(1) (2) Robert Wise, en Ricardo Aldarondo: Robert Wise. Festival de cine de San Sebastián/Filmoteca Española, San Sebastián - Madrid, 2005.
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lunes, 9 de julio de 2018
¡Quiero vivir! (1958)
sábado, 26 de mayo de 2018
La venganza de la mujer pantera (1944)
lunes, 8 de enero de 2018
La ciudad cautiva (1952)
viernes, 15 de diciembre de 2017
Sonrisas y lágrimas (1965)
miércoles, 19 de julio de 2017
Helena de Troya (1955)
(Iliada. Canto III)
Pero ¿a qué amor se refiere Paris? Pues hay amores que dan vida, los hay fraternales, ardientes, efímeros, duraderos, obsesivos,... existen aquellos que matan y también se dice que en un tiempo remoto hubo amores que destruyeron su ciudad, que, asediada durante años por belicosos reyes griegos, fue defendida por sus heroicos conciudadanos. En menor o mayor medida, todos ellos parecen tener cabida en la perspectiva asumida por Robert Wise para llevar a la pantalla la visión cinematográfica de la Warner Bros. de la guerra de Troya y del romance de Helena (Rossana Podestà) y Paris-Alejandro (Jack Sernas), que sirve de escusa para que las naves aqueas, lideradas por Agamenón (Robert Douglas), el señor de los hombres, cubran las costas de Ilión. Pero, en la realidad, ni hombre ni mujer, sean estos Alejandros o Helenas, ni amor alguno provocarían un enfrentamiento bélico de tamaña magnitud, como queda claro al inicio de la irregular Helena de Troya (Helen of Troy, 1955), cuando se observan la corte troyana, con Príamo (Cedric Hardwicke) a la cabeza, y la reunión en Esparta de los líderes argivos, entre quienes se cuentan Menelao (Niall MacGinnis), el amado por Ares, el ingenioso Odiseo (Torin Tatcher), hábil en toda clase de ardides y buenos consejos, y Aquiles (Stanley Baker), el de los pies ligeros.
En ambas ciudades se habla de guerra: los primeros de evitarla, y envían a Paris en misión de paz, y los segundos decidios a emprenderla para poner fin al dominio troyano del estratégico estrecho de los Dardánelos. En ese primer instante del film, los futuros enamorados todavía no se han encontrado, algo que ocurrirá cuando la nave que transporta a Lacedemonia al joven príncipe sufra la tormenta que lo arroja al mar y posteriormente a la playa donde se produce el flechazo de dos condenados a amarse. Dicho romance adquiere el protagonismo absoluto de la primera parte de Helena de Troya, menos lograda que la épica que domina a partir de la llegada a Ilión de la pareja que huye de Esparta. En el reino de Príamo la acción se centra en el asedio aqueo, y las batallas llenan la pantalla para mostrar la destrucción de la ciudad. Pero si la película funciona en sus escenas de luchas, algunas de las cuales posiblemente fueron rodadas por Raoul Walsh (a petición expresa del estudio para sustituir al director de la segunda unidad), no lo hace en cuanto a la profundidad de los personajes implicados, caricaturas sin apenas entidad dentro del colosal despliegue de medios técnicos y humanos (extras, cinemascope, technicolor, decorados,...) que mantienen a flote una superproducción que, sin encontrarse entre lo más destacado de Wise, pretendía llamar la atención del público, aunque olvidándose de transmitir el encanto de aquel poema homérico que en el siglo XIX llevó a Heinrich Schliemann a iniciar sus excavaciones en busca de la mítica ciudad, un emplazamiento que muy pocos historiadores creían real, hasta que en 1871 el comerciante alemán desenterró lo que supuso los restos de la gran urbe destruida entre 1230 y 1210 a.C.
