viernes, 30 de marzo de 2018
Traición (1948)
martes, 27 de marzo de 2018
El que debe morir (1956)
Cuando se proyectó en el festival de Cannes, El que debe morir (Celui qui doit mourir, 1956) fue recibida con disparidad de opiniones, pocas positivas (entre ellas la de Jean Cocteau) y muchas negativas, quizá por el carácter combativo de una película que no cayó bien entre la crítica conservadora, un film que no escondía ni su denuncia a la hipocresía institucionalizada ni el infantil maniqueísmo de buenos y malos con el que Jules Dassin abordó la manipulación y la insolidaridad que detonan la rebelión de los oprimidos guiados por el pope Fotis (Jean Servais) hasta la localidad de Lycourissi donde se desarrolla la mayor parte de la acción. Pero nos encontramos ante un largometraje mucho mejor de lo que se dijo entonces, una película valiente, que toma posición, con la que el cineasta sorprendía a propios y a extraños lanzando un grito contra injusticias como las expuestas a lo largo de los minutos. Puede que la perspectiva partidista y la desbordante necesidad de Dassin por mostrar su disconformidad con la violencia, que se desata para perpetuar el control y el orden establecido y que se siente amenazado, jugasen en contra del resultado final, pero gracias a la honestidad del cineasta contemplamos imágenes vivas, al tiempo simbólicas y cargadas de realismo, nacidas de la libertad con la que el responsable de Noche en la ciudad (Night and the City, 1950) encaraba la filmación de El que debe morir. De tal manera, el film parte del entusiasmo de quien sabe que puede expresar con libertad sus ideas (con las que se puede o no estar de acuerdo), su creatividad, su crítica y la emoción de aquel que siente que por fin puede plasmar cuanto le ronda por la mente. Por ello, a pesar de su aparente tono anticlerical, el tono de El que debe morir no lo es, pues es humanista, de fuerte carga crítica, que provoca la incomodidad entre el público al que obliga a plantearse aspectos sociales e individuales que surgen de las imágenes que plasman la insolidaridad extrema y la manipulación religiosa del pope Grigoris (Fernand Ledoux), con la cual el religioso pretende mantener intacto un orden que poco o nada tiene que ver con el mensaje de la Pasión que los vecinos pretenden representar en el pueblo donde se erige dictador.
lunes, 26 de marzo de 2018
Paterson (2016)
¿Por qué estimo el cine de Jim Jarmusch? Porque Jarmusch va por libre, sin dejarse llevar por las modas o por los cantos de sirena de un tipo de cine comercial que le proporcionaría mayores presupuestos pero menor libertad a la hora de realizar sus proyectos. Él es fiel a su modo de crear, a su visión del mundo y a su personal exposición de aquello que le interesa. Aunque sus constantes temáticas, sus ideas y sus reflexiones parezcan repetirse, nunca ofrece lo mismo, porque su creatividad nace de fragmentos de vida que transforma en películas atípicas y a la vez sencillas como Paterson (2016). Cada vida de sus personajes resulta sincera, real, quizá porque su cine es la suma de la cotidianidad, de las relaciones y de su ausencia, de la coherencia con la que narra momentos sin emplear recursos que robarían la honestidad de su poética de lo sencillo y complejo, sencillo y complejo porque esta dualidad enfrentada forma parte de la vida que Jarmusch capta en Paterson desde los fragmentos de la rutina de su protagonista (Adam Driver), un conductor de autobuses y un poeta sin mayores pretensiones que plasmar sus palabras en la libreta que siempre lleva consigo.
