Avanzado el metraje de La guerra de las galaxias (Star Wars. Episodio IV: A New Hope, George Lucas, 1977), un personaje les explica a los héroes de la función y a varios miembros más de la resistencia que un grupo de rebeldes ha sacrificado su vida para poder hacerles llegar los planos de la “Estrella de la muerte” que robaron en algún lugar que no recuerdo si dice. Ahí quedaba la información del hecho, pero sin explicar los detalles del robo que posibilitó la destrucción de la esfera imperial que se hizo añicos en la gran pantalla con el personaje del mítico Peter Cushing dentro. El británico daba vida al mismo gobernador que treinta y nueve años más tarde regresa en Rogue One (2016) gracias a la tecnología y al negocio en el que se había convertido la galaxia lejana de George Lucas y sin Lucas. Con la franquicia ya en manos de Disney Pictures, para lograr nuevos éxitos comerciales, la gigante empresarial puso en marcha una tercera trilogía, series televisivas y un proyecto escrito por Chris Weitz y Tony Gilroy que narra aquel instante previo al encuentro de Leia, Solo y Luke. El resultado fue Rogue One y, probablemente, se trata de la película más entretenida de la galaxia en manos Disney, aunque esto tampoco es mucho decir a favor de un film que se desarrolla por terrenos de tránsito habitual y siempre con la vista fija en su final, conocido de antemano, puesto que es el principio de la trilogía original; pero no por ello resulta menos heroico y efectivo para el público infantil y juvenil y para adictos a la saga. A todos ellos va destinado el producto. Ese final podría ser una cura para el miedo a la “revelación” que tanto sufre la actualidad cinematográfica, terror que, como temor, es más mental que real, puesto que conocer el final o de qué va la historia no altera el valor de una buena obra literaria ni de una película que ofrezca algo más que la búsqueda del efecto y de la sorpresa y, tras ellas, el vacío. Pero volviendo al interior de Rogue One, a partir del guion de Weitz y Gilroy, Gareth Edwards recupera en su film el tono de western y lo mezcla con el cine bélico de comandos suicidas, aunque el compuesto por lo seis magníficos espaciales se antoja más cercano al equipo y misión de Los cañones de Navarone (The Guns of Navarone, J. Lee Thompson, 196) que a los más subversivos Doce de patíbulo (The Dirty Dozen, Robert Aldrich, 1967). En realidad, la película es más de lo mismo, e incluso recupera parte de la estética de la trilogía original, pero tiene un ritmo narrativo con menos altibajos que las dos trilogías posteriores a los episodios IV, V, VI o que Han Solo (Ron Howard, 2018), en la que la mezcla western, cine juvenil y de ciencia-ficción no funciona, incluso llega a resultar ridícula.
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domingo, 18 de septiembre de 2022
miércoles, 11 de septiembre de 2013
Antz (1998)
La primera producción de animación generada por ordenador realizada por Dreamworks, productora fundada en 1994 por David Geffen, Jeffrey Katzenberg y Steven Spielberg, intentó contentar tanto al público infantil como al adulto. A este último iba dirigida la presentación de la hormiga protagonista, que toma algunos rasgos psíquicos de los personajes creados por el actor, director y guionista que le prestó la voz (Woody Allen). Z se descubre exponiendo sus dudas existenciales durante una sesión de psicoanálisis que no le resuelve la crisis existencial generada por su rechazo a la sociedad a la que pertenece, en cuyo seno la individualidad y el libre albedrío brillan por su ausencia. A pesar de su timidez, Z no es una hormiga como otra cualquiera que se deje pisotear, ya que se encuentra convencida de ser un individuo pensante con conciencia de serlo, aunque este punto está mal visto dentro del orden establecido en la colonia de la que forma parte. Como un miembro más del grupo se encuentra condenado a aceptar su insignificancia y su condición, establecida desde su nacimiento, pero se resiste a ello, de tal modo que se revela, y se erige en el único individuo del hormiguero que da un paso para cambiar su existencia; algo que hace cuando conoce a la princesa Bala (el otro personaje que tampoco parece aceptar su cotidianidad), y ésta le invita a bailar sin saber que acabarán imitando los movimientos de Uma Thurman y John Travolta en Pulp Fiction (Quentin Tarantino, 1994) o viviendo una aventura más allá de las galerías subterráneas en las que viven. Antz se encuentra plagada de guiños cinematográficos, como sería el baile o la arenga del general Mandible, que, emulando al Patton de Franklyn J.Schaffner, se gana la admiración de las masas oyentes. De hecho estos guiños irían destinados a los adultos, sin embargo, el objetivo de llegar a éstos se quedó en un intento forzado, siendo la parte destinada al espectador infantil la que mejor funciona. Pero de eso se trata, de una película que entretiene a los más pequeños al ofrecer a las hormigas características humanas, y a Z el rol de héroe cómico, cuyos actos le convierten en el salvador de una colonia amenazada por la ambición del general, deseoso por instaurar un nuevo orden (más elitista y fascista que el anterior), en el que no habrá lugar para aquellos considerados no aptos para formar parte del mismo. El éxito de Mandible depende de un plan que se pone en marcha con la eliminación de las fuerzas leales a la hormiga reina, aunque su visión se ve entorpecida por la incómoda presencia de ese aparentemente insignificante obrero que, en su negativa a perder su individualidad, provoca que en la colonia se respire un aire de revuelta que amenaza con dar al traste con la alienación reinante y con el totalitarismo pretendido por el militar.