jueves, 14 de noviembre de 2013
Torpedo (1958)
Producida por la Hecht-Hill-Lancaster Productions (productora creada en la década de los cincuenta por Harold Hecht, James Hill y Burt Lancaster), Torpedo (Run Silent, Run Deep) contó con la siempre estimable dirección de Robert Wise, además de contar con la participación de Clark Gable (una de las leyendas del Hollywood clásico) en el papel del oficial que da réplica al interpretado por Lancaster, quien paso a paso se iba haciendo un hueco entre los grandes actores del cine estadounidense. Torpedo, la mejor de las tres producciones bélicas realizadas por Wise, expone a la perfección las limitaciones físicas y psíquicas inherentes al espacio reducido y claustrofóbico donde se produce el rechazo y la admiración entre los dos oficiales de marina interpretados por Gable y Lancaster. Dicho enfrentamiento nace de la decisión del almirantazgo de poner a Richardson (Clark Gable) al mando del submarino que el teniente Jim Bledsoe (Burt Lancaster) confiaba capitanear, después de un año como segundo de abordo, algo que la dotación también daba por hecho. Sin embargo, y a pesar de su petición de traslado, el teniente debe acatar la decisión y ponerse a las órdenes de un capitán obsesionado con la idea que le ha dominado durante los meses que le han mantenido apartado del servicio activo. En este punto, el inicio del film resulta vital para comprender la obsesión de Richardson, ya que en ese instante inicial, que precede al título de la película, el submarino que comanda es hundido por un buque japonés. Tras la imagen de los restos del navío la acción avanza un año para mostrar al comandante en su despacho, desesperado ante la noticia de que en los estrechos de Bungo (el mismo lugar del séptimo sector donde su nave fue alcanzada) los japoneses acaban de hundir a un cuarto sumergible. Este hecho le convence para presentarse (fuera de pantalla) ante el mando y lograr que le reincorporen al servicio activo, enviándole al submarino donde la tripulación muestra su malestar al considerarle responsable de que Bledsoe, hombre al que conocen y en quien confían, no haya asumido la capitanía. La relación entre el segundo y su superior se mantiene dentro del código militar, aunque en ocasiones se aprecia en el teniente el deseo de expresar opiniones o sentimientos enfrentados que se guarda para sí. Durante los primeros compases de la travesía el capitán se muestra exigente con la tripulación, a la que somete a un constantemente entrenamiento para un fin que, salvo el segundo, nadie parece sospechar. Torpedo destaca por ser uno de los films de submarinos que sentaron las bases del subgénero, pero también por su sobria puesta en escena, que gira en torno a la tensa relación que mantienen los oficiales (y la de estos con la tripulación), que alcanza su punto límite después de sufrir el inesperado ataque japonés en los estrechos a los que, desobedeciendo las órdenes recibidas, Richardson accede para llevar a cabo su malogrado propósito. Tras el ataque, el capitán cae enfermo, aún así no desiste en su empeño de hundir el buque que le obsesiona, hecho que provoca que Bledsoe asuma sus propias decisiones y le releve del mando. Esta acción no solo implica el traspaso de poderes o responsabilidades, sino también el de intenciones, pues el teniente descubre la posibilidad de alcanzar el objetivo que el moribundo se ha fijado como su razón de ser; y en ese momento final también se convierte en su meta y en la de toda la dotación.
