jueves, 31 de octubre de 2019
Titanic (1943)
miércoles, 30 de octubre de 2019
El peral salvaje (2018)
Quizá se trate de un joven enfadado, como aquellos Angry Men del free cinema, perdido por un paraje donde, más que solitario, se convierte en un inadaptado, en un peral salvaje como él mismo asume, al compararse con los árboles y compartir con su padre que ambos son <<solitarios, deformes, no encajamos>>. Entre lo que se espera de él, conseguir un trabajo tras concluir sus estudios universitarios, y lo que él espera: publicar su novela sobre las gentes y el entorno donde interpreta la vida, su experiencia vital lo lleva de la ilusión a la derrota, a una realidad que se presenta ante él sin aparente salida, sin posibilidad de ubicarse y que le obliga a perder su juventud y sus ilusiones; quizás en este aspecto sea más parecido a su padre de lo que él pueda pensar. A su regreso de la universidad, se reencuentra con su familia, uno de los ejes principales del film, con viejos conocidos y con nuevos personajes como Suleyman (Derkan Keskin), el escritor local de mayor éxito. Con todos mantiene conversaciones, casi disputas dialécticas; hablan de literatura, de la religión, de moral o de dinero desde las distintas perspectivas que cada quien asume, aunque Sinan solo concede validez a la propia. Mirada social y aprendizaje de su protagonista, El peral salvaje continúa el tránsito de Nuri Bilge Ceylan por Anatolia, por espacios deprimidos, anclados en costumbres y en el tiempo, donde la capacidad de observación y de reflexión del cineasta turco van de la mano para mostrar a ese personaje que, a pesar o precisamente debido a su juventud, a su vocación literaria y crítica y a su formación universitaria, asume que su pensamiento, su manera de rebelarse contra la monotonía intemporal, lo distancia de la muchedumbre y lo posiciona en un lugar solitario, donde se siente minoría, un lugar que acabará por enfrentarlo a la disyuntiva de rendirse, y poner fin a su existencia, o continuar su lucha existencial, la cual, al final de su deambular, sabe que no puede ganar, aunque también comprende que esa misma lucha forma parte de sus razones especiales y, por tanto, de su identidad individual.
(1) José Ortega y Gasset. La rebelión de las masas. Diario El País, S. L., Madrid, 2002
martes, 29 de octubre de 2019
Ayer, hoy y mañana (1963)
Debido a su ubicación geográfica, <<Nápoles, Milán y Roma>> es uno de los dos títulos alternativos que Santiago Aguilar y Felipe Cabrerizo proponen para Ayer, hoy y mañana (Ieri, Oggi,Domani, 1963) en su amena y completa monografía sobre Vittorio De Sica1. El otro, quizás menos obvio, <<Pobres, ricos y burgueses>>, remite a la perspectiva socioeconómica de los personajes; y tampoco habría desentonado, el más evidente si cabe, "Adelina, Anna y Mara", en clara alusión a las mujeres que protagonizan los tres episodios. Aunque pueda imaginar cualquiera de estos títulos para nombrar el film de De Sica, no quiero hacer lo propio con otra pareja protagonista, pues, en definitiva, las presencias de Sophia Loren y Marcello Mastroianni son parte indispensable del atractivo visible de la película. A la actriz y al actor los unió por primera vez en la pantalla Alessandro Blasetti, en la comedia La ladrona, su padre y el taxista (Peccato sia una canglia, 1954). <<Ahí nació la pareja Sofia Loren/Marcello Mastroianni, una de las últimas parejas del cine>>2, y una que De Sica perfeccionó en Ayer, hoy y mañana, en Matrimonio a la italiana (Matrimonio all'italiana, 1964) y en Los girasoles (I girasoli, 1970), la misma que Ettore Scola llevó a la madurez en Una jornada particular (Ettore Scola, 1977) y que Robert Altman homenajeó en la escena que ambos protagonizaron en Pret-a-porter (1994), imagen otoñal, e igual de paródica, de la mítica secuencia desarrollada en el tercer episodio de Ayer, hoy y mañana, una escena que, al tiempo que rinde tributo a Loren y Mastroianni, apunta el inevitable paso de los años. <<Hemos hecho juntos catorce películas a lo largo de toda una vida>>3. Una de ellas, esta, podría contar por tres, ya que es el número de episodios independientes que le conceden forma de largometraje, y el número de personajes interpretado por cada miembro del dúo.
