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jueves, 30 de enero de 2025

El día de los muertos (1985)

La tercera entrega de zombies de George A. Romero, El día de los muertos (Day of the Dead, 1985) no desmerece en descaro y sátira respecto a lo ya expuesto en La noche de los muertos vivientes (The Night of the Dead, 1968) y en Zombie (El amanecer del los muertos vivientes) (Dawn of the Dead, 1978). Pero, del mismo modo que estas, El día de los muertos funciona como unidad cerrada, salvo por la amenaza que comparten, la cual resulta relativa, pues la verdadera amenaza para el ser humano se encuentra en otro humano. Esto ya lo apunta Romero en Zombie, cuando el grupo de saqueadores entra en el centro comercial donde se encuentra el cuarteto protagonista, pero aquí lo desarrolla y se permite enfrentar el sentido común al totalitarismo militar, el que asume el capitán Rhodes (Joseph Pilato), y a la divinización de la ciencia que representa el doctor Logan (Richard Liberty), a quien, no sin motivo, llaman Frankenstein.

En esta tercera muestra, que su autor situó entre las preferidas de las suyas, Romero continúa su recorrido satírico por un mundo infantilizado y violento, pero sobre todo amenazado por la ausencia de inteligencia, pero no de emociones humanas, que se encuentran a flor de piel en individuos como Miguel (Anthony Dileo, Jr.) e incluso en el capitán que asume el mando. Romero toma tres grupos y los encierra en una base subterránea: militar, científico y los dos trabajadores, piloto y mecánico, que forman la pareja a la que se une la doctora Sarah Bowman (Lori Cardille), el personaje que asume mayor protagonismo que el resto. Inicialmente, la pareja, John (Terry Alexander) y Bill (Jarlah Conroy), se mantiene al margen de la ciencia y de la marcialidad que colisionan en ese espacio cerrado donde a duras penas sobreviven a la amenaza zombie; aunque en el caso de Bill y John, la supervivencia no es lo que les define. Ellos buscan la mayor comodidad posible; es decir, no pierden un rasgo tan reconociblemente humano como la búsqueda del bienestar, incluso en un medio inhóspito donde la ausencia de pensamiento racional —que sería algo así como el planearse su situación y cuestionarla— no es de exclusividad zombie; también se puede percibir en algunos de los individuos que, supuestamente, todavía son pensantes y emocionales. Sobre todo, tal ausencia se observa dentro del grupo militar, acostumbrado a acatar órdenes, sin plantearse motivos ni atenerse a razones.

El mundo zombie se caracteriza por su deshumanización; no cabe otra, pues lo humano, tal como se había conocido hasta el brote vírico y contagio, se encuentra al borde de la extinción. Dicho de otro modo: el ser humano ya apenas tiene cabida y lucha: por no perder su humanidad (el trío), por no extinguirse (los militares al mando de Rhodes), por dominar el caos (Logan); en estos dos últimos casos, también por prevalecer e imponerse. Romero centra su trama alrededor del grupo de supervivientes que resiste, pero que se encuentra al límite. Parte del mismo se dedica a investigar las causas y las posibles soluciones del mal que se propaga a mordiscos, pero eso solo es la excusa del cineasta para expresarse y burlarse. Su interés reside en enfrentar diferentes comportamientos humanos y el control que se ejerce sobre estos, incluso en los zombies con quien Logan ensaya en su creencia de condicionarlos y controlarlos; pretende hacer de ellos sus siervos y sus hijos. Asume un rol divino. Parece claro que el estado zombie en El día de los muertos regresa al origen humano, al primitivismo en el que la necesidad básica, instintiva, es la alimentación. Los primeros homínidos se mueven en busca de los nutrientes que les permitan sobrevivir en su adaptación al medio; los zombies caminan en busca de la carne humana y esa primera finalidad, que les lleva a caminar para cubrir la necesidad básica, implica nuevas metas, introduce la posibilidad de evolucionar. Y eso es lo que Logan asume, que el zombie puede evolucionar: aprender a partir de los recuerdos de la vida pasada (una especie de reminiscencia), reconocer y emplear herramientas, lo cual implica un inicio en el desarrollo de la inteligencia, pero solo la precisa para dejarse controlar, puesto que el científico los quiere esclavos; lo que tampoco resulta novedoso en el planeta…



lunes, 27 de enero de 2025

Zombie (El amanecer de los muertos vivientes) (1978)