sábado, 26 de octubre de 2013
Star Trek, la película (1979)
El inesperado y rotundo éxito de La guerra de las galaxias (George Lucas, 1977) abrió las puertas para que otros proyectos espaciales como Galáctica (Richard A.Colla, 1978) o Los siete magníficos del espacio (Jimmy T.Murakami, 1980) viesen la luz, pero también para que una vieja conocida del medio televisivo resurgiese en forma de película. El creador de Stark Trek (1966-1969), Gene Roddenberry, puso todo su empeño en devolver a los personajes de la Enterprise al firmamento visual, aunque en esta ocasión en la pantalla grande. Para iniciar la andadura cinematográfica del crucero estelar se pensó en Philip Kaufman, realizador que un año antes había dirigido un digno remake de la magnífica La invasión de los ladrones de cuerpos (Don Siegel, 1955), aunque finalmente el proyecto fue a parar a manos de un director de experiencia contrastada en la ciencia-ficción, avalado por ser el responsable de Ultimátum a la Tierra, uno de los grandes clásicos del género, y la inferior La amenaza de Andrómeda. Robert Wise reconoció que Star Trek, la película (Star Trek: The Motion Picture) no se encontraba entre sus mejores producciones, algo que resulta evidente al recordar títulos como La venganza de la mujer pantera, Ladrón de cadáveres, Nadie puede vencerme, La torre de los ambiciosos o Marcado por el odio. Pero la irregularidad del film no reside en compararlo con estas y otras brillantes producciones que Wise realizó a lo largo de su carrera, sino que se encuentra en la propia lentitud narrativa del reencuentro entre el ahora almirante Kirk (William Shatner), Spock (Leonard Nimoy) y demás miembros del equipo, que se embarcan en una aventura galáctica que les enfrenta a la nube artificial que se dirige a la Tierra con la intención de encontrar a su creador, para que éste le ofrezca las respuestas que no encuentra a lo largo de su recorrido de destrucción. VGer, así se hace llamar el engendro mecánico con conciencia humana, es la escusa para reunir de nuevo a los héroes de la Confederación, entre quienes se encuentran dos rostros ausentes en la saga televisiva: el comandante Decker (Stephen Collins), a quien Kirk releva en el mando del crucero espacial, y la oficial Ilia (Persis Khambatta), ligada sentimentalmente a Decker en una relación que nunca han podido consumar. A pesar de tratarse de un film que pretende profundidad y madurez, Star Trek la película no despega en cuanto a su propuesta, ya que su ritmo cansino impide el equilibrio entre la acción y la irregular reflexión que parece dominar en esta producción totalmente opuesta a la infantil dirigida por George Lucas dos años antes, en la que prevalece la acción por encima de cualquier reflexión, posiblemente porque en aquélla galaxia lejana no habría espacio para detenerse a pensar en aspectos que sí preocupan a los viajeros de la Enterprise.
lunes, 14 de octubre de 2013
Marcado por el odio (1956)
sábado, 29 de junio de 2013
Ladrón de cadáveres (1945)
Uno de los periodos más florecientes y creativos de la serie B se produjo cuando Val Lewton asumió la producción de un ciclo de películas de terror para la RKO que se inició con la mítica La mujer Pantera (Cat People), cuyo coste rondó los 130.000 dólares y recaudó dos millones. Esa sería la tónica de la mayoría de estas películas que se inscriben dentro del género de terror, en las que el productor-autor contaría con los directores: Jacques Tourneur (en tres ocasiones), Mark Robson (cuatro) y Robert Wise (en dos películas del género). Existen otros aspectos comunes a estas películas aparte de tratarse de producciones baratas, ya que en ellas el miedo suele sugerirse desde las sombras, desde los espacios en los que se desarrollan los hechos o desde los propios miedos que habitan en los personajes. Pero si se profundiza se descubre que la idea del terror no es la única que asoma en pantalla, pues en ellas se hablan de cuestiones como la imposibilidad, los sentimientos o las frustraciones y obsesiones, como sería el caso de Ladrón de cadáveres (The Body Snatcher), inspirada en el relato de Robert Louis Stevenson y en un hecho real acontecido en la época en la que se ambienta la película. En el film de Lewton (firmó el guión como Carlos Keith) y de un casi primerizo Robert Wise, con anterioridad había dirigido Mademoiselle Fifi y la excelente La maldición de la mujer pantera (The Curse of the Cat People) (ambas producidas por Lewton), se expone la doble moralidad del doctor McFarlane (Henry O'Neill), capaz de traspasar los límites de la legalidad convencido de que la ciencia no debe supeditarse a las leyes que impiden su desarrollo. La historia se ubica en Edimburgo en 1831, cuando la ley prohíbe el estudio de cadáveres, salvo aquellos que en vida fueron pobres; esta norma provoca que el acceso a la anatomía humana sea complicado para el médico, obsesionado por su necesidad de estudiar el cuerpo humano como medio para comprender sus males, y de ese modo poder enseñar a sus alumnos y ayudar en el avance de la medicina. El eminente galeno remedia la escasez de cadáveres contratando los servicios de John Gray (Boris Karloff), un cochero que se gana la vida profanando tumbas para satisfacer las demandas de ese caballero a quien desea atormentar por un pasado que les