miércoles, 18 de septiembre de 2024

Alberti, qué sé de ti, qué me cuentan de ti


Alberti, ¿qué sé de ti? ¿Qué me cuentan de ti? ¿Lo que recuerdas en La arboleda perdida, la melancolía que María Teresa León evoca en sus memorias? ¿Aquello que ves y te hace dos tontos o cuanto descubro sobre los ángeles, consciente de tantos versos que me quedarán sin leerte? ¿Lo leído en las páginas de quienes te trataron y recordaron? ¿Lo leído en los trabajos de quienes tu arte estudiaron? ¿Las palabras de quienes, sin llegar a verte, de ti me hablaron? ¿O te imagino en tierra caprichosa? Te fantaseo junto a tu amigo Neruda; como tú, poeta, como él, prendado de ti y como vos, enamorado de sí. Vuestra poesía es contemporánea, narcisismo y canto; alegría, nostalgia, llamamiento, tragedia, idea, guerra, comunismo, ironía y también llanto. Vestís de postín, así os veo; antes de sentaros a la mesa donde de tantos os rodeo. Os ideo en una sala recargada y pomposa, de estética dudosa, distorsión de aquella prisión mental que el ángel exterminador sobrevuela desapercibido para los sentidos que al recital se aprestan. A contraluz, sus alas, sobre el duende y el pastor, negra sombra les proyecta. Ningún mal sucede todavía. Allí, nada os falta; allí, los paladares y estómagos reunidos aplauden el festín. Voces y risas en la habitación; los comensales compartís sobremesa. Vuelan las anécdotas, los versos sueltos, las simpatías… el estruendo jubiloso y los diversos acentos. Las verdades se acallan, aunque alguna suene suelta. Recitáis vuestras rimas; aplausos. Os negáis a abandonar la escena y dais rienda suelta a vuestro gusto burgués; qué corra el café, el jerez y el güisqui del marqués. Habláis de que nada detiene el tiempo mientras contempláis el rojizo crepúsculo que precede a la aurora, espejismo de vuestra esperanza. Ilusos protagonistas de un final y un comienzo que os traiciona ahora, cuando el día siguiente se abre a la noche de redobles de tambores que escucháis ya tan cerca y lejanos. Suenan en las calles y en los campos, en los montes y cerros, en las riberas de los ríos, en la costa y en las olas del Estrecho. El viento verde, ¿deja de soplar? Tempestad. Ráfagas en Alborán, en el Puerto de Santa María, en Badajoz, a las puertas del Alcázar y de un cuartel cercano. Cuerpos en las cunetas, a las afueras, en ramblas, rúas y avenidas, en aceras ensangrentadas. Detenciones, confiscaciones y paseos. Gritos de propaganda, en la calle, en discursos, periódicos, radio y aquel cine que, en su época de pañales, te vio nacer. Luchas, derrotas; todos cantáis victoria, pero ¿cuál cabe si ninguna es posible cuando los cuerpos mueren y las esperanzas de unos y otros se marchitan? Te posicionas, dices, de corazón, por ideología y por interés, tal vez las tres te lleven a ese punto donde te encuentras, pero, vayas donde vayas, ese punto es la guerra que a la razón escapa. Caos y terror, ángeles de la muerte sobrevuelan la ciudad y llenan sus sacas. Mas no por ello se ausentan los generosos que, como el anarquista Melchor, abrazan su libertad sin perseguir otros credos. La generosidad salva. ¿Y tú? ¿Qué forma de libertad predicas? ¿Qué tipo de ángel eres? ¿O solo eres poeta y marinero en tierra? Aparte de sospecharte ángel y diablo, de dibujarte tonto como cualquiera, lleno de sueños, tristezas y claroscuros en el alma que da vida a tu genio poético, solo puedo distorsionarte, imaginarte y crear reflejos a partir de otros reflejados en anteriores espejos. Alberti, ¿qué sé de ti? ¿Qué me cuentan de ti?


Alberti, Rafael (La arboleda perdida): <<En aquel momento, de mis contemporáneos españoles mayores solo me eran familiares Antonio Machado (más que Manuel, su hermano) y Juan Ramón Jiménez. De Gabriel Miró conocía únicamente unos breves relatos y El humo dormido, primorosa novela, que por tratar de la educación en un colegio jesuita me atrajo y conmovió mucho, llevándome a recordar mis días escolares en el colegio de San Luis Gonzaga del Puerto. De Azorín había comenzado a leer Clásicos y modernos. Y me gustaba. De Unamuno, Baroja, Valle-Inclán, Pérez de Ayala, D’Ors, Ortega y Gasset… ¡Dios Santo! Yo casi era todavía un pintor y un poeta casi en estado de nebulosa, que se mataba por la poesía, amaneciendo a veces con los ojos sangrantes de no dormir por ella.>>

Asquerino, María (Memorias): <<Seguramente debió ser Alfredo Mañas, que también era muy de izquierdas, el que invitó a Rafael, o quizá fue la empresa del teatro. Yo me quedé con la boca abierta, porque conocer a un señor tan importante, siempre emociona mucho. Recuerdo que me dijo:
—Me gustaría que vinieras a comer a casa.
Yo estaba completamente feliz.
Un día fuimos a cenar a su casa. Alfredo Mañas, Amparo Baró, Guillermo Marín y yo. Estuvo absolutamente cariñoso, encantador y brillante como es él. Nos estuvo recitando sus poemas, porque a él le gusta mucho. Entre otros, un poema que yo tengo en uno de sus libros, sobre Franco, metiéndose con Franco. Esto en el año 1962, nos dejó muy sorprendidos. Para mí fue muy emocionante y maravilloso el estar allí, hablar con él. Me regaló un libro suyo, Marinero en tierra, y me hizo un dibujito.
Pasaron los años, y él, después de Argentina, se fue a vivir a Italia. No le volví a ver hasta que volvió a España, ya con la democracia. Cuando le vi, le recordé, por si él no se acordaba de mí, ya que habían pasado bastantes años:
—¿Te acuerdas, Rafael, aquel día que estuve en tu casa, en Buenos Aires, que estuviste tan cariñoso, y que me gustó tanto conocerte?
Se acordaba perfectamente.>>

Aub, Max (La gallina ciega): <<Reventé cuando al nombrar a Alberti el de más nombre hizo un gesto de claro desprecio como diciendo: ¡Ya salió aquello! Salté. Salté de verdad: me puse de pie, me apoyé en la mesa, mirándoles:
—¿Qué ha leído de él? ¿Marinero en tierra, claro?
No estaba seguro. Cité diez títulos, algún soneto, otras obras recientes.
Nada.
—Antologías.
—¿Qué más?
—¡De la pintura! —fanfarroneaba en su derrota.
—¿Sabe de qué fecha es?
—No.
—Lo que sucede es que usted es un pobre tonto.
Y la máquina seguía grabando.
Lo solté y me arrepentí inmediatamente.
—¡Ese libro sobre Roma! —se defendió desesperadamente.
—¡Qué más quisiera que haber escrito uno solo de sus sonetos…! —le solté. Pero ya no tenía ganas de hablar ni me iba a poner a explicarles que ahí radicaba una de las barreras más duras de salvar entre ellos —ahí presentes— y nosotros. ¿Dónde la posibilidad de comprender, en verso, en prosa, el humor, la ironía, la broma brutal o sutil lo mismo en línea que en color; la diferencia de lo serio de lo que no lo es?>>

Blanco Amor, Eduardo (Conversaciones): <<Nunha valoración literaria, para mín, Alberti é o máis grande poeta da fala castelá, ao carón de Neruda, e sin que as súas poesías se subordinen ou interfiran, aínda cando traten temas ideolóxicos comúns. O libro Retornos de lo vivo lejano ha quedar como a máis importante testemuña da poesía nostálxica que eu conozo de toda a historia lírica castelá. Galicia non, porque está Rosalía.>>

Buñuel, Luis (Mi último suspiro): <<Rafael Alberti, nacido en Puerto de Santa María, cerca de Cadiz, era una de las grandes figuras de nuestro grupo. Es más joven que yo —tiene dos años menos, si no me equivoco—, y al principio lo tomamos por un pintor. Algunos dibujos suyos, realzados en oro, adornaban las paredes de mi habitación. Un día, tomando unas copas, otro amigo, Dámaso Alonso (actual presidente de la Real Academia de la Lengua Española), me dijo:
—¿Sabes quién es un gran poeta? ¡Alberti!
Al ver mi asombro, me tendió una hoja de papel y leí una poesía, que aún recuerdo como empezaba…>>

Cierva, Ricardo de la (Los años mentidos): <<He prometido antes un nuevo estudio que va a revolucionar la biografía de Rafael Alberti: el antilibro de La arboleda perdida y me temo que va a ser la arboleda arrancada y quemada.>>

