Chaplin (1992)
El gusto de Richard Attenborough por dramatizar hechos y personajes reales quedó patente en ocho de los doce títulos que componen su filmografía como director; en ellos se esbozan situaciones como la operación Market Garden en Un puente lejano, la guerra anglo-bóer en la que participa el Winston Churchill de El joven Winston, el apartheid contra el que se enfrenta el Steve Biko interpretado por Denzel Washington en Grita libertad o las relaciones sentimentales que, respectivamente, protagonizan los escritores C.S.Lewis y Ernest Hemingway en Tierras de penumbra y En el amor y en la guerra. Pero estas películas presentan irregularidades narrativas que, en mayor o menor medida, provocan la pérdida de interés en aquello que exponen sus imágenes, como también sucede en la oscarizada Ghandi o en este biopic inspirado en Mi autobiografía y en el libro escrito por David Robinson Chaplin: su vida y arte. Como apunta el título, Chaplin narra la vida del genial cómico desde su infancia hasta el homenaje realizado por Hollywood en 1972. Sin embargo, el film inicia su recorrido en el exilio suizo del genio londinense, donde se le observa entrado en años y conversando con su editor (Anthony Hopkins), quien le insta a aclarar aspectos que apenas se detallan en el borrador de su autobiografía. El artificio de carear a Chaplin (Robert Downey, Jr.) con un personaje ficticio sirve para iniciar el repaso a la vida del artista, desde su infancia en su Inglaterra natal, marcada por los trastornos psíquicos de su madre (Geraldine Chaplin), por su primer amor (Moira Kelly) y por su primer contacto con el mundo del espectáculo, hasta el momento en el que se le niega la entrada en Estados Unidos como consecuencia de la persecución iniciada décadas atrás por J.Edgar Hoover (Kevin Dunn). Durante este periplo se suceden situaciones que presentan de modo fugaz y superfluo la relación de Chaplin (Robert Downey, Jr.) con las mujeres que se cruzan en su vida, con su hermano Sydney (Paul Rhys), con el actor Douglas Fairnbanks (Kevin Kline) o consigo mismo, con su cine y con un entorno social que no alcanza a comprender al creador de un vagabundo que hace reír y llorar a millones de espectadores. De este modo, Chaplin se convierte en un desfile de personajes a quienes apenas se les conceda mayor relevancia: Stan Laurel (compañero de Chaplin en la compañía teatral británica), Mack Sennett (sin él la comedia muda no sería la misma), Edna Purviance (actriz asidua en sus producciones silentes), Douglas Fairnbanks (el aventurero por antonomasia del cine mudo) o la actriz Paulette Goddard (su tercera mujer y coprotagonista en Tiempos modernos y El gran dictador). Pero, aparte de esta sucesión de hechos y figuras relacionadas con el cine, la intención de Attenborough de mostrar la esencia de Charles Chaplin se vio perjudicada por su intento de sintetizar demasiados aspectos relacionados con el arte y la vida del cómico, así como por forzar la simpatía del público, en detrimento de un acercamiento más sincero, reflexivo y atractivo a quien fue consciente de que la magia de su vagabundo residía en su elocuente silencio; de ahí que, una vez impuesto el sonoro, en Luces de ciudad no se escuchen diálogos, en Tiempos modernos su personaje no pronuncie palabra y en El gran dictador lo haga a modo de justificada despedida, que sonoriza parte del humanismo que habitaba más allá de un sombrero hongo, un bigote y un bastón.
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