une, y que ninguno de ellos puede olvidar. A pesar de la inquietud que siempre crea la presencia de Gray, éste se muestra más sincero que el doctor, que presenta aspectos contradictorios; por un lado desea comprender para poder ayudar en el avance de la ciencia médica, y de ese modo salvar vidas, mientras que por otro no muestra el menor escrúpulo a la hora de comprar los cuerpos que podrían proceder de personas asesinadas con el fin de acabar sobre su mesa de estudio. Quizá el profesor de medicina está loco, como dice su esposa (Edith Atwater), a quien denigra haciéndola pasar por su criada, o quizá sea un hombre que ha nacido en una época equivocada; poco tiempo después se aprobaría la ley que permitía el estudio de cadáveres que propiciaría el avance que le obsesiona. A pesar de las cuestiones éticas que se exponen en este inteligente e inquietante film, Wise-Lewton no se olvidaron de dramatizar la historia en la figura de Georgina (Sharyn Moffet), la niña que sufre una enfermedad degenerativa en su columna vertebral, la misma que la indispone y que, tarde o temprano, acabará con ella. En este punto adquiere importancia Donald Fettes (Russell Wade), el alumno que se convierte en el ayudante de McFarlane cuando le dice a éste que no puede asumir los costes de su aprendizaje. El joven estudiante muestra un pensamiento que difiere del de su maestro; desea ayudar a la niña convenciendo al cirujano para que la opere, mientras que para McFarlane la idea de salvar una sola vida carece de sentido, pues aduce que él se debe a la evolución general y no a un caso en particular. En su afán por salvar la vida de la pequeña, Fettes provoca involuntariamente la muerte de una inocente a manos de Gray, convirtiéndose de ese modo en cómplice a la fuerza, hecho que le lleva a descubrir los secretos de unos individuos que se mueven por los deseos de alcanzar sus metas, ya sea la del cochero al atormentar al doctor a quien ha protegido en el pasado o la de aquél en su constante y obsesiva idea de estudiar la anatomía de sus semejantes.
sábado, 4 de mayo de 2013
West Side Story (1961)
lunes, 19 de noviembre de 2012
El Yangtsé en llamas (1966)
La propuesta de Robert Wise en su viaje cinematográfico a la China colonial resulta muy distinta a la realizada por Nicholas Ray en 55 días en Pekin (1963), pues en El Yangtsé en llamas (The Sand Peebles) no hay lugar para héroes dentro de un país en plena revuelta civil, dominado durante décadas por la presencia extranjera a la que se pretende expulsar (la acción se desarrolla más de veinte años después que la expuesta por Ray). Wise planteó un drama sólido en su puesta en escena, que profundiza en los aspectos humanos de sus tres protagonistas masculinos: Holman (Steve McQueen), Frenchy (Richard Attenborough) y el capitán Collins (Richard Crenna). Holman carece de ideología, aunque no de valores, su pensamiento gira en torno a la tranquilidad y a la soledad que busca y encuentra en las salas de máquinas, donde se mantiene alejado de la marcialidad y de los problemas que no van con él. Tras nueve años en la marina y siete traslados llega a su último destino: el San Pablo, un viejo cañonero capitaneado por Collins, oficial cuya máxima reside en la idea del honor, a menudo malinterpretada y ausente de esa nave que se ha convertido en parte de él. La estancia de Holman abordo del San Pablo le confiere un aspecto digno, en contraposición de sus compañeros, algo similar le ocurre a Frenchy, sensible y honesto, perdidamente enamorado de Maily (Marayat Andrianne), a quien intenta proteger (y apartar) de un ambiente viciado donde ni clientes ni propietarios parecen respetar la dignidad humana. El Yangtse en llamas (The Sand Peebles) no oculta en ningún momento su punto de vista crítico, siempre presente en la rebeldía de Holman y en su necesidad de mantenerse alejado del sistema, inquietudes que se observan en su modo de actuar dentro del microcosmos interno del buque, donde no comparte ninguna similitud con unos compañeros que viven a expensas de los peones chinos, sometidos a un sistema social en el que los norteamericanos no se inmiscuyen; sin embargo, Holman sí lo hace y las consecuencias son inmediatas. El jefe de maquinas semeja una especie de testigo presencial que pretende mantenerse al margen de los hechos que observa, ya sea en el barco o en el bar, no obstante esos mismos hechos le involucran a su pesar, y permiten descubrir un comportamiento más humano que el del resto de los marineros, que le ven como una especie de gafe, seguramente porque se muestra distinto a ellos. Holman instruye a Po-han (Mako), pero lo hace desde la cercanía y el respeto que permiten el nacimiento de un vinculo, que por desgracia el propio maquinista tiene que romper cuando dispara contra aquel para que no continúe sufriendo la tortura a la que le somete una masa enloquecida. De igual modo que no pretendía instruir a un ayudante, tampoco parecía dispuesto a apoyar a Frenchy en su imposible relación amorosa, y sin embargo lo hace, como también se sacrifica para salvar la vida de Shirley (Candice Bergen), no por la gloria o el honor que anhela el capitán, sino por amor hacia esa mujer que le ha ayudado a aceptar emociones que parecen no tener cabida en un entorno donde tampoco la tienen quienes las muestran.