Foxá, Agustín de (Madrid de corte a checa): <<Pululaban por aquellos aristocráticos salones muchos escritores. Algunos hablaban en francés con intelectuales enviados por León Blum. En la serre ardorosa de sol, encristalada, los escritores ensayaban el nuevo teatro revolucionario. Le saludaron afectuosos María Zambrano, Neruda y Alberti. Todos iban disfrazados de milicianos con pistolas en la cintura. En los descansos tomaban unas copas de jerez.>>

Gibson, Ian (Vida, pasión y muerte de Federico García Lorca. 1898-1936): <<El primer amor de Alberti había sido la pintura, pero cuando conoció a Lorca había tomado ya la decisión de consagrar sus energías exclusivamente a la poesía. Federico le rogó que, para celebrar su encuentro, hiciera un “último” cuadro para él, a lo que accedió gustoso. En su autobiografía La arboleda perdida (1959), Alberti, que no era residente pero vivía cerca, evoca sus primeras impresiones del granadino, que le había invitado a cenar y después, en el jardín, acompañado del susurro de los chopos, le había recitado el “Romance sonámbulo”.
En otro momento dijo que el “viento era verde” del poema “nos tocó a todos, dejándonos su eco en los odios”.
Alberti no olvidaría nunca aquellas horas inaugúrales con su “primo”. Hasta cierto punto los dos se convertirían luego en rivales poéticos y, si hemos de creer el fascinante testimonio de Dalí, Federico sentía a veces celos del gaditano, cuatro años más joven y cuyo carisma, aunque diferente del suyo (le faltaba, por ejemplo, el don musical), no dejaba de ser considerable. “Federico era la persona más celosa del mundo, de Alberti sobre todo —declaró el pintor ante la grabadora de Max Aub—. Alguien decía por casualidad: “Hay una cosa de Alberti (o de cualquier otro), un tema precioso…” Se le veía devenir pálido, blanco, y entonces, al cabo de un momento, decía: “Estoy fastidiado, tengo dolor de garganta, me voy a acostar…” Y era una escena de celos, ni más ni menos […] Estaba muy celoso de todo el mundo. Era terrible […] El quería ser único”.
Y Salvador, ¿no quería él también ser único? Claro que sí. Lorca, Buñuel y Dalí, que iban a formar el triángulo amoroso/amistoso quizá más extraordinario del siglo XX, eran, cada uno de ellos a su manera, ambiciosos con mayúsculas y capaces de las más feroces, si bien nunca confesadas, envidias.
Alberti visitaba asiduamente la Residencia y evoca en La arboleda perdida las célebres sesiones de canciones populares que improvisaba el granadino, a veces con concurso incluido…>>

Jiménez, Juan Ramón (Españoles de tres mundos): <<Por ahí anda, por todos los ahíes, tocándose los verdugones de talón celeste. Estraordinario él mismo en su gustoso alarde de tontilocuente contra la exajeración inútil e innecesaria. Cuando se descuelgue su sétimo manto de amanerada elocuencia, tire al abismo su varita de habilidad, se evada netamente de su actual sobrerromanticismo, y en la ramazón de su disgregada labia escesiva aísle otra vez la hermosa ave fresca de su voz una, como tiene además en su último piso esa trampa natural por donde saca, atravesando lámparas de techo con cubo de plata y oro, cosas de fuego diamantino del centro de la tierra, Rafael Alberti le va a decir a lo no mirado una gran cosa del tamaño por lo menos del mar de Cádiz, el más bello mar, para mí, del mundo, el golfo más rico de poesía sudoeste que yo conozco.>>

León, María Teresa (Memoria de la melancolía): <<Ahora, cuando me veo junto a Rafael, me hace gracia pensar que entró en mí por tradición oral, en forma de estribillo, apoyándome en él sin conocerlo, sin saber que había escrito Marinero en tierra, y menos, que era del Puerto de Santa María, y mucho menos, que hace hoy cuarenta y tres años que nuestras huellas por el mundo van paralelas.>> 

Morla Lynch, Carlos (Diarios españoles): <<Nos encontramos en la calle con Santiago Ontañón, Rafael Alberti y María Teresa León que se acercan al coche. La charla con ellos es un poco forzada y el ambiente frío. Alberti tiene tanta hiel…>>

Neruda, Pablo (Confieso que he vivido): <<Este poeta de purísima estirpe enseñó la utilidad pública de la poesía en un momento crítico del mundo. En eso se parece a Maiakovski. Esta utilidad pública de la poesía se basa en la fuerza, en la ternura, en la alegría y en la esencia verdadera. Sin esta calidad la poesía suena pero no canta. Alberti canta siempre.>>

Rojas, Carlos (La guerra civil vista por los exiliados): <<Lorca y Alberti se conocen desde otoño de 1924, cuando alguien, tal vez Salvador Dalí, los presenta en la Residencia de Estudiantes. Aquella tarde recita Lorca a Alberto su ultimo poema, “Romance sonámbulo”, y el estribillo se le hace inolvidable a Alberti: “Verde que te quiero verde / verde viento, verdes ramas”. El mismo año, Alberti dedica un poema a Lorca: “A Federico García Lorca, poeta de Granada.” Juntos participan en el homenaje a Góngora, en Sevilla y en 1927. En los meses que preceden al alzamiento militar, firman juntos el manifiesto de la Unión Mundial de la Paz y otro escrito pidiendo la libertad del dirigente comunista brasileño Luis Carlos Prestes. No obstante, en los últimos años, la estrecha amistad de los dos escritores parece haberse enfriado un tanto. En un poema, escrito mucho tiempo después, alude Alberti a aquellas diferencias: “dime si no has querido significar con eso / que, a pesar de las mismas batallas que reñimos, / sigues unido a mí más que nunca en la muerte / por las veces que acaso / no lo estuvimos —¡ay, perdóname!— en la vida.>>

Semprún, Jorge (La escritura o la vida): <<Conocía ya la poesía de Rafael Alberti: sus poemas políticos de los años treinta, los de la guerra civil. Pero su violencia no me extrañaba, entonces, como tampoco la de Aragon. Todavía vivía yo en el mismo universo de verdades y valores afilados como la espada de los ángeles exterminadores. Por lo demás, en aquella época, en plena madurez de su talento, Rafael Alberti conseguía preservar el rigor formal, la riqueza prosódica de una obra que desde entonces demasiadas veces se ha disgregado plegándose a los imperativos cambiantes de la estrategia política del comunismo.>>

Seoane, Luis (Figuraciones): <<Hoxe vive en Roma, cidade á que adicou algún dos seus máis graciosos poemas: “Roma, peligro para caminantes”. Roma é agora o que foi Buenos Aires, centro da súa vida, descanso dos seus viaxes europeos. Os que fumos estudantes nunha época de Galicia lembrámonos da admiración que sentimos por este poeta andaluz, que se tiña iniciado con tres grandes libros renovadores da poesía peninsular, Marinero en tierra, Cal y canto, Sobre los ángeles…>>

Thomas, Hugh (La guerra civil española): <<El subcomisario Castro Delgado y el comisario Delage salieron secretamente de Madrid para preguntar a la dirección del Partido Comunista si podían ordenar a las divisiones comunistas que marcharan sobre la capital. Descubrieron a “la Pasionaria”, Lister y Modesto en una espléndida casa de campo en las inmediaciones de Elda, convertida en un hotel regentado por el poeta Alberti y su mujer, María Teresa León. También estaban presentes la secretaria de “la Pasionaria”, Irene Falcón, Tagueña (huido de Madrid) y algunos otros. Reinaba la indecisión, en medio de una atmósfera de irrealidad. Se servían opíparas comidas. Los miembros del comité central y los comisarios se paseaban tranquilamente, como si fueran huéspedes invitados a pasar un fin de semana en una casa de campo, que no sabían exactamente en qué ocupar su tiempo. Alberti paseaba tristemente bajo los árboles. Togliatti estaba decidiendo lo que había que hacer.>>

Trapiello, Andrés (Las armas y las letras): <<Rafael Alberti, al que el poeta de Moguer se había encontrado a la salida de la oficina de pasaportes, se ofreció a ponerles una guardia comunista durante el tiempo que todavía permaneciesen los Jiménez en Madrid. Pero de nuevo J.R.J. rehusó. No obstante, lo que J.R.J. pensaba de la poesía del poeta de Cádiz, que no estimaba en mucho (ni siquiera Marinero en tierra, en el que J.R.J., en el ejemplar que se conserva en Puerto Rico, anotó abundantes “lata”, “lata”, “hojalata”), años más tarde todavía le agradecía a aquel el gesto de protegerle.>>

martes, 17 de septiembre de 2024

Ensayo de orquesta (1977)