1.Aguilar y Cabrerizo. Vittorio De Sica. Cátedra, Madrid, 2015
2,3.Marcello Mastroianni. Si ya me acuerdo (traducción José Ramón Monreal). Ediciones B, Barcelona, 1999
2,3.Marcello Mastroianni. Si ya me acuerdo (traducción José Ramón Monreal). Ediciones B, Barcelona, 1999
domingo, 27 de octubre de 2019
El barón rojo (1971)
En su biopic sobre el personaje, Corman juega con el mito y la realidad, trastoca esta e introduce aquel, y desde ambas desarrolla el enfrentamiento, constante durante todo el metraje, más allá de la lucha en el aire. El duelo adquiere sustancia en la oposición Richthofen (John Philip Law), arrogante, orgulloso y apasionado de los cazas de combate —hay una escena en la que Corman insinúa la pasión sexual que su nuevo Fökker despierta en él—, Brown (Don Stroud), mundano y práctico, los aviones son su herramienta, sus palabras y la sinceridad de sus opiniones resultan hirientes para sus compañeros de escuadrilla. Durante la hora y media de duración de El barón rojo se observa a los dos personajes en su cotidianidad, en sus combates, o en sus disputas internas: el noble alemán con Göerin (Barry Primus), terrenal, aunque vuele, y pragmático como el aviador canadiense que sirve en la RAF y que nunca llega conectar con Hawker (Corin Redgrave), que recela de su procedencia americana, el nuevo mundo, y, aunque no lo diga, del nuevo orden que descubre en Brown. A diferencia de Richthofen, caballero que vive entre el honor y la egolatría, el canadiense se define por su rudeza, por su escepticismo y por tener los pies en el suelo. No idealiza la contienda, ni a sus oponentes, como sí hacen los oficiales británicos que se levantan y elevan sus copas para brindar por el rival alemán. Él no es un romántico, es realista y cree en lo que ve; y ve un enemigo contra quien luchar y a quien derrotar, no por quien brindar. De modo que permanece en su asiento y, ante las recriminaciones, responde que guardará su vino para rendir tributo al <<próximo camarada que ese alemán mate en el aire>>. Mal que le pese, no tardará en cumplir su palabra, cuando Richthofen abata al mayor Hawker, el mismo que había propuesto el brindis en su honor. La muerte de este oficial, imagen británica que conecta con la de Manfred, inicia la agonía de los de su clase, hecho que se confirma definitivamente en el ataque sorpresa inglés al aeródromo alemán. <<Ellos han traído las trincheras a nosotros>>, dice uno de los soldados, afirmación que inevitablemente conlleva la desaparición de la caballerosidad deportiva, de los Hawker y los Richthofen, del mito y de la imagen heroica que el viejo orden alemán emplea como parte de su propaganda bélica, como parte de su esperanza para no perecer y desaparecer.
1,2.Manfred von Richthofen. El barón rojo: Autografía de sus hazañas. Almena Ediciones, Madrid, 2000
viernes, 25 de octubre de 2019
La Atlántida (1932)
La fatalidad, la fantasía y la pesadilla predominan en La Atlántida (L'Atlantide,1932), pero también la capacidad de Georg Wilhelm Pabst para filmar y generar la sensación de locura, erotismo, desorientación, deseo, misterio, imposibilidad,..., empleando la cámara, los sonidos, el fondo musical, las arenas y la inmensidad del desierto, la parte visible de la ciudadela donde despierta el protagonista tras su secuestro, así como los rostros y los cuerpos de los personajes o los túneles de la ciudad subterránea donde todos están atrapados. Pero, a primera vista, su acercamiento al mito atlante carece de la personalidad combativa y del realismo crítico que el cineasta alemán había mostrado en sus anteriores trabajos fílmicos. Esto fue algo que se le criticó. Y de hacer caso a las críticas contemporáneas, ¿dónde fue a parar el Pabst de Bajo la máscara del placer (Die Freu d lose Gasse,1925), de Tres páginas de un diario (Das Tagebuch einer Verlorenen, 1929), de Cuatro de infantería (Westfront 1918, 1930), de La comedia de la vida (Die Dreigroschenoper, 