Los años setenta, del siglo XX, se encuentran repletos de películas y de nombres ya míticos del cine fantástico y de terror; a los ya veteranos, como Terence Fisher o Mario Bava, se les sumaron jóvenes que debutaban entonces o que lo habían hecho hacia finales de la década anterior, como fue el caso de George A. Romero, cuyo primer largometraje se estrena en 1968, o de David Cronenberg, que en 1969 realiza Stereo (Tile 3B of a AEE Educational Mosaic, 1969). Entre estos cineastas asiduos al fantaterror “setentero”, también se contaban Dario Argento, Tobe Hopper y John Carpenter, cuyos primeros largometrajes son, respectivamente, El pájaro de las plumas de cristal (L’ucello dalle piuma di cristallo, 1970), Cáscaras de huevos (1971) y Estrella oscura (Dark Star, 1974). Pero no cabe duda que el primer largometraje de Romero, La noche de los muertos vivientes (Night of the Living Dead, 1968), fue una influencia para muchos de esos nuevos cineastas —por ejemplo, Hopper la vio antes de realizar su popular La matanza de Texas (The Texas Chain Saw Massacre, 1974)— incluso para los veteranos. Su película había situado a los zombies en un estado de gracia que no oculta su intención satírica y, diez años después, los recuperó en Zombie (El amanecer de los muertos vivientes) (Dawn of the Dead, 1978) para continuar satirizando y bromeando. Al tiempo, la película reafirmaba que se trataba de un cineasta gamberrete con la capacidad de, con pocos medios, lograr mucho. Y así, continuando con sus zombies —y con la complicidad de Argento, que fue coproductor del film y uno de los responsables de su banda sonora—, lograba entretenimiento y una caricatura de una sociedad en la que se produce el auge de los medios y del consumismo feroz, tan feroz que, en su imparable expansión, amenaza devorar las emociones y la inteligencia humana. ¿Y, para lograr que su broma se cargue de ironía, qué mejor escenario que establecer el marco espacial en una cadena de televisión y en un centro comercial? Tras el inicio, la superficie comercial se convierte en el único espacio fílmico. A él, acceden los cuatro personajes principales tras lograr escapar en helicóptero; y en él, se encuentran con centenares de muertos vivientes que allí acuden impulsados por un recuerdo del pasado. Es un acto reflejo, condicionado por la costumbre de cuando estaban vivos. Uno de los personajes, afirma que acuden porque ir al centro comercial formaba parte importante de sus vidas; pero también las armas lo son. Solo basta ver a los humanos cuando descubren la armeria, la cara de felicidad de Peter (Ken Foree), más que de satisfacción, para darse cuenta de que Romero también se burla o caricaturiza a esa parte de la sociedad estadounidense que, con la Constitución en la mano, puede tomar un arma en la otra…



sábado, 23 de marzo de 2019

La noche de los muertos vivientes (1968)


Se ha hablado tanto de La noche de los muertos vivientes (The Night of the Living Dead, 1968) que parece que ya se ha dicho todo acerca del primer largometraje de George A. Romero. Puede ser, aunque también son posibles tantas aportaciones e interpretaciones como sujetos haya dispuestos a plantearse qué le ha aportado y por qué. En este sentido, ni el film de Romero ni cualquier otro encuentran una última palabra o un punto final para las sensaciones que transmiten, puesto que la conclusión depende del individuo, de su reflexión, de sus conocimientos, de su mirada, del momento en el que piensa y siente. Esto lleva a la necesidad de poseer opinión propia y pensamiento crítico y constructivo, respecto a uno mismo y a cuanto uno experimenta en su relación con el entorno. Ambos resultan imprescindibles si pretendemos evitar ser muertos vivientes como los que caminan acompasados por los exteriores de la película, sin que apenas sus pasos se distingan unos de otros, o como los personajes vivos que se encierran junto a sus miedos y su conformismo entre las cuatro paredes donde pierden su capacidad de pensar, y con ella la libertad de hacerlo, justamente por rendirse a esos temores que habitan dentro, dejándose engullir por la apatía y la sumisión que pasean su amenazante indiferencia por el espacio externo.