domingo, 4 de noviembre de 2012
La torre de los ambiciosos (1954)
El mundo empresarial de La torre de los ambiciosos (Executive Suite) se descubre como un entorno dominado por la ambición y por la necesidad de aumentar, a toda costa, el beneficio de la empresa, en detrimento de la calidad del producto o de la situación del empleado. Robert Wise inició el film con la muerte del presidente de una compañía de muebles, detonante que desatará la lucha por el poder vacante una vez se confirme el fallecimiento. Sin embargo, el deceso tarda en ser comunicado, ya que se produjo de forma repentina en una de las calles de la ciudad, sin que ninguno de los empleados tenga noticia del mismo, salvo Caswell (Louis Calhern), el consejero que observa desde la ventana como alguien que le recuerda al gran jefe se desploma sobre la acera. La primera reacción de este ejecutivo denota perplejidad, pero inmediatamente recupera el control sobre sí mismo y da órdenes para vender sus acciones, con la intención de recomprarlas a bajo precio cuando se conozca la noticia. Su comportamiento muestra codicia y deshumanización, aspectos que rigen en un mundo donde, por encima de todo, priman los dividendos. Un comportamiento similar, pero de distinto pensamiento, se descubre en el vicepresidente Shaw (Fredric March), frío y calculador, cuya meta reside en alcanzar mayores rendimientos para contentar a los accionistas (y a sí mismo), reduciendo al máximo la calidad de los productos (abaratando costes en materias primas y en equipo humano). Shaw actúa como una máquina a quien sólo le interesan los números, incapaz de pensar en otros aspectos de la empresa, obsesionado con la idea de aumentar el beneficio a toda costa, porque está convencido de que esa es la única preocupación de un buen presidente, aunque para ello deba pasar por alto cuestiones éticas. La confirmación de la muerte del presidente produce un vacío de poder que desvela la verdadera naturaleza de los altos cargos, condicionados por sus ambiciones o por sus personalidades, siendo Shaw el primero en dar un paso hacia la cima, iniciando la captación de los cuatro votos del consejo que le concederían el ansiado trono de la torre. Sin embargo, Alderson (Walter Pidgeon), veterano e intimo del finado, está convencido de que Shaw no debe asumir el control de la empresa, consciente de que su política acabaría con el trabajo de muchos años, y con la idea que pretendía el fallecido; pero también sabe que él no es el hombre adecuado para asumir el puesto de director, por eso ofrece su apoyo a MacDonald Walling (William Holden), el ejecutivo más joven, quien rechaza la propuesta convencido de que tampoco está hecho para el cargo. No obstante, cuando Walling observa a sus trabajadores, habla con ellos y comprende sus preocupaciones, cambia su decisión inicial y asume su lucha por un proyecto que permitiría un crecimiento basado en el trato personal y en la mejora de la calidad de los productos. La torre de los ambiciosos (Executive suite) destaca por su precisión a la hora de abordar desde un punto de vista crítico el mundo de las grandes empresas, donde llegar a lo más alto se convierte en el motor de ejecutivos como Shaw, cuya mezquindad le impide ver más allá de una ambición que no tiene en cuenta los aspectos humanos, indispensables para el buen funcionamiento de una empresa que se encuentra a la deriva.
