jueves, 1 de mayo de 2025

Shirley MacLaine, moderna y atractiva

Escribe Martin Gottfried en su biografía sobre Bob Fosse que Hal B. Wallis había acudido a una función de The Pajama Game para ver actuar a Carol Haney, pero que esta se había torcido un tobillo y fue sustituida por Shirley MacLaine, quien acabó siendo el objeto de deseo del famoso productor. Apenas tenía veinte años cuando Wallis se fijó en ella y quiso hacerle una prueba, que resultó exitosa. Las puertas de Hollywood se abrían para Shirley MacLaine, que firmó el contrato que le uniría a Paramount sin saber dónde se metía, aunque no tardaría en aprender a sobrevivir e incluso a triunfar en una selva donde lo bueno y lo malo solo estaban claramente definidos en la pantalla. La realidad era más compleja y también menos clara que cualquier película; pues allí, en la supuesta tierra de los sueños, el triunfo y el fracaso eran y son dos estados tan cercanos que a veces no se tiene tiempo, ni ocasión ni vestuario, para dar la bienvenida al uno y despedirse del otro. Hollywood es así, tan voluble, egoísta y caprichoso como pueda serlo su público, y no menos egocéntrico y vanidoso que sus mandamases y sus estrellas. En comunión, profesionales invisibles aparte, estas y aquellos son los cómplices que lo mantienen a flote, aunque no siempre para beneficio del destinatario final, sino para quienes manejan el negocio. Si alguien lee algunas memorias de quienes se dejaron caer por allí, comprende que si se elimina la capa de maquillaje, que deslumbra de puertas afuera, el lugar de los sueños no difiere de tantos otros medios fabriles y febriles: con sus trabajadores, sus rutinas, sus demandas, sus objetivos económicos, sus pros y contras diarios o extraordinarios, sus abusos de poder y otros trapos sucios… De eso saben la mayoría, aunque la mayoría calle y acepte el juego de Hollywood, el que les permite ganar, y también perder, aunque más adelante desvelen en qué consiste o lleguen tipos tan simpáticos como Billy Wilder en El crepúsculo de los dioses (Sunset Boulevard, 1950) o Robert Altman en El juego de Hollywood (The Player, 1992) y pongan las cartas boca arriba, desvelando sombras tras la estampa dorada que todavía deslumbra a muchos admiradores de Oscar y alfombras rojas.

