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sábado, 9 de junio de 2018

La isla misteriosa (1960)


Encuentro en las aventuras literarias de Julio Verne menos fantasía que la prometida por títulos tan sugerentes a la hora de fantasear como 20.000 leguas de viaje submarino, Viaje al centro de la tierra o Viaje a la luna. Al menos esa es la impresión me produce la lectura de sus novelas, pero quizá el escritor francés no buscase fantasear, aunque sus narraciones sí presenten circunstancias extraordinarias y fantásticas, sino dar rienda a sus conocimientos teóricos, que numera sin descanso mientras detalla las distintas circunstancias que sus personajes han de superar. Esta sensación también me la deparó La isla misteriosa y los cinco unionistas que huyen del cerco de Richmond en un globo aerostático que sufre las inclemencias de la tempestad que los arrastra a una lejana isla del Pacífico. Allí, el autor escoge a Cyrus Smith para plasmar sus conocimientos de metalurgia, química, botánica, alfarería, astronomía, psicología... y allí confiere al ingeniero la infalibilidad. No existe ciencia que se le resista ni en la que no sea experto y, para mayor asombro de sus compañeros, Smith confirma una y otra vez que todo lo sabe y todo lo puede, y aquellos que lo acompañan, salvo mano de obra, son meras comparsas que no se cansan de repetir la admiración que profesan a su líder. Verne pone en boca o en pensamiento de los Pancroff, Herbert, Nab, Spilett e incluso el perro Top esa admiración que sienten por el ingeniero y que él mismo sentiría hacia sus propios conocimientos, los cuales desarrolla asumiendo una sucesión teórica que aleja la estancia isleña de sus héroes de la fantasía que sí se observa en la versión cinematográfica realizada por Cy EndfieldEn La isla misteriosa (Mysterious Island, 1960) de Endfield sucede lo contrario, pues la fantasía se impone al didactismo y, de ese modo, la adaptación cinematográfica pone tierra de por medio con lo expuesto en el libro que la inspira.


La trama cobra un ritmo distinto a la novela, se olvida de detallar cualquier aspecto científico que asoma por las páginas y logra cierto encanto, sobre todo, a la hora de ofrecer el entretenimiento prometido por una película de aventuras. Que cumpla o no su promesa es otra historia, aunque La isla misteriosa lo hace y no defrauda en su propuesta de entretener desde la aventura, la supervivencia y la fantasía que viven sus protagonistas en el entorno desértico donde son arrojados por las inclemencias del tiempo. Ausentes de la novela, la película de Endfield incluye a las criaturas gigantescas que habitan la isla y a las dos náufragas que se unen al quinteto. La presencia en pantalla de lady Fairchild (Joan Greenwood) y de su sobrina Elena (Beth Rogan) amplían el sector de público al que va dirigida la película, por un lado al femenino y por otro al adolescente, al introducir la relación entre Elena y Herbert, pero, quizá, el reclamo más llamativo se encuentra en la amenaza de esas criaturas que los productores decidieron incluir para captar la atención, y que el gran Ray Harryhausen se encargó de crear. El experto en animación dio forma al cangrejo, al ave o las abejas gigantes, así como se encargó de filmar las escenas que protagonizan sus creaciones, las cuales no entorpecen la exposición de Endfield, cuya prioridad reside en retratar a los náufragos como miembros de una familia de robinsones cuyas necesidades los obligan a adaptarse al medio donde se produce su enfrentamiento a los piratas y su encuentro con el mítico capitán Nemo (Herbert Lom).

martes, 29 de mayo de 2018

Zulú (1964)


Las opciones profesionales y personales de Cy Endfield se vieron afectadas de manera drástica al inicio de la década de 1950. Por aquel entonces, como el de tantos otros, su presente cobró el tono de las listas que incluían su nombre y, sin apenas tiempo para decidir, prefirió exiliarse a convertirse en informante de quienes lo señalaban como simpatizante comunista. Su salida de Estados Unidos lo llevó a Reino Unido, donde, no sin dificultades, continuó su carrera cinematográfica bajo diferentes seudónimos (hasta que la absurda persecución llegó a su fin). Durante su periplo británico realizó algunas de sus mejores películas, la mayoría protagonizadas por Stanley Baker, a quien dirigió por primera vez en Ruta infernal (Hell Drivers, 1957). Con el actor creó su propia productora y desde ella llevaron a cabo su película común más ambiciosa y atractiva, aunque esto no resta valor a otras producciones suyas. Como había hecho en La isla misteriosa (Mysterious Island, 1960) y volvería a hacer en Las arenas del Kalahari (Sands of the Kalahari, 1965), en Zulú (1964) Endfield se decantó por desarrollar la aventura mezclando géneros. Donde en la primera prevalece la fantasía y las bestias gigantescas obra de Ray Harryhausen, en la segunda lo hace el drama psicológico cercano al expuesto por Robert Aldrich en El vuelo del Fénix (The Flight of the Phoenix, 1965), mientras que en Zulú sobresale la épica y el bélico, aunque también dramatiza la psicología de sus personajes al enfrentarles a la situación excepcional que viven en un espacio cercado y amenazado por las huestes nativas que se levantan en armas.