1931) o de Carbón (Kameradschaft, 1931)? Resulta obvio decir que el realismo estaría de más en un film onírico y sensual, pero su tono fatalista y pesimista apunta que, tras la apariencia de fantasía escapista, quizá Pabst encontrase en la historia escrita por Pierre Benoît en 1919 la posibilidad de señalar el presente alemán (paro, inflación, crisis política, auge del nacionalsocialismo y de su máxima figura, así como la "necesidad" popular de desconectar de la cruda realidad), a través de Antinea (Brigitte Helm), la reina que seduce con su imagen, con la belleza que oculta y al tiempo deslumbra, la misma que transformar a los hombres en objetos y en esclavos de su culto, que adquiere dimensión casi sobrenatural en el rostro pétreo de la escultura que la reproduce. Su sola presencia convierte a los hombres en autómatas que, en la desesperación de poseerla, adorarla y complacerla, se ven avocados a la locura y a la violencia, preponderantes en Torstenson (Mathias Wieman) y Saint-Avit (Pierre Blanchar/ Heinz Klingenberg/ John Stuart), cuando no a la muerte. Solo es una conjetura, pero podría establecerse una conexión entre la seducción e imposición de la monarca atlante y la manipulación que por entonces estaba llevando a cabo el nacionalsocialismo en Alemania para acceder al poder que no tardaría en alcanzar. En su momento, nadie vio esto, quizá porque el propio momento incapacita, a quienes lo viven, la comprensión del presente que se juzga desde la cercanía que impide una perspectiva más objetiva y global del conjunto; o quizá porque, quien escribe, lo haga desde el subjetivo que pretende encontrar en la película intenciones inexistentes, y las invente para rellenar líneas y más líneas. Pero, acaso, ¿es descabellado pensar que la idea rondaría por la mente de un cineasta que al año siguiente, con el ascenso de Hitler al poder, se exilió en Francia? La historia que Pabst narró en La Atlántida, la segunda de las versiones cinematográficas de la novela de Benoît, y la primera sonora, fue realizada cuando el sonido todavía hacía de las suyas entre profesionales y aficionados; de tal manera que Pabst se vio obligado a rodar simultáneamente la versión francesa, alemana e inglesa, con la única finalidad de ampliar el mercado, ya que, por aquellos primeros años de la década, aún no se había impuesto el doblaje, y los subtítulos ni agradaban ni atraían al público a las salas de exhibición. Esta fue una constante que llevó al realizador a filmar las distintas versiones de La comedia de la vida, de Don Quijote (Don Quichotte, 1933) y, por supuesto, de esta coproducción franco-alemana que se desarrolla prácticamente en la analepsis intermedia entre la introducción y el epílogo ubicados en el presente. Desde el primer momento, los conocimientos técnicos del autor de Cuatro de infantería se hacen visibles y audibles, en la escena donde un locutor de radio habla sobre la teoría que señala el Sahara como el lugar que oculta bajo sus arenas el mítico reino perdido. La cámara aleja su atención del locutor y la acerca a diferentes objetos de la sala, hasta que uno de ellos traslada la acción al receptor que se encuentra en el desierto, en la guarnición francesa donde dos oficiales escuchan la hipótesis. La señal se pierde, igual que el contacto con la realidad. Este primer momento sirve para informar de la no demostrada ubicación de La Atlántida, al tiempo que hace de puente entre el mundo real y el espacio donde se agudiza la irrealidad y donde el protagonista narra los hechos que se verán a continuación, aquellos que se adentran en la desorientación, en el deseo, en la locura y en la muerte; pues dice que ha estado allí, en esa tierra legendaria de la que nadie sabe, y que allí asesinó a su mejor amigo, el capitán Morhange, interpretado en la versión francesa por Jean Angelo, quien había hecho lo propio en La Atlántida (L'Atlantide, 1921) que Jacques Feyder había rodado una década atrás.
