viernes, 30 de enero de 2015
Redacted (2006)
miércoles, 28 de enero de 2015
Faraón (1966)
martes, 27 de enero de 2015
Chaplin (1992)
viernes, 23 de enero de 2015
Los niños de Hiroshima (1952)
La primera parada de la heroína nos lleva hasta el emplazamiento donde, tiempo atrás, se levantaba su hogar. Allí honra la memoria de sus difuntos, antes de reemprender su recorrido, durante el cual se encontrará con huérfanos (como ella) y otras personas que perecen como consecuencia de la radiación, que continúa afectando a parte de la población, a mujeres como su amiga Natsue (Miwa Saito), que no puede tener hijos, u hombres como Iwakichi (Osamu Takizawa), un antiguo conocido que luce en su rostro la marca de una explosión que también ha estigmatizado su interior. Iwakichi se avergüenza de su ceguera y de que esta lo haya condenado a pedir limosna para sobrevivir. Además, esta imagen humana, física y espiritual, de aquel agosto de 1945, confiesa a Takako su incapacidad para asumir el cuidado de su nieto de siete años, un niño que, como tantos otros en la ciudad, vive en un orfanato. Pero, a pesar de la distancia, el pequeño se ha convertido en la fuerza vital de Iwakichi, por ello se niega a aceptar la propuesta de la maestra cuando le ofrece la posibilidad de un hogar para el niño. Ante la negativa del abuelo, y después de visitar el orfanato, la joven decide aventurarse por las calles de la ciudad para saber qué fue de sus antiguos alumnos; de ese modo inicia su recorrido por las huellas imborrables que se presentan tanto en su memoria (Natsue y ella misma todavía se estremecen al escuchar el sonido de los aviones que sobrevuelan Hiroshima) como en la cotidianidad en la que, además de las secuelas, también descubre optimismo y aceptación (en la familia de uno de los niños a quien dio clase), indiferencia (en otro de antiguo alumno) o la resignación de una niña moribunda de quien también fue maestra.
jueves, 22 de enero de 2015
Dillinger (1973)
Los guiones que John Milius escribió para John Huston (El juez de la horca), Sydney Pollack (Las aventuras de Jeremiah Johnson) y Ted Post (Harry el fuerte) facilitaron su debut en la dirección de largometrajes en una producción que expone los últimos momentos de la carrera delictiva de un referente del cine gangsteril de la década de 1930, un delincuente, nacido de la Gran Depresión, que ya había sido llevado a la pantalla por Max Nosseck en Dillinger, el enemigo público número uno (1945). No obstante, el planteamiento narrativo de Nosseck poco tiene que ver con el expuesto por Milius, quien dotó a su Dillinger de mayores dosis de violencia y ofreció parte del protagonismo al agente Melvin Purvis (Ben Johnson), cuya presencia sería uno de los aciertos de un film irregular, que destaca por su cuidada ambientación de aquellos años de depresión económica que afectó hasta extremos asfixiantes al ciudadano corriente. El Dillinger interpretado por Warren Oates pretende alcanzar el sueño americano atracando bancos, aunque, en realidad, anhela ser una estrella mediática que llame la atención de la masa social, la cual, condenada a la pobreza y a la miseria, ve en él a un héroe donde solo hay un criminal que actúa en beneficio propio y sin prestar atención a la realidad social que afecta a todo un conjunto. Y quizá sea esta creciente popularidad lo que más afecta a los representantes de la ley que lidera Purvis, agentes que actúan como matones de gatillo fácil a la hora de descargar su armas sobre esos forajidos a quienes sin prisa, pero sin pausa, van dando caza a lo largo del film. De tal manera, Dillinger y Purvis se igualan en su ausencia de escrúpulos y en el empleo de métodos expeditivos que les permita alcanzar aquello que persiguen: dinero y reconocimiento, el primero, obsesionado con la idea de la fama, y exterminar a los forajidos que componen la banda, el segundo, lo que implica que tras la placa se esconda una necesidad tan obsesiva como la que guía al delincuente.
