miércoles, 11 de septiembre de 2024

El perezoso y los koalas que quieren autoeditarse chachi


En el panorama actual todo es en la inmediatez y todo tiene un precio, tal vez en los paisajes previos también cualquier parte de la totalidad viajase a alta velocidad y costase lo suyo, pero, al no estar allí, hablo del ahora, que luego ya será después y otros vendrán con su cháchara. Recuerdo la conversación que mantuve con un perezoso, animal que me parece un ejemplo de engañabobos porque, apuntando a dormirse, te mira, bosteza, te sonríe bobalicón y ya te tiene encandilado. Apenas se mueve, parece que su cerebro marcha a igual velocidad, pero te está engañando. Va mucho más rápido que el de cualquier humano. Te estudia sin que sospeches ser el blanco de su medición. Y entonces, cuando él ya sabe de qué pie cojeas y tú crees que lo sabes todo, te das cuenta de que no sabes nada, y mucho menos sobre folívoros. ¡Zas! ¡Has caído en su trampa! Lo comprendes demasiado tarde, cuando quieres escapar y no puedes porque temes ser descortés con ese peluche vivo que mueve su cabecita con suavidad y no te levanta la voz. Apenas susurra cuando habla y, claro, uno no es de piedra y siente curiosidad por escuchar si ese embaucador profesional, que no deja de abrazar su árbol ni a sol ni a sombra, tiene algo interesante que decir.

—Hombre, perezoso, podías elevar el tono —dije en un intento de simularme tranquilo—. Por cierto ¿qué es de tu primo el oso hormiguero? No lo veo desde el último día que bajé al bosque —bromeé para romper el hielo, que por un rato seguí picando—. Vengo de las nubes, que es donde vivo a pesar de la humedad. Allí no se está mal, me refiero en las nubes, siempre que mires donde pises, pues su piso resulta resbaladizo y un tanto engañoso, por cambiante y…

—¡Mi primo! ¡Mi primo! —exclamó sin elevar la voz, logro que, aparte de difícil, probaba su talento y su proverbial paciencia— No mentes a mi primo, que traga como una aspiradora y siempre mete las narices donde no le llaman. Bueno es él, arrastrándose por ahí sin saludar, por no levantar la cabeza. Así que déjate de mi primo y hablemos del estado de la vegetación. Mejor aún, charlemos de las hojas gourmet del quinto pino, están la mar de sabrosas. Las sirven con una salsa de… ¿Y por qué no del catastro forestal o de las editoriales de autoedición y coedición para koalas que quieren autoeditarse chachi? Sí, hablemos de esto, aunque nunca he visto a un koala por aquí. —Y sin moverse de su rama, el piloso afirmaba que son negocios muy lucrativos para ellas y un trabajo a posteriori para los marsupiales que las contratan—. A nadie escapa que encuentran en la ilusión de los koalas la sangre que da vida a su negocio —continuó a velocidad de águila—, el cual consiste en dar forma de libro a cualquier escrito que se le presente y se pague por editar. Una vez cobrados sus servicios, se desentienden de la obra. Su producto y su ganancia no es el libro en sí, sino el sueño de esas criaturas que se aventuran en la escritura; sí mejores o peores escritores es otro cantar, y descubrirlo tampoco es la labor de aquellos a quienes pagan por, básicamente, imprimir, encuadernar y abrirles un canal de distribución que promete ser el de Suez, pero por el que apenas se cuela una hormiga —hizo un alto y miró hacia el suelo, como quien busca una moneda caída—. Espero que mi primo no ande por aquí…

—Oye, ¿pero esta no iba a ser tu hora de siesta? —pregunté para cambiar de tema, pues el de los koalas me pillaba a desmano.

—No digas tonterías. Se nota que vives en las nubes. Los perezosos no “siesteamos” después de dormir dieciocho horas seguidas. ¡Déjanos descansar! Las seis restantes hacemos que pasmamos para salir en la foto —me censuró antes de proseguir con el asunto que le interesaba— Como te decía, esto debería quedar claro tanto en su publicidad como en el proceso de compra-venta. Y así el asunto quedaría esclarecido desde el principio; y cualquier despistado, que los koalas lo son mucho, fíjate que ni siquiera saben que viven en Australia, sabría qué le ofrecen y a cambio de qué. Como ves, no soy un lince, pero ojos tengo...

—Cierto, y bien que engaña tu mirada...

—No me digas, ¿a quien voy a engañar con estos pelos? Bueno, da igual, ya iré a que me arreglen este pelaje desgreñado. A lo que iba. Así no habría quejas por parte de quienes escriben un libro y no intentan la edición tradicional; esta es otra. Difícil lo tienen porque las de siempre, aunque ya no sean las de antes, ni les escuchan, pues también atiende a su negocio, que es ir sobre seguro o lo que consideran tal. En fin, no quiero aburrirme, que ese es mi trabajo y ahora estoy descansando. Aspiración, divino tesoro, ¿o era juventud? —no puedo decir si dudaba o si pensaba, pues sus gestos eran tan estudiados que ni Paul Newman se hubiese atrevido a jugarse los cuartos de Robert Redford con él—. Estas empresas beben de las ilusiones de los aspirantes a los que, a cambio de dinero, acercan su fantasía a la realidad, que no deja de ser el espejismo de otra, pues ¿quién cree posible que un sueño cobre cuerpo sin perder su esencia onírica? Una vez facturado el producto, cae sobre los marsupiales el peso de la promoción —la editorial cumple su mínimo y la despacha con una nota en alguna parte que nadie mira, con unos segundos de montaje promocional, unos marcapáginas que a pocos han de interesar y minucias del estilo— y el trabajo de deshacerse de los ejemplares contratados o de los establecidos para que el asunto pase a considerarse “coedicion”, que no deja de ser otra venta más, pues el koala de turno ha de vender los volúmenes sin recibir remuneración a cambio; y en el caso de no alcanzar las ventas pactadas, pagar de su cartera los no vendidos. Y a eso le llaman publicación gratuita…

—Mira, no es por dejarte con la palabra en la boca, pero me han invitado a una proyección de Leone, y ya llego tarde.

—Si, pues que espere, que ya esperó en la que salía con Timón y Pumba… Lo correcto sería sustituir el “coedición” por algo así como “la edición tiene un precio, aunque te digamos que es gratis con asterisco” o “la edición no será gratuita, sino a cambio del total de las ventas de x ejemplares que has de vender sin nuestra colaboración”. Si a ese precio se le restan los gastos de imprenta, de maquetación y de dudosa corrección ortotipográfica, queda el beneficio y este es exclusivamente para la “editorial”. El koala no ve ni una hoja de eucalipto. Se queda a dos velas o, con suerte, esfuerzo y muchos amigos compradores, podrá recuperar su inversión económica, incluso ganar un puñado de dólares (australianos), siempre y cuando esté dispuesto a coaccionar a familiares, a colegas, a conocidos y a algún canguro, o a dedicarle mucho tiempo a la doble labor de promocionar y vender su obra. Por mi parte, no estoy dispuesto a perder un minuto de mi fugaz existencia en llenarle los bolsillos a otros, cuando los míos están vacíos y... Vaya, pero si ni siquiera voy vestido. Además, dedicarle tiempo a ir de compras, me quitaría horas de sueño y, cuando no duermo, dedico mi ocio al estudio de los koalas. Por cierto, he descubierto algo muy curioso, que a la mayoría de marsupiales no les gusta leer. Quién lo diría con esos ojos que parecen hechos para la lectura. Aquí donde me ves, colgado de una rama, leo siempre antes de acostarme, pero nunca éxitos actuales o chismes de famosos de la selva, salvo que se trate de Mowgli. En cualquier caso, si vuelves por aquí, siempre me encontrarás dispuesto a dedicarte unos minutos. Díselo a cualquier nubarrón que tenga pensado dejarse caer por aquí.

—Vale, lo que tú digas. —contesté mientras pensaba que era ahora o nunca—. Bien, si no te importa, nos vemos otro día…

—¡Alto ahí! No te vayas sin moraleja o al menos sin saber que se trata de una elección y que un libro autoeditado por koalas puede tener sus buenas ventas, aunque sea en las antípodas y te traiga de cabeza…



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