Basado en un hecho real, la acción de 
Zulú transcurre del 22 al 23 de enero de 1879 y se centra en el asedio sufrido por el destacamento inglés, pero sin caer en el maniqueísmo de enfrentar a buenos y malos. Con un magnífico uso de la pantalla ancha, Endfield abre su película con la panorámica del campo donde yacen más de mil soldados ingleses, de ese modo introduce el levantamiento de los zulúes de Natal. Poco después, en la siguiente escena, muestra las costumbres autóctonas en una ceremonia matrimonial donde descubrimos al reverendo Witt (Jack Hawkins) y a su hija Margareta (Ulla Jacobsson), quien se sorprende ante el espectáculo que rechaza debido a su desconocimiento y a su estricta y represiva educación occidental. En ese instante de contacto, entre dos culturas que nada tienen en común, un correo nativo irrumpe en la aldea y comunica el levantamiento, hecho que provoca que padre e hija abandonen el recinto y se dirijan a la misión donde acampa un centenar de soldados británicos. Endfield aprovecha el trayecto para introducir a los personajes principales y sus distintas personalidades. Así descubrimos al teniente Chard (Stanley Baker), un ingeniero efectivo carente de la aristocracia de Bromhead (Michael Caine), altivo y elitista y, desde su primer careo, se comprende que sus orígenes y sus ideas son opuestos. Bromhead pertenece a una familia de militares y Chard es un hombre sin tradición marcial, pero con un sentido del deber que le lleva a asumir el mando del destacamento al que han ordenado resistir en un reducto que apenas pueden defender. Allí se desarrolla el resto de la acción, que intercala las batallas con la interioridad de los soldados, humanizándolos desde la locura y lucidez de Witt a la heroicidad asumida por el soldado Hook (James Booth), el mismo que pone en duda la presencia inglesa en una tierra que no es la suya.

lunes, 2 de abril de 2018

Rutal infernal (1957)


La tensión y la violencia que rodean y golpean al protagonista de Ruta infernal (Hell Drivers, 1957) confieren a la película de Cy Endfield su apariencia de thriller, mientras que el realismo de sus imágenes y su drama social la sitúan dentro de un ámbito laboral que, por similitud temática, recuerda en ciertos momentos a Mercado de ladrones (Thieves' Highway; Jules Dassin, 1949) y en menor medida a El salario del miedo (Le salaire de la peur; Henri-Georges Clouzot, 1953). Pero Ruta infernal no está influenciado por estos títulos míticos, lo está por los aspectos sociales de su época, por el realismo que años atrás se había impuesto en diferentes cinematografías e incluso por las experiencias vividas por su realizador, exiliado en Reino Unido tras su inclusión en las listas del comité de actividades antiestadounidenses. Dichas influencias se unen en Ruta infernal para dar forma a un excelente drama negro que señala y denuncia la explotación laboral sufrida por los camioneros, condicionados por el entorno que, con gran acierto, Endfield expuso adelantando algunas características del free cinema posterior. El verismo con el que el director estadounidense encaró la descripción tanto de los espacios por donde transita la película (la pensión, el bar, las carreteras, la cantera o el recinto empresarial) como de los personajes remite a la realidad laboral de un grupo de trabajadores presionados por su capataz y por el gerente de la empresa.


<<Exigimos velocidad>>, dice el empresario cuando también habla del sueldo por viaje realizado por carreteras estrechas y mal asfaltadas, de posibles tropiezos con la policía y sin preguntas sobre el pasado y la vida personal de sus empleados. El trabajo parece perfecto para alguien como Tom (
Stanley Baker), necesitado de un empleo que le permita rehabilitarse y dejar atrás su pasado delictivo; por tal motivo no le importa que la labor sea peligrosa. Pisa el acelerador, mantiene limpio su camión y realiza el mayor número de viajes posibles porque necesita reiniciar su vida, la cual ha estado marcada por el distanciamiento familiar y la delincuencia que también encuentra en el presente por el cual Ruta infernal transita a alta velocidad. Lo hace por el asfalto donde los conductores compiten inconscientes de que sirven a los fines de quienes se lucran avivando la competitividad dominante en ese entorno cerrado donde el protagonista, como recién llegado, sufre el rechazo desde el primer instante. Salvo Gino (Herbert Lom), marginado por su condición de emigrante, y Lucy (Peggy Cummins), la única mujer en la empresa —por lo tanto, también minoría marginada—, el resto se muestran condicionados por Red (Patrick McGoohan), el capataz y el conductor a batir, un piloto que, tras su aparente conducción temeraria, su locura y su violencia, esconde la corrupción que a él le beneficia y perjudica a sus compañeros.

lunes, 9 de enero de 2012

Historia del hampa (1950)