miércoles, 21 de enero de 2015
Kanal (1957)
Cineasta clave de la cinematografía polaca, Andrzej Wajda inició su trayectoria profesional en 1950 con el cortometraje Zly chlopiec, para cuatro años después debutar en la realización de largometrajes con Generación (Poklenie, 1954). A este primer film le siguieron otras dos producciones también ambientadas en la Polonia de la Segunda Guerra Mundial: Kanal (1957) y Cenizas y diamantes (Popil i diament, 1958), por lo que las tres películas forman una especie de trilogía de la ocupación, pero, además, en estos dos últimos títulos ya se aprecia la modernidad cinematográfica que poco después se extendería por otros países del este europeo. En ellas expuso parte de la situación vivida por la resistencia polaca, de la que él mismo formó parte, pero, a diferencia de sus compañeras y salvo sus primeros minutos, que se desarrollan en la superficie para presentar la situación y a los personajes, Kanal transcurre por el alcantarillado de Varsovia donde hombres, mujeres y niños, todos ellos miembros de la resistencia, intentan trasladarse al centro urbano, evitando de ese modo a los soldados alemanes que aguardan en el exterior, mejor armados y preparados para el combate. La situación por la que atraviesa el grupo convierte a cada uno de sus miembros en víctimas del claustrofóbico, maloliente y venenoso entorno subterráneo por el que deambulan con la intención de reagruparse para un nuevo ataque. Sin embargo, en la oscura profundidad del laberinto de canales, encuentran un enemigo tan letal como el que amenaza en la superficie, aunque sus armas no son de fuego, son la desorientación, la imposibilidad, el miedo, los gases tóxicos, que manan de sus aguas fecales, y la locura que se adhiere a quienes osan adentrarse en sus dominios.
martes, 20 de enero de 2015
Corazones de acero (2014)
Las películas que se desarrollan en guerras recientes suelen presentar a soldados condicionados y desorientados ante la ausencia de acción y de un enemigo con quien apenas mantienen contacto directo, pues la tecnología militar realiza la labor que décadas atrás desempeñaban aquellos jóvenes que se veían obligados a luchar cuerpo a cuerpo en un campo de batalla tangible, que se extendía por ubicaciones como la Alemania donde se ubica Corazones de acero (Fury). Los soldados de esta realista incursión bélica conviven a diario con la destrucción, la sangre, el miedo, la violencia y la muerte, características todas ellas que les afecta hasta transformarlos en parte misma de un medio liberador de los instintos primarios de quienes lo habitan, porque la guerra se encuentra presente dentro y fuera de ellos, incluso en aquellos momentos de supuesta calma, como sería la comida "familiar" que el sargento Don "Wardaddy" Collier (Brad Pitt) y el novato Norman Ellison (Logan Lerman) intentan mantener en compañía de dos civiles alemanas. Este instante, que el sargento toma como respiro para su maltrecha conciencia, evoca la inocencia perdida por la dotación del tanque que comanda, una inocencia desaparecida en algún punto del largo recorrido que les ha conducido desde África a Alemania, combatiendo durante años a un enemigo que, a pesar de replegarse, no tiene intención de rendirse. Corazones de acero se ambienta durante el periodo final del conflicto armado más sangriento del siglo XX y se desarrolla desde la perspectiva de los cinco tripulantes de un carro de combate que se ha convertido en su único hogar; aunque inicialmente no lo es para Norman, recién llegado y carente de las vivencias que han unido a sus compañeros y marcado sus comportamientos. En un primer momento, se observa el rechazo y cierto desprecio de los veteranos hacia la imagen inocente que Norman representa, porque su presencia les recuerda lo mucho que han perdido y lo que les queda por perder. Sin embargo, y a pesar de la brutalidad y rudeza tras las que intenta contener sus emociones, Wardaddy asume un comportamiento paternal y protector para con los suyos, ya que se siente responsable de mantenerlos con vida y eso implica abrir los ojos al inexperto, para que este comprenda, antes de que sea tarde, qué es la guerra y cómo actuar en una contienda que el novato empieza a respirar, ver y sentir sin desearlo (ninguno de ellos lo desea, pero no han tenido más opción que aceptarlo mientras luchan por sobrevivir en un espacio que les condena a muerte). En Corazones de acero la cámara de David Ayer describe un entorno donde imperan la destrucción, la violencia y la muerte, obligando a los soldados a actuar como seres acorralados a quienes únicamente les resta una mínima posibilidad de salir indemnes de la monstruosa hostilidad que se descubre en un campo de batalla que no entiende de límites y donde cualquiera puede morir o matar, porque, como exclama "Coon-Ass" Travis (Jon Bernthal) ante la reacción de Norman al descubrir horrores que ellos ya han experimentado, <<¡es la guerra!>>. Y la guerra es dolor y pérdida.