En El escritor y sus fantasmas, Ernesto Sabato pregunta <<¿Qué es un creador?>> y su respuesta me hace pensar en Federico Fellini. El escritor argentino responde a su interrogante diciendo que creador <<Es un hombre que en algo “perfectamente” conocido encuentra aspectos desconocidos. Pero, sobre todo, es un exagerado.>> (1) Y ahí, en esa respuesta, sitúo al italiano y me digo: acaso, ¿Fellini no es alguien que encuentra aspectos desconocidos en lo conocido y exagera como pocos lo han hecho en cine? Fellini no solo es un director de películas, es consciente de ser el deformador de su universo personal y por ello es capaz de dar formas cinematográficas a ilusiones, sueños e ideas. Allí, se descubre artista y crea su obra deformando la realidad que filtra a través de su personalidad creativa (y emotiva) y transforma a su imagen, la del caricaturista, el circense, el soñador, el ilusionista… la suma del hombre y del espectáculo. Fellini mira y construye a su gusto, pues parece saber que cualquier intento de realismo no deja de ser un espejismo o un reflejo (a imagen de quien mira) de la realidad observada… y está, a través de su mirada, resulta casi siempre exagerada porque es ahí, en la caricatura, en el exceso, donde todos sus rostros convergen para expresarse al unísono en la fantasía del Fellini personaje por él inventado y vivido. Así, partiendo de la excusa de la grabación documental que un equipo de televisión —que nunca se ve pero al que se dirigen los personajes— pretende realizar de un ensayo de orquesta, Fellini se da rienda suelta a sí mismo y a la música de su inestimable Nino Rota. Su Ensayo de orquesta (Prova d’Orchestra, 1977) desborda en su “traición” a la realidad y en su entrega a la ficción desmedida desde la cual se accede a una realidad subjetiva y, tal vez por ello, más profunda, que surge del genio creador que reduce el espacio-tiempo a su antojo para realizar una metáfora satírica (del propio oficio de cineasta) de una sociedad en crisis; sea romana, italiana, occidental, mundial, en todo caso parece una sociedad urbana, moderna, enfrentada entre sí y con el pasado evocado por el director de orquesta y por el viejo copista en sus instantes de soledad. En esta ocasión, Fellini reduce su radio de observación y deformación al bar en el que descansan los músicos, a la sala donde el director pregunta a la cámara del invisible documentalista qué es la música, mientras se evidencia su aislamiento y la dificultad de equilibrio en un arte que debe conjuntar diferentes instrumentos (y personalidades), y a la sala de espléndida acústica, en una antigua iglesia del siglo XIII donde, tras los ruidos urbanos en la apertura del film, el copista (testigo de otro tiempo) llena el espacio con las partituras en papel que cobrará vida en los sonidos; y a la duración (y descanso) de un ensayo en el que el caos, individualidades disyuntivas, disonantes, reina hasta que cobra orden y armonía musical, aunque, en el caso de Fellini, el orden dominante es la cacofonía y la anarquía.…

(1) Ernesto Sabato: El escritor y sus fantasmas. Austral, Barcelona, 2011.

lunes, 16 de septiembre de 2024

Maruja Mallo y el desorden

Me intereso por la obra de Maruja Mallo cuando una amiga me descubre Antro de fósiles (1930); el cuadro me impacta y, desde ese momento, el nombre de la pintora se graba en mi memoria. Inconsciente del proceso que sigue —supongo que, a medida que su nombre y su obra reaparece ante mí, la curiosidad se hace más fuerte—, siento el deseo de conocer más sobre esta figura inusual ya no solo en la pintura, sino en su época, quizá lo sería en cualquier época. De nombre Ana María Gómez González, Maruja Mallo nace en Viveiro (Lugo) en 1902 sin saber que su futuro le depara convertirse en una de las mujeres más transgresoras de su época, en la pintora más representativa de la generación del 27 y en una de sus figuras señeras, ya no solo por su arte, sino por su carácter independiente, estrafalario y jovial, que no a todos gusta. Su espíritu libre, juerguista, viajero, despunta en sus primeros tiempos en Madrid, adonde se traslada en 1922 para estudiar Pintura en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando. En la Academia tiene por compañero a Dalí, por entonces un estudiante de pintura incansable. Era tiempo de vanguardias, de surrealismo. ¿Y qué otro estilo mejor que este que preconiza la ruptura con el orden para una mujer del carácter de Maruja? El “desorden”, el poner el mundo patas arriba, le abre las puertas para desarrollar un universo creativo y expresivo de su rebeldía, donde plasmar sus inquietudes e ideas. Su primera exposición individual la realiza en 1928, en la sede de la Revista Occidente, editada por Ortega y Gasset, y en la que sus compañeros poetas de generación, Gerardo Diego, Dámaso Alonso, Rafael Alberti, Federico García Lorca, Pedro Salinas, Jorge Guillén, José María Cossio y José Bergamín, entre otros, publican versos en homenaje a Góngora, en el tercer centenario de su nacimiento.


El estilo surrealista de la pintura de Mallo pasa por dos etapas. En la primera predomina el color y en la segunda las sombras y el desequilibrio se hacen fuertes. Como a la mayoría de los integrantes de la generación del 27, a esta practicante de la igualdad genérica, defensora del amor libre, compañera inseparable de Alberti, hasta que el poeta gaditano conoce a María Teresa León, asidua de <<aquel Madrid!>> evocado por Pablo Neruda en sus memorias, el levantamiento de julio de 1936 la posiciona hacia el lado republicano. Obviamente, una mujer indomable como Maruja, amante de su libertad, no casa con el orden que se rebela contra el Frente Popular, por entonces al mando de una República que, desde su advenimiento, semeja navegar a la deriva, amen de recibir palos de uno y otro lado. La derrota republicana, depara el exilio de miles. El suyo dura un cuarto de siglo. Como tantos, Maruja se exilia en Sudamérica (Uruguay, Argentina, Chile), también en Nueva York. En 1964, regresa a España y ya el olvido parece envolverla hasta que, ya en la democracia, en 1982, recibe la Medalla de Oro de Bellas Artes. En la actualidad, su figura y sus obras recuperan su lugar; y sus cuadros, Canto de las espigas (1939), probablemente su obra preferida, La verbena (1927), Tierra y excrementos (1932) o Antro de fósiles (1930), entre otros de los suyos, pueden contemplarse en el Museo Reina Sofía.

Antro de fósiles 

domingo, 15 de septiembre de 2024

Pablo Neruda y Caballo Verde (Anotado)

Caballo Verde, por Pablo Neruda*

<<Con Federico y Alberti, que vivía cerca de mi casa en un ático sobre una arboleda, la arboleda perdida, con el escultor Alberto, (1) panadero de Toledo que por entonces ya era maestro de la escultura abstracta, con Altolaguirre y Bergamín; con el gran poeta Luis Cernuda, con Vicente Aleixandre, poeta de dimensión ilimitada, con el arquitecto Luis Lacasa, con todos ellos en un solo grupo, o en varios, nos veníamos diariamente en casas y cafés.

De la Castellana o de la cervecería de Correos viajábamos hasta mi casa, la casa de las flores, en el barrio de Argüelles. Desde el segundo piso de uno de los grandes autobuses que mi compatriota, el gran Cotapos, (2) llamaba “bombardones”, descendíamos en grupos bulliciosos a comer, beber y cantar. Recuerdo entre los jóvenes compañeros de poesía y alegría a Arturo Serrano Plaja, poeta; a José Caballero, pintor de deslumbrante talento y gracia; a Antonio Aparicio, que llegó de Andalucía directamente a mi casa; y a tantos otros que ya no están o que ya no son, pero cuya fraternidad me falta vivamente como parte de mi cuerpo o substancia de mi alma.

Aquel Madrid! Nos íbamos con Maruja Mallo, la pintora gallega, por los barrios bajos buscando casas donde venden esparto y esteras, buscando las calles de los toneleros, de los cordeleros, de todas las materias secas de España, materias que trenzan y agarrotan su corazón. España es seca y pedregosa, y le pega el sol vertical sacando chispas de la llanura, construyendo castillos de luz con la polvareda (3). Los únicos verdaderos ríos de España son sus poetas; Quevedo con sus aguas verdes y profundas, de espuma negra; Calderón, con sus sílabas que cantan; los cristalinos Argensolas; Góngora, río de rubíes.

Vi a Valle-Inclán una sola vez. Muy delgado, con su interminable barba blanca, me pareció que salía de entre las hojas de sus propios libros, aprendido por ellas, con un color de páginas amarilla.

