tras séculos de silencio e sometemento. Era un dicir “xa abonda”, como corroboran os artigos de Faraldo e a súa proposta, da que Castelao fala en Sempre en Galiza: <<Antolín Faraldo —que era provincialista— propuxo a independencia de Galiza na sonada asamblea liberal de Lugo de 1843, atrevimento que non tivo ningún rexionalista.>>
Adrián, o persoaxe principal de Arredor de sí, e trasunto de Ramón Otero Pedrayo, fai memoria e <<lembrábase vagamente>> de que <<alí, si, unha revolución galega. Polos mediados do século. Don Bernaldo, algún outro vello, téñenme falado de fusilamentos. Heroes románticos. Agora recordo como meu pai —seino polas conversas da miña nai— se puña pálido falando da sangrenta bandeira de Carral. Se fose un feito acontecido na Europa central habería nos museos litografías dos heroes xenerosos e unha citación nos mármores da historia. Pasou en Galicia. Terei que estudiar o asunto.>> Esta intención do persoaxe é a do propio escritor ourensán, que volve sobre o tema en Ensaio da cultura galega, un tema do que falan de forma periférica, romántica ou superficial outros autores (Murguía, Castelao, Ramón Villares…), o cal non lle resta importancia a revolución galega de 1846, unha que partía dos movementos liberais que percorrían a España da época, pero que só chegou a producirse en Galicia, entre o 2 e o 26 de abril dese ano. O movemento non foi un acto esporádico, tampouco romántico sen máis, senón que viña xestánsose dende 1840, cando empézase a tomar conciencia da situación pola que atravesa Galicia, unha situación tanto política como económica e social que, a pesar das súas riquezas naturais, condeaba ao país e as súas xentes a unhas condicións miserentas e atrasadas. Antolín Faraldo, Pío Terrazo ou Neira Mosquera foron algúns dos membros dun “primitivo galeguismo” que escribían e falaban sobre a situación galega, condicionada por unha riqueza mal distribuida e peor organizada, polas pésimas comunicacións e sen apenas industria, asolagada pola miseria e o analfabetismo ao que condenaban á poboación, na súa meirande parte campesiña e mariñeira, así como polo maltrato recibido por parte do goberno centralista; de aí que Faraldo fale dun trato colonial. Toda esa situación fai mella neses xóvenes intelectuais e universitarios mentras en parte do ejército —que no século XIX exerceu de forza progresista, todo o contrario que no XX— o malestar non crece ata que estoupa no pronunciamento de Solís, a cal, tras fracasar no resto de España, deriva nunha revolución galega. Otero Pedrayo di no seu Ensaio que <<Só hai un momento de franca utilidade: a curta revolución galega de 1846. Desde o primeiro intre viuse que non era un “pronunciamiento” máis. As descargas dos fusilamentos de Carral ó tempo de mataren en flor a vida dun puñado de heroes cabaleirescos, cortan por tempo indefinido as posibilidades dunha reivindicación galega. Pero o sacrificio non foi estéril: ficou a xusticieira emoción e a voz de Antolín Faraldo, voz civil e galega, aínda soa hoxe coma un imperativo de conciencia que cumprir.>>
<<O pronunciamiento de Solís tuvo lugar o 2 de abril de 1846 en Lugo e logo acadou repercusión en diferentes vilas galegas, sobre todo costeiras, onde axiña se formaron xuntas locais compostas por comerciantes, profesionais liberais e salazoneiros. O pronunciamento ten inicialmente un carácter progresista e inscríbese no xogo político do liberalismo español, no que os progresistas tiñan que se valer dos golpes de forza para ver de acceder ó goberno, avaramente detentado por moderados. Pero o fracaso fora de Galicia do pronunciamento, “provincializa” o movemento e da lugar á formación dunha “Xunta Superior do Goberno de Galicia”, da que forman parte Pío Terrazo e Faraldo, que difunde o 15 de abril unha proclama na que se introduce o ideario provincialista como un dos obxetivos do pronunciamento. Alí fálase dunha Galicia que, “arrastrando ata agora unha existencia oprobiosa, convertida nunha verdadeira colonia da Corte, vai erguerse desta humillación e abatimento”. Pero o desenrolo dos acontecementos, coa derrota en Cacheiras de Solís e a rápida represión dos dirixentes militares (que son fusilados en Carral o 26 de abril, converténdose así nos “mártires de Carral”) e civís, que foxen como poden para Portugal, non permite levar adiante estes proxectos provincialistas, fracasando así este levantamento iniciado como simple pronunciamento.>> (Ramón Villares Paz: A Historia)