domingo, 25 de marzo de 2018
Macho y hembra (1919)
sábado, 24 de marzo de 2018
La tumba de las luciérnagas (1988)
Calificar una película de “poética” puede sonar a tópico, de no referir el porqué de dicho atributo o en qué consiste la poesía referida, sin embargo este no es el caso de La tumba de las luciérnagas (Hotaru no Haka, 1988), pues los trazos, la luminosidad, los dibujos, la historia y los personajes dan forma a un poema al tiempo conmovedor y desgarrador, emotivo, humano, sensible y vital en su huida de la destrucción y de la muerte. Sus versos son imágenes de la inocencia amenazada y del amor de dos hermanos que caminan huyendo del horror. Es su lucha por la vida, en la cercanía de la muerte. De tal manera, la magistral película de Isao Takahata se convierte en elegía y a la vez en oda luminosa que ensalza la vida que late en los protagonistas: Seito y Setsuko, el niño y la niña que representan a tantas víctimas bélicas. Entre el caos, la destrucción y la pérdida, ambos brillan con la brevedad e intensidad de las luciérnagas y, como ellas, rezuman vitalidad y deseos de vivir, aunque su único momento de paz lo encuentran en el más allá desde donde Seita recuerda la experiencia vital de la que somos testigos. <<El día 21 de septiembre de 1945, yo morí>> son las primeras e impactantes palabras que escuchamos del hermano mayor del primer film que Takahata realizó para la productora de animación Studio Ghibli —que fundó en 1985 junto a su amigo Hayao Miyazaki. Dichas palabras, acompañadas de la imagen en primer plano del muchacho, no lanzan acusaciones sino que tienen la finalidad de rememorar el momento de su fallecimiento y de los hechos que llevaron hasta el instante presente, durante el cual su espíritu se reencuentra con el de su hermana pequeña, quizá para disfrutar de la infancia que la guerra y la destructividad humana les robó.
viernes, 23 de marzo de 2018
Claudia Cardinale. Una actriz sin fronteras
Con o sin maleta, Claudia Cardinale llamó mi atención cuando apenas era un crío que empezaba a sentir atracción por el cine. Su cabello castaño y su tez morena, su entereza, su mirada y sus silencios, amenizados por la magistral partitura de Morricone, en el oeste de Leone se grabaron en mi memoria. También su presencia en la viscontiana El gatopardo o en la cómica La pantera rosa, al lado del caótico inspector interpretado por Peter Sellers. En cada uno de los títulos en los que ella participaba (y yo veía) encontraba el atractivo añadido de su presencia. Con los años he vuelto a ver algunos, también nuevas actuaciones en las que su magnetismo todavía perdura sin que el paso del tiempo haya hecho mella en él. Obviamente no fui el primero, ni el último, ni el único en sucumbir ante la innegable presencia de esta actriz nacida en Túnez en 1938, una actriz que de niña apenas hablaba (ahora habla cinco idiomas), pues prefería pelearse, soñar con ser maestra o gozar de la naturaleza que su hogar en el norte de África le proporcionaba. Por aquel entonces quería ser profesora, pero, por casualidades de la vida, ganó en 1957 el concurso de la italiana más guapa de Túnez. Aún así, la entonces todavía conocida como Claude, rechazaba los cantos de sirena y, tras su fugaz paso por Venecia, regresó a su tierra natal donde el cine volvió a llamar a su puerta, quizá porque su imagen había llamado la atención de diferentes cineastas. Fue entonces cuando, prácticamente obligada, participó en la coproducción franco-tunecina Gotha, protagonizada por Omar Sharif, en aquel momento desconocido a nivel internacional. Pero el título clave en el despuntar de la actriz fue Rufufú, la primera obra maestra en la que colaboró y el punto de arranque para una carrera cinematográfica que poco después añadiría a su currículum Un maldito embrollo, El bello Antonio o Rocco y sus hermanos. También fue durante Rufufú cuando se produjo su encuentro con Franco Cristaldi, quien resultó fundamental en sus primeros pasos profesionales. Bajo la producción de Cristaldi participó en una decena de títulos, entre los cuales se encuentran la ya citada, La chica de Bube o Sandra, de nuevo a las órdenes de Visconti. Cardinale, en quien se juntan cuatro culturas (la francesa, la italiana, la tunecina y la siciliana), se trasladó a Roma para cursar estudios de arte dramático, también para aprender italiano, pero ya desde sus inicios fue una actriz sin fronteras que no tardó en darse a conocer al mundo con una filmografía plagada de grandes títulos -La chica de la maleta, La viaccia, Ocho y medio, la primera película en la que su voz no fue doblada, El gatopardo, Los profesionales, El día de la lechuza, Hasta que llegó su hora, Fitzcarraldo o las arriba nombradas- y de otros menos atractivos, aunque también han servido para engrandecer su mito, como sería el caso de Las petroleras, en la que compartió protagonismo con su amiga Brigit Bardot. La actriz continúa trabajando y nunca ha mostrado intención de abandonar su oficio de actriz, el cual compagina con su cometido de embajadora de la Unesco y con su vida privada. De hecho, durante los últimos años ha intercalado papeles protagonistas con otros secundarios, también ha aparecido en series y miniseries de televisión hasta completar sus más de cien caracterizaciones, mejores o peores, que nos han permitido disfrutar del trabajo de una actriz que es historia viva del cine, sea italiano o internacional, una actriz que nos ha regalado grandes personajes en títulos inolvidables e indispensables para cualquier aficionado al séptimo arte.