A Ramón Gómez de la Serna lo conocí en su cripta de Pombo, y luego lo vi en su casa. Nunca puedo olvidar la voz estentórea de Ramón, dirigiendo, desde su sitio en el café, la conversación y la risa, los pensamientos y el humo. Ramón Gómez de la Serna es para mi uno de los más grandes escritores de nuestra lengua, y su genio tiene de la abigarrada grandeza de Quevedo y Picasso. Cualquier páginas de Ramón Gómez de la Serna escudriña como un hurón en lo físico y en lo metafísico, en la verdad y en el espectro, y lo que sabe y ha escrito sobre España no lo ha dicho nadie sino él. Ha sido el acumulador de un universo secreto. Ha cambiado la sintaxis del idioma con sus propias manos, dejándolo impregnado con sus huellas digitales que nadie puede borrar.

A don Antonio Machado lo vi varias veces sentado en su café con su traje negro de notario, muy callado y discreto, dulce y severo árbol viejo de España. Por cierto que el maldiciente Juan Ramón Jiménez, viejo niño diabólico de la poesía, decía de él, de don Antonio, que este iba siempre lleno de cenizas y que en los bolsillos solo guardaba colillas.

Juan Ramón Jiménez, poeta de gran esplendor, fue el encargado de hacerme conocer la legendaria envidia española. Este poeta que no necesitaba envidiar a nadie puesto que su obra es de gran resplandor que comienza con la oscuridad del siglo, vivía como un falso ermitaño, zahiriendo desde su escondite a cuanto creía que le daba sombra.

Los jóvenes —García Lorca, Alberti, así como Jorge Guillén y Pedro Salinas— eran perseguidos tenazmente por Juan Ramón, un demonio barbudo que cada día lanzaba su saeta contra este o aquel. Contra mí escribía todas las semanas en unos acaracolados comentarios que publicaba domingo a domingo en el diario El Sol. Pero yo opté por vivir y dejarlo vivir. Nunca constaté nada. No respondí —ni respondo— las agresiones literarias. (4)

Stephen Spender y Pablo Neruda sentados a derecha e izquierda de Manuel Altolaguirre durante la inauguración del Segundo Congreso Internacional de Escritores para la Defensa de la Cultura, en Valencia, 1937. La fotografía fue tomada por Walter Reuter (1906-2005)

>>El poeta Manuel Altolaguirre, que tenía una imprenta y vocación de imprentero, llegó un día por mi casa y me contó que iba a publicar una hermosa revista de poesía, con la representación de los más alto y lo mejor de España.

—Hay una sola persona que puede dirigirla —me dijo—. Y esa persona eres tú.

Yo había sido un épico inventor de revistas que pronto las dejé o me dejaron. En 1925 fundé una tal Caballo de Bastos. Era el tiempo en que escribíamos sin puntuación y descubríamos Dublín a través de las calles de Joyce. (5) Humberto Díaz Casanueva usaba entonces un suéter con cuello de tortuga, gran audacia para un poeta de la época. Su poesía era bella e inmaculada, como ha seguido siéndolo per sécula. Rosamel del Valle se vestía enteramente de negro, de sombrero a zapatos, como debían vestirse los poetas. A estos dos compañeros próceres los recuerdo como colaboradores activos. Olvido a otros. Pero aquel galope de nuestro caballo sacudió la época.

—Sí, Manolito. Acepto la dirección de la revista.

Manuel Altolaguirre era un impresor glorioso cuyas propias manos enriquecían las cajas con estupendos caracteres bodónicos. (6) Manolito hacía honor a la poesía, con la suya y con sus manos de arcángel trabajador. El tradujo e imprimió con belleza singular el Adonis de Shelley, elegía a la muerte de John Keats. Imprimió también la Fabula del Genil, de Pedro Espinosa. (7) Cuánto fulgor despedían las estrofas áureas y esmaltinas del poeta en aquella majestuosa tipografía que destacaba las palabras como si estuvieran fundiéndose de nuevo en el crisol.

De mi Caballo Verde salieron a la calle cinco números primorosos, de indudable belleza. Me gustaba ver a Manolito, siempre lleno de risa y de sonrisa, levantar los tipos, colocarlos en las cajas y luego accionar con el pie la pequeña prensa tarjetera. A veces se llevaba los ejemplares de la edición en el coche-cuna de su hija Paloma. Los transeúntes lo piropeaban:

—Qué papá tan admirable! Atravesar el endiablado tráfico con esa criatura!

La criatura era la Poesía que iba de viaje con su Caballo Verde. La revista publicó el primer nuevo poema de Miguel Hernández, y, naturalmente, los de Federico, Cernuda, Aleixandre, Guillén (el bueno, el español), (8) Juan Ramón Jiménez, neurótico novecentista, seguía lanzándome dardos dominicales. A Rafael Alberti no le gustó el título:

—Por qué va a ser verde el caballo? Caballo Rojo, debería llamarse. (9)

No le cambie el color. Pero Rafael y yo no nos peleamos por eso. Nunca nos peleamos por nada. Hay bastante sitio en el mundo para caballos y poetas de todos los colores del arco iris.

El sexto número de Caballo Verde se quedó en la calle Viriato sin compaginar ni coser. Estaba dedicado a Julio Herrera y Reissig (10) —segundo Lautréamont de Montevideo— y los textos que en su homenaje escribieron los poetas españoles, se pasmaron ahí con su belleza, sin gestación ni destino. La revista debía aparecer el 19 de julio de 1936, pero aquel día se llenó de pólvora la calle. Un general desconocido, llamado Francisco Franco, se había rebelado contra la República en su guarnición de África.>> (11)

*Pablo Neruda: Confieso que he vivido. Memorias. Editorial Planeta, Barcelona, 1977.


Notas

(1) Pablo Neruda se refiere al escultor toledano Alberto Sánchez Pérez, figura clave de la vanguardia española. Para más información, dejo el siguiente enlace: https://www.museoreinasofia.es/exposiciones/alberto-1895-1962

(2) Acario Cotapos (1889-1969). <<También Acario Cotapos era músico, pero de vanguardia, lleno de sorpresas. El Acario Cotapos que yo tengo en esta memoria pálida que me va quedando es el chilenito extraordinario, inmóvil después de un accidente grave, a quienes sus amigos han regalado el departamento donde hoy todos van a encontrarlo.>> (María Teresa León: Memorias de la melancolía. Sobre este compositor chileno, aquí: https://www.memoriachilena.gob.cl/602/w3-article-3271.html

(3) Neruda, aparte de su gusto por el tópico, parece desconocer España y reducirla, por lo que deduzco, a la meseta castellana y a parte del suelo andaluz, tal vez a zonas (semi)desérticas del sureste peninsular y de las islas más orientales de Canarias. Una reducción similar sucede al inicio de Tierra de España (Spanish Earth, 1937), el prestigioso documental realizado por Joris Ivens —y narrado por Ernest Hemingway— durante la guerra civil. En todo caso, el conjunto cultural y paisajístico de la península ibérica (la Hispania romana) abarca mayor amplitud que la evocada por el poeta chileno y por el cineasta holandés.

(4) En estos párrafos, Neruda ajusta cuentas por la crítica hacia su obra (la realizada hasta entonces), que no gustaba al de Moguer (Huelva), autor de las caricaturas recogidas en Españoles de tres mundos; en una de las cuales, la dedicada al poeta chileno, expone su opinión sobre la poesía Neruda. Aparte de genio indiscutible de la poesía en lengua castellana, Juan Ramón fue un hombre crítico. Lo era honesto, por devoción y por naturaleza; no pretendía caer simpático ni hacer grupo; menos aún dorar la píldora a nadie. <<Yo no he visto nunca Neruda sino en fotografía, en escultura o en dibujo. Hago su caricatura estando él vivo, contra mí norma, porque lo he oído por teléfono cantar contra mí en coro de necios y beodos, cuando yo no quise firmar su desairado documento de respuesta a Vicente Huidobro. Que luego se cambió por otro que yo hubiera firmado, porque no había motivo para que la Revista Occidente rechazara los consabidos versos de Neruda. (No quise firmarlo porque ni Huidobro ni Neruda ni Lorca tenían razón en lo peor de todo aquello. Por ser honrado con los tres, Neruda me cantaba, con los varios suyos de entonces, coplas soeces por teléfono. Yo le digo sin soecia lo que es para mí como escritor, por ser honrado con él y conmigo.)>> (Juan Ramón Jiménez: Españoles de tres mundos) Otro genio de carácter era Baroja, pero esa ya es otra personalidad y otra historia. Por supuesto que el chileno no responde las agresiones literarias, solo las trae a colación cuando, supongo, regresan y escuecen mientras él omite su parte y escribe, en 1972, Confieso que he vivido, título que me suena un tanto petulante. Con todo, hay pocas memorias que se acusen, que se sinceren hasta que sangre el alma. Las hay que, tras ligera autocrítica, disimulan su intención de lucir ante sus contemporáneos con uno ojo puesto en la posteridad. Neruda se quiere el héroe de las suyas, pero ¿quién no es el héroe o la heroína de sus memorias?