jueves, 15 de mayo de 2025
Los timadores (1990)
Su segunda película estadounidense parecía confirmar el exitoso salto de Stephen Frears al cine hollywoodiense, que venía de triunfar con la coproducción angloestadounidense Las amistades peligrosas (Dangerous Liasons, 1988), que es tanto o más una película de su productor y guionista Christopher Hampton. Rodada en Francia, y con un reparto encabezado por actrices y actores estadounidenses —Michelle Pfeiffer, John Malkovich, Glenn Close—, no pierde su aire europeo, el cual desaparece en esta adaptación a la gran pantalla de la novela homónima de Jim Thompson, que fue una producción de Martin Scorsese, entre otros; lo que implicaba que hubiese un cineasta creativo y personal detrás, aunque muy diferente a Frears. A buen seguro, de ser dirigida por el director de Uno de los nuestros (Godfellas, 1990), la película habría sido otra, pero la labor del productor, como bien sabe Scorsese, que pone sus producciones en manos de Barbara De Fina, es facilitar y no entorpecer, aunque los haya que estorben más que resuelvan. En todo caso, Frears tuvo la película en sus manos y daba su segundo paso en una industria cinematográfica comercialmente más exigente que la británica, aunque se trate de un film de los llamados independientes. Y lo hizo sin tener que renunciar a sí mismo, como creador e individuo, ni a lo que venía haciendo en su etapa previa, la que le había posicionado como un director que miraba sin florituras estilísticas, aunque psicológica y narrativamente sin meter el dedo en la llaga —algo que sí venía realizando su compatriota Ken Loach— de la realidad británica e irlandesa contemporáneas: Mi hermosa lavandería (My Beautiful Laundrette, 1985), Ábrete de orejas (Prick Up Your Ears, 1987), Café irlandés (The Snapper, 1993) o La camioneta (The Van, 1996)…
Los timadores (The Grifters, 1990) era su primera ambientación estadounidense y, tras Detective sin licencia (Gumshoe, 1971) y La venganza (The Hit, 1984), su tercera incursión en el cine negro, pero, al contrario que estas, encaja a la perfección dentro del panorama norteamericano, tanto por la base literaria de Thompson como por la adaptación del también novelista Donald E. Westlake, autor de The Hunter, novela que dio pie a A quemarropa (Point Blank, John Boorman, 1967) y Payback (Brian Helgeland, 1999), aunque, a mi parecer, a años luz del genio de Thompson. La película bebe del cine negro pero filtrado por el estilo imperante en Hollywood en la década de los ochenta (y noventa), es decir, poca psicología (en la actualidad, apenas asoma) y mucho humo que vender. En todo caso, Los timadores es una buena adaptación, sobre todo para quien no haya leído el libro y, para quien, sí, no lo tengan en mente cuando observa al trío protagonista, un triangulo de pasión, decepción y deseo, en el que por momentos Roy (John Cusack) parece un pánfilo —sensación que no genera la lectura de la novela—; y Moira (Annette Bening) y Lilly (Angelica Huston) dos estereotipos. En todo caso y aunque apenas varíen en apariencia, estos tres personajes —Frears y Westlake eliminan uno y reducen la presencia de otro, ambos fundamentales en la evolución, contradicción y decisión de Roy—, no pueden estar más alejados de los del texto literario, al reducir su psicología a clichés. Así queda mitigado el lado edípico y el conflicto siempre presente de Roy, tanto respecto a su madre como al resto de mujeres, así como su encrucijada existencial en un mundo sin apenas opciones, pues las que hay se reducen a dos: seguir delinquiendo o hacer de su tapadera de vendedor su única profesión. Por supuesto que Frears sabe que no es Thompson, a