miércoles, 14 de enero de 2015
Intolerancia (1916)
Al contrario que El nacimiento de una nación, que fue un éxito monumental de público, Intolerancia no gustó a los espectadores, porque <<quizá resultara excesiva para que el público la comprendiera por entero en el transcurso de una sola proyección. Quizá estaba demasiado adelantada a su tiempo>>. La interpretación del fracaso del film, escrita por King Vidor en Un árbol es un árbol (A Tree is a Tree; 1953, 1981), vendría a corroborar que el respetable, desacostumbrado a la sucesión imparable de las imágenes proyectadas, se encontraba incapacitado para interpretar un montaje novedoso que liberaba a Griffith de ataduras espacio-temporales que imposibilitarían los continuos saltos temporales que muestran los cuatro periodos históricos en los que el amor, en lucha contra la intolerancia, se convierte en el hilo conductor de las historias que se enlazan mediante la figura de la mujer interpretada por Lilliam Gish, símbolo visual de la humanidad; aunque la esencia del film reside en la intención de su autor de crear un espectáculo visual y universal que, de nuevo tomando prestada una frase de Vidor, <<era una demostración de sentido cinematográfico en la más alta concepción de la palabra>>. Para que su película número cuatrocientos sesenta y siete fuera posible, Griffith contó con los beneficios de su anterior producción, reunido el presupuesto de dos millones de dólares, mandó construir espectaculares decorados —el del episodio babilónico ocupaba unos trece kilómetros cuadrados y encontró su inspiración en el film italiano Cabiria (Giovanni Pastrone, 1913)—, confeccionar el vestuario y contratar a miles de extras que repartió por los periodos que se desarrollan en La caída de Babilonia, La pasión de Cristo, La noche de San Bernardo y La madre y la ley, los cuales, como ya se ha dicho, se entremezclan sin orden cronológico a lo largo de las casi cuatro horas de duración, aunque hubo varios montajes e incluso se dijo que la película rodada superaba con creces el centenar de horas, lo que vendría a corroborar la búsqueda de la espectacularidad perseguida por un innovador que, con la llegada del sonoro, se vio apartado del arte que había ayudado a crecer.