(5) El irlandés James Joyce ambienta su famosa novela Ulises en el Dublín de los años veinte. Pinchando aquí, el comentario que compartí en el blog: https://vadevagos.blogspot.com/2022/12/joyce-y-beach-la-edicion-de-ulises.html?m=1

(6) Con “caracteres bodónicos”, el poeta se refiere a los tipos de letra (con finos adornos) diseñados por Giambattista Bodoni (1740-1813) a fines del siglo XVIII.

(7) <<el paso por Antequera, donde mientras nos abastecíamos de nafta me recité en silencio octavas de la Fábula del Genil, de Pedro Espinosa, el gran poeta clásico allí nacido>> (Rafael Alberti: La arboleda perdida)

(8) El otro Guillén (se supone que el malo o el feo), sería el poeta y periodista cubano Nicolás Guillén, uno de los autores más reconocidos de las letras cubanas, a quien Altolaguirre publicó su libro Poema en cuatro angustias, después de que el cubano viajase a España en 1937, para participar en el II Congreso Internacional de Escritores para la Defensa de la Cultura, en el que también participó Neruda, entre otros muchos grandes nombres de la literatura.

(9) Neruda sería elegido senador de la República de Chile en 1945, ya siendo miembro del partido comunista chileno; y Alberti estaba afiliado al PCE y era secretario general de la Alianza de Intelectuales Antifascistas durante la guerra civil. Por su filiación y su ideología, Alberti prefería el nombre “Caballo Rojo”.

(10) Julio Herrera y Reissig, poeta uruguayo del romanticismo tardío. Información en https://www.cervantesvirtual.com/portales/julio_herrera_y_reissig/autor_apunte/

(11) En aquel primer momento, la rebelión militar no tenía un líder claro. Su planificador había sido el general Emilio Mola, que se las había arreglado para meter en la misma revuelta a carlistas, monárquicos y falangistas; y la cabeza visible iba a ser Sanjurjo, tal vez fuese una figura de paja, pero falleció en el accidente aéreo que debía transportarle a España desde Lisboa, donde vivía su exilio tras el fallido levantamiento de 1932. En cuanto a Franco, no era ningún desconocido: <<El “Anuario Militar” de 1936 situaba a Franco solo en el puesto número veintitrés en cuanto a antigüedad entre los generales de división, y a cuanto a años de servicio se veía superado por Cabanellas, Queipo y Saliquet, aunque ningún otro tenía la misma experiencia en guerra y el mismo prestigio militar, ni tampoco igual tacto político ni la misma influencia exterior […] No solo el nombre de Franco era el mejor conocido entre los generales rebeldes, sino que se lo asociaba menos directamente con la actividad política, odiosa para la opinión española no extremista>>, dice Stanley G. Payne en su libro sobre el dictador, Franco, el perfil de la historia, que, entrando de cabeza en “la actividad política”, asumió el mando de la rebelión el 1 de octubre de 1936; y ya no lo soltó hasta su muerte en 1975, después de casi cuatro décadas de dictadura.





sábado, 14 de septiembre de 2024

El viento que agita la cebada (2006)


En 1171 Enrique II de Inglaterra desembarca con su ejército en las costa irlandesa, ocho siglos después las fuerzas de ocupación británicas continúan en la isla, aunque incapaces de asimilar a los naturales irlandeses; al menos a una gran parte que pretende la independencia, meta que resurge con mayor fuerza en el siglo XIX. La historia que Ken Loach cuenta en El viento que agita la cebada (The Wind That Shakes the Barley, 2006) arranca en 1920, y se narra desde el punto de vista de los rebeldes irlandeses, perspectiva que se desdobla en la segunda parte del film, cuando, tras el tratado que firman los líderes irlandeses y británicos, surgen las divergencias entre los independentistas y se crean dos bandos. Ese comienzo de película recrea un instante de aparente apacibilidad, en el que dos equipos de vecinos compiten tan tranquilos, divirtiéndose en un partido que no presagia el enfrentamiento fraterno posterior. Ese comienzo introduce la represión británica, de la cual se encargan las fuerzas de ocupación que se han radicalizado tras movimientos independentistas como el alzamiento de Pascua en abril de 1916. Se endurecen para no perder el control sobre la isla, una pieza más en su gran imperio.


Prohibidas las reuniones, se corta por lo sano cualquier opción de rebelión; así que la armonía que impera durante el juego se rompe poco después de finalizar el partido, cuando irrumpe el pelotón ingles que Loach muestra brutal. No se trata tanto de establecer una línea entre buenos y malos —en todo caso inexistente—, sino de la mirada que Loach (y Paul Laverty, el guionista) escoge para narrar. La suya se posiciona al lado de las víctimas de la violencia de Estado, una violencia que, según Hannah Arendt, surge cuando el Poder se siente amenazado. <<Gobernar por medio de la violencia ocurre cuando se está perdiendo el poder>>, pero <<el poder y la violencia se oponen el uno a la otra; allá donde uno domina, la otra está ausente. La violencia aparece cuando el poder peligra, pero si se permite que siga su curso, lleva a la desaparición del poder>> (1). Y viendo peligrar su poder en la isla, el gobierno británico, por medio de sus tropas, prohíbe, humilla, abusa, golpea, ejecuta. Pero resulta que a la fuerza bruta del Imperio le sigue una opuesta de igual o mayor intensidad. Este choque no es puntual ni aislado, sino que se produce en todo el país, sumido entre dos violencias (y terrores): la de ocupación y la de liberación. La guerra por la independencia es una guerra sucia, de guerrilla, torturas y delación, sin un campo de batalla concreto, pues toda Irlanda puede serlo, se lucha en las calles y en los campos, pero no en una lucha abierta.


Alejada de los grandes nombres de la historia, de los Michael Collins y Éamon de Valera, que son los antagonistas escogidos por Neil Jordan para su mirada a la independencia irlandesa en Michael Collins (1996), El viento que agita la cebada se mantiene fiel a la mirada compartida por Loach y Laverty, la cual se centra en un pequeño grupo anónimo para abordar el conflicto que depara una guerra civil entre hermanos. En este aspecto, la mirada histórica al conflicto y a la esperanza que no se cumple o que se cumple a medias en el caso irlandés, El viento que agita la cebada, título que se corresponde con el del poema (canción) de Robert Dwyer Joyce, complementa en cierto modo lo expuesto en Tierra y libertad (Land and Freedom, 1995). Ambas son películas bélicas al estilo de Loach, es decir que se posiciona hacia el lado de los oprimidos por un sistema que les impide dejar de serlo e intenta establecer un diálogo imposible dentro de la revolución que, en los dos casos, viven los personajes. Ambientadas entre las dos guerras mundiales, desarrollan un pasado de lucha por la libertad y el alto precio que implica vivir el sueño de ser libres en la utopía que esperan construir: por un lado la libertaria y por otro la independencia. En las dos se acaricia la posibilidad de la victoria, pero se malogra en el caso español —la reacción vence a la revolución—, y en el irlandés depara una lucha fratricida, pues lo que se inicia como una guerra de independencia acaba siendo un conflicto civil entre amigos e incluso entre hermanos. La lucha contra los británicos depara un acuerdo agridulce, una victoria parcial, que no contenta y que genera la desilusión de no pocos guerrilleros, independentistas y republicanos irlandeses, entre ellos Damien (Cillian Murphy), quien durante la guerra de independencia lucha junto a su hermano Teddy, a quien se enfrenta tras el tratado de paz firmado por los líderes irlandeses y los británicos. En ese instante se produce una división entre los republicanos, algunos como Teddy (Pádraic Delaney) asumen que deben cumplir el pacto, que les concede autonomía, aunque manteniendo el juramento de lealtad a la corona británica —los políticos ingleses temen que la pérdida de Irlanda sea el principio del fin de su vasto imperio—, y otros como Damien continúan la lucha porque consideran que no les concede la libertad ni la independencia por la que tantos de los suyos han sufrido y muerto…


(1) Hannah Arendt: Sobre la violencia (traducción de Carmen Criado). Alianza Editorial, Madrid, 2018.

viernes, 13 de septiembre de 2024

Yo, Daniel Blake (2016)

Si hubiese un neorrealismo británico, su máximo representante sería Ken Loach, cuyo cine social hace visibles a los invisibles como Bob, Joe o Dan, los protagonistas de Lloviendo piedras (Raining Stones, 1993), Mi nombre es Joe (My Name Is Joe, 1998) y Yo, Daniel Blake (I, Daniel Blake, 2016). Los tres son trabajadores en paro y marginados por el sistema para el cual han trabajado, pero el tercero vive una situación más kafkiana, humillado por una burocracia más deshumanizada si cabe que las de la época de Bob y Joe (los años noventa del siglo XX). El mundo de Dan ha desaparecido, el que lo sustituye le es desconocido. Se trata de la era de la informática, en la cual los funcionarios semejan, salvo excepciones puntuales, robots. Los trabajadores que llevan su “expediente” se muestran incapaces de salirse del programa, ya no pueden ni saben personalizar a quienes atiende, ateniéndose a las órdenes programadas. Son esclavos del sistema del que Dan es víctima, pero este no se da por vencido. Es un tipo acostumbrado a la lucha y eso es lo que hace, porque no puede hacer otra cosa. En su ir y venir se hermana a K en El Castillo, peleándose contra agentes que trabajan para el poder invisible que lo controla todo y a todos hace números, estadísticas, objetos… El inicio de Yo, Daniel Blake sobre fondo negro deja escuchar dos voces: la de protagonista (Dave Johns) y la de la funcionaria de sanidad que, más que atender, le ignora constantemente exigiéndole que se ciña al cuestionario que el obrero, recién salido de una operación coronaria, sabe inútil, porque su problema, no se cansa de repetirlo, es el corazón. Ese instante señala el inicio del film, pero también el de la lucha de Dan por no morir como persona a manos de un sistema impersonal en grado superlativo, en manos de empresas y gobiernos que ya no ven a sus gobernados como personas. Pero ¿alguna vez ha existido algún gobierno que si las viese y tratase como tales?