Filmografía
Anneaux d'or (René Vaulier, 1957) (cortometraje)
Filmografía
Anneaux d'or (René Vaulier, 1957) (cortometraje)
El día del amor (Gotha; Jacques Baratier, 1957)
Rufufú (Il soliti ignoti; Mario Monicelli, 1958)
3 straniere a Roma (Claudio Gora, 1958)
La prima notte (Alberto Cavalcanti, 1959)
El magistrado (Il magistrato; Luigi Zampa, 1959)
Un maldito embrollo (Un maledetto imbroglio; Pietro Germi, 1958)
Las pícaras doncellas (Upstairs and Downstairs; Ralph Thomas, 1959)
Rufufú da el golpe (Audace colpo dei soliti ignoti; Nani Loy, 1959)
Viento del sur (Vento del Sud; Enzo Provenzale, 1959)
El bello Antonio (Il bell'Antonio; Mauro Bolognini, 1960)
Austerlitz (Abel Gance, 1960)
Juventud corrompida (I delfini; Francesco Maselli, 1960)
Rocco y sus hermanos (Rocco e i suoi fratelli; Luchino Visconti, 1960)
La chica con la maleta (La ragazza con la valiglia; Valerio Zurlini, 1961)
La Viaccia (Mauro Bolognini, 1961)
Senilidad (Senilitá; Mauro Bolognini, 1962)
Cartouche (Philippe de Broca, 1962)
Ocho y medio (Otto e mezzo; Federico Fellini, 1963)
El gatopardo (Il gattopardo; Luchino Visconti, 1963)
La chica de Bube (La ragazza di Bube; Luigi Comencini, 1964)
El fabuloso mundo del circo (Circus World; Henry Hathaway, 1964)
La pantera rosa (The Pink Panther; Blake Edwards, 1964)
Celos a la italiana (Il magnifico cornuto, Antonio Pietrangeli, 1964)
Los profesionales (The Professionals; Richard Brooks, 1966)
Mando perdido (Lost Command; Mark Robson, 1966)
Misión secreta (Blindfold; Philip Dunne, 1966)
No hagan olas (Don't Make Waves; Alexander Mackendrick, 1967)
Una rosa para todos (Una rosa per tuti; Franco Rosi, 1967)
El día de la lechuza (Il giorno della civetta; Damiano Damiani, 1967)
Los héroes están muertos (The Hell with Heroes; Joseph Sargent, 1968)
Hasta que llegó su hora (Sergio Leone, 1968)
El poder no perdona (Nell'anno del signore; Luigi Magni, 1969)
Certo, certissimo, anzi... probabile (Marcello Fondato, 1969)
La tienda roja (Krasnaya palatka; Mikhail Kalatozov, 1969)
Las aventuras de Gerard (The Adventures of Gerard; Jerzy Skolimovski, 1970)
Popsy Pop contra Papillón (Popsy Pop; Jean Herman, 1971)
Las petroleras (Les pétroleuses; Christian-Jacque, 1971)
Bello, honesto, emigrado a Australia quiere casarse con chica intocada (Luigi Zampa, 1971)
La audiencia (L'udienza; Marco Ferreri, 1971)
El clan de los marselleses (Le scoumoune; José Giovanni, 1972)
Días de furia (Fury; Antonio Calenda, 1974)
Hermanos de sangre (I guappi; Pasquale Squitieri, 1974)
Confidencias (Gruppo di famiglia in un interno; Luchino Visconti, 1974) (sin acreditar)
La ronda del placer (A mezzanotte va la ronde del piacere; Marcello Fondato, 1975)
¡Libertad, amor mío! (Libera, amore mio!; Mauro Bolognini, 1975)
Cita al final del camino (Qui comincia l'aventura; Carlo di Palma, 1975)
Il comune senso del pudore (Alberto Sordi, 1976)
Jesús de Nazareth (Gesú di Nazareth; Franco Zeffirelli, 1976)
La fuerza del silencio (Il prefetto di ferro; Pasquale Squitieri, 1977)
Poder y corrupción (La part du feu; Etienne Périer, 1978)
Agente doble (Godbye and Amen; Damiano Damiani, 1978)
Corleone (Pasquale Squitieri, 1978)
Evasión en Atenea (Escape to Atenea; George Pan Cosmatos, 1979)
La salamandra roja (The Salamander; Peter Zinner, 1981)
La piel (La pelle; Liliana Cavani, 1981)
Fitzcarraldo (Werner Herzog, 1982)
El regalo (Le cadeau; Michel Lang, 1982)
Le ruffian (José Giovani, 1983)
Enrique IV (Enrico IV; Marco Bellocchio, 1984)
La amante de Mussolini (Claretta; Pasquale Squitieri, 1984)
L'été prochain (Nadine Trintignant, 1985)
La donna delle mereviglie (Alberto Bevilacqua, 1985)
La storia (Luigi Comencini, 1986)
Un hombre enamorado (Un homme amoureux; Diane Kurys, 1987)
Historia de una revolución (Le révolution française; Roberto Enrico, Richard T. Heffron, 1989)
Atto di dolore (Pasquale Squitieri, 1990)
El hijo de la Pantera Rosa (Son of the Pink Panther; Blake Edwards, 1993)
Elles ne pensent qu'd sa... (Charlotte Dubreuil, 1994)
Sous les pieds des femmes (Rachida Krim, 1997)
Riches, belles, etc (Bunny Godillot, 1998)
Li chiamarono... briganti! (Pasquale Squitieri, 1999)