quien admira su narrativa y su capacidad de equilibra ritmo, precisión, contundencia y estado emocional de sus personajes. Al escritor le interesa más el poso, la psicología, el desequilibrio interior-exterior de Roy, sus deseos edípicos, sus dudas, sus frustraciones, su lastre: un pasado que condiciona su presente y que también marca el de los otros dos personajes de entidad, convirtiéndoles en víctimas y victimarios en entornos egoístas en los que no desentona; mientras que Frears no logra acceder a ese estado emocional subcutáneo. Entonces, opta por lo seguro. Hace prevalecer la intriga narrativa, detallando allí donde el escritor no ve necesidad de hacerlo y creando, sin alejarse del argumento literario, su película…
miércoles, 14 de mayo de 2025
El triángulo de la tristeza (2022)
(1) <<…tú no quieres enterarte. Ese tío sabe darse de comer, es su amo, no hay dependencia, ¿comprendes? Esa es la vida, Dani, la vida de verdad y no la nuestra…[…]
martes, 13 de mayo de 2025
Otero Pedrayo, Arredor de sí
domingo, 11 de mayo de 2025
Érase una vez en el oeste (2024)
Paso de detenerme en el motivo por el que alguien escoge un título (el original) que amplía a un continente de casi cuarenta y tres millones de kilómetros cuadrados de superficie, que va de polo a polo, lo que se reduce a un área que ni de lejos cubre la que ocupa el estado de Utah (unos 220.000 km²), y me quedo con el interrogante de por qué en Érase una vez en el oeste (American Primeval, 2024) siempre tiene que pasar algo y siempre a los mismos, y además “malo”, salvo el aprendizaje de siempre o el amor imposible que surge entre Isaac (Taylor Kitsch) y Sara (Betty Gilpin), y provocado por los “malos”, ya sean los cazadores de recompensas que persiguen a una mujer del siglo XXI, la familia que emplea de cebo a la pequeña de los suyos o los “malísimos” mormones liderados por un gobernador cuyos lacayos le adoran y comulgan en su integrísimo y fanatismo, que resultan inversamente proporcionales a la entrega, a la generosidad y a la destreza en la lucha del héroe: un tipo solitario que, al inicio, niega su ayuda a la heroína de la función y al “heroeito” de su hijo (Preston Mota), aunque, al momento de negarse, asume el rol de su ángel de la guarda. Con todo, me quedo con la duda de por qué existe esa apremiante e insistente necesidad de crear tensión en todo momento, la cual, por otra parte, no se logra precisamente por insistir, ya sea mediante el acompañamiento musical, los forzados y estudiados movimientos y ángulos de cámara o las propias situaciones expuestas a lo largo de los seis episodios que componen esta miniserie escrita por Mark L. Lester y dirigida por Peter Berg, que cumple su función de dirigir un producto cuya máxima reside en la comercialidad del mismo; y para ello no encuentra mejor modo que posicionar la cámara a la altura del suelo, inclinar el ángulo, dotar al espacio de un gris forzado, con la intención (supongo) de crear la sensación de amenaza, e insistir en un montaje de planos cortos que supuestamente imprimen la sensación de ritmo y movimiento, la que espante la quietud del sofá de quien la aguante o conecte con la serie. Busca conferir atractivo y ritmo a un lugar que pretende primitivo y salvaje, pero que, debido a la elección, suena a uno fabricado para que semeje brutal o lo parezca. Sin embargo, el conjunto logrado no deja de ser una repetición de aspectos y situaciones ya vistas con anterioridad —el pueblo indio, la mujer blanca que logra conocerlos, el héroe solitario que ha perdido a su familia, la locura totalitaria y fanática, el dinero como motor de muchos, etc.— , las que Berg, como director, Smith, como creador y guionista, toman de otros géneros, ya no solo del western o de la supuesta realidad de la que bebe. Su pesadez se evidencia desde el minuto uno, la repetición ya se intuye y los estereotipos, también; incluso su elección y postura cae en una corrección política ridícula, no hay riesgo ni más intención que crear un producto que pueda ser consumido y digerido en la inmediatez…