miércoles, 23 de octubre de 2019
Moana (1926)
lunes, 21 de octubre de 2019
Un bigote para dos (1940)
Sus labores diplomáticas en Washington no impidieron que Edgar Neville tuviese vacaciones y viajase hasta Hollywood para comprobar qué se cocía por allí, quizá un buen cocido madrileño. Lo cierto es que por allí se cocía mucho, por ejemplo su amistad con Chaplin, Pickford y Fairbanks y, tras un breve regreso a España, su experiencia como supervisor (director en la práctica) de la versión castellana de El presidio (The Big House, George Hill, 1930), así como un cameo en la magistral Luces de ciudad (City Lights; Charles Chaplin, 1931). Pero, además, observó que los estudios cinematográficos necesitaban escritores, actrices, actores y cualquiera que, conociendo la lengua materna de Conchita Montenegro -que también andaba por allí-, contribuyese en la elaboración de las versiones en castellano de sus películas habladas. Por aquel entonces el doblaje no entraba en los planes de los Mayer y compañía, y los subtítulos, o cansaban o no se leían, pues ni todo el público tenía el aguante de un corredor de fondo ni todos los presentes del fondo sabían interpretar las letras que, junto a decenas de cabezas, impedían ver la parte baja de la pantalla. Lo que había era la costumbre de realizar primero el film en inglés con actores y actrices que empleaban desde la cuna (puede que ya en la cuna) el idioma de Harpo Marx, a quien algunos creían mudo, y después, según las posibilidades y la importancia del mercado, enviarlas tal cual al resto del mundo o rodar las respectivas versiones en los idiomas que algún señor de arriba creyese oportuno. Con este panorama, Neville hizo lo que haría cualquier buen amigo, disfrutar de su estancia y preparar el desembarco de sus compañeros de la "otra generación", a quienes les había comentado que allí habría oportunidad para hacer cine, o al menos para recibir un buen sueldo simulando que lo hacían. Los destinatarios de sus consejos, agradecidos e igual de buenos compañeros que el aristócrata, allá fueron en tropel. Entre estos se contaba Antonio de Lara "Tono", incluso Buñuel, pero no Miguel Mihura, que no pudo seguir al resto debido a problemas de salud, aunque también él se interesaba por el cine, como demuestra su coqueteo cinematográfico en los diálogos para La hija del penal (Eduardo García Maroto,1936) y el guión de Don Viudo de Rodríguez (1936), el cortometraje que realizó su hermano Jerónimo. Estas fueron dos colaboraciones previas a su primer y único largometraje como director, aunque, más que dirigir, lo suyo, en compañía de Tono, fue otra cosa. Durante los nueve meses que Tono vivió en Hollywood apenas hizo más que cocinar, pero su contacto culinario con la industria posiblemente agudizó su apetito cinematográfico. El humorista, cartelista y dibujante regresó a Europa con esas ganas, pues solo había participado, al menos solo acreditado, en la versión de Fruta amarga (Min and Bill, George Hill, 1930) realizada por José Luis López Rubio, otro de la "otra", aunque no sería hasta después de la Guerra Civil cuando Mihura y él realizaron Un bigote para dos (1940). Como apuntaba arriba, más que dirigir, lo que hicieron fue otra cosa. Pero ¿qué se podía esperar de esta innovadora e irrepetible pareja de humoristas llamados a renovar el humor en España? Lo que hicieron fue tomar una película filmada, la austriaca Melodías inmortales (Unsterbliche melodien; Heinz Paul, 1935), y reinventarla sin tocar una sola imagen. Si en el Hollywood de los primeros años del sonoro se realizaban diferentes versiones de una misma película y años después se puso de moda el doblaje de voz, ¿por qué no "estupidarizar" una película ya filmada, sin más intención que hacerla estúpida empleando un doblaje en las antípodas de lo expuesto en alemán? En su descabellado proyecto, producido por CIFESA, introdujeron diálogos, canciones y la voz de una conciencia en castellano, totalmente infieles a la trama, y se liberaron de cualquier responsabilidad que no fuese introducir chistes y el humor que habían desarrollado en publicaciones como La Ametralladora, incluso se liberaron de pedir permiso a la productora del film de Paul. El resultado fue <<una película estúpida>> -que hace referencia a <<los diálogos estúpidos>> publicados en la revista- que enfrenta la imagen con el absurdo pretendido, perseguido y alcanzado por sus ilustres "irresponsables", algo similar a lo propuesto por Jardiel Poncela en sus <<celuloides rancios>>. Y ahí residió la gracia, en ver una cosa e interpretarla desde el humorismo con el que Tono y Mihura toman el film austriaco, que se centra en la figura de Johann Strauss hijo, para hacer una película original en el que el dúo rebautiza al compositor, que pasa a ser Enriqueto o el tío del bigote. Lo hacen suyo, es su protagonista, sin más recurso que introducir el desternillante sinsentido que libera a las imágenes de su cursilería melodramática. Así juegan con la imagen y la palabra, provocando las risas, pero también sincronizando la una y la otra en el doblaje -que adultera los diálogos y la música del biopic sobre el compositor- hasta lograr un todo que funciona con la personalidad de los autores de Ni pobre ni rico, sino todo lo contrario.
Nota: la versión original de Un bigote para dos no ha llegado a nuestros días, pero, en 2015, Santiago Aguilar y Felipe Cabrerizo realizaron una reconstrucción aproximada de la misma.