And Now... Ladies and Gentlemen... (Claude Leuloch, 2002)
Cherche fiancé tous frais payés (Aline Isserman, 2007)
Un balcon sur la mer (Nicole Garcia, 2010)
Gebo et l'ombre (Manoel de Oliveira, 2012)
El artista y la modelo (Fernando Trueba, 2012)
Twice Upon a Time in the West (Boris Despodov, 2015)
Todos los caminos conducen a Roma (All Roads Lead to Rome; Ella Lemhagen, 2015)
Nobili bugie (Antonio Pisu, 2017)
Una gita a Roma (Karin Proia, 2017)
Heimat. Una crónica de Alemania (1984)
Dos series cambiaron el panorama televisivo alemán durante los primeros años de la década de 1980. La primera, obra de Reiner Werner Fassbinder, adaptaba la novela Berlin Alexanderplazt escrita por Alfred Döblin en 1929 y la segunda partió del guion desarrollado por Edgar Reitz y Peter Steinbach en 1979, después de la participación de ambos en la película colectiva Alemania en otoño (Deutschland im Herbst, 1978). Las dos producciones televisivas vuelven su mirada hacia el pasado para mostrarnos momentos de la historia de Alemania del siglo XX, pero Heimat. Una crónica de Alemania (Heimat. Eine deutsche chronik, 1984) lo hace desde un enfoque cinematográfico y a lo largo de más de seis décadas de vivencias de la familia Simon en la región de Hünsruck en Renania. Como sucede en las ubicaciones de Siberiada (Siberjada; Andrei Konchalovski, 1978) y Novecento (Bernardo Bertolucci, 1976), el espacio se convierte junto a la familia protagonista en parte fundamental para exponer el paso del tiempo y las reflexiones sobre la Historia del siglo XX, de la cual los Simon son testigos y protagonistas anónimos. La saga familiar escogida por Reitz abarca tres generaciones que se suceden durante los once episodios que superan las dieciséis horas de duración (y que podrían funcionar de forma autónoma, sirvan de ejemplo El americano o El pequeño Hermann), aunque su forma y la intención del realizador son cinematográficas. Este acercamiento del cine a la pantalla televisiva fue la novedosa aportación formal del relato de los Simon, el cual se inicia en 1919, a la conclusión de la Gran Guerra. En ese instante se observa a un soldado alemán que camina por el campo. Se trata de Paul Simon, quien regresa al hogar, a su heimat, tras haber sobrevivido a los campos de batalla de la Gran Guerra. Pero su vuelta a casa no se produce por completo y se muestra ausente mientras el primer capítulo, La llamada de los lugares lejanos, avanza sin prisa por la década de 1920, ubicándose en la localidad ficticia de Schabbach, desde donde observamos la situación del país. La crisis económica, el sentimiento de humillación tras el tratado de Versalles o la inflacción son aspectos apuntados por Reitz, aunque ni entorpecen ni alteran la cotidianidad de la localidad rural donde Paul trabaja en la construcción de su radio, su hermano Eduard fotografía a sus paisanos y, en compañía de Gladisch, busca oro en el río donde su dolencia pulmonar se agudiza. Cuanto se observa en la pantalla rezuma familiaridad, poética y la tranquilidad que se rompe por un instante, cuando Pauline Simon visita la ciudad cercana y es testigo de la ruptura de los cristales de la vivienda donde vive un judío. La situación de los años veinte concluye para dar paso al siguiente decenio, una década durante la cual la situación económica parece mejorar para dar paso a la supuesta bonanza (tener coche y teléfono, adquirir alimentos o comprar oro), aunque esta sea a crédito y el bienestar no deje de ser ficticio. En esta época se observa la división del país: comunistas, judíos, ambos grupos perseguidos, simpatizantes nazis o gente corriente como Katherina Simon, la madre que rechaza el nuevo régimen que, desde las falsas promesas, los desfiles, la propaganda y la alienación, los llevará al peor momento de su historia. Reitz no se muestra amable con la historia de su país y muestra como las situaciones no se produjeron de la noche a la mañana, ni que estas fueron fruto de casualidades, sino de la seducción, de seguir la moda sin pensar en sus consecuencias ni en el precio a pagar, pues los personajes o se dejan llevar o buscan su beneficio. Heimat es el hogar, la