jueves, 24 de noviembre de 2011
Un niño grande (2002)
Pareja estable, hijos, trabajo, ¿para qué? si a Will Freeman (Hugh Grant) le basta con vivir de los derechos de una canción que odia, y que fue escrita por su padre. La constante de ir a contracorriente es la que le llena, al menos eso es lo que se asume tras observar la imagen en la que él es el único peatón que va en sentido contrario al resto o al escuchar su narración, cuando explica que es una isla que necesita su espacio vital para realizar sus propósitos entre los que destaca mantener relaciones sin ataduras; por ello cuando descubre que el mundo de las madres solteras puede ser una mina, porque se trata de mujeres que han salido de una relación y que no desean comenzar otra, al menos no tan pronto, se presenta en la reunión de madres haciéndose pasar por un padre abandonado que debe cuidar, sin ayuda, a su joven e inexistente hijo. En ese momento ya se conoce a Will, un tipo que va por libre, que no duda en mentir para conseguir ese ligue que precisa y que le haga sentirse bien consigo mismo; sin saber que su isla se encuentra a punto de unirse al continente. La aparición de Marcus (Nicholas Hoult) cambia su vida, y lo hace porque el niño tiene miedo, miedo de que su madre, Fiona (Toni Collete), intente suicidarse, como ya lo había intentado el día que conoció a Will, por ese motivo se presenta día tras día en casa de un adolescente de 38 años; mientras en la pantalla apenas transcurren un par de minutos que sirven para mostrar como se aceptan y como unen sus vidas, a pesar de no intercambiar palabras. Un niño grande (About a boy) muestra desde la comedia dos mundos opuestos, pero a la vez muy cercanos, la soledad infantil, no deseada, y la soledad del adulto, supuestamente elegida, pero tampoco deseada; Marcus decide que su familia es demasiado corta, dos no es un buen número, su madre y él no son suficientes, pues si uno falta el otro se quedaría solo, por eso decide incorporar a la fuerza a Will, intentando que éste entable una relación imposible con una madre al borde del desequilibrio emocional. Sin embargo, Will tiene otro idea en cuanto a la pareja, una mujer morena, inteligente y sofisticada que responde al nombre de Rachel (Rachel Weisz); no obstante, el miedo y la falta de confianza en sus aptitudes, que sí las tiene, le llevan a la convicción de que esa mujer, que le atrae como ninguna lo había hecho, dejará de prestarle atención en cuanto descubra que es un individuo superfluo que ni trabaja ni tiene nada que aportar, a no ser que se trate de música o de moda; así pues aprovecha una confusión que no desmiente para acercarse a ella, y es ahí donde Marcus y Will se convierten en una pareja que se acerca en sus miedos y sus necesidades para alcanzar sus objetivos, que al fin y al cabo serían similares, por no decir los mismos. Los hermanos Weitz, Paul y Chris, realizaron una comedia muy entretenida basada en la exitosa novela de Nick Hornby, que aparentemente podría resultar superflua e irreal, pero que resulta más cercana e inteligente de lo que a priori podría pensarse, una reflexión desde la diversión de la soledad, del rechazo infantil en la escuela, de los problemas de comunicación entre padres e hijos o de la no aceptación del paso del tiempo y de las responsabilidades que éste conlleva.
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