Nota: la versión original de Un bigote para dos no ha llegado a nuestros días, pero, en 2015, Santiago Aguilar y Felipe Cabrerizo realizaron una reconstrucción aproximada de la misma.
sábado, 19 de octubre de 2019
René Clair. La figura del realizador francés
<<Cuando el cine sonoro da sus primeros pasos. Cuando las pantallas de todos los cinemas muestran las siluetas de las bellezas de Florence Ziegfeld y de Earl Carrol. Cuando las mismas pantallas se saturan de teatro fotografiado. Cuando interminables diálogos llenan metros y más metros de film, y cuando los productores vacilan desorientados, ignorantes del rumbo que deben dar a la nueva variedad del cinema, surge, se alza la figura del realizador francés: René Clair...>>1. La mejor presentación que pude escribir sobre René Clair no me pertenece, es de Carlos Serrano de Osma. Y no es de hoy, es de 1933. En aquella época, Clair se encontraba en lo alto del panorama cinematográfico, más adelante llegarían su breve etapa británica, su estancia en Hollywood durante la década de 1940, su regreso a Francia en 1947 y la posterior indiferencia hacia su obra. Por aquellos primeros años treinta, ya había realizado cuatro largometrajes sonoros y ocho films silentes, entre los que destaca la comedia Un sombrero de paja de Italia (1927), punto de inflexión en su filmografía y film que lo alejaba de los movimientos de vanguardia con los que había coqueteado desde sus inicios en Entreacto. La introducción escogida explica el momento que vivía el cine y concede importancia al cineasta parisino en la evolución cinematográfica, en los primeros pasos del sonoro. Ese primer largometraje fue Bajo los techos de París (1930), un título que, junto a otros como Aleluya (King Vidor, 1929), Aplauso (Rouben Mamouliam, 1930) o El ángel azul (Josef von Stenberg, 1930), señalaban el camino a seguir para liberar la cámara de la rigidez e inmovilidad y a las películas de la teatralidad de los primeros compases del nuevo adelanto técnico. Clair concedió importancia a lo importante del invento: el sonido, en este caso concreto, el sonido de la ciudad donde nació en 1898. Aunque fue fundamental en el complejo tránsito del silente al sonoro, el realizador había dado muestras de su capacidad cinematográfica en la ya nombrada Un sombrero de paja de Italia y volvería a evidenciarla en ¡Viva la libertad! (1931) o, ya en su periplo hollywoodiense, en Sucedió mañana (1944). Pero su aportación al cine se amplía y es más amplia, sobre todo en el terreno de la comedia.
Encargado del suplemento cinematográfico "Films", el futuro cineasta había escrito algunas canciones para la cantante Damia y esta fue quien lo convenció para que actuase en una película. Así se inició como actor, sin mayores pretensiones, ya que su sueño era ser escritor. Pero algo sucedió: le propusieron filmar una pequeña película que serviría de entreacto para un ballet, y aceptó. No tardó en trabajar como ayudante de dirección para Jacques de Baroncelli, pero quien le influyó en aquel momento fue Louis Fauillade, el responsable de Fantomas, y su protector durante sus primeros pasos profesionales. Estaba claro hacia donde apuntaba; quería dirigir, y pudo hacerlo cuando Henri Diamant le produjo su primer largometraje. Era 1923 y Paris qui dort vio la luz, y el cine fue testigo del nacimiento de un cineasta clave que encontró su madurez creativa en Un sombrero de paja de Italia, prueba de sus habilidades narrativas y cinematográficas. Había alcanzado el grado de maestro del cine mudo, pero ahí estaba el sonoro para imponerse y generar controversia. Algunos lo vieron como una la revolución y una oportunidad, otros como involución, y algunos sospechaban que su mal uso podría acabar con la imparable evolución de un medio de expresión con lenguaje propio. El realizador parisino dudaba del adelanto, no por el sonido en sí mismo, que valoraba como recurso y demostraría su utilidad, sino por los posibles malos usos. No sin razón, temía que el medio que amaba se convirtiese en teatro filmado, pues tenía claro que el abuso de las canciones y de los diálogos, a menudo innecesarios, podrían conducir al cine hacia el teatro filmado, cuando estaba claro, al menos para él y otros como él, que el teatral y el cinematográfico eran dos ámbitos distintos: el primero vive del verbo y el segundo de la imagen en movimiento. En Bajo los techos de París empleó el sonido de