martes, 13 de enero de 2015
La familia (1986)
Por el pasillo que conduce a las habitaciones y a las salas de la casa de Carlo (Vittorio Gassman) transcurren los ochenta años de su vida, de sus relaciones y de parte de la historia italiana del siglo pasado, una historia que, de manera intermitente, se deja entrever en el interior de una vivienda por donde deambulan, conviven, aparecen y desaparecen los miembros de una familia de clase media, personas que se observan desde la eterna presencia de ese hombre, primero como niño y finalmente como anciano, pero siempre en relación con sus elecciones y sus actos, en definitiva, desde de una vida que, a su juicio, pudo haberle dado mayores satisfacciones. Como sucede en otras películas de Ettore Scola, en La familia (La famiglia) predominan los espacios acotados en los que se producen las relaciones entre varios personajes, a través de quienes también se accede al mundo exterior, ajeno a la ubicación donde se desarrolla una trama que, a pesar de abarcar casi un siglo, parece no avanzar. Quizá por esa lentitud a la hora de narrar las ocho décadas de Carlo, La familia posea una narrativa más forzada que otros films de Scola, películas que también se desarrollan en espacios cerrados, pero en periodos cronológicos más reducidos: un edificio vacío en Una jornada particular (Una giornata particolare, 1977), el ático donde se reúnen los intelectuales de La terraza (La terrazza, 1980), el cine de Splendor (1989) o el restaurante donde se observa a los comensales de La cena (1998). En La familia el lugar escogido para la interacción entre los hombres y mujeres se limita a esa vivienda que nunca se abandona, y que parece existir al tiempo que lo hace el protagonista, que abre el film como nieto recién nacido y lo cierra como abuelo tras un periplo en el que se produce la transformación del entorno y las circunstancias que marcan el comportamiento de los miembros de la familia. De ese modo los personajes van surgiendo mientras otros desaparecen, una consecuencia lógica e inevitable del paso de los años y de la naturaleza humana, personas que permanecen en el recuerdo de un hombre a quien se observa crecer, madurar y envejecer dentro del seno de un núcleo mediante el cual Scola intentó acceder a los hechos externos que lo definen, pero sin lograr profundizar en ellos, quizá porque el periodo escogido abarca acontecimientos que el artífice de Macarrones (Maccheroni, 1985) no supo equilibrar a la hora de mostrar cómo afectan a sus personajes. Como consecuencia, La familia resulta una película que, en ocasiones, denota un ritmo lento, por momentos cansino, que provoca la pérdida de interés a medida que avanza una existencia que ha generado las insatisfacciones que se observan en el Carlo adulto, entre ellas aquella que nace de sus relaciones sentimentales con su mujer (Stefania Sandrelli) y con la hermana de esta (Fanny Ardant), dos relaciones en las que se enfrentan su realidad cotidiana (para él insatisfactoria) y su deseo (ideal que lo aleja de su monotonía y del paulatino distanciamiento en la que ha vivido sus años adultos).
domingo, 11 de enero de 2015
Harry Potter y el prionero de Azkaban (2004)
En 1997 Harry Potter y la piedra filosofal irrumpió en el panorama editorial convirtiéndose en un fenómeno económico que no tardó en llamar la atención de los grandes estudios hollywoodienses. De los interesados, fue Warner Bros. la productora que se hizo con los derechos de las adaptaciones cinematográficas del libro (y del resto de volúmenes que componen la saga), pero antes de que el proyecto definitivo viese luz verde se extendieron rumores, se confirmaron y desmintieron noticias y supuestas intenciones como el interés de Steven Spielberg por adaptar la fantasía creada por J.K.Rowling. Finalmente, fue Chris Columbus el responsable de llevar a la pantalla la primera y la segunda entrega de una franquicia que, salvo en Harry Potter y la orden del Fénix (David Yates, 2007), contó con Steve Kloves como guionista. De los siete títulos, y ocho películas que la componen, Harry Potter y el prisionero de Azkaban presenta mayor atractivo que el resto del conjunto, aunque esto no impide ciertos altibajos en su intento de distanciarse del tono infantil predominante en las dos entregas precedentes y de ofrecer un enfoque más sombrío y maduro (como también sucede en el original literario). Dicho enfoque no deja de formar parte de la estudiada evolución de la franquicia y de las pautas establecidas por el libro y por los intereses de los responsables económicos de las adaptaciones cinematográficas, circunstancia que puede llevar a pensar que habría sido indiferente el nombre del encargado de rodar este u otro film con