Encuentro en las aventuras literarias de Julio Verne menos fantasía que la prometida por títulos tan sugerentes a la hora de fantasear como 20.000 leguas de viaje submarino, Viaje al centro de la tierra o Viaje a la luna. Al menos esa es la impresión me produce la lectura de sus novelas, pero quizá el escritor francés no buscase fantasear, aunque sus narraciones sí presenten circunstancias extraordinarias y fantásticas, sino dar rienda a sus conocimientos teóricos, que numera sin descanso mientras detalla las distintas circunstancias que sus personajes han de superar. Esta sensación también me la deparó La isla misteriosa y los cinco unionistas que huyen del cerco de Richmond en un globo aerostático que sufre las inclemencias de la tempestad que los arrastra a una lejana isla del Pacífico. Allí, el autor escoge a Cyrus Smith para plasmar sus conocimientos de metalurgia, química, botánica, alfarería, astronomía, psicología... y allí confiere al ingeniero la infalibilidad. No existe ciencia que se le resista ni en la que no sea experto y, para mayor asombro de sus compañeros, Smith confirma una y otra vez que todo lo sabe y todo lo puede, y aquellos que lo acompañan, salvo mano de obra, son meras comparsas que no se cansan de repetir la admiración que profesan a su líder. Verne pone en boca o en pensamiento de los Pancroff, Herbert, Nab, Spilett e incluso el perro Top esa admiración que sienten por el ingeniero y que él mismo sentiría hacia sus propios conocimientos, los cuales desarrolla asumiendo una sucesión teórica que aleja la estancia isleña de sus héroes de la fantasía que sí se observa en la versión cinematográfica realizada por Cy Endfield. En La isla misteriosa (Mysterious Island, 1960) de Endfield sucede lo contrario, pues la fantasía se impone al didactismo y, de ese modo, la adaptación cinematográfica pone tierra de por medio con lo expuesto en el libro que la inspira.
La trama cobra un ritmo distinto a la novela, se olvida de detallar cualquier aspecto científico que asoma por las páginas y logra cierto encanto, sobre todo, a la hora de ofrecer el entretenimiento prometido por una película de aventuras. Que cumpla o no su promesa es otra historia, aunque La isla misteriosa lo hace y no defrauda en su propuesta de entretener desde la aventura, la supervivencia y la fantasía que viven sus protagonistas en el entorno desértico donde son arrojados por las inclemencias del tiempo. Ausentes de la novela, la película de Endfield incluye a las criaturas gigantescas que habitan la isla y a las dos náufragas que se unen al quinteto. La presencia en pantalla de lady Fairchild (Joan Greenwood) y de su sobrina Elena (Beth Rogan) amplían el sector de público al que va dirigida la película, por un lado al femenino y por otro al adolescente, al introducir la relación entre Elena y Herbert, pero, quizá, el reclamo más llamativo se encuentra en la amenaza de esas criaturas que los productores decidieron incluir para captar la atención, y que el gran Ray Harryhausen se encargó de crear. El experto en animación dio forma al cangrejo, al ave o las abejas gigantes, así como se encargó de filmar las escenas que protagonizan sus creaciones, las cuales no entorpecen la exposición de Endfield, cuya prioridad reside en retratar a los náufragos como miembros de una familia de robinsones cuyas necesidades los obligan a adaptarse al medio donde se produce su enfrentamiento a los piratas y su encuentro con el mítico capitán Nemo (Herbert Lom).
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