Tabú (1931)
Cansado de las imposiciones e interferencias de la Fox Films en el rodaje de sus últimas dos películas para el estudio, Friedrich W. Murnau abandonó Hollywood y se embarcó rumba a Polinesia en compañía del prestigioso documentalista Robert J. Flaherty (autor de Nanook, el esquimal (1922), considerado el primer documental de la historia). Ambos pretendían rodar una película lejos de los entresijos de Hollywood y filmar con independencia una historia que mostrase la realidad de los habitantes de la isla de Bora Bora, lugar a donde se trasladaron en el yate que había adquirido el realizador alemán cuando decidió poner en marcha el proyecto. Concluido el guión e iniciado el rodaje surgieron discrepancias en cuanto a cómo enfocar el film, ya que dos visiones tan diferentes se oponían en cómo y qué mostrar. El estilo documentalista de Flaherty y el dramatismo de Murnau no lograron ser compatibles, desentendiéndose el primero de la dirección de la película, quizá un hecho positivo para el film, que gana fuerza al abandonar el documentalismo inicial que muestra al grupo de jóvenes aborígenes dentro de su entorno, realizando sus tareas o disfrutando de su pacífico día a día. Tabú (Tabu, a Story of the South Seas, 1931), cobra mayor dramatismo cuando se presenta el emisario del señor de las islas con un mensaje que entrega a Hitu, el jefe del poblado. La fiesta de bienvenida, no sería igual para todos, pues en la misiva se lee que la joven Reri ha sido elegida para ser entregada en sacrificio a los dioses, un honor impuesto que le convierte en algo prohibido para quienes la rodean; nadie puede tocarla, ni mirarla y menos aún amarla, quien lo haga morirá, como también se ajusticiará al jefe del poblado, pues es responsable de vigilar que la tradición se cumpla. Tabú se divide en dos partes perfectamente señaladas mediante intertítulos; la primera, “el paraíso”, muestra a un pueblo que no ha sido contaminado por las normas o los excesos de la civilización occidental (en la isla no existe la ambición o corrupción que sí aparecen en la segunda), centrándose en las costumbres y en la tradición que obliga a Reri a separarse de Matahi, el joven que ama. La felicidad y la armonía de la pareja se rompen con la aparición del portador de la imposición que les obliga a actuar a la desesperada, escapando de la isla y quebrantando el tabú. La segunda parte, “el paraíso perdido”, muestra a la pareja de enamorados lejos de su hogar, en una isla totalmente distinta, colonizada por costumbres occidentales, donde el dinero o las perlas cobran gran importancia. Matahi y Reri descubren las diferencias de un entorno al que deben adaptarse, pero no lo hacen de inmediato, sino poco a poco, comprendiendo que todo tiene un precio: comida, vivienda o la integridad del policía al que sobornan para que no les delate, alcanzando su grado extremo cuando Reri intenta comprar los pasajes que podrían significar la última oportunidad para un amor que se ha convertido en algo prohibido. Tabú no es un documental, tampoco es un film mudo, aunque carece de diálogos y utiliza los recursos del cine silente; Tabú es una tragedia que parte de un carácter documental del que se aleja para adquirir la personalidad de Murnau, sobre todo cuando se acerca a su brillante y crudo desenlace, donde se comprobaría por última vez la excepcional capacidad que poseía el realizador alemán para transmitir sensaciones y emociones mediante las imágenes.
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