Los paisajes humanos que Loach radiografía suelen ser los británicos de finales del siglo XX y primer cuarto del XXI. Sus personajes son únicos, pero el sistema hace prescindibles, les roba el nombre, la identidad. ¿Qué le puede importar al sistema los problemas del padre de Lloviendo piedras o la humillación a la que se ve sometido este obrero que, como consecuencia de la ineptitud de la representante de un sistema regido por normas que no tienen en cuenta a quienes rigen, pierde su subsidio por incapacidad laboral? Pero Dan se niega a perder su identidad individual y humana en una época que no le reconoce y en la que no se ubica, pues es un hombre de otros tiempos, de cuando las cosas se hacían cara a cara y sabían su nombre. Se encuentra en una situación absurda que le supera. Nada sabe de informática ni de tener que aguardar una hora y media al teléfono mientras suena una melodía y una voz que repite “por favor espere, su llamada será atendida en seguida”. Tampoco comprende el porqué ha de destacar entre la multitud para lograr un puesto laboral al que se presentan mil candidatos. Su enfermedad le impide ejercer: pero al sistema poco que le importa. Le exige que busque empleo para poder solicitar el subsidio por incapacidad. Absurdo, kafkiano, humillante, trágico, el recorrido de Dan muestra un panorama donde el bienestar ya está más cerca de ser exclusivo de unos pocos, un lujo solo al alcance de quienes se encuentran en la parte alta de la sociedad, que son quienes nunca se verán en una situación como la de Daniel o la Katie (Hayley Squires), la joven madre que no tiene para abonar el recibo de la luz, ni apenas dar comer y vestir a sus dos hijos. Ella también se ve empujada al abismo, en su caso a vivir de su cuerpo si quiere sobrevivir y que los suyos sobrevivan. Lo expuesto por Loach, a partir del guion de Paul Laverty, no pretende lucir en la pantalla, sino develar y denunciar una situación que no por ficticia deja de ser real. La de Dan no es una tragedia única, sino que se repite en la cotidianidad de los países llamados desarrollados; en concreto en ese Reino Unido donde los héroes y heroínas de Loach son marginales no por elección, sino por deshumanización y desentendimiento de gobierno, ya que no hay uno que vele por ellos, sino uno que los digitaliza y no atiende a sus necesidades, solo a las que demanda el propio sistema…


jueves, 12 de septiembre de 2024

Los visitantes ¡No nacieron ayer! (1993)


¿Dónde está el chiste de Los visitantes ¡no nacieron ayer! (Les visiteurs, 1993)? En la mirada cómplice, en ponernos en la piel de los viajeros temporales y hacer nuestro el choque cultural y social entre dos épocas: el medievo, sociedad estamental, de supuestas costumbres embrutecidas y de escasa higiene —una imagen contraria a la que el público tiene de la Grecia Clásica y de la Antigua Roma, sociedades que popularmente llevan asociadas urbanidad, civismo, arte, lujo, tal vez por la idea de una Atenas democrática cuna de la cultura y del pensamiento occidental y de una Roma imperial, festiva, lujosa, lujuriosa, en constante lucha por el poder del imperio, imágenes ambas que el cine y la literatura han ayudado a propagar—, y finales del siglo XX, fin de siglo dominado (como el resto de la centuria) por la burguesía y la clase media a la que pertenecen Jean-Pierre (Christian Bujeau) y Beatrice (Velèrie Lemercier), el matrimonio contemporáneo que acoge a los desventurados medievales. A ese presente, futuro para los viajeros, pasado para nosotros, se le atribuye un refinamiento en las costumbres, pero, en la pantalla, resaltan el kitsch y el gusto por lo superficial. Esto desorienta más si cabe a los desubicados temporales y provoca no pocas situaciones que invitan a la caricatura y la risa o, más bien, intentan forzar ambas. Los viajes en el tiempo no eran una novedad, sin embargo, el punto de vista empleado por Jean-Maria Poiré y Christian Clavier, sus guionistas, le confieren cierta originalidad que, forzando las situaciones, busca divertir basando su intento en el enfrentamiento cultural que se produce entre los viajeros y el mundo contemporáneo al que acceden después de ingerir el brebaje que debía transportarles al instante previo en el que el conde de Miramón (Jean Renó), bajo el hechizo de una bruja, mata a su futuro suegro. A priori, se me antoja más traumático un salto al futuro (lejano) que al pasado, ya que avanzar implica ir hacia lo desconocido —quien viaja al futuro lo hace sin datos ni fuentes que den a conocer lo que va a encontrarse— y retroceder es (algo así) como volver sobre lo conocido y vivido, aunque fuesen otros los vividores.


En el caso de ir hacia adelante en el tiempo, lo cual hacemos a diario, pero en pequeños pasos, el aventurero ignora los adelantos o atrasos de la época que visita, mientras que el traslado al pasado no desubica de la historia, solo sitúa al viajero en un punto anterior de la misma; de modo que este pueda controlar el medio al que accede, como le ocurre al protagonista de la novela de Mark Twain Un Yanki en la corte del rey Arturo, que a pesar de no ser un lumbreras logra imponerse en los días artúricos gracias a los conocimientos adquiridos en su época contemporánea, cuyo desarrollo tecnológico y científico supera a la pretérita. Los visitantes de Poiré proceden del siglo XI, lo cual implica que lleguen al siglo XX con un desconocimiento absoluto de cuanto encuentra a su paso, ya sean vehículos, edificios, costumbres, el habla y el pensamiento, que chocan con su manera de hablar y de entender el mundo. Esto genera la atmósfera burlona y cómica que domina toda la película, pero, más allá del primer impacto, lo que queda es la repetición de la broma y del chiste fácil. Mas nada de lo dicho impidió que Los visitantes resultase un éxito comercial sin precedentes en Francia, tal que ha dado pie a dos secuelas —Los visitantes regresan por el túnel del tiempo (Les couloirs du temps: Les visiteurs II, 1998) y Los visitantes la lían en la revolución francesa (Les visiteurs: La révolution, 2016)— y una versión hecha en Hollywood —Dos colgados en Chicago (Just Visiting, 2001)—, todas ellas dirigidas por Poiré y escritas en colaboración de Clavier, quien se queda para sí un doble papel interpretativo. Suyos son Jacquard y Jacquouille, respectivamente el siervo medieval y su esnob descendiente, quien, gracias a los cambios y el progreso sociales a través de los siglos, se encuentra en lo alto del escalafón social del que presumen su altivez, sus trajes de diseño y su capacidad adquisitiva. Es el director y el dueño del hotel en que han transformado el castillo del noble sire Godofredo el “audaz”. Cierto que ninguna de las secuelas ni la versión estadounidense superan lo ya expuesto en este primer desencuentro entre el pasado y el presente que se produce cuando Godofredo, conde de Miramón, y Jacquard son enviados por arte de magia, y por error de cálculo del mago, al futuro donde ambos se encuentran con su descendencia y con la sorpresa de que todo ha cambiado…



Montaigne, Zweig y los libros


En el libro de lengua castellana de C. O. U. (1989), Fernando Lázaro Carreter explica que <<el término ensayo fue creado por el escritor francés Montaigne, como título de su famosísima obra Essais (1580); aludía con él a que exponía “experiencias” suyas. Eran, en efecto, noventa y cuatro capítulos en el que el autor manifestaba sus puntos de vista personales ante asuntos variados: la amistad, los libros, la naturaleza física y humana, etc.>> (1) Por entonces, había leído pocos ensayos y ninguno de Montaigne, un autor con quien me encontré mucho después. En sus textos había dejado parte de su pensamiento, parte de sí mismo, pero no se trata tanto de que Montaigne inventase el género, que no lo hizo, como el llevarlo a tal extremo que, en su honor y memoria, su obra dio el nombre a un género literario que todavía hoy continúa muy vivo, porque siempre hay algo o alguien sobre que o quien ensayar. Tiempo después de su muerte, el propio Montaigne se convirtió en ensayo y estudio de otros autores. ¿Qué habría ensayado el escritor francés sobre su experiencia como un sujeto de estudio? Al igual que él, aunque por distintos motivos, no podremos saberlo. De lo que sí tenemos noticia es de la opinión que Stefan Zweig se hizo sobre su vida y obra. Fue leyendo a Zweig que quise encontrarme con Montaigne.