Respecto al juego de poder, Shirley MacLaine cuenta en sus memorias varias situaciones; en una de ellas narra que no tardó en romper con el famoso productor, cuando este quiso indicarle con un beso quién tenía el poder. Fue en los tiempos en los que en la “major” trabajaban, brillaban y amasaban fortuna Jerry Lewis y Dean Martin. Por entonces, todavía formaban pareja cómica, tal vez la más exitosa del momento y Shirley MacLaine tuvo la oportunidad de trabajar con ellos en su segunda película, Artistas y modelos/Cómicos en París (Artists and Models, Frank Tashlin, 1955). Durante el rodaje descubrió las personalidades de ambos y fue testigo de su distanciamiento, de su ruptura. Con los años, también sería una especie de cronista de aquel instante, completando así, e incluso contradiciendo, la versión que el propio Jerry Lewis ofrecería de su relación con Dino en sus memorias, en las que nunca se culpa de nada y en las que asoma intachable o con tachas que no manchan la imagen que desea proyectar. Poco después, el dúo se separó, debido a las diferencias entre Lewis, que quería toda la atención para sí, tal vez necesitase sentirse y ser considerado un nuevo Chaplin —quien también en su “Autobiografía” se deja por las nubes, numerando sus logros y sus conocidos, por momento generándome una impresión contradictoria respecto a la imagen de su antihéroe a contracorriente— o, por su costumbre de referirse a sí mismo en tercera persona, una especie de Julio César en Hollywood, y Martin, que sabía que no quería ser el pelele del futuro “profesor chiflado”, como nunca lo había querido ser de nadie. La actriz continuaría manteniendo una estrecha relación de amistad con este último, con quien trabajaría en otras seis ocasiones, la última Los locos de Cannonball II (Cannonball II, Hal Needham, 1984). En la siguiente, Como un torrente (Some Come Running, Vincente Minnelli, 1958), coincidieron con Frank Sinatra y entre los tres nació la amistad que perduró hasta las muertes de Dino y Sinatra. Pero su primera película no fue para Wallis, aunque ya tenía contrato con él, sino para Alfred Hitchcock, que, según cuenta MacLaine, también la había visto en la obra The Pajama Game y la quiso para su siguiente película: Pero ¿quien mató a Harry? (A Trouble with Harry, 1955). <<Era el primer film de Shirley MacLaine; estaba muy bien y creo que no se ha portado mal después>>, le comentaba Hitchcock a Truffaut. Esta atractiva y cómica rareza del popular cineasta británico posibilitó el debut de MacLaine en el cine, que procedía de las tablas de Broadway y de la disciplina del ballet. Como apunta el realizador de Vértigo (1958):  <<no se ha portado mal después>>. Cierto, solo hay que echar un breve vistazo a su filmografía y descubrir que en ella se encuentran La vuelta al mundo en ochenta días (Around the World in Eighty Days, Michael Anderson, 1956), Como un torrente, El apartamento (The Apartment, Billy Wilder, 1960), La calumnia (The Children’s Hour, Willian Wyler, 1961), Irma la Dulce (Irma la Douce, Billy Wilder, 1963), Noches en la ciudad (Sweet Charity, Bob Fosse, 1969), Dos mulas y una mujer (Two Mules for Sister Sara, Don Siegel, 1970), Bienvenido Mister Chance (Being There, Hal Ashby, 1979), La fuerza del cariño (Terms of Endearment, 1983) o Postales desde el filo (Postcards from the Edge, Mike Nichols, 1990). Claro que también hay películas olvidables y algunas que ya se han olvidado.

Ella misma cuenta que <<fue una experiencia muy difícil pasar del mundo del ballet y Broadway, de ritmo frenético y trabajo duro, al marco temporalmente dilatado de un plató de Hollywood, con sus esperas interminables, donde tus necesidades (emocionales, cosméticas, físicas, incluso sexuales) era atendidas con todo detalle.>>, pero logró mantenerse a flote entre tanta atención y se convirtió en una de las grandes estrellas de la década de 1960, tal vez el mejor decenio de su carrera, a juzgar porque en ella se encuentran sus personajes más recordados; para mí, su Martha en el film de Wyler y las ingenuas, supervivientes y muy suyas que interpretó para Wilder, quien comentaba que <<es una buena actriz, una profesional. Es capaz de interpretar comedia y es capaz de interpretar una obra seria.>> Pero ni a Wilder, que decía que la actriz <<era  muy parecida al tipo de mujer que interpretaba, moderna y atractiva>>, ni a MacLaine les gustó el resultado de Irma la Douce, claro que su disgusto respecto a la película no impidió que esta fuese uno de los grandes éxitos de público, uno que aupaba todavía más arriba a quien años atrás había dado vida a la inolvidable Fran Kubelik…

Cameron Crowe: Conversaciones con Billy Wilder (traducción de María Luisa Rodríguez Tapia). Alianza Editorial, Madrid, 2009.

François Truffaut: El cine según Hitchcock (traducción de Ramón G. Redondo). Alianza Editorial, Madrid, 1999.

Martin Gottfried: Bob Fosse. Vida y muerte (traducción de Marc Rosich). Alba Editorial, Barcelona, 2006.

Shirley MacLaine: Mis estrellas de la suerte. Memorias (traducción de Jorge Bertevoro). Torres de Papel, Madrid, 2016.


No hay comentarios:

Publicar un comentario