domingo, 15 de enero de 2012
Apuestas contra el mañana (1959)
Ninguno de los dos quiere participar en el “trabajo”, pero las situaciones personales que ocupan el primer tramo de Apuestas contra el mañana (Odds Against Tomorrow, 1959) les obliga a aceptar. Así se comprende que Johnny Ingram (Harry Belafonte) debe 7.500 $ a un mafioso que lo amenaza con matar a su hija y a su ex-mujer si no salda la deuda, lo cual le deja sin más salida que la de asumir un destino que pasa por realizar ese cometido que tampoco Earl Slater (Robert Ryan) desea realizar. Este individuo no puede ocultar que es un perdedor cabreado, frustrado y preocupado por su edad; sin oficio ni beneficio vive a costa de Lorry (Shelley Winters), su amante, quien por amor aguanta su mal carácter. Pero Slater no solo es un tipo enfadado con el mundo, también es violento y un racista declarado, circunstancias que se recrudecen cuando se entera de que Ingram es un hombre de color. De este modo se descubre que se trata de un hombre inestable, lleno de prejuicios raciales, confuso y desesperado, que ha pasado un tiempo a la sombra por un homicidio involuntario que, según sus propias palabras, le produjo una sensación que le gustó. ¿En qué consiste el “trabajo” que unirá y enfrentará a estos dos individuos al límite? El ex-policía David Burke (Ed Begley) tiene un plan que puede proporcionarle mucho dinero, pero necesita a esos dos tipos que inicialmente han rechazado su propuesta, aunque no tardan en cambiar de opinión dadas las circunstancias en las que se encuentran. Así pues, el trío se reúne para preparar el golpe, en ese momento ya se comprueba el rechazo y el enfrentamiento entre Ingram y Slater. Los prejuicios del segundo salen a relucir y a punto están de matarse allí mismo; sin embargo, la intervención de Burke apacigua los ánimos y continúa con la preparación del golpe al banco, conscientes de que no hay vuelta atrás y de que la suerte está echada. Robert Wise manejó con pulso firme el sólido y expeditivo guión escrito por Nelson Gidding y Abraham Polonsky, quien se vio obligado a utilizar una tapadera al estar su nombre en las listas negras que circulaban por Hollywood en la década de 1950, y no sería hasta 1996 cuando se reconoció de manera oficial su participación en este thriller directo, tenso y sin contemplaciones, que pasa por ser la primera película de cine negro con un protagonista afroamericano (Harry Belafonte), donde en todo momento parece que la suerte juega en contra de estos desesperados que son conscientes del riesgo que corren; y por qué no decirlo, también saben que no pueden ganar y sin embargo se aferran a su pocas probabilidades de vencer. Antes de llegar al banco, tanto Ingram como Slater, son vistos por varias personas que podrían reconocerles, mal asunto, pero no pueden detenerse, ya no; los dados se encuentran rodando. Pero posiblemente la peor apuesta se presenta en ese enfrentamiento, siempre latente, entre Ingram y Slater, quienes en todo momento que comparten secuencia dan rienda suelta a una animadversión que crece sin freno, circunstancia que no saben, no pueden o no quieren controlar y que posiblemente les pasará factura. De este modo se comprende que la apuesta en la que se juegan el mañana está en su contra, porque no solo se trata de su incompatibilidad, sino de un destino que también juega de manera imprevisible, porque el azar no se planea, aunque siempre participa. Lo que más llama la atención del film de Wise es la dureza que presenta en todo momento, no por las escenas de violencia, sino por la dureza verbal y por cuanto se sobreentiende del comportamiento de los implicados, cuestiones estas que provocan que no exista vuelta atrás en esta contundente muestra de cine negro.