En uno de sus últimos trabajos, el escritor austriaco ensaya sobre Michel de Montaigne y, en un momento puntual, expresa que el ensayista <<cuenta de modo insuperable lo que lee y lo que lee con gusto. Su relación con los libros es, como en todo, una relación de libertad. Tampoco aquí conoce ningún tipo de deber. Quiere leer y aprender, pero solo aquello que le agrada, y justo cuando le produce placer. De joven confiesa haber leído “para hacer alarde”, para hacer gala de conocimientos; después, para ser un poco más sabio; ahora solo lo hace por placer, y nunca para sacar alguna ventaja. Si un libro le resulta pesado, lo cambia por otro. Si algo le resulta demasiado difícil, “no me muerdo las uñas sobre los pasajes difíciles que encuentro en un libro. Atacó una o dos veces, después lo dejo, porque mi inteligencia solo es capaz de un asalto. Cuando no entiendo un punto a la primera lectura, nada me aprovechan los esfuerzos renovados, no hacen más que oscurecer el asunto”. En el instante en que la lectura le produce cansancio, este lector perezoso deja caer el libro: “No tengo necesidad de sudar sobre los libros, y puedo desecharlos cuando me viene bien”. No se instaló en su torre para convertirse en un erudito o en un escoliasta; de los libros reclama que lo estimulen y que lo ilustren solo a través del estímulo. Aborrece todo lo sistemático, todo cuanto pretende imponerle una opinión o un saber ajenos. Todo libro de enseñanza le resulta antipático. “En general elijo libros en los que la ciencia ya está aprovechada, y no los que solo conducen a ella”. Un lector perezoso, un aficionado a la lectura; pero ni en su tiempo ni en tiempo alguno se ha dado jamás un lector ni mejor ni más sagaz. El juicio de Montaigne sobre los libros estamos dispuestos a suscribirlo en el cien por cien de los casos>>. (2) En el ensayo principal de la compilación El legado de Europa, Zweig habla de tres estados de lectura en su ilustre retratado: una primera etapa de presunción, pero también de aprendizaje; una segunda, de sabiduría, y también de aprendizaje; y una tercera, de libertad, y aprendizaje, que se adapta como un guante a la identidad lectora que se ha ido formando en la continua evolución de los tres periodos para dar plenitud y comunión a la relación lector-lectura.



Por su parte, en uno de sus Ensayos, que dedica a los Libros, Montaigne confiesa también que <<Apenas leo los libros nuevos, porque los antiguos me parecen más sólidos y sustanciosos; […] Entre los libros de mero entretenimiento me placen entre los modernos el Decameron, de Boccaccio, el de Rabelais*, y el titulado Besos, de Juan Segundo. Los Amadises y otras obras análogas ni siquiera de niño me deleitaron. ¿Añadiré además, por osado o temerario que parezca, que esta alma adormecida no se deja cosquillear por Ariosto, ni siquiera por el buen Ovidio? La espontaneidad y fecundia de este me encantaron en otro tiempo, pero hoy apenas si me interesan>>. Montaigne explica sus gustos literarios y llega a numerar entre sus poetas preferidos a Virgilio, Lucrecio, Catulo y Horacio, de quien apunta que <<considero las Georgias como la obra más acabada que pueda engendrar la poesía; si se las compara con algunos pasajes de la Eneida, se verá fácilmente que su autor hubiera retocado estos, de haber tenido tiempo para ello. El quinto libro del poema me parece el más perfecto>>. (3) El pensador se extienden es sus explicaciones y comentarios, desvelando una identidad lectora consumada, juiciosa, basada en el conocimiento y la reflexión de sus lecturas —dudo que hubiese alguien tan leído en su época y en muchas otras— y sobre los distintos autores que acepta o rechaza. De todo esto, se puede deducir que Montaigne no era amante de un solo libro, sino un enamorado de los libros, de ahí que fuese alguien que mantenía relación con muchos. A algunos permaneció fiel, a otros olvidó por el camino y en nuevos horizontes lectores buscó aire fresco, pero, fuese con unos o con otros, como asevera Zweig, <<en su tiempo ni en tiempo alguno se ha dado jamás un lector ni mejor ni más sagaz>>, ¿o sí?



*Nombrando al autor (Rabelais), Montaigne refiere la popular novela satírica Gargantúa y Pantagruel.


(1) Fernando Lázaro Carreter: Lengua Española (C. O. U.) —Siendo puntilloso, fiel al origen y respetuoso con el resto de las lenguas habladas en España, “Lengua Castellana” habría sido un título más adecuado para un libro de texto que se centra exclusivamente en la gramática castellana—. Editorial Anaya, Madrid, 1989.


(2) Sefan Zweig: MontaigneEl legado de Europa (traducción Claudio Gancho). Acantilado, Barcelona, 2003.


(3) Michael de Montaigne: Ensayos (traducción Constantino Román y Salamero). Penguin Random House, Barcelona, 2014.

miércoles, 11 de septiembre de 2024

El perezoso y los koalas que quieren autoeditarse chachi


En el panorama actual todo es en la inmediatez y todo tiene un precio, tal vez en los paisajes previos también cualquier parte de la totalidad viajase a alta velocidad y costase lo suyo, pero, al no estar allí, hablo del ahora, que luego ya será después y otros vendrán con su cháchara. Recuerdo la conversación que mantuve con un perezoso, animal que me parece un ejemplo de engañabobos porque, apuntando a dormirse, te mira, bosteza, te sonríe bobalicón y ya te tiene encandilado. Apenas se mueve, parece que su cerebro marcha a igual velocidad, pero te está engañando. Va mucho más rápido que el de cualquier humano. Te estudia sin que sospeches ser el blanco de su medición. Y entonces, cuando él ya sabe de qué pie cojeas y tú crees que lo sabes todo, te das cuenta de que no sabes nada, y mucho menos sobre folívoros. ¡Zas! ¡Has caído en su trampa! Lo comprendes demasiado tarde, cuando quieres escapar y no puedes porque temes ser descortés con ese peluche vivo que mueve su cabecita con suavidad y no te levanta la voz. Apenas susurra cuando habla y, claro, uno no es de piedra y siente curiosidad por escuchar si ese embaucador profesional, que no deja de abrazar su árbol ni a sol ni a sombra, tiene algo interesante que decir.

—Hombre, perezoso, podías elevar el tono —dije en un intento de simularme tranquilo—. Por cierto ¿qué es de tu primo el oso hormiguero? No lo veo desde el último día que bajé al bosque —bromeé para romper el hielo, que por un rato seguí picando—. Vengo de las nubes, que es donde vivo a pesar de la humedad. Allí no se está mal, me refiero en las nubes, siempre que mires donde pises, pues su piso resulta resbaladizo y un tanto engañoso, por cambiante y…

—¡Mi primo! ¡Mi primo! —exclamó sin elevar la voz, logro que, aparte de difícil, probaba su talento y su proverbial paciencia— No mentes a mi primo, que traga como una aspiradora y siempre mete las narices donde no le llaman. Bueno es él, arrastrándose por ahí sin saludar, por no levantar la cabeza. Así que déjate de mi primo y hablemos del estado de la vegetación. Mejor aún, charlemos de las hojas gourmet del quinto pino, están la mar de sabrosas. Las sirven con una salsa de… ¿Y por qué no del catastro forestal o de las editoriales de autoedición y coedición para koalas que quieren autoeditarse chachi? Sí, hablemos de esto, aunque nunca he visto a un koala por aquí. —Y sin moverse de su rama, el piloso afirmaba que son negocios muy lucrativos para ellas y un trabajo a posteriori para los marsupiales que las contratan—. A nadie escapa que encuentran en la ilusión de los koalas la sangre que da vida a su negocio —continuó a velocidad de águila—, el cual consiste en dar forma de libro a cualquier escrito que se le presente y se pague por editar. Una vez cobrados sus servicios, se desentienden de la obra. Su producto y su ganancia no es el libro en sí, sino el sueño de esas criaturas que se aventuran en la escritura; sí mejores o peores escritores es otro cantar, y descubrirlo tampoco es la labor de aquellos a quienes pagan por, básicamente, imprimir, encuadernar y abrirles un canal de distribución que promete ser el de Suez, pero por el que apenas se cuela una hormiga —hizo un alto y miró hacia el suelo, como quien busca una moneda caída—. Espero que mi primo no ande por aquí…

—Oye, ¿pero esta no iba a ser tu hora de siesta? —pregunté para cambiar de tema, pues el de los koalas me pillaba a desmano.