manera innovadora, lo empleo como parte de la ciudad que visualiza en la película. Lo mismo puede decirse de ¡Viva la libertad!, magistral sátira en la que el sonido funciona como parte del ambiente, no se fuerza y agudiza las sensaciones que envuelven a los personajes. Había superado con nota su paso al nuevo cine y su éxito era imparable, al menos hasta que surgió el tropiezo que lo convenció para probar fortuna en Reino Unido. Tras la sucesión de éxitos, llegó el rechazo de la crítica y del público en la caótica y divertida El último millonario (1934), de modo que puso tierra y agua de por medio y aceptó la propuesta de Alexander Korda. Para London Films dirigió la comedia fantástico El fantasma va al oeste (1935), su primer film en habla inglesa y el primero de los dos que rodó en suelo británico antes de regresar a Francia para rodar Air pur, aunque no pudo concluirla como consecuencia del inicio de la Segunda Guerra Mundial. De nuevo el exilio, pero esta vez más lejos, y así se aventuró en la industria hollywoodiense, donde el director no dejaba de ser un empleado más dentro de los estudios. En aquella época, Buñuel, también deambulaba por Hollywood, aunque él con menor fortuna que el francés. <<Vuelvo a ver a René Clair, a la sazón uno de los directores más celebres del mundo. Rechazaba todos los proyectos que se le ofrecían. Ninguno de agradaba. Me confió, sin embargo, que debía necesariamente rodar una película en los tres meses siguientes, so pena de ser considerado como un "bluf europeo". La película que eligió fue Me casé con una bruja, que a mí me pareció bastante buena. Trabajaría durante toda la guerra en Hollywood>>6. Para alguien como Clair, que escribía sus guiones y dirigía sus películas consciente de que eran suyas, no resultaría agradable ver limitada su libertad creativa, aún así superó las trabas y, antes de su regreso a Francia, realizó cuatro películas que no desmerecen su talento, entre ellas la comedia fantástica citada por el inimitable aragonés. En 1947 retornaba a su tierra natal, pero los tiempos habían cambiado y el cine francés ansiaba y buscaba renacer de sus cenizas. Era la hora de los Jacques Becker, Robert Bresson, que había sido su ayudante en Air pur, Henri-Georges Clouzot, René Clement y el resto de cineastas llamados a levantar una cinematográfica que había sufrido las consecuencias de la guerra. En ese terreno cinematográfico en construcción, y desconocido para él, Clair hizo lo que mejor sabía: rodar una comedia, El silencio es oro, en la que la nostalgia y el homenaje a los pioneros brillan tanto como su amor por el cine.
Filmografía
París dormido (Paris qui dort, 1923)
Entr'acte (1924) (cortometraje)
Le fantôme du Moulin Rouge (1924)
Le voyage imaginaire (1925)
La presa del viento (Le proie du vent, 1926)
Un sombrero de paja de Italia (Un chapeau de paille d'Italia, 1927)
Le tour (1928) (cortometraje)
Le deux timidos (1928)
Bajo los techos de París (Sous les toits de Paris, 1930)
El millón (Le million, 1931)
¡Viva la libertad! (A nous la leberte, 1931)
14 de Julio (14 julliet, 1934)
El último millonario (Le dernier milliardaire, 1935)
Grandes noticias (Break the news, 1937)
La llama de Nueva Orleans (The Flame of New Orleans, 1941)
Me casé con una bruja (I Married a Witch, 1942)
Sucedió mañana (It Happened Tomorrow, 1944)
Diez negritos (And Then There Were None, 1945)
El silencio es oro (Le silence est d'or, 1947)
La belleza del diablo (La beaute du diable, 1950)
Mujeres soñadas (Belles nuit, 1952)
Las maniobras del amor (Les grandes manoeuvres, 1955)
Puerta de las Lilas (Porte des Lilas, 1957)
La francesa y el amor (La française et l'amour, 1960), episodio El matrimonio (Le mariage)
Todo el oro del mundo (Tout l'or du monde, 1962)
Las cuatro verdades (Les quatre vérités, 1962), episodio
Los dos palomos (Lex deux pigeons)
Fiestas galantes (Les fêtes galantes, 1965)
1.Del artículo publicado en la revista cinematográfica Popular Films, nº 373, 5 de octubre de 1933. Recogido en Julio Pérez Perucha. El cinema de Carlos Serrano de Osma. 28 Semana Internacional de Cine de Valladolid, 1983
2,3,4,5.René Clair. Cine de ayer, cine de hoy (traducción Antonio Alvárez de la Rosa). Inventarios Provisionales Editores, Las Palmas de Gran Canaria, 1974
6. Luis Buñuel. Mi último suspiro (traducción Ana María de la Fuente). Penguin Random House, 2018
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