jueves, 20 de octubre de 2011
Ultimátum a La Tierra (1951)
Tras la Segunda Guerra Mundial las superpotencias se volcaron en el desarrollo de la energía atómica para fines militares, convirtiéndose en la amenaza de una nueva guerra cuando los bandos implicados en su estudio se vieron enfrentados por circunstancias que no vendrían a cuento enumerar o analizar. El mundo comenzó a temer por un nuevo conflicto que, temiéndose definitivo, barrería a la raza humana de la faz del planeta. Esta amenaza, por suerte no consumada, provocó que en los años cincuenta (siglo XX) las producciones de ciencia ficción cobrasen cierta relevancia dentro del panorama cinematográfico, tanto para advertir de los riesgos de dicho conflicto como para presentar a ambos bandos como buenos y malos. Ultimátum a La Tierra (The day the Earth stood still), clásico incontestable del género, se decantaría por exponer la primera opción, mostrando parte de la irracionalidad de la naturaleza humana, así como el miedo y la falta de entendimiento que la generan. Esto sería lo que pretende exponer un extraterrestre del todo inofensivo, cuya misión no consiste ni en destruir ni en invadir, sino únicamente en transmitir un mensaje de importancia vital para el futuro de la humanidad. Aunque antes de que pueda llevar a cabo su cometido, sus anfitriones le regalan una bala que se instala en su cuerpo; un inicio poco halagüeño para las relaciones interplanetarias. Con semejante bienvenida otro visitante que no fuese Klaatu (Michael Rennie) permitiría a su androide, indestructible y destructor, que arrasase con todo y con todos, sin embargo, el viajero del espacio sólo desea entrevistarse con los representantes de todos los países del planeta, porque el mensaje es para todos, no para un solo individuo ni para una sola nación. Sin embargo, Klaatu descubre que no puede contar con los líderes políticos, por ese motivo cambian su primera elección y recurre al profesor Barnhardt (Sam Jaffe), una de las mentes más privilegiadas de la ciencia, a quien encarga reunir a científicos y a otras intelectualidades que representarían a todas las nacionalidades; ellos deben ser los testigos de unas palabras que exponen a las claras las dos opciones que tienen los habitantes del planeta. No obstante, la misión de Klaatu no resulta sencilla, el ejército, la prensa y los ciudadanos le acosan, quieren darle caza sin detenerse a preguntarle si viene en son de paz. Para ellos no cabe la menor duda, es de fuera, y por lo tanto viene con malas intenciones, sobre todo después de realizar una demostración de poder, aunque esta fuese necesaria para convencer a los invitados de Barnhardt para que acudan a la reunión. Menos mal que existen Helen Benson (Patricia Neal) y su hijo, Bobby (Billy Gray), quienes a parte del profesor son los únicos humanos que le ayudan, y le ofrecen la oportunidad de mostrarse más humano que aquellos que le persiguen, como sería el caso de Tom (Hugh Marlowe), el novio de Helen, un individuo que preferirá interponer su propio beneficio al de la sociedad en la que vive sin atender a razones, ni a su supuesto amor por Helen. Robert Wise fue el encargado de realizar una de las mejores producciones de ciencia-ficción de la época, en la que prevalece un claro mensaje de advertencia, similar al que desea entregar Klaatu, en el que se advierte de los riesgos de la energía atómica mal empleada y de las actitudes poco dialogantes de los máximos responsables de la seguridad del planeta. Por ello impacta que el extraterrestre sea un ser de lo más pacífico, como demuestra cuando aterriza en Washington, saludando y afirmando que viene en son de paz, antes de recibir un tiro que ya indica la violencia que se genera en el interior del ser humano, en este caso como consecuencia del miedo y del nerviosismo. A partir de ahí, durante toda la película, Klaatu es un tipo que demuestra más sentimientos y más raciocinio que aquellos que le rodean, que se dejan arrastrar por los medios de comunicación, por la ignorancia y por un miedo que no puede generar más que odio o esa violencia que podría desatarse si no se plantea que se podría vivir en paz, como lo han logrado en el planeta natal del E.T. Sin embargo, Ultimátum a La Tierra (The day the Earth stood still) conserva la esperanza, por ello el héroe de otro mundo no se detiene e intenta desesperadamente comunicar un mensaje con el que expondría el hecho que le ha obligado a presentarse en sociedad y las dos opciones que éste plantea; porque al final <<la decisión es asunto vuestro>>.
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