patria, la familia, la identidad nacional representada en los habitantes del pueblo, pero también es la historia crítica y humana que encuentra en María a su personaje principal. Al igual que Gladisch, quien inicia los episodios recordando hechos y personajes mediante decenas de fotografías, ella aparece en cada uno de los capítulos que componen esta espléndida película y serie. Nacida en 1900 y fallecida en 1982, María es testigo del regreso al hogar de Paul en 1919, quien, tras casarse con ella y tener dos hijos, la abandona sin aviso y emigra a Estados Unidos, de la guerra, de la desorientación de la posguerra, del reflotar económico, de la modernidad tecnológica y de la desintegración familiar. Por su parte, Paul desparece hasta su visita en El americano y por lo tanto no será testigo del auge del nacionalsocialismo, ni del crecimiento de sus hijos ni de la soledad de María, tampoco del resurgir del amor cuando aquella conoce a Otto, el ingeniero que dirige las obras de la autopista que no solo une Schabbach con otras ciudades sino que permite el rápido traslado de las tropas que acabarán por invadir países vecinos. La mirada de Reitz no esconde su relación íntima con los personajes o con el paisaje, tampoco su sutil crítica, todo Heimat es una crítica en sí misma, ni cierta nostalgia ni la humana poética que fundía en un solo lenguaje el televisivo y el cinematográfico.
jueves, 22 de marzo de 2018
Relámpago (1928)
Las comedias protagonizadas por Harold Lloyd se caracterizan por el movimiento, el ritmo y la sucesión vertiginosa de gags que en Relámpago (Speedy, 1928) honran el título, pues la agilidad, la velocidad y el estilo del protagonista de El hombre mosca (Safetly Last, 1923) no decaen mientras esta cómica sinfonía de Nueva York dirigida por Ted Wilde avanza hacia su clímax final. Speedy, el personaje interpretado por Lloyd, pierde sus trabajos con la rapidez que indica su apodo y a la misma velocidad se olvida de ellos para continuar haciendo gala de su vitalidad, de su picaresca y de su ingenio. Su personalidad queda definida tanto en su empleo de camarero, del cual no tardan en despedirlo, como en la ajetreada jornada dominical en Connie Island, a donde acude acompañado de Jane Dillon (Ann Christie), con quien pretende casarse. Nueva York es un personaje más en la trama, de hecho, la aventura de Harold se convierte en una alocada visita por la ciudad de los rascacielos, alocada por las situaciones que vive el personaje, a la espera de resolver los problemas de Pop Dillon (Bert Woodruff) y de formar un hogar con Jane. Las diferencias que mantiene el abuelo de la chica con la compañía de transportes, que pretende comprar la línea de Pop, provoca que en Relámpago haya héroes y villanos, peleas y persecuciones que agudizan las prisas de una ciudad acelerada que en nada se parece al pequeño rincón de Manhattan donde el tiempo y sus moradores parecen relajarse. Allí vive Pop y allí cada día maneja su tranvía de tracción equina, el mismo vehículo que por las noches se transforma en local social para el vecindario, que le echará una mano cuando llegue el momento. Ese pequeño espacio neoyorquino contrasta tanto con la Nueva York moderna <<donde todo el mundo tiene tanta prisa que toma el baño del sábado el viernes y así poder hacer la limpieza del lunes el domingo>> como con el propio Speedy en su deambular urbano. Como neoyorquino medio, el personaje de Lloyd es urbano por los cuatro costados y por lo tanto acepta el desenfreno y lo maneja a la perfección en las diferentes localizaciones donde nunca se detiene (salvo en el interior del camión donde la pareja sueña con fundar su propio hogar o en la casa de Pop) y en las situaciones que se le presentan en su barrio, convertido en un campo de batalla (que enfrenta a los matones de la empresa con el vecindario), en el mismo vehículo que en manos de Pop apenas se mueve, en la cafetería donde se descubre su pasión por el baseball, en el taxi que traslada a Babe Ruth al estadio de los Yankees o en el parque de atracciones donde Jane y él, dos entre la multitud, se divierten en una jornada dominical bulliciosa.