—No digas tonterías. Se nota que vives en las nubes. Los perezosos no “siesteamos” después de dormir dieciocho horas seguidas. ¡Déjanos descansar! Las seis restantes hacemos que pasmamos para salir en la foto —me censuró antes de proseguir con el asunto que le interesaba— Como te decía, esto debería quedar claro tanto en su publicidad como en el proceso de compra-venta. Y así el asunto quedaría esclarecido desde el principio; y cualquier despistado, que los koalas lo son mucho, fíjate que ni siquiera saben que viven en Australia, sabría qué le ofrecen y a cambio de qué. Como ves, no soy un lince, pero ojos tengo...

—Cierto, y bien que engaña tu mirada...

—No me digas, ¿a quien voy a engañar con estos pelos? Bueno, da igual, ya iré a que me arreglen este pelaje desgreñado. A lo que iba. Así no habría quejas por parte de quienes escriben un libro y no intentan la edición tradicional; esta es otra. Difícil lo tienen porque las de siempre, aunque ya no sean las de antes, ni les escuchan, pues también atiende a su negocio, que es ir sobre seguro o lo que consideran tal. En fin, no quiero aburrirme, que ese es mi trabajo y ahora estoy descansando. Aspiración, divino tesoro, ¿o era juventud? —no puedo decir si dudaba o si pensaba, pues sus gestos eran tan estudiados que ni Paul Newman se hubiese atrevido a jugarse los cuartos de Robert Redford con él—. Estas empresas beben de las ilusiones de los aspirantes a los que, a cambio de dinero, acercan su fantasía a la realidad, que no deja de ser el espejismo de otra, pues ¿quién cree posible que un sueño cobre cuerpo sin perder su esencia onírica? Una vez facturado el producto, cae sobre los marsupiales el peso de la promoción —la editorial cumple su mínimo y la despacha con una nota en alguna parte que nadie mira, con unos segundos de montaje promocional, unos marcapáginas que a pocos han de interesar y minucias del estilo— y el trabajo de deshacerse de los ejemplares contratados o de los establecidos para que el asunto pase a considerarse “coedicion”, que no deja de ser otra venta más, pues el koala de turno ha de vender los volúmenes sin recibir remuneración a cambio; y en el caso de no alcanzar las ventas pactadas, pagar de su cartera los no vendidos. Y a eso le llaman publicación gratuita…

—Mira, no es por dejarte con la palabra en la boca, pero me han invitado a una proyección de Leone, y ya llego tarde.

—Si, pues que espere, que ya esperó en la que salía con Timón y Pumba… Lo correcto sería sustituir el “coedición” por algo así como “la edición tiene un precio, aunque te digamos que es gratis con asterisco” o “la edición no será gratuita, sino a cambio del total de las ventas de x ejemplares que has de vender sin nuestra colaboración”. Si a ese precio se le restan los gastos de imprenta, de maquetación y de dudosa corrección ortotipográfica, queda el beneficio y este es exclusivamente para la “editorial”. El koala no ve ni una hoja de eucalipto. Se queda a dos velas o, con suerte, esfuerzo y muchos amigos compradores, podrá recuperar su inversión económica, incluso ganar un puñado de dólares (australianos), siempre y cuando esté dispuesto a coaccionar a familiares, a colegas, a conocidos y a algún canguro, o a dedicarle mucho tiempo a la doble labor de promocionar y vender su obra. Por mi parte, no estoy dispuesto a perder un minuto de mi fugaz existencia en llenarle los bolsillos a otros, cuando los míos están vacíos y... Vaya, pero si ni siquiera voy vestido. Además, dedicarle tiempo a ir de compras, me quitaría horas de sueño y, cuando no duermo, dedico mi ocio al estudio de los koalas. Por cierto, he descubierto algo muy curioso, que a la mayoría de marsupiales no les gusta leer. Quién lo diría con esos ojos que parecen hechos para la lectura. Aquí donde me ves, colgado de una rama, leo siempre antes de acostarme, pero nunca éxitos actuales o chismes de famosos de la selva, salvo que se trate de Mowgli. En cualquier caso, si vuelves por aquí, siempre me encontrarás dispuesto a dedicarte unos minutos. Díselo a cualquier nubarrón que tenga pensado dejarse caer por aquí.

—Vale, lo que tú digas. —contesté mientras pensaba que era ahora o nunca—. Bien, si no te importa, nos vemos otro día…

—¡Alto ahí! No te vayas sin moraleja o al menos sin saber que se trata de una elección y que un libro autoeditado por koalas puede tener sus buenas ventas, aunque sea en las antípodas y te traiga de cabeza…



Las cartas de Alou (1990)

A veces somos en exceso egoístas, tanto que nuestro ombliguismo nos impide ver más allá de nuestra barriga; cómo para detenernos un instante y preguntarnos quién es la persona que vende en la calle o en los locales nocturnos como el que asoma en Las cartas de Alou (1990). Cierto que todo el mundo tiene sus problemas, tópico en el que incluyo también a los matemáticos y a los menos problemáticos, y que los movimientos migratorios son constantes a lo largo de la historia (y seguirán siéndolo), pero ¿quién se pregunta por ese ambulante? ¿Qué y quién le obliga a vender mientras tantos disfrutan o no de su ocio? ¿Cuáles son las causas que le han empujado a dejar su tierra o cómo es su vida en un país que, debido a sus particularidades políticas, económicas e industriales, obligaba a los suyos a buscar en otros lares (dentro y fuera de sus fronteras) lo que se le negaba en el hogar? Hoy, en España, aunque se vean obligados a desplazarse, sus hijas e hijos sueñan y aspiran a las mayores comodidades; el sueño de bienestar así se lo aconseja, también sus padres y madres. ¿Es este el sueño de Alou (Mulie Jarju) cuando llega a la costa española? Obviamente, pero el panorama —en todo caso, complejo y nada claro— con el que se encuentra el protagonista de esta película dirigida y escrita por Montxo Armendáriz, y producida por Elías Querejeta, no es el fantaseado antes de poner sus pies en la península ibérica, tras el incómodo, costoso y peligroso viaje marítimo que le aleja de su familia y de la miseria que tampoco logra dejar atrás en el paraíso donde el rechazo es una de las primeras bienvenidas…

La población española envejece y precisa de la emigración (legal) para mantener su nivel de vida, sin embargo parte de la misma mira con malos ojos o con ojos de sospecha o indiferencia a quienes llegan para ocupar puestos laborales que ningún nativo desea para sí ni para los suyos. España es ya un país cuna de potenciales ministros, de ganadores de euromillones y de futuras estrellas mediáticas; nadie quiere ser menos que eso, aunque no sean lo suficiente para alcanzar tales metas, ni para aprobar la oposición con la que ya sueñan los padres cuando acunan a futuros suspensos, interinos y funcionarios con o sin carrera. Al menos, si aspirarán a abrir un libro y leerlo, aumentaría la esperanza de que pudiesen abrir y leer otro y, así, sucesivamente, reducir la ignorancia que a menudo genera miedo e intolerancia. Como cualquiera, Alou quiere prosperar y para ello trabaja y cambia de trabajo, buscando un porvenir que no llega porque, una y otra vez, la burocracia le niega los papeles de residencia, incluso cuando trabaja para un español que le avala. La falta de documentos le convierte en un ilegal pero, como afirma, no es ningún criminal. No niega que algunos lo sean o se hayan visto obligados a delinquir, opción que aumenta en la marginalidad, pero él, como la mayoría, solo es una persona que busca integrarse en una sociedad para la que o bien es invisible o mano de obra barata. Sus trabajos de vendedor ambulante, temporero, chatarrero, trabajador en un taller de costura, parecen corroborarlo. Mientras que, para los extremos, los racistas, se trata de un invasor, de alguien que no debería estar en el país. En Las cartas de Alou, Montxo Armendáriz detalla todo esto a modo de crónica de la cotidianidad de su protagonista desde el momento que se encuentra en aguas españolas hasta su deportación. Durante ese periplo humano, la vida en la calle, el colchón de madera de un banco o de pavimento urbano son los primeros hogares de Alou en la cálida y fría tierra prometida donde busca trabajo. El “delito” de Alou es buscar mejorar en un país que le resulta extraño y que, en no pocas ocasiones, se muestra hostil hacia los inmigrantes, aunque también amable e incluso, en el caso de Carmen (Eulàlia Ramon), amoroso…