lunes, 30 de septiembre de 2019

El silencio es oro (1947)


El idilio de René Clair con el cine se remonta al periodo silente. Fue entonces cuando se enamoró del cine y esa pasión, iniciada durante su juventud, se transformó en nostalgia cinematográfica en El silencio es oro (Le silence est d'or, 1947). A su regreso de Hollywood, donde había escrito el guión que daría pie a la película, Clair produjo y dirigió su declaración de amor a los pioneros del arte popular que abría sus puertas a todo tipo de público. Le dio forma cómica y romántica e hizo que Maurice Chevalier transitase del seductor de los films de Ernst Lubitsch a la figura paternal que rechaza serlo. <<¡Aún no estoy preparado para interpretar el papel de padre...!, exclama su personaje cuando Madeleine (Marcelle Derrien) le dice que él debería haber sido su padre. Lo puede negar más alto, pero no más claro; Chevalier se opone a dejar su rol de galán protagonista. Lo mismo podría atribuir al realizador parisino, quien, con El silencio es oro, asume que ya no es un cineasta joven, que otros vienen a ocupar su puesto, pero él no tiene intención de abandonar aquello que le gusta: crear imágenes donde la ilusión, lo popular y el estilo propio encuentran equilibrio. Así idea una fantasía impregnada de romanticismo en la que rinde homenaje al cinematógrafo, a los pioneros, y se equipara a sí mismo con el "galán" de Chevalier, consciente de que el tiempo ha pasado, pero que mientras el cuerpo aguante y la mente lo permita continuará filmando películas, igual que la imagen final del film nos indica que Emile seguirá seduciendo, o intentándolo. Tanto Clair como el personaje principal son creadores de fantasías y mentiras capaces de transformar un día lluvioso en una jornada soleada en una playa de decorado, o que una noche de nieve cinematográfica esconda la realidad de un día caluroso en el plató. A través de Emile, el cineasta nos introduce en el cine, pero se decanta por los orígenes, por el cine mudo del que se enamoró de joven, de Méliès, Max Linder, Louis Feuillade o Abel Gance, de la perfección rítmica alcanzada por el slapstick de Mack Sennett y de su admirado Charles Chaplin, de la originalidad de Eric von Stroheim o del innovador lenguaje cinematográfico de David Wark Giffith. <<No hay que tener vergüenza de tener maestros. Creerse exento de toda influencia es el privilegio de los ignorantes>>1, nos dice en Cine de ayer, cine de hoy. Seguro que Emile los tuvo en su juventud, pues de alguien habrá recibido lecciones e influencias, y, a su vez, por eso puede ser el mentor amoroso de su joven amigo, a quien ofrece la sabiduría del conquistador. <<Se ha dicho del "Silencio es oro" que pertenece a un género menor, y algunos le han reprochado una falta de potencia. "Ligera, liviana, tenue" son, efectivamente, las palabras empleadas con más frecuencia por los que critican una comedia, incluso cuando alaban sus méritos. ¿Qué querrían, entonces, que fuese una comedia?>>2 Pues eso es El silencio es oro, una comedia, una fantasía, un homenaje y una caricatura, la del seductor y la del oficio de cineasta que cobra cuerpo en el veterano realizador encarnado por Chevalier, a quien observamos por primera vez en una sala de proyección donde el piano suena y la voz de un empleado interpreta los diálogos y explica las imágenes que el público contempla sin que la acción se vea interrumpida por rótulos escritos.
 Emile es uno más entre los espectadores allí reunidos, aunque no atiende a la pantalla. En ese instante, intenta una nueva conquista y no presta atención porque, al fin y al cabo, es el responsable del film que se exhibe. Conoce sus formas y la magia que se hace visible gracias a su trabajo y al de sus colaboradores en un estudio donde apenas asoma la comodidad ni las situaciones que posteriormente cobrarán movimiento y vida. Sin apenas incidir en ello, Clair nos da toda la información que precisamos para saber que su protagonista es un hombre experimentado, tanto en el cine como en el amor. Dicha experiencia es la que intenta transmitir a Jacques (François Périer); le dice cómo actuar con las mujeres y le anima a que disfrute del momento. Emile, soltero, mujeriego y galán, se despide de su joven amigo -que debe cumplir con el ejército- y recoge en la noche a Madeleine, la hija de un viejo amor. Con ella inicia una relación que se transforma en la ilusión, pues descubre en la chica el ideal femenino. Lo que no ve es la diferencia entre su madurez y la juventud de la muchacha, ni de que esta desee elegir por sí misma o que se haya enamorado de alguien de su edad. Ese alguien resulta ser Jacques, que a su regreso del servicio militar recupera su puesto en la compañía y, por casualidad, aborda en el autobús a una desconocida que resulta ser Madeleine. Ambos se aman, aman su juventud, es un amor espontáneo, cargado de la ilusión del primer flechazo, aunque la armonía se transforma en conflicto -mantenerse fiel al amigo, casi un padre para él, o dejar que el amor siga su curso natural- cuando Jacques descubre que esa misma mujer es la que alegra la fantasía del veterano cineasta.



1,2. René Clair. Cine de ayer, cine de hoy (traducción Antonio Alvárez de la Rosa). Inventarios Provisionales Editores. Las Palmas de Gran Canaria, 1974

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