lunes, 19 de marzo de 2018
Misión a Marte (2000)
Las películas de Brian De Palma explicitan influencias y admiración por Hitchcock, también se encuentran influencias de Antonioni y Coppola en Impacto (Blow Out, 1981), de Eisenstein en la estación de Los intocables (The Untouchables, 1987), de Dassin en Misión Imposible (Mission: Impossible, 1996) o de Kubrick en la nave espacial de Misión a Marte (Mission to Mars, 2000). Estas y otras influencias, que aparecen con mayor o menor acierto a lo largo de su filmografía, asoman en la pantalla en secuencias que, aunque parecen extraídas de aquellas imágenes que las inspiran, forman parte de la propia narrativa cinematográfica de Brian De Palma. No duda a la hora de reconocerlo. Habla de ello y delata admiración por el cine de sus colegas. <<Stanley es un director que ha influido mucho en mí, sobre todo por la forma en la que utilizaba el silencio en 2001: Una odisea del espacio (2001, A Space Odyssey, 1968) [...] Pero yo me aburriría mucho haciendo una película de Stanley Kubrick. No me gustaría tener que trabajar con una austeridad semejante>>. (1) Evidentemente, el cine de De Palma poco tiene que ver con el Kubrick, y su Misión a Marte en poco se parece a 2001: Una odisea del espacio (2001: A Space Odyssey; 1968), aunque esta última cobra importancia en determinados momentos de este film de presupuesto holgado, con un reparto cumplidor y la intención de realizar una ciencia-ficción más interesante que la media dominante por aquel entonces de cambio de siglo. A priori eran buenos argumentos para esperar un éxito de taquilla y la aceptación de la crítica, sin embargo fue un fiasco comercial, aunque no el cinematográfico que se llegó a decir.
(1) Brian de Palma: Brian de Palma por Brian de Palma. Alba Editorial, Barcelona, 2003
domingo, 18 de marzo de 2018
Encuentros en la tercera fase (1977)
El primer contacto de Steven Spielberg con la ciencia-ficción cinematográfica se produjo en el film aficionado Firelight (1964) y no sería hasta el mismo año en el que su colega George Lucas arrasaba en la taquilla con La guerra de las galaxias (Star Wars Episode IV: A New Hope, 1977) cuando se estrenó en el género de manera profesional. A partir de entonces la ciencia-ficción ha reaparecido con mayor o menor fortuna en su filmografía, pero, salvo por su éxito comercial, su apuesta por el escapismo, su ingenuidad y su estatus actual de clásico genérico, poco tiene que ver Encuentros en la tercera fase (Close Encounters of the Third Kind, 1977) con el episodio cuarto de Star Wars. En la nueva esperanza galáctica Lucas se decantó por la aventura y la fantasía mientras que Spielberg, más capacitado para la dirección que aquel, ofreció en su avistamiento alienígena misticismo y mayores dosis de realismo. Ambas películas son referentes en la ciencia-ficción cinematográfica del último cuarto del siglo XX, pero siempre he preferido la negrura de Alien, el octavo pasajero (Alien; 1979), el humanismo replicante de Blade Runner (1982), las dos grandes contribuciones al género del británico Ridley Scott. Si me apuro y regreso a la infancia, recuerdo que disfruté la ingenuidad juvenil de Lucas y que me aburrir ante la necesidad existencial-religiosa de Roy Neary (Richard Dreyfuss), quizá porque esta última fantasía no me proporcionaba la evasión y la diversión que prometía su odisea espiritual, y que sí pude encontrar en la primera entrega de una saga galáctica que se convirtió en gallina de los huevos de oro y en cansina pesadilla comercial.
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