Con frecuencia pequeñas grandes películas se ven relegadas al olvido, pero algunas veces se tiene la suerte de recuperarlas gracias a pases televisivos, lo cual significa una grata sorpresa; éste sería el caso de
Historia del hampa (The Underworld Story, 1950) —título que recibió en su emisión televisiva en España, y que dependiendo del traductor podría haberse titulado algo como: “periodista ambicioso, resentido y sin escrúpulos busca beneficio a costa de Molly”. Mike Reese (Dan Duryea) busca la noticia sin pensar en sus posibles consecuencias, hecho que queda confirmado en los primeros minutos de la película de Cyril Endfield, pero por si existe algún despistado que no le haya quedado claro, el director continuaría haciendo hincapié en la falta de ética de este periodista resentido. La primera escena de Historia del hampa puede crear un malentendido, pues no se trata de una historia de gángsters, aunque sí aparece uno de gran importancia para el relato. Dicha escena sirve para llevar el relato hasta el personaje principal y mostrar que él ha sido, en buena medida, culpable del asesinato cometido delante de la puerta del juzgado.


El artículo escrito por Reeves sirvió para que el jefe del hampa (
Howard da Silva) se enterase de la existencia de un soplón dispuesto a declarar contra él, motivo que le decide a cargárselo. Como consecuencia de la obstrucción a la justicia que significó la publicación del artículo, Reeves es despedido por los hombres (también culpables) que consintieron su publicación. Las puertas de los distintos periódicos de la ciudad que Reeves visita, en busca de empleo, se han cerrado para él; lo que significa que debe abandonar la ciudad si pretende encontrar empleo. Su única salida profesional la encuentra en un anuncio en el que lee que se necesita un socio para un periódico local de una pequeña población cercana a la gran ciudad. No obstante existe una condición que consiste en que quien desee participar debe presentarse con la suma de 7.500 $, cantidad que Reeves no posee ni por asomo. Pero este tipo no se detiene ante una minucia de ese estilo, sino que tiene el rostro de presentarse ante el mafioso al que se refería en su artículo y le exige que le entregue dicha cifra como pago por los servicios (accidentalmente) prestados. Con cinco de los grandes en el bolsillo (pues el delincuente no le ha entregado más), Reeves se presenta en el periódico de Cathy Harris (Gale Storm), quien necesita el dinero para pagar las deudas que se amontonan sobre el escritorio o en algún cajón de la oficina. Cathy no se lo piensa dos veces y acepta al desconocido hasta que las palabras del periodista le advierten sobre su falta de ética; la manera de trabajar de Reeves difiere de la suya, descubrimiento que le convence para replantearse su decisión inicial y rechazar el dinero que tanto necesita. Sin embargo, los hechos que se producen alteran su decisión; la noticia de que el cuerpo de Diane Stanton ha sido encontrado en un bosque cercano lo cambia todo. Reeves asume el control de la redacción, da órdenes, telefonea a varios periódicos para venderles la exclusiva, consciente de que la asesinada era la nuera de E. J. Stanton (Herbert Marshall). Stanton es un magnate de la prensa; y sin que nadie lo sepa, salvo el propio Stanton y su hijo Clark (Gar Moore), también es el padre del asesino. Cuando Stanton descubre la verdad en la confesión, para nada arrepentida, de su hijo, sabe que no debería protegerle, y menos aún permitir que le cuelgue el muerto (nunca mejor dicho) a Molly Rankin (Mary Anderson), la criada y amiga de la difunta, a quien también acusarán del robo de unas joyas (un móvil perfecto). De este modo, al no hacer nada y permitir que el plan de Clark prosiga, Stanton se convierte en cómplice y en culpable. Tampoco se opone a que sus periódicos publiquen la noticia de un modo subjetivo que busca ganarse la opinión pública para condenar a la sospechosa, quien resulta la víctima inocente de los medios y de la ley. Sin embargo, Reeves tiene una idea para ayudarla que consiste en oponerse a los periódicos de Stanton, emprendiendo una campaña en defensa de la acusada que se había presentado en la redacción del pequeño jornal en busca de ayuda. Cathy está segura de su inocencia, porque la conoce y sabe que no sería capaz de un crimen como el del que se le acusa, por eso le parece sensato el consejo del periodista, pues según Reeves lo mejor que puede hacer Molly es entregarse y dejar que un buen abogado la defienda. Sin embargo cuando la policía se presenta para el arresto se descubre que el periodista pretendía entregarla para cobrar los 25.000 $ de recompensa que ofrece Stanton, hecho que advierte que su posterior campaña de recolección de fondos para la defensa bien podría ser una treta para ganar unos cuantos miles; porque a pesar de que Cathy empiece a confiar en él, no hay duda de que Reeves todavía no ha abierto los ojos ni ha dejado salir sus valores morales. Reeves es uno de esos tipos que si no hay historia posiblemente se la inventa, un hombre que persigue su propio beneficio, y sobre todo un tipo resentido con aquellos que le han dado la patada, por eso se podría decir que este periodista se encuentra con los ojos cerrados ante la verdadera realidad, pero gracias a su contacto con Cathy poco a poco descubre que la honradez y la ética profesional no tienen porque estar reñidas con ser un buen periodista, lo que le lleva a dejar de pensar en su propio beneficio y decidirse a descubrir la verdad que puede salvar a Molly.