La capacidad de sentir y reflexionar sobre cuanto recibimos es un tesoro, que la empleemos o ignoremos es decisión de cada uno. Por otra parte, quien lo hace, suele interiorizar la información que le transmiten sus sentidos y le da forma de idea, que obviamente puede enriquecerse con otras ajenas, cuando no rebatida e invitada a ser replanteada. Quizá por ello, decir que La noche de los muertos vivientes es un film subversivo disfrazado de fantástico y de terror pueda chocar a unos y nada a otros. Para los primeros probablemente se trate de un film de zombies (aunque dicha palabra no suena durante el metraje) que marca las pautas del subgénero. Mientras los segundos, quienes acepten la invitación del realizador, quizá encuentren en el entretenimiento una metáfora sobre el ser humano, puede que sobre sí mismos, sobre su presente y un mundo uniforme, de pautas, conductas y modas impuestas, plagado de caminantes alienados, irreflexivos, unos temerosos y otros indiferentes ante la pérdida de su identidad individual.


Nazcan de uno mismo o sean impuestos por las circunstancias que rodean, el miedo y la paranoia son agentes que controlan los comportamientos de los protagonistas de este film independiente, financiado con el dinero de unos cuantos amigos, que puede interpretarse de múltiples maneras, así pues, lo que aquí escribo también puede tener la misma validez que actualmente posee el geocentrismo. Pero lo que sí parece evidente es la situación en la que Romero encierra a sus personajes no infectados: un espacio delimitado por paredes, dos puertas y varias ventanas que ellos mismos se encargan de apuntalar con madera para permanecer seguros del exterior, al margen de la amenazadora impersonalidad que amenaza con destruirlos. Su conocimiento de la realidad, de los hechos que suceden fuera, les llega desde la emisión radiofónica y más adelante por la televisiva que la sustituye. Poco más saben acerca de los caminantes, salvo sus experiencias previas y aquellas que comunican los medios. El grupo, que inicialmente creemos compuesto por dos personas, vive en un espacio cerrado donde ellos mismos deben solucionar la situación, pero sin ser capaces de hacerlo, sin llegar a confiar y sin que la colaboración sea plena. Su desarrollo en un lugar acotado por momentos recuerda a los escenarios limitados del cine de Howard Hawks, aunque los protagonistas de Hawks viven conscientes de su individualidad, asumiendo sus circunstancias y actuando en consecuencia. El film de Romero encuentra un contacto inmediato en El último hombre vivo sobre la Tierra (The Last Man on Earth, 1964), la película que Ubaldo Ragona y Sidney Salkow realizaron a partir de la novela Soy leyenda, de Richard Matheson, y otros posibles y más distantes en el tiempo en El gabinete del doctor Caligari (Das cabinet des Dr. CaligariRobert Wiene, 1919) y La legión de los hombres sin alma (White Zombie, Victor Hapelrin, 1932), por ser esta la primera película de zombies. Pero más allá de similitudes que pueden ser rebatidas o inexistentes, nos encontramos ante una descarada muestra de terror, vísceras y paranoia que no esconde su mensaje, ni su rebeldía ni su convencimiento de que no existe diferencia entre los muertos del exterior y los vivos que intentan sobrevivir dentro del edificio, pues no son conscientes de que ya estaban muertos antes de esconderse o, dicho de otra manera, que no tienen posibilidad de escapar de su muerte en vida, algo que se confirma hacia el final del metraje y en la figura del supuesto héroe, que sobrevive a los acosadores nocturnos para ser igualado a estos por la expeditiva violencia de la cuadrilla que, guardiana de la protección del sistema, se dedica a exterminar a cualquier bicho viviente o pensante.