Potter como protagonista. Para cualquiera de sus directores, en este caso Alfonso Cuarón, seguir las pautas preestablecidas conllevaría la limitación de su libertad creativa al tiempo que le obligaría a asumir directrices y a aceptar como suyas las expectativas de terceros, lo que explicaría que películas como Harry Potter y el cáliz de fuego (Mike Newell, 2005) o Harry Potter y la orden del Fénix (David Yates, 2007) se presenten más sintetizadas (con respecto a las novelas que adaptan) que el resto de largometrajes de la serie o que Harry Potter y las reliquias de la muerte (David Yates, 2010) fuese dividida en dos partes por motivos meramente comerciales. Por otra parte, como norma habitual en los siete títulos, también en Harry Potter y el prisionero de Azkaban aparecen nuevos personajes, entre ellos un tercer profesor de defensa contra las artes oscuras y un falso culpable, de nombre Sirius Black (Gary Oldman), fugado de la prisión de Azkaban, según fuentes del ministerio de magia, para matar a Harry (Daniel Radcliffe), a quien se descubre superado por las dudas generadas a partir de las acusaciones que señalan al evadido como el amigo que traicionó a sus padres. Este hecho provoca el conflicto emocional entre el pacífico carácter y la sed de venganza del joven protagonista, aún así, el interés del film no reside en profundizar en los comportamientos íntimos de sus personajes, pues se trata de un film destinado a un público concreto, de modo que se da prioridad al diseño de producción, a un ritmo en el que prevalece la acción, y a la supuesta "simpatía" que puedan despertar en el espectador los personajes protagonistas. Pero, con todas sus novedades, incluido un viaje temporal (que a estas alturas no es ninguna novedad ni en el cine ni el la literatura), queda claro que la saga literaria y la cinematográfica no pasaran a la historia por haber aportado novedades sustanciales o cambios a sus respectivos ámbitos artísticos; aunque, en su defensa, sería justo reconocer que ambas han sido un negocio muy lucrativo para sus responsables y un sano entretenimiento para millones de lectores y espectadores.
jueves, 8 de enero de 2015
El tambor de hojalata (1979)
Dos décadas después de que Günther Grass publicase El tambor de hojalata, uno de los títulos de referencia de la narrativa alemana del siglo XX, Volker Schlöndorff llevó la novela a la gran pantalla en un título homónimo que fue premiado en el festival de cine de Cannes con la Palma de Oro, galardón compartido con Apocalypse Now (Francis Ford Coppola, 1979). Pero los premios ni sirven para valorar la calidad de un film ni, en este caso, para igualar ambas producciones, pues resulta evidente que El tambor de hojalata (Die blechtrommel), a pesar de su simbolismo y de su correcta factura, no se encuentra a la altura del viaje onírico realizado por Coppola en su libre interpretación de En el corazón de las tinieblas. Aún así, se trata de una adaptación digna de la primera novela de Grass y, al igual que aquella, se presenta como la metáfora de una época dominada por la barbarie y la estupidez humana, una época a la que se accede a través de la inteligente e irónica mirada de Oskar Matzerath (David Bennet), quien a la tierna edad de tres años decide poner fin a su desarrollo físico como protesta ante aquello que observa. No obstante, el empeño de Oskar en no desarrollar su cuerpo no le impide que, con el paso de los años, se produzca su maduración comprensiva e intelectual, desde la cual interpreta tanto su entorno familiar como el social, en el que descubre comportamientos censurables y aberrantes, condicionados por la intolerancia que se afianza en el país y en parte de las personas que lo componen. Para este niño-adulto nada de lo que sucede a su alrededor tiene razón de ser, de modo que por voluntad propia se convierte en un individuo aislado del medio donde inicialmente vive en compañía de su madre (Angela Winkler) y de sus dos posibles padres: Alfred (Mario Adorf) y Jan (Daniel Olbrychski), pero también rodeado de la sin razón que destruye inocencias, armonías y seres queridos. Este personaje emplea su tambor y sus gritos como medios exclusivos para expresar emociones y sentimientos, pero también como símbolos de su presencia entre los vivos y de su desacuerdo con los hechos que observa en varios momentos del largometraje, el cual siempre fluye desde su perspectiva, incluso antes de que se produzca su nacimiento, pues él es testigo de excepción de un periodo que ni quiere ni puede aceptar porque su aguda comprensión le distancia del destructivo mundo creado por los adultos.
lunes, 5 de enero de 2015
Plan